Las lecciones de la vida
Hace unos días bajé a despedirme de mi paisaje favorito a la orilla del mar porque regresaba a Madrid. Estaba en mi cómoda hamaca, había poca gente en la playa, y me sentía tan afortunada de poder contemplar ese maravilloso mar, a ratos casi en estado catatónico, a ratos con una relajación consciente de conexión con la naturaleza, a ratos con el amor a flor de piel por ese inmenso océano y con la nostalgia anticipada del que sabe que no lo verá en meses… Y en ese estado de placer ¡Vaya hombre! Llegó un grupito de jóvenes y se me puso detrás. “Con lo grande que es la playa” -pensé.
Un chico del grupo cogió una tabla y su remo y se metió al agua. Comenzó a remar y enseguida algo se engancho en el remo, lo levanto, desde la orilla me pareció un trozo de plástico, lo subió a su tabla, volvió a meter el remo en el agua una vez, dos y comenzó a mirar a su alrededor y cogió otro plástico y volvió a subirlo a su tabla, luego otro y otro más. Ya no avanzaba hacia dentro sino en paralelo a la orilla, de rodillas en su tabla, iba y venía recogiendo con su remo todos los restos ajenos al mar que se iba encontrando.
En 15 minutos había recogido un enorme montón de basura. Desde el mar, con un pequeño silbido, alertó al grupo y otro joven se metió al agua para ayudarle a sacar la tabla. Me volví para ver qué hacían y vi que entre los dos llevaron la tabla al contenedor de basura que hay a la entrada de la playa y la descargaron. ¡Vaya lección me habían dado!
Me baño a diario cuando estoy allí, hay días que tres o cuatro veces, y nunca ha hecho nada parecido. Si veo el mar un poco sucio camino por la orilla hasta localizar una zona más limpia y apetecible. Si aún así me encuentro algún “ente” molesto lo alejo moviendo el agua con mis manos, en un gesto muy conocido y muy visto lamentablemente en nuestras playas.
El joven con su tabla volvió a pasar por mi lado camino del agua y le dije: “Te mereces un aplauso, si todos hiciéramos lo mismo que tu acabas de hacer las playas estarían en otro estado”. Y me contestó sonriendo: “Bueno, hay que colaborar”.
Y ahí me dejó, pensando en lo que yo no hago.
Un chico del grupo le pidió entonces la tabla y él respondió que se la dejaría dentro de 15 minutos que tenía que ir a trabajar. Esta vez se metió bien al fondo a remar. Ósea tenía solo media hora para hacer su ejercicio y dedicó la mitad de su tiempo a recoger los vertidos del mar.
¡Ahí queda eso! Y yo había estado en mi hamaca como una reina día tras día.
Me fui a dar el segundo baño y estaba el mar limpísimo, no tenía nada que ver con el estado que tenía cuando me había bañado la primera vez, antes de llegar los jóvenes.
Un chico del grupo cogió una tabla y su remo y se metió al agua. Comenzó a remar y enseguida algo se engancho en el remo, lo levanto, desde la orilla me pareció un trozo de plástico, lo subió a su tabla, volvió a meter el remo en el agua una vez, dos y comenzó a mirar a su alrededor y cogió otro plástico y volvió a subirlo a su tabla, luego otro y otro más. Ya no avanzaba hacia dentro sino en paralelo a la orilla, de rodillas en su tabla, iba y venía recogiendo con su remo todos los restos ajenos al mar que se iba encontrando.
En 15 minutos había recogido un enorme montón de basura. Desde el mar, con un pequeño silbido, alertó al grupo y otro joven se metió al agua para ayudarle a sacar la tabla. Me volví para ver qué hacían y vi que entre los dos llevaron la tabla al contenedor de basura que hay a la entrada de la playa y la descargaron. ¡Vaya lección me habían dado!
Me baño a diario cuando estoy allí, hay días que tres o cuatro veces, y nunca ha hecho nada parecido. Si veo el mar un poco sucio camino por la orilla hasta localizar una zona más limpia y apetecible. Si aún así me encuentro algún “ente” molesto lo alejo moviendo el agua con mis manos, en un gesto muy conocido y muy visto lamentablemente en nuestras playas.
El joven con su tabla volvió a pasar por mi lado camino del agua y le dije: “Te mereces un aplauso, si todos hiciéramos lo mismo que tu acabas de hacer las playas estarían en otro estado”. Y me contestó sonriendo: “Bueno, hay que colaborar”.
Y ahí me dejó, pensando en lo que yo no hago.
Un chico del grupo le pidió entonces la tabla y él respondió que se la dejaría dentro de 15 minutos que tenía que ir a trabajar. Esta vez se metió bien al fondo a remar. Ósea tenía solo media hora para hacer su ejercicio y dedicó la mitad de su tiempo a recoger los vertidos del mar.
¡Ahí queda eso! Y yo había estado en mi hamaca como una reina día tras día.
Me fui a dar el segundo baño y estaba el mar limpísimo, no tenía nada que ver con el estado que tenía cuando me había bañado la primera vez, antes de llegar los jóvenes.
La vida y el universo te devuelven lo que das
Volví a mi hamaca y el joven estaba recogiendo para irse cuando le oí llamar al amigo que estaba en el agua con su tabla. El otro se acercó, él entró un poco en el agua y le dijo en voz alta: “Mira por favor a ver si ves mi reloj rojo, lo he perdido, pero flota, ha debido ser cuando estuve limpiando más acá, no tan al fondo”. El chico se acercó un poco más a la orilla y se puso a buscarlo, pero le dijo: “Difícil va a ser encontrarlo”.
Yo pensaba que era una pena que hubiera perdido su reloj. “No puede ser. Después de cómo ha limpiado el mar. Debería de encontrarlo” -me repetía a mí misma. El joven no dejaba de sonreír y repetía que tenía fe en que lo iba a encontrar porque flotaba y al ser rojo se vería muy bien.
El joven del reloj entró al agua tranquilo y sonriendo y se puso a buscarlo por donde había estado recogiendo la basura. Era una extensión enorme y con el movimiento de las olas iba a ser difícil. Me distraje no sé con qué pensamientos y al poco, cuando ya había decidido meterme para ayudarle a buscar su reloj, lo vi salir del agua con el reloj rojo en la muñeca. Le dije “¡Lo has encontrado, que bien!”. Y él me contestó: “Si, me lo ha devuelto el mar”. “Es lo justo, tú has limpiado el mar y él te devuelve tu reloj” -contesté yo. El joven se marchó a trabajar, pero su gesta se quedó conmigo.
Yo pensaba que era una pena que hubiera perdido su reloj. “No puede ser. Después de cómo ha limpiado el mar. Debería de encontrarlo” -me repetía a mí misma. El joven no dejaba de sonreír y repetía que tenía fe en que lo iba a encontrar porque flotaba y al ser rojo se vería muy bien.
El joven del reloj entró al agua tranquilo y sonriendo y se puso a buscarlo por donde había estado recogiendo la basura. Era una extensión enorme y con el movimiento de las olas iba a ser difícil. Me distraje no sé con qué pensamientos y al poco, cuando ya había decidido meterme para ayudarle a buscar su reloj, lo vi salir del agua con el reloj rojo en la muñeca. Le dije “¡Lo has encontrado, que bien!”. Y él me contestó: “Si, me lo ha devuelto el mar”. “Es lo justo, tú has limpiado el mar y él te devuelve tu reloj” -contesté yo. El joven se marchó a trabajar, pero su gesta se quedó conmigo.
La importancia de los pequeños gestos
Dejémonos contagiar de las pequeñas buenas acciones que la vida nos muestra a diario si observamos con atención.
No tengo tabla ni remo, pero si manos y voluntad, así que he decidido que cuando vuelva a la playa voy a comprarme una redecilla verde con un palo, de esas que usan los niños para pescar y coger medusas. No es cara, no pesa y no abulta en mi bolsa de playa. Así cada vez que me bañe podré dedicar unos minutos a limpiar el trocito de mar que tengo delante, llevando la basura al contenedor.
Quiero ayudar a multiplicar la gesta de ese joven. Podemos contagiarnos de esa actitud y ser conscientes de que todos podemos cambiar nuestro pequeño entorno, nuestro trocito de mar o de montaña, o de ciudad, con detalles pequeños que si adoptamos muchos acaban siendo muy grandes.
Con esta actitud de atención a la vida tenemos lecciones a diario y podemos darnos cuenta de que todos somos aptos para realizar pequeñas o grandes gestas. No dejemos todas para los demás y hagamos cada uno la nuestra.
Y, ya puestos a cambiar, porqué no cambiar nuestras vibraciones, elevándolas, y nuestra alegría, y nuestra energía, con sentimientos positivos para todos, y nuestro amor, para que florezca y sea percibido por cuantos nos rodean, especialmente por aquellos a quienes no caemos bien o aquellos que no nos ven. ¡Podemos hacer tanto desde nosotros mismos! Pero de esto podemos hablar otro día, si ésta primera colaboración mía os gusta y resulta útil.
No tengo tabla ni remo, pero si manos y voluntad, así que he decidido que cuando vuelva a la playa voy a comprarme una redecilla verde con un palo, de esas que usan los niños para pescar y coger medusas. No es cara, no pesa y no abulta en mi bolsa de playa. Así cada vez que me bañe podré dedicar unos minutos a limpiar el trocito de mar que tengo delante, llevando la basura al contenedor.
Quiero ayudar a multiplicar la gesta de ese joven. Podemos contagiarnos de esa actitud y ser conscientes de que todos podemos cambiar nuestro pequeño entorno, nuestro trocito de mar o de montaña, o de ciudad, con detalles pequeños que si adoptamos muchos acaban siendo muy grandes.
Con esta actitud de atención a la vida tenemos lecciones a diario y podemos darnos cuenta de que todos somos aptos para realizar pequeñas o grandes gestas. No dejemos todas para los demás y hagamos cada uno la nuestra.
Y, ya puestos a cambiar, porqué no cambiar nuestras vibraciones, elevándolas, y nuestra alegría, y nuestra energía, con sentimientos positivos para todos, y nuestro amor, para que florezca y sea percibido por cuantos nos rodean, especialmente por aquellos a quienes no caemos bien o aquellos que no nos ven. ¡Podemos hacer tanto desde nosotros mismos! Pero de esto podemos hablar otro día, si ésta primera colaboración mía os gusta y resulta útil.