El miedo hace que el ser humano ponga su fe en aquello que tiene más cercano, en lo que la ciencia le propone como dogma absoluto. Sin embargo, la muerte, la enfermedad, la soledad... no encuentra respuestas en la ciencia, porque las respuestas se hallan dentro, en el interior, y es ahí donde se han de encontrar las fuentes de nuestra fe; fe sobre todo en uno mismo, porque uno mismo es el que tiene las respuestas a lo que le está sucediendo y, sobre todo, a cómo está viviendo lo que está viviendo.
El miedo hace que perdamos de vista la estrecha relación que nos une con lo intangible, con aquella energía sutil que forma parte de nosotros y que llamamos Espíritu, Dios o Cosmos. Y es poniéndose en manos de esa energía como podemos encontrar la fuerza que el miedo nos quita.
Cuántas veces hemos encontrado la solución a problemas gravísimos a través de la petición a «lo de arriba» cuando ya hemos renunciado a encontrar la salida a través de los caminos convencionales? No se trata de renunciar a encontrar las respuestas por nuestro propios medios sino en no olvidarse de que la «magia» existe. La magia, ese nexo de unión con lo que está más allá de la lógica y de los sentidos, está presente en nuestra vida como una fuerza a la que podemos acceder cuando la necesitemos pero siempre, claro está, que creamos en su existencia, porque difícilmente podemos dirigirnos a algo o a alguien que no creemos que exista...
Lamentablemente, la sociedad occidental de nuestro mundo está excesivamente mediatizada por lo que percibe a través de sus cinco sentidos y por lo que le cuentan los científicos o los medios de comunicación. Así, es normal que, por ejemplo, a pesar de vivir con intensidad la fe cristiana, cuando surge la desgracia, la muerte o el desamor, el ser humano no encuentre consuelo ni referencias en lo Inmanente que anida en su corazón, sencillamente porque la puerta está cerrada y la llave la tiene el miedo.
Estamos viviendo momentos muy duros, donde se ponen a prueba las creencias, lo que se ha ido construyendo poco a poco como valores forjadores de vuestra personalidad, tanto la interna como la más exterior. Por eso, ahora es el momento de que nos preguntemos: realmente, ¿en qué creo yo?
El miedo hace que perdamos de vista la estrecha relación que nos une con lo intangible, con aquella energía sutil que forma parte de nosotros y que llamamos Espíritu, Dios o Cosmos. Y es poniéndose en manos de esa energía como podemos encontrar la fuerza que el miedo nos quita.
Cuántas veces hemos encontrado la solución a problemas gravísimos a través de la petición a «lo de arriba» cuando ya hemos renunciado a encontrar la salida a través de los caminos convencionales? No se trata de renunciar a encontrar las respuestas por nuestro propios medios sino en no olvidarse de que la «magia» existe. La magia, ese nexo de unión con lo que está más allá de la lógica y de los sentidos, está presente en nuestra vida como una fuerza a la que podemos acceder cuando la necesitemos pero siempre, claro está, que creamos en su existencia, porque difícilmente podemos dirigirnos a algo o a alguien que no creemos que exista...
Lamentablemente, la sociedad occidental de nuestro mundo está excesivamente mediatizada por lo que percibe a través de sus cinco sentidos y por lo que le cuentan los científicos o los medios de comunicación. Así, es normal que, por ejemplo, a pesar de vivir con intensidad la fe cristiana, cuando surge la desgracia, la muerte o el desamor, el ser humano no encuentre consuelo ni referencias en lo Inmanente que anida en su corazón, sencillamente porque la puerta está cerrada y la llave la tiene el miedo.
Estamos viviendo momentos muy duros, donde se ponen a prueba las creencias, lo que se ha ido construyendo poco a poco como valores forjadores de vuestra personalidad, tanto la interna como la más exterior. Por eso, ahora es el momento de que nos preguntemos: realmente, ¿en qué creo yo?