Venía yo esta tarde conduciendo y en la cabeza, a raíz de una situación personal, me revoloteaba una frase que oía frecuentemente en mi juventud: “hay que ahogar el mal en abundancia de bien”. Sin saber a cuento de qué, como si se tratase de una interferencia radiofónica por el cruce de ondas de radio en el aire, me llegó el pensamiento de que los maestros y profesores hacemos cosas que pueden mejorarse y es bueno reflexionar sobre ellas para poder remediarlas.
Propongo en este nuevo artículo un ranking de actitudes poco positivas, a mi entender, que los docentes hemos tenido en algún momento. Doy por supuesto que no todos los docentes tienen todas estas actitudes y que quien las tiene no las tiene de forma permanente, pero mi experiencia de tantos años en el mundo de la docencia, me dicta que en algún momento sale al exterior nuestro diablillo oculto y nos gasta jugarretas desagradables.
Aquí va, con todo el cariño del mundo y con la intención de “ahogar el mal en abundancia de bien”, las diez actitudes mejorables que en algún momento se han vivido en las aulas.
Propongo en este nuevo artículo un ranking de actitudes poco positivas, a mi entender, que los docentes hemos tenido en algún momento. Doy por supuesto que no todos los docentes tienen todas estas actitudes y que quien las tiene no las tiene de forma permanente, pero mi experiencia de tantos años en el mundo de la docencia, me dicta que en algún momento sale al exterior nuestro diablillo oculto y nos gasta jugarretas desagradables.
Aquí va, con todo el cariño del mundo y con la intención de “ahogar el mal en abundancia de bien”, las diez actitudes mejorables que en algún momento se han vivido en las aulas.
1.Estar esclavizados por tiempos, programas, contenidos…
“Y ahora queréis que hagamos esta actividad en conmemoración de… No tengo tiempo para eso, me faltan días para dar todos los temas”. “Uf, voy a matacaballo en las clases. No sé si los alumnos se enteran de algo, pero tengo que terminar el programa”. Estos y otros comentarios similares he oído no pocas veces en boca de mis compañeros y alguna vez en la mía propia. Con el tiempo va llegando la experiencia, la madurez, la claridad de ideas… y con el tiempo me di cuenta de que “echar de comer a los alumnos algo que no digieren”, no lleva a ninguna parte. Los alumnos necesitan su tiempo para aprender y asimilar las experiencias y conocimientos educativos que cada día llegan a su vida (y no son pocos). Cada alumno en particular necesita aprender a su ritmo, afianzar en su medida, enterrar las semillas en su parcela personal y cuidar ésta para que se desarrollen y produzcan frutos. Es más: cada docente necesita enseñar con pasión, sin prisas, midiendo palabras, asegurando fuerzas, valorando tiempos… aquello que para él es importante transmitir. Los programas tienen casi siempre contenidos irrelevantes, cuando no inútiles, mientras que la vida ofrece cada día valiosos contenidos que no están escritos en los programas.
2.Mirar a los alumnos desde un plano superior…
Gracias a Dios pasaron los tiempos en los que el profesor explicaba desde una tarima, hacía llamarse de “don” o “doña” y todo lo que decía era incuestionable. Pero yo he visto compañeros que aún no se han enterado de ello. También yo, en algún momento de mis primeros años de docencia arañé alguna de estas actitudes. En relación a mis alumnos, la satisfacción la he encontrado cuando he encarnado el convencimiento de que son personas como yo, con menos conocimientos y experiencias, con vivencias más elementales, pero con idéntica dignidad, con el mismo derecho al respeto, al trato cordial y humano que yo quiero para mí y practico con personas adultas. Es más, el hecho de que los niños y los jóvenes sean personas en edad de formación, me lleva hoy a verlos con ojos más amorosos y a tratarlos con gestos más condescendientes que a otros adultos…, a pesar de superarlos en conocimientos, habilidades y estrategias ante la vida.
3.Descuidar el lado humano de la relación con los alumnos…
He conocido compañeros que ante los alumnos eran un muro, duros como la piedra, sin corazón ni sentimientos cordiales, esquivos, ocultando su vida personal como si de un tesoro se tratase, recelando de los comentarios inocentes que los alumnos hacían de su familia, de sus vivencias, de lo que les ocurrió el fin de semana… Yo tardé unos años en ver que una cierta amistad es posible entre maestros y alumnos, que las confidencias se dan cuando el clima de apertura es propicio, que los alumnos valoran que los maestros les contemos anécdotas personales, situaciones vividas fuera de la escuela, puntos de vista propios… Y con el tiempo he llegado también a ver que una buena enseñanza se sustenta sobre una buena relación humana, que las conversaciones desenfadadas en clase no son falta de respeto, que las risas de todos ante ocurrencias y comentarios de la vida cotidiana suavizan la rigidez de los libros y crean un clima de calor y seguridad en el grupo. Y, hoy por hoy, de todos mis años de docencia, me quedo sobre todo con el trato humano que en las clases hemos sido capaces de hacer florecer entre todos.
4.Ir a clase con actitud de enseñar pensando que no tenemos nada que aprender…
¡Cuántas y qué bonitas lecciones me han dado siempre los alumnos! No han sido lecciones de ciencia, pero han sido lecciones de vida. Cristina, 7 años, tenía dificultades de comunicación, pero se esforzaba en encontrar siempre modos alternativos de expresar lo que pensaba. Lucas, 14 años, siempre me preguntaba cómo podía hacer para llegar más allá en la vida, porque no se resignaba a ser granjero en el pueblo, como lo era su familia. Esther, 16 años, sus padres no le dejaron estudiar bachillerato porque “hacía falta en casa” y el bachillerato se estudiaba en otro pueblo; ella buscaba tiempo para dar paseos en los que hablábamos de las cosas que le interesaba aprender y que la vida le negaba como alumna. Paula, 14 años, mente brillante y muy trabajadora, decidió ayudar a su padre en el negocio familiar y posponer sus estudios para permitir que su hermana menor estudiase un módulo de formación profesional que necesitaba para el trabajo que deseaba tener. Fátima, 13 años, chica árabe, en cada debate de grupo sacaba uñas y dientes para defender con pasión la igualdad entre hombres y mujeres y la dignidad de todas las chicas del mundo. Enrique, 16 años, odiaba las matemáticas pero se forzó a trabajarlas y a aprobarlas al ver la ilusión con la que yo le hablaba de la importancia del saber. Lei Fang, 11 años, recién llegado de china, sin hablar palabra de español, sacó sus clases y sus buenas notas observando cómo trabajaban sus compañeros cuando los profesores no sabíamos cómo hacernos entender… Todos ellos forman parte de un libro de sueños, esfuerzos y superaciones. Es un libro que habla de actitudes de perdón, de trabajo ilusionado, de confianza en alcanzar nuevos horizontes, de amor por la vida…, un libro que tiene cientos de páginas llenas de nombres y apellidos y narra cientos y cientos de relatos. Y este valioso libro debería estar entre los libros de texto de todos los docentes del mundo.
5.No dar a los alumnos segundas, terceras, cuartas… oportunidades
Pienso muchas veces que la vida es un camino. A veces vamos solos y a veces acompañados de unas u otras personas. Hay tramos del camino soleados y luminosos, otros están llenos de brumas y de sombras en la oscuridad. Nos gusta caminar con paso seguro, en llano, con limpieza, pero es inevitable tropezar en ramas y pedregales, meter los pies en charcos cenagosos y mancharnos de barro. Es en esos momentos cuando mi corazón agradece una mano amiga que me ayude a limpiarme, que vuelva a dirigir mis pasos por sitio seguro y que, sobre todo, crea en mí y no juzgue por qué llegué a aquel lugar y a aquella situación. Por eso pienso que cualquier niño o joven que esté en edad de formarse y educarse, merece la mano amiga de su profesor, de su maestro, que con firmeza le vuelva a enseñar lo correcto después de haber caído en el error. Hay niños que todo lo entienden a la primera, incluso se anticipan a lo que el maestro les quiere enseñar. Otros, sin embargo, necesitan una segunda, tercera o cuarta explicación, necesitan que se utilice con ellos otras formas de enseñar, que se practiquen diferentes estrategias y que se adapten las herramientas a sus capacidades. Y todos necesitan comprensión ante sus errores, una mirada de dulzura en los ojos del maestro, una sonrisa de ánimo en la que puedan leer “adelante, la próxima vez saldrá mejor”.
Llegado a este punto releo lo escrito. Es muy denso el contenido expuesto, varios los puntos de reflexión y muchas las actitudes que mejorar. Pienso que lo dicho es aplicable no sólo al mundo de la educación, sino también a innumerables campos profesionales y a numerosas situaciones personales del día a día. Os dejo con el deseo de que todo ello sea de provecho y con la promesa de que en próximos días continuaremos reflexionando sobre las actitudes poco positivas que faltan en esta esperanzadora lista.
“Y ahora queréis que hagamos esta actividad en conmemoración de… No tengo tiempo para eso, me faltan días para dar todos los temas”. “Uf, voy a matacaballo en las clases. No sé si los alumnos se enteran de algo, pero tengo que terminar el programa”. Estos y otros comentarios similares he oído no pocas veces en boca de mis compañeros y alguna vez en la mía propia. Con el tiempo va llegando la experiencia, la madurez, la claridad de ideas… y con el tiempo me di cuenta de que “echar de comer a los alumnos algo que no digieren”, no lleva a ninguna parte. Los alumnos necesitan su tiempo para aprender y asimilar las experiencias y conocimientos educativos que cada día llegan a su vida (y no son pocos). Cada alumno en particular necesita aprender a su ritmo, afianzar en su medida, enterrar las semillas en su parcela personal y cuidar ésta para que se desarrollen y produzcan frutos. Es más: cada docente necesita enseñar con pasión, sin prisas, midiendo palabras, asegurando fuerzas, valorando tiempos… aquello que para él es importante transmitir. Los programas tienen casi siempre contenidos irrelevantes, cuando no inútiles, mientras que la vida ofrece cada día valiosos contenidos que no están escritos en los programas.
2.Mirar a los alumnos desde un plano superior…
Gracias a Dios pasaron los tiempos en los que el profesor explicaba desde una tarima, hacía llamarse de “don” o “doña” y todo lo que decía era incuestionable. Pero yo he visto compañeros que aún no se han enterado de ello. También yo, en algún momento de mis primeros años de docencia arañé alguna de estas actitudes. En relación a mis alumnos, la satisfacción la he encontrado cuando he encarnado el convencimiento de que son personas como yo, con menos conocimientos y experiencias, con vivencias más elementales, pero con idéntica dignidad, con el mismo derecho al respeto, al trato cordial y humano que yo quiero para mí y practico con personas adultas. Es más, el hecho de que los niños y los jóvenes sean personas en edad de formación, me lleva hoy a verlos con ojos más amorosos y a tratarlos con gestos más condescendientes que a otros adultos…, a pesar de superarlos en conocimientos, habilidades y estrategias ante la vida.
3.Descuidar el lado humano de la relación con los alumnos…
He conocido compañeros que ante los alumnos eran un muro, duros como la piedra, sin corazón ni sentimientos cordiales, esquivos, ocultando su vida personal como si de un tesoro se tratase, recelando de los comentarios inocentes que los alumnos hacían de su familia, de sus vivencias, de lo que les ocurrió el fin de semana… Yo tardé unos años en ver que una cierta amistad es posible entre maestros y alumnos, que las confidencias se dan cuando el clima de apertura es propicio, que los alumnos valoran que los maestros les contemos anécdotas personales, situaciones vividas fuera de la escuela, puntos de vista propios… Y con el tiempo he llegado también a ver que una buena enseñanza se sustenta sobre una buena relación humana, que las conversaciones desenfadadas en clase no son falta de respeto, que las risas de todos ante ocurrencias y comentarios de la vida cotidiana suavizan la rigidez de los libros y crean un clima de calor y seguridad en el grupo. Y, hoy por hoy, de todos mis años de docencia, me quedo sobre todo con el trato humano que en las clases hemos sido capaces de hacer florecer entre todos.
4.Ir a clase con actitud de enseñar pensando que no tenemos nada que aprender…
¡Cuántas y qué bonitas lecciones me han dado siempre los alumnos! No han sido lecciones de ciencia, pero han sido lecciones de vida. Cristina, 7 años, tenía dificultades de comunicación, pero se esforzaba en encontrar siempre modos alternativos de expresar lo que pensaba. Lucas, 14 años, siempre me preguntaba cómo podía hacer para llegar más allá en la vida, porque no se resignaba a ser granjero en el pueblo, como lo era su familia. Esther, 16 años, sus padres no le dejaron estudiar bachillerato porque “hacía falta en casa” y el bachillerato se estudiaba en otro pueblo; ella buscaba tiempo para dar paseos en los que hablábamos de las cosas que le interesaba aprender y que la vida le negaba como alumna. Paula, 14 años, mente brillante y muy trabajadora, decidió ayudar a su padre en el negocio familiar y posponer sus estudios para permitir que su hermana menor estudiase un módulo de formación profesional que necesitaba para el trabajo que deseaba tener. Fátima, 13 años, chica árabe, en cada debate de grupo sacaba uñas y dientes para defender con pasión la igualdad entre hombres y mujeres y la dignidad de todas las chicas del mundo. Enrique, 16 años, odiaba las matemáticas pero se forzó a trabajarlas y a aprobarlas al ver la ilusión con la que yo le hablaba de la importancia del saber. Lei Fang, 11 años, recién llegado de china, sin hablar palabra de español, sacó sus clases y sus buenas notas observando cómo trabajaban sus compañeros cuando los profesores no sabíamos cómo hacernos entender… Todos ellos forman parte de un libro de sueños, esfuerzos y superaciones. Es un libro que habla de actitudes de perdón, de trabajo ilusionado, de confianza en alcanzar nuevos horizontes, de amor por la vida…, un libro que tiene cientos de páginas llenas de nombres y apellidos y narra cientos y cientos de relatos. Y este valioso libro debería estar entre los libros de texto de todos los docentes del mundo.
5.No dar a los alumnos segundas, terceras, cuartas… oportunidades
Pienso muchas veces que la vida es un camino. A veces vamos solos y a veces acompañados de unas u otras personas. Hay tramos del camino soleados y luminosos, otros están llenos de brumas y de sombras en la oscuridad. Nos gusta caminar con paso seguro, en llano, con limpieza, pero es inevitable tropezar en ramas y pedregales, meter los pies en charcos cenagosos y mancharnos de barro. Es en esos momentos cuando mi corazón agradece una mano amiga que me ayude a limpiarme, que vuelva a dirigir mis pasos por sitio seguro y que, sobre todo, crea en mí y no juzgue por qué llegué a aquel lugar y a aquella situación. Por eso pienso que cualquier niño o joven que esté en edad de formarse y educarse, merece la mano amiga de su profesor, de su maestro, que con firmeza le vuelva a enseñar lo correcto después de haber caído en el error. Hay niños que todo lo entienden a la primera, incluso se anticipan a lo que el maestro les quiere enseñar. Otros, sin embargo, necesitan una segunda, tercera o cuarta explicación, necesitan que se utilice con ellos otras formas de enseñar, que se practiquen diferentes estrategias y que se adapten las herramientas a sus capacidades. Y todos necesitan comprensión ante sus errores, una mirada de dulzura en los ojos del maestro, una sonrisa de ánimo en la que puedan leer “adelante, la próxima vez saldrá mejor”.
Llegado a este punto releo lo escrito. Es muy denso el contenido expuesto, varios los puntos de reflexión y muchas las actitudes que mejorar. Pienso que lo dicho es aplicable no sólo al mundo de la educación, sino también a innumerables campos profesionales y a numerosas situaciones personales del día a día. Os dejo con el deseo de que todo ello sea de provecho y con la promesa de que en próximos días continuaremos reflexionando sobre las actitudes poco positivas que faltan en esta esperanzadora lista.