Una de esas tardes nuestros amigos nos llevaron hasta la plaza de la Catedral donde, un poco más tarde, saldría por la puerta un paso con la figura de Cristo y posteriormente otro paso con la Virgen.
Después de un rato caminando terminé por sentarme en un banco de la plaza desde el que no se veía la salida de las figuras religiosas porque había una valla que imposibilitaba su visión y que separaba a quienes habían pagado una silla de quienes no la habíamos pagado.
De todo lo que estaba sucediendo solo hubo una cosa que me impresionó sobremanera y fue que al salir el paso de Cristo por la puerta de la catedral, la banda de música que se encontraba allí comenzó a interpretar el himno de España con tal potencia que la onda sonora me golpeó en todo el plexo solar provocando mi emoción, no solo por el himno, que me encanta, sino por la fuerza que la banda imprimía a sus instrumentos. Yo me encontraba a unos 50 metros de esa banda, separada por la valla que hacía de elemento reductor del sonido, pero la energía de esas notas me provocó un sentimiento de difícil definición.
De pronto, toda la plaza se llenó de esos acordes, los gorriones y las palomas salieron volando espantados y pude observar cómo las lágrimas afloraban en los ojos de los presentes, tanto por la música como por las imágenes religiosas.
Sin embargo, tuvimos oportunidad de acercarnos a otras procesiones donde la música que acompañaba a los pasos estaba interpretada por clarines y tambores que, a mi modo de ver, eran bastante poco apropiados para acompañar a unas procesiones donde el fervor estaba presente. Otras procesiones iban acompañadas por bandas de música que interpretaban partituras solemnes.
Música y fervor religioso deben tener un sentido, como lo tiene otro tipo de música que habla de amor o de sinfonías creadas por maestros que se inspiraron en los dioses. Para mí, el himno de la plaza de la Catedral me removió internamente más de lo que yo hubiera pensado
Después de un rato caminando terminé por sentarme en un banco de la plaza desde el que no se veía la salida de las figuras religiosas porque había una valla que imposibilitaba su visión y que separaba a quienes habían pagado una silla de quienes no la habíamos pagado.
De todo lo que estaba sucediendo solo hubo una cosa que me impresionó sobremanera y fue que al salir el paso de Cristo por la puerta de la catedral, la banda de música que se encontraba allí comenzó a interpretar el himno de España con tal potencia que la onda sonora me golpeó en todo el plexo solar provocando mi emoción, no solo por el himno, que me encanta, sino por la fuerza que la banda imprimía a sus instrumentos. Yo me encontraba a unos 50 metros de esa banda, separada por la valla que hacía de elemento reductor del sonido, pero la energía de esas notas me provocó un sentimiento de difícil definición.
De pronto, toda la plaza se llenó de esos acordes, los gorriones y las palomas salieron volando espantados y pude observar cómo las lágrimas afloraban en los ojos de los presentes, tanto por la música como por las imágenes religiosas.
Sin embargo, tuvimos oportunidad de acercarnos a otras procesiones donde la música que acompañaba a los pasos estaba interpretada por clarines y tambores que, a mi modo de ver, eran bastante poco apropiados para acompañar a unas procesiones donde el fervor estaba presente. Otras procesiones iban acompañadas por bandas de música que interpretaban partituras solemnes.
Música y fervor religioso deben tener un sentido, como lo tiene otro tipo de música que habla de amor o de sinfonías creadas por maestros que se inspiraron en los dioses. Para mí, el himno de la plaza de la Catedral me removió internamente más de lo que yo hubiera pensado