La persona que es capaz de quitar la vida a otra por una cuestión de celos o venganza, el individuo que es capaz de incendiar un bosque matando árboles, plantas, animales y hasta personas, no son otra cosa más que psicópatas que deberían ser tratados como enfermos mentales y no permitirles que volvieran a tener la oportunidad de reincidir.
Quienes apoyan los festejos taurinos con el riesgo que eso supone, además de la muerte injustificada de animales que su único delito es querer defenderse de un martirio... son personas que, siento decirlo, demuestran un grave desprecio por la vida, con el argumento de que esos festejos son parte de la cultura y de la tradición de los pueblos, se produzcan donde se produzcan. De la cultura y de la tradición bárbara diría yo, como lo eran los sacrificios humanos en el circo romano.
¿Os imagináis que siguieran haciéndose peleas entre gladiadores, incluida su muerte, con la gente en las gradas vociferando y pidiendo más sangre? Pues eso es lo que sucede actualmente con los llamados deportes de contacto, como la lucha libre o el boxeo, donde el objetivo es masacrar a otro ser humano…
Otro tanto es lo que sucede en las corridas de toros, donde el torero se juega la vida para satisfacer la necesidad de adrenalina del público y donde éste juzga si el torero ha sido capaz de burlar al toro y de matarlo de una manera, digamos, artística...
Lo de los incendios es otra aberración ¿Cómo se puede justificar por una cuestión económica el daño, muchas veces irreparable, que se causa al medio ambiente y a la ecología? En mi opinión, los causantes que han quemado un bosque a propósito deberían pagarlo no solo con la cárcel, sino también económicamente con todo lo que tienen y trabajando gratuitamente en trabajos sociales, especialmente forestales repoblando lo quemado, además los terrenos calcinados no deberían ser recalificados hasta pasados al menos 30 años o mejor nunca, para eliminar de este modo una de las causas de los incendios que, según nos cuentan, más del 80 por ciento son provocados.
También podría hablar de la caza “deportiva”, no la que se produce de una forma controlada para limitar la expansión de determinadas especies invasoras sino la de los cazadores que salen con su perro a matar conejos o perdices, no para comérselos sino muchas veces para regalárselos a los amigos mostrando con orgullo su puntería. O los que cazan leones, jirafas, búfalos, elefantes o ciervos demostrando con ello que no hemos evolucionado nada en este sentido desde los albores de la humanidad, cuando salíamos con lanza o flechas a buscar el alimento diario, única forma de sobrevivir.
Estas reflexiones no son otra cosa que un desahogo, una expresión de la frustración que siento al ver la locura, el amor mal entendido, los fundamentalismos de un signo o de otro, de oriente o de occidente, del norte o del sur, donde se asesinan indiscriminadamente a cientos de personas cada día o la indiferencia de los dirigentes ante el sufrimiento de las personas a las que dicen representar y cuya preocupación principal es no perder su cuota de poder, por no hablar de las miles de personas que mueren diariamente por falta de alimento o de agua potable.
Afortunadamente, en el contexto general de la sociedad, todas esas manifestaciones de locura no son sino una minoría, un cáncer que tenemos que combatir con nuestro sistema de defensas, que no es otro que la actuación coherente, la manifestación permanente de la ética y los valores, la denuncia de lo que consideremos que atenta contra la dignidad humana o animal y con la expresión de amor a la Vida en todas sus manifestaciones.
Nos estamos jugando el futuro de nuestra especie. Somos capaces de desarrollar tecnologías que nos llevan hasta las estrellas al tiempo que esquilmamos los mares de las especies que los pueblan, incluidas las más cercanas al ser humano, como las ballenas o los delfines. Esto solo demuestra una falta de sensibilidad hacia la vida que nos puede costar muy caro como humanidad. Esperemos que la propia vida no decida que, para que el planeta sobreviva, tiene que desaparecer de su superficie quien le está degradando, es decir, nosotros.
Debemos ser poco transigentes con quienes se han creído dueños y señores de vidas y haciendas, se llamen como se llamen o representen a quienes representen. Nadie es dueño de nadie ni de nada, vinimos a este mundo desnudos y nos iremos desnudos, sin nada más que el balance de nuestros actos, de los que tendremos que responder ante quien corresponda.