En ese contexto cargado de experiencias es en donde se logra comprender el sentido que tiene la vida humana, siendo los errores cometidos la expresión de los límites que aún portamos. Unos límites físicos, mentales y psicológicos que van desapareciendo en la medida que toda la humanidad, en su conjunto, adquiere consciencia de quién es.
Poco a poco, a través de los siglos y de los milenios, la humanidad despierta al conocimiento de sí misma e incorpora a su consciencia el bagaje que colectivamente va adquiriendo, gracias a lo que vive y al empeño que pone en sus búsquedas de sentido.
Sus errores, motivados por su ignorancia, su ceguera y sus pocos recursos o habilidades, son también partes integrantes y necesarias de un proceso de superación de niveles de consciencia, que le lleva a alcanzar otro estadio, cada vez más luminoso, de desarrollo espiritual.
Poco a poco, a través de los siglos y de los milenios, la humanidad despierta al conocimiento de sí misma e incorpora a su consciencia el bagaje que colectivamente va adquiriendo, gracias a lo que vive y al empeño que pone en sus búsquedas de sentido.
Sus errores, motivados por su ignorancia, su ceguera y sus pocos recursos o habilidades, son también partes integrantes y necesarias de un proceso de superación de niveles de consciencia, que le lleva a alcanzar otro estadio, cada vez más luminoso, de desarrollo espiritual.
La perspectiva que se necesita adoptar
Aceptar con humildad los límites que ha tenido y que sigue teniendo la humanidad; el dolor que se ha inferido a sí misma y a los otros seres vivos; la destrucción que ha originado en su medio, queriendo transformarlo a imagen y semejanza del nivel de percepción y de interpretación de la realidad que había alcanzado en cada instante, es situarse ante sí misma para apreciar, con mayor capacidad, los nuevos retos a plantearse. También tomando consciencia del lejano horizonte que se mueve en la permanente lejanía, indicándole el largo y difícil camino que aún le queda por recorrer, en un contexto de eternidad.
En lo individual, la mujer y el hombre han de aceptar los errores cometidos y el dolor inferido a los otros y a sí mismos en cada una de las etapas recorridas. Eso les llevará a comprender que las limitaciones con las que han actuado, las propias y las del contexto en las que se movían eran, asimismo, los estímulos que les empujaban a seguir transformando la realidad, impulsado o impulsada por un anhelo interior que contaba con su ceguera para, de alguna manera, materializarse y crear nuevas realidades que propiciaran un avanzar hacia nuevas condiciones de vida, para sí y para la sociedad en la que en ese instante vivía, contando siempre con la temporalidad de su existencia y con las habilidades y herramientas heredadas o renovadas.
Aceptar todo ello me llevará a reconocerme como un participante más de una orquesta que intenta armonizar los instrumentos y componer una bella melodía, para lo que se requiere: saber lo que persigue como orquesta; crear los instrumentos; afinar sus sonidos; dejarse guiar por la directora de la orquesta -la vida y sus leyes-; aceptar la aportación genuina de cada uno de los miembros que la integran, esperando pacientemente a que se armonicen alrededor del mismo objetivo. Todo ello llevará a comprender que sólo dejándose conducir por el amor a las creaciones, harán de éstas una obra digna de tanto empeño, a través de tantos eones de tiempo.
En lo individual, la mujer y el hombre han de aceptar los errores cometidos y el dolor inferido a los otros y a sí mismos en cada una de las etapas recorridas. Eso les llevará a comprender que las limitaciones con las que han actuado, las propias y las del contexto en las que se movían eran, asimismo, los estímulos que les empujaban a seguir transformando la realidad, impulsado o impulsada por un anhelo interior que contaba con su ceguera para, de alguna manera, materializarse y crear nuevas realidades que propiciaran un avanzar hacia nuevas condiciones de vida, para sí y para la sociedad en la que en ese instante vivía, contando siempre con la temporalidad de su existencia y con las habilidades y herramientas heredadas o renovadas.
Aceptar todo ello me llevará a reconocerme como un participante más de una orquesta que intenta armonizar los instrumentos y componer una bella melodía, para lo que se requiere: saber lo que persigue como orquesta; crear los instrumentos; afinar sus sonidos; dejarse guiar por la directora de la orquesta -la vida y sus leyes-; aceptar la aportación genuina de cada uno de los miembros que la integran, esperando pacientemente a que se armonicen alrededor del mismo objetivo. Todo ello llevará a comprender que sólo dejándose conducir por el amor a las creaciones, harán de éstas una obra digna de tanto empeño, a través de tantos eones de tiempo.
Nos guían las huellas de los que nos antecedieron
No está, por ahora, en nuestras manos la dirección de los procesos, el curar las heridas, el compensar a los otros de sus pérdidas. Lo único que podemos hacer es reconocer nuestros errores, sabernos guiados instintivamente por un objetivo que desconocemos, aunque intentemos darle nombre y justificarlo a través de la materialización de utopías.
Sólo la historia valorará los resultados y sacará de ellos los saberes necesarios para seguir aprendiendo. A nosotros nos corresponde aceptarnos en nuestros límites, ofrecer con humildad nuestras huellas para que el camino sea menos pedregoso para los que lo retomarán; amar la vida por la oportunidad que nos ha dado y pedir perdón por el daño que hayamos podido causar. Entregando nuestro amor a todos y nuestro respeto y reconocimiento por la generosa y confiada entrega a la vida, hecha en cada uno de los ciegos intentos de responder ante los problemas, aquellos que nos evidenciaban las limitaciones que portábamos como humanos, en cada tiempo.
La comprensión de nuestros límites no nos ha de llevar a culpabilizarnos. Ese sentimiento limita nuestros horizontes. Somos responsables de nuestros actos, con arreglo al conocimiento que hemos adquirido. Lo que nos sucede no es, necesariamente, el efecto de un castigo por nuestras culpas, sino la realidad creada por nuestras limitaciones. En la medida que vamos aprendiendo a actuar -gracias a la comprensión que vamos adquiriendo sobre lo que trasciende alrededor de las experiencias de esta humanidad, conforme a las leyes universales que se van desplegando con nuestro despertar-, gracias a ello se van corrigiendo los efectos destructivos y no deseados sobre nuestra vida y toda la vida de la Tierra.
Así pues, aceptando el momento que vivimos, miremos esperanzados el horizonte humano sabiendo que la salida de la oscura cueva siempre está orientada hacia la luz, una luz que nos indica el amanecer. Y hacia él nos dirigimos todos, consciente o inconscientemente, con nuestro equipaje cargado de amorosos empeños.
Sólo la historia valorará los resultados y sacará de ellos los saberes necesarios para seguir aprendiendo. A nosotros nos corresponde aceptarnos en nuestros límites, ofrecer con humildad nuestras huellas para que el camino sea menos pedregoso para los que lo retomarán; amar la vida por la oportunidad que nos ha dado y pedir perdón por el daño que hayamos podido causar. Entregando nuestro amor a todos y nuestro respeto y reconocimiento por la generosa y confiada entrega a la vida, hecha en cada uno de los ciegos intentos de responder ante los problemas, aquellos que nos evidenciaban las limitaciones que portábamos como humanos, en cada tiempo.
La comprensión de nuestros límites no nos ha de llevar a culpabilizarnos. Ese sentimiento limita nuestros horizontes. Somos responsables de nuestros actos, con arreglo al conocimiento que hemos adquirido. Lo que nos sucede no es, necesariamente, el efecto de un castigo por nuestras culpas, sino la realidad creada por nuestras limitaciones. En la medida que vamos aprendiendo a actuar -gracias a la comprensión que vamos adquiriendo sobre lo que trasciende alrededor de las experiencias de esta humanidad, conforme a las leyes universales que se van desplegando con nuestro despertar-, gracias a ello se van corrigiendo los efectos destructivos y no deseados sobre nuestra vida y toda la vida de la Tierra.
Así pues, aceptando el momento que vivimos, miremos esperanzados el horizonte humano sabiendo que la salida de la oscura cueva siempre está orientada hacia la luz, una luz que nos indica el amanecer. Y hacia él nos dirigimos todos, consciente o inconscientemente, con nuestro equipaje cargado de amorosos empeños.
Alicia Montesdeoca Rivero