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Una gran tarea



José Luis Pérez Torralba

14/07/2024

“Un gigante ve lejos; un enano, subido encima de un gigante, ve más lejos aún”. Por grande que sea nuestro ímpetu para llevar algo a cabo, no llegaremos muy lejos si no nos apoyamos en el ímpetu de los demás.



Foto de Duy Pham en Unsplash
Foto de Duy Pham en Unsplash
Me quedo asombrado ante la destreza de un director de orquesta. Lo veo de pie frente a los músicos, con los oídos preparados para interpretar los sonidos que le llegan e identificar cualquier disonancia perturbadora, con los poros de la piel a punto para captar la armonía de cada instrumento y del conjunto de ellos, controlando todo con su postura, con los gestos de sus manos, con su mirada tranquila y observadora. Con seguridad abrumadora, lee la música que tiene en su mente, la interpreta en emociones, sensaciones e imágenes, la desgrana en timbres, tonos, intensidades, ritmos… y transmite todo con decisión a los diferentes instrumentos de la orquesta. De su batuta salen negras y corcheas, ostinatos, arpegios, melodías, andantes… y se reparten a los músicos a lo largo de la pieza. El resultado mágico es que la música que estaba en la mente del director, se materializa en vibraciones sonoras que deleitan los oídos de los espectadores, gracias a un gran trabajo de equipo y a una hábil dirección.
 
Yo también en mi juventud fui director, no de orquesta, sino de algunos coros parroquiales con los que acompañábamos la liturgia religiosa. Y sentí, a pequeña escala, lo que el director de una gran orquesta pueda sentir.
 
En mi trabajo docente también sentí la llamada a organizar, coordinar y dirigir. He llevado coordinaciones de equipos, de grupos de trabajo, seminarios, proyectos… Pero la experiencia más arrolladora la he sentido en Equipos Directivos: en tres colegios, como Jefe de Estudios, y en el último también como Director durante 9 cursos escolares.
 
En mi juventud me llamaban “complicavidas” porque siempre estaba buscando la manera de hacer las cosas de forma diferente, indagando rutas alternativas e implicando en ello a quienes tenía alrededor. Y rememorando aquellos gloriosos años me decidí a tomar la Dirección de un Colegio Público de Infantil y Primaria de la provincia de Toledo. Era un colegio grande: más de 650 alumnos procedentes en su mayoría de familias de un nivel sociocultural medio-bajo, con alrededor de un 40 % de inmigrantes (en el mapamundi del recibidor se reflejaban hasta 16 nacionalidades de nuestros alumnos). Con los alumnos llegaban los correspondientes padres y madres (benditos casi todos, pero teniendo en cuenta que siempre hay “cizaña en los campos de trigo”). Casi 50 profesores y el personal auxiliar y de servicios complementarios (comedor, limpieza, transporte, mantenimiento…) completaban la plantilla. Mirando hacia “arriba” estaba todo lo que una estructura de poder significaba: legislación, organigramas articulados, aparato de supervisión y control, inspección técnica, cargos en bastantes ocasiones puestos a dedo, a veces con admirable acierto, pero otras con increíble cinismo político. No podía olvidarme de las relaciones institucionales en la localidad: Asociación de Madres y Padres, Ayuntamiento y el resto de colegios de Primaria y Secundaria (seis en aquellos momentos).
 
Como en todos los colegios, había cosas que funcionaban bien y otras que no tanto. Me tomé un tiempo para analizar las mejoras que yo creía que allí hacían falta: mayor atención a los grupos de alumnos, organización más racional de tiempos y espacios, cuidado más específico de alumnos necesitados, reescritura de documentos programáticos y organizativos, puesta en marcha de nuevos programas, mejora de la imagen del centro…, pero sobre todo, motivar en la ilusión por su tarea educativa a una parte importante del profesorado, que por edad, desgaste, inercia… o situaciones personales, no vivían en el día a día lo que yo pensaba que debía ser la jornada de un maestro. Una noche extendí encima de la mesa de casa tarjetas escritas con todos los aspectos que debía atender. Ante la visión global de ellas me quedé paralizado. Aquello no iba a funcionar si no había algo que destacase en importancia sobre todo lo demás y aglutinase todo el movimiento a su alrededor. Necesitaba un “norte” y de repente lo vi claro. El centro de todo el colegio debían ser los alumnos, el chico y la chica, cada uno de ellos, con nombre y apellidos, con sus circunstancias personales y su forma de ser. Ellos serían no solo el eje, sino el lubricante que haría que todo aquel aparato complicado de relaciones, avanzase fluido. Y comencé a elaborar un Proyecto de Dirección que gustó.
 
Recuerdo que, tras la euforia de haber recibido el nombramiento, me fallaron las fuerzas. Había mucho que hacer, muchas cosas nuevas que introducir, muchos puntos y comas que añadir, muchos pequeños senderos por los que ese colegio aún no había caminado. Ese verano del 2008 mis vacaciones fueron papeles, borradores, garabatos, leyes… extendidos en el suelo del desván de mi casa, e innumerables hojas de Word escritas para empezar con buen pie los primeros días del nuevo curso.
 
Pero para una gran obra se necesitan instrumentos adecuados. Y allí los vi, en las fotos de mis compañeros de colegio que la pantalla del ordenador me mostraba. Maestras y maestros, algunos pensando ya en la jubilación, otros recién salidos del horno con un intenso olor a ilusión, estos con gusto por lo clásico, por la pizarra y la tiza, aquellos exultantes de alegría por las tecnologías de la imagen y de la informática, unos con amor y ternura hacia los niños de corta edad, otros con una fuerte vinculación a las edades de la preadolescencia, apasionados por el deporte, por las matemáticas, por la música, por el teatro…, cada uno con sus cualidades y sus aficiones, con sus valores humanos… ¡Ellos! ¡Eran ellos los músicos de la orquesta a los que yo debía dirigir para que la maqueta educativa que yo tenía en mente, saliera de mí y al llegar a ellos pudiera plasmarse en la realización de una hermosa realidad!
 
Juntos llevamos a cabo muchas tareas bonitas a lo largo de los cursos, tareas que como florecillas en primavera nacían y crecían en el suelo fértil del colegio. Los patios de recreo se llenaron de juegos, la música y el teatro salieron del centro para participar en certámenes autonómicos, los concursos, las olimpiadas y las gymkanas tuvieron sus fechas en el calendario, la radio escolar llegó hasta las ondas de la radio local, en Educación Infantil entraron los proyectos y en los cursos superiores de Primaria se eliminaron los libros, editamos nuestra revista escolar, primero en papel y luego digital, se desarrolló un programa de Educación en Valores, se reestructuraron los equipos de profesorado y en ellos los compañeros aportaban sus experiencias y sus iniciativas, se compartieron actividades con otros colegios de la localidad, hubo intercambios de profesorado y de alumnado con colegios de Marruecos, se valoró la iniciativa de los alumnos en las clases, la investigación en las áreas de ciencias, la creatividad en las áreas artísticas, el razonamiento en  matemáticas, la lectura y escritura creativa en las clases de lengua, el amor por los libros, las familias se sentían llamadas a participar y colaborar en las actividades de sus hijos, se consiguió una muy buena integración de alumnos desfavorecidos o inmigrantes, no pocos de nuestros alumnos destacaron con buenas notas en sus estudios posteriores de Secundaria y universitarios, salimos en viajes educativos a aprender fuera de las aulas, el huerto escolar regaló generosamente tomates, pimientos, calabacines…
 
¡Gracias compañeras y compañeros que compartisteis conmigo esos maravillosos años de mi etapa docente! ¡Gracias por vuestra entrega ilusionada, por vuestro apoyo, por vuestro ánimo cuando me veíais un poco más decaído y por vuestras críticas que me obligaban a “ponerme las pilas”! ¡Gracias en nombre de nuestros alumnos y alumnas, que terminaban su escolaridad con lágrimas en los ojos y queriendo suspender para no tener que pasar al Instituto! ¡Gracias en nombre de las madres y padres que todavía hoy, cuando me los encuentro en el supermercado, me cuentan de los buenos recuerdos que sus hijos tienen del colegio y de sus maestros! ¡Y gracias a las personas que compartieron conmigo la tarea de Equipo Directivo, que vivieron conmigo los momentos difíciles y compartieron la alegría de aquellos otros en los que “la cosa iba sobre ruedas”!
 
Cuando dejé la Dirección un nuevo Equipo (compañeros y amigos) me relevo. Ellos mantuvieron lo que en el colegió funcionaba bien, hicieron mejoras a aquello que lo necesitaba e introdujeron nuevos y más modernos aspectos donde creyeron conveniente. ¡Gracias también a vosotros que habéis entendido que la educación es un camino con relevos en el que unos y otros debemos apoyarnos para que brille en la sociedad esa hermosa tarea que los docentes tenemos encomendada!
 
No todo fue así de bonito ni tan fácil de realizar como de escribir. Como director tuve mis errores, a veces pequeñas faltas y otras más serias que ahora al recordarlas me abochornan un poco. Hubo momentos duros, enfrentamientos con algún compañero por diferencia de opiniones o por conflictos con el grupo, acusaciones delicadas por parte de alguna familia que me hacían sentir la impotencia por cerrarme las puertas al diálogo, violencia por parte de algunos de los alumnos mayores proclives a crear conflictos, sumisión obligada con amenazas de los “jefes más altos” por no coincidir en planteamientos educativos y por considerar poco racionales los mandatos recibidos, angustia ante algún accidente ocurrido en tiempo escolar, noches y noches de desvelo buscando solución a situaciones estancadas…
 
Las personas se abren, se entregan y son agradecidas cuando contamos con ellas para algo importante. Comparten aquello en lo que son hábiles, lo aportan al proyecto común, lo ejecutan con maestría en la parcela que se les asigna y agradecen que nos fijemos en ellos para asumir responsabilidades. Ellos tienen fe en lo que hacen y valoran que alguien “superior” crea en su aportación. ¡Cuántos y cuántos buenos trabajadores de la enseñanza, de la sanidad, del mundo de la empresa, intelectuales y obreros… han perdido la ilusión, la esperanza, la fe en su trabajo, la alegría cada mañana cuando suena el despertador… por culpa de un mal jefe, de un supervisor prepotente, de un director tirano y sordo a sugerencias o quejas, de un coordinador ineficaz, de un político de cortas miras y nulo altruismo, de un ambiente de trabajo tenso, de alguien que no vio en sus trabajadores personas con cualidades, sino un número de la plantilla! ¡Y cuántos y cuántos proyectos hermosos se han venido abajo o se han desarrollado de forma mediocre por no haber sabido crear un clima de ilusión, por poner la productividad por encima de la humanidad, por mirar los números y las estadísticas en vez de los ojos y el alma de los trabajadores! ¡Qué tremenda exigencia personal y social la de las personas que ocupan puestos de alta o media responsabilidad! ¡Qué doloroso fracaso cuando en vez de fluidez y alegría el trabajo huele a incertidumbre, malestar, desilusión, apatía…! ¡Qué gran pecado el de los que no cultivan el campo que se les ha encomendado para sacar de él los mejores frutos, y en vez de eso, arañan rastreramente la tierra quedándose para sí lo que es de todos!
 
Desde estas páginas, casi con lágrimas en los ojos, os animo a todos los compañeros y compañeras que trabajáis en ese maravilloso campo de la educación y tenéis puestos de responsabilidad, a que sepáis mirar más allá de vuestro horizonte para descubrir el horizonte de los que tenéis a lado. Levantaos cada día con esperanza renovada en vuestras fuerzas y con tierna confianza en aquellos que tenéis a vuestro cargo. Dad lo mejor de vosotros a vuestros subordinados y, cuando veáis que ellos también os miran con su mejor rostro, os sentiréis recompensados, recibiendo vuestro don multiplicado. Este mundo necesita un potente motor que tire con fuerza del tren de la educación. ¡Ese motor sois vosotros, docentes, maravillosos docentes al servicio de vuestra vocación en el puesto que cada uno tiene asignado!




              



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