Después de ese encuentro se sucedieron otros donde compartimos experiencias y teorías sobre temas de salud. En uno de esos encuentros, durante un almuerzo en Madrid, Fermín me propuso asistir como participante a unos encuentros de terapeutas que se realizaban en un centro de terapias donde los enfermos que asistían eran analizados por los terapeutas presentes siguiendo las técnicas que, al parecer, habían aprendido, del doctor Jorge Carvajal. Las terapias eran muy “científicas” aunque nunca se tocara al paciente, aplicando la técnica mentalmente según el tipo de enfermedad que presentara la persona.
La aplicación de endorfinas, vitaminas, hormonas, etc. se producía mentalmente por los terapeutas allí presentes, algunos de los cuales eran médicos, quienes ocasionalmente pasaban sus manos sobre diferentes partes del cuerpo del paciente en lo que yo definiría como aplicación de energías al cuerpo etérico.
Después de aplicarle la terapia se le decía al paciente que el tratamiento debería seguir en otras ocasiones pero ya no como lo habían estado practicando en esa oportunidad sino a través de los sofisticados aparatos que se encontraban en diferentes habitaciones del centro y que, por su aspecto, debían costar bastante dinero.
A todo esto, mi única función allí era la de observador, habida cuenta de que era la primera vez que asistía a la reunión de terapeutas. Pero, dado que yo estaba siendo observador, me propuse ejercer esa función observando a los pacientes que asistían. Así que después de la terapia aplicada a un joven de unos 20 años, al cual no le dijeron nada acerca de la causa emocional que podría haberle provocado su enfermedad, y cuando estaba en la recepción del centro pagando la consulta, me acerqué a él y le dije: “Ese problema que tienes está relacionado con un mala relación que mantienes con alguien cercano de tu familia, así que te sugiero que si quieres curarte deberías solucionar ese conflicto”. El muchacho me miró asombrado y solo me dijo: “Es con mi tía”, me dio las gracias y salió por la puerta.
En ese momento apareció el dueño del centro que era el que dirigía las terapias y me dijo algo así: “Oye, aquí no venimos a solucionar problemas psicológicos, así que no lo vuelvas a hacer”. Evidentemente no lo volví a hacer, porque ya no volví más a ese centro que era un lugar muy similar a otros donde lo importante era la tecnología y los aparatos, no las causas que provocan las enfermedades y eso que a este centro asistían terapeutas que habían recibido información detallada de las teorías de los doctores Hamer y Carvajal.
Os cuento todo esto, porque la experiencia acumulada con el Diagnóstico Intuitivo, me ha permitido averiguar cómo ayudar a los enfermos a resolver sus enfermedades tan solo cambiando actitudes y resolviendo problemas que les mantenían anclados a procesos de enfermedades, que ni la tecnología ni la química había podido solucionar.
Los seres humanos tenemos la costumbre de creer más en lo que nos cuentan los que creemos que saben, antes que a nuestro propio criterio o a las señales que provienen de nuestro interior. Lamentablemente, el común de los mortales achaca la causa de sus enfermedades a agentes externos: contagios, pandemias provocadas o no, etc. sin reflexionar que muchas de ellas tienen una causa mucho más lógica como es que “la enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza que viene a decirle a quien la padece que algo en su vida no está funcionando correctamente”.
Por consiguiente, amigo lector, tenga en cuenta que la mente humana y nuestro mundo emocional tienen mucho que decir acerca de por qué enfermamos y de cómo podemos recuperar la salud. Tan solo deberíamos tener en cuenta qué es importante y qué es superfluo, aunque bien es cierto que en el término superfluo no se encuentran los aparatos que la ciencia médica ha puesto al servicio del ser humano para diagnosticar sus enfermedades. Sin embargo, la clase médica se ha hecho muy experta en determinar los diagnósticos pero no son tan expertos en el pronóstico acerca de cómo va a evolucionar la enfermedad ya que, en realidad, al decir de algunos médicos avanzados, “no existen las enfermedades sino los enfermos”.
La aplicación de endorfinas, vitaminas, hormonas, etc. se producía mentalmente por los terapeutas allí presentes, algunos de los cuales eran médicos, quienes ocasionalmente pasaban sus manos sobre diferentes partes del cuerpo del paciente en lo que yo definiría como aplicación de energías al cuerpo etérico.
Después de aplicarle la terapia se le decía al paciente que el tratamiento debería seguir en otras ocasiones pero ya no como lo habían estado practicando en esa oportunidad sino a través de los sofisticados aparatos que se encontraban en diferentes habitaciones del centro y que, por su aspecto, debían costar bastante dinero.
A todo esto, mi única función allí era la de observador, habida cuenta de que era la primera vez que asistía a la reunión de terapeutas. Pero, dado que yo estaba siendo observador, me propuse ejercer esa función observando a los pacientes que asistían. Así que después de la terapia aplicada a un joven de unos 20 años, al cual no le dijeron nada acerca de la causa emocional que podría haberle provocado su enfermedad, y cuando estaba en la recepción del centro pagando la consulta, me acerqué a él y le dije: “Ese problema que tienes está relacionado con un mala relación que mantienes con alguien cercano de tu familia, así que te sugiero que si quieres curarte deberías solucionar ese conflicto”. El muchacho me miró asombrado y solo me dijo: “Es con mi tía”, me dio las gracias y salió por la puerta.
En ese momento apareció el dueño del centro que era el que dirigía las terapias y me dijo algo así: “Oye, aquí no venimos a solucionar problemas psicológicos, así que no lo vuelvas a hacer”. Evidentemente no lo volví a hacer, porque ya no volví más a ese centro que era un lugar muy similar a otros donde lo importante era la tecnología y los aparatos, no las causas que provocan las enfermedades y eso que a este centro asistían terapeutas que habían recibido información detallada de las teorías de los doctores Hamer y Carvajal.
Os cuento todo esto, porque la experiencia acumulada con el Diagnóstico Intuitivo, me ha permitido averiguar cómo ayudar a los enfermos a resolver sus enfermedades tan solo cambiando actitudes y resolviendo problemas que les mantenían anclados a procesos de enfermedades, que ni la tecnología ni la química había podido solucionar.
Los seres humanos tenemos la costumbre de creer más en lo que nos cuentan los que creemos que saben, antes que a nuestro propio criterio o a las señales que provienen de nuestro interior. Lamentablemente, el común de los mortales achaca la causa de sus enfermedades a agentes externos: contagios, pandemias provocadas o no, etc. sin reflexionar que muchas de ellas tienen una causa mucho más lógica como es que “la enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza que viene a decirle a quien la padece que algo en su vida no está funcionando correctamente”.
Por consiguiente, amigo lector, tenga en cuenta que la mente humana y nuestro mundo emocional tienen mucho que decir acerca de por qué enfermamos y de cómo podemos recuperar la salud. Tan solo deberíamos tener en cuenta qué es importante y qué es superfluo, aunque bien es cierto que en el término superfluo no se encuentran los aparatos que la ciencia médica ha puesto al servicio del ser humano para diagnosticar sus enfermedades. Sin embargo, la clase médica se ha hecho muy experta en determinar los diagnósticos pero no son tan expertos en el pronóstico acerca de cómo va a evolucionar la enfermedad ya que, en realidad, al decir de algunos médicos avanzados, “no existen las enfermedades sino los enfermos”.