Se trata de poner en una mano lo que sabemos y en la otra lo que desconocemos y, de vez en cuando, dar unas palmadas llamando la atención por si a alguien se le ocurre coger lo que necesite en ese momento y darnos lo que nos falte a nosotros. Se trata de mirar a los ojos con pasión y compasión..., de acompañar al que está pasándolo mal sin decirle nada, sólo poniendo la mano sobre su hombro para indicarle que estamos con él, que no está solo, que le apoyamos…
Se trata de reírnos de nuestras meteduras de pata, sobre todo porque gracias a ellas aprendimos a mirar con más tolerancia a los demás. Se trata de hacer lo posible para que las reuniones con compañeros, familiares o amigos sean agradables, sin tensiones y con risas. Se trata de saborear un buen vino durante una buena comida, porque el vino es un vehículo fantástico para establecer comunicación por encima de la mente racional, tomado con moderación, claro.
Se trata de dedicarle tiempo a la lectura, a oír buena música, a mantener conversaciones inteligentes, de esas que no tratan de convencerte de nada y de las que se suele aprender bastante. Se trata de dedicarle tiempo a la relación íntima con la pareja y los hijos, porque ellos deberían conocerte mejor que nadie, única manera en que te podrían echar una mano cuando lo necesites, sobre todo si necesitas apoyo emocional.
Se trata de no obsesionarse más de la cuenta con el aspecto físico, porque lo importante es cómo te sientes por dentro. Se trata de dejarse llevar por la intuición cuando nos relacionemos con alguien por primera vez y por el corazón cuando no sea la primera. Se trata de ser flexible, de no encasquillarse con prejuicios aprendidos de gente miedosa.
Se trata de respetar las opiniones ajenas aunque no coincidan con las nuestras. Se trata de desterrar la violencia de nuestras palabras y actos, de no apoyarse en proclamas ajenas para justificar nuestros posicionamientos políticos o de cualquier otra índole, porque eso se llamaría “abdicracia”, algo que los que mandan saben utilizar muy bien en su propio provecho.
Se trata de agradecer a la vida las oportunidades que tenemos para disfrutar de ella cada día al despertarnos por la mañana. Se trata de agradecer también a nuestros mayores las enseñanzas que se derivan de su experiencia, un valor incalculable en estos días de aislamiento obligatorio. Se trata de no rechazar a nadie por su aspecto, religión o nacionalidad.
Se trata de cuidar el planeta donde vivimos, aunque solo sean los tiestos del balcón, de los animales que conviven con nosotros, de los niños que están dando sus primeros pasos por un mundo que desconocen y de los ancianos que, al igual que los niños, necesitan que alguien les guíe cuando se desorientan en un mundo que cambia a una gran velocidad.
Se trata de no olvidarse de que somos seres espirituales que estamos viviendo una experiencia humana y, como tal, finita. Que hemos sembrado lo que somos, hemos cultivado nuestra personalidad, con sus errores y sus aciertos, y hemos cosechado lo que hemos sembrado y cultivado y no otra cosa, así que no le pidamos peras al olmo, porque aunque no nos guste lo que cosechamos, a fin de cuentas es lo que hemos sembrado. Y si no nos gusta, todavía estamos a tiempo de sembrar lo que nos haga más felices.
Se trata, en fin, de ser mejores cada día. De que mientras estemos vivos tenemos la oportunidad de recuperar lo que creíamos perdido, de que sin darnos cuenta estamos influyendo en lo y los que nos rodean, así que observemos lo que hacemos con compasión hacia los demás y hacia nosotros mismos y tratemos de hablar poco y decir mucho con nuestros actos.
Se trata de reírnos de nuestras meteduras de pata, sobre todo porque gracias a ellas aprendimos a mirar con más tolerancia a los demás. Se trata de hacer lo posible para que las reuniones con compañeros, familiares o amigos sean agradables, sin tensiones y con risas. Se trata de saborear un buen vino durante una buena comida, porque el vino es un vehículo fantástico para establecer comunicación por encima de la mente racional, tomado con moderación, claro.
Se trata de dedicarle tiempo a la lectura, a oír buena música, a mantener conversaciones inteligentes, de esas que no tratan de convencerte de nada y de las que se suele aprender bastante. Se trata de dedicarle tiempo a la relación íntima con la pareja y los hijos, porque ellos deberían conocerte mejor que nadie, única manera en que te podrían echar una mano cuando lo necesites, sobre todo si necesitas apoyo emocional.
Se trata de no obsesionarse más de la cuenta con el aspecto físico, porque lo importante es cómo te sientes por dentro. Se trata de dejarse llevar por la intuición cuando nos relacionemos con alguien por primera vez y por el corazón cuando no sea la primera. Se trata de ser flexible, de no encasquillarse con prejuicios aprendidos de gente miedosa.
Se trata de respetar las opiniones ajenas aunque no coincidan con las nuestras. Se trata de desterrar la violencia de nuestras palabras y actos, de no apoyarse en proclamas ajenas para justificar nuestros posicionamientos políticos o de cualquier otra índole, porque eso se llamaría “abdicracia”, algo que los que mandan saben utilizar muy bien en su propio provecho.
Se trata de agradecer a la vida las oportunidades que tenemos para disfrutar de ella cada día al despertarnos por la mañana. Se trata de agradecer también a nuestros mayores las enseñanzas que se derivan de su experiencia, un valor incalculable en estos días de aislamiento obligatorio. Se trata de no rechazar a nadie por su aspecto, religión o nacionalidad.
Se trata de cuidar el planeta donde vivimos, aunque solo sean los tiestos del balcón, de los animales que conviven con nosotros, de los niños que están dando sus primeros pasos por un mundo que desconocen y de los ancianos que, al igual que los niños, necesitan que alguien les guíe cuando se desorientan en un mundo que cambia a una gran velocidad.
Se trata de no olvidarse de que somos seres espirituales que estamos viviendo una experiencia humana y, como tal, finita. Que hemos sembrado lo que somos, hemos cultivado nuestra personalidad, con sus errores y sus aciertos, y hemos cosechado lo que hemos sembrado y cultivado y no otra cosa, así que no le pidamos peras al olmo, porque aunque no nos guste lo que cosechamos, a fin de cuentas es lo que hemos sembrado. Y si no nos gusta, todavía estamos a tiempo de sembrar lo que nos haga más felices.
Se trata, en fin, de ser mejores cada día. De que mientras estemos vivos tenemos la oportunidad de recuperar lo que creíamos perdido, de que sin darnos cuenta estamos influyendo en lo y los que nos rodean, así que observemos lo que hacemos con compasión hacia los demás y hacia nosotros mismos y tratemos de hablar poco y decir mucho con nuestros actos.