Hay quienes, ante la más mínima dificultad, optan por sentarse a la vera del camino a esperar tiempos mejores. Son los cómodos, esos que sólo se mueven cuando les llevan o cuando les empujan. Por contra, hay personas que se crecen ante los retos, ante las dificultades, poniéndose a prueba constantemente. Estos son los que viven con la urgencia vital, con la necesidad de comprobar que están vivos, con el sentimiento de que sólo serán valorados si demuestran constantemente sus capacidades. Muchos de ellos visitan con frecuencia los hospitales.
Hay unos terceros que opinan, siempre opinan, pero nunca actúan. Son aquellos que tienen respuesta para todo, saben de todo y mucho, pero debajo de esa «cultura» no hay sabiduría, porque ésta se adquiere poniendo en práctica los conocimientos adquiridos. Hay muchos políticos encuadrados en esta tercera tipología.
Por último, encontramos a aquellos que hablan poco y sonríen mucho. Se distinguen porque siempre tienen alrededor o detrás de ellos a un grupo de personas que les miran con arrobo, con pasión, poniendo en sus caras una sonrisa beatífica a la espera de que el «maestro» se digne mirarles o sonreírles. Generalmente, estos «maestros» hablan poco porque saben poco y porque, además, no saben como hacerlo para que le entiendan todos.
Al margen -lógicamente-, están ciertos marginados. Esos que sintieron desde siempre que su papel no estaba en seguir la corriente y fueron durante mucho tiempo rechazados por los poderes fácticos. Hoy día los marginados son legión. Mañana ya no habrá, por fin, marginados.
Hay unos terceros que opinan, siempre opinan, pero nunca actúan. Son aquellos que tienen respuesta para todo, saben de todo y mucho, pero debajo de esa «cultura» no hay sabiduría, porque ésta se adquiere poniendo en práctica los conocimientos adquiridos. Hay muchos políticos encuadrados en esta tercera tipología.
Por último, encontramos a aquellos que hablan poco y sonríen mucho. Se distinguen porque siempre tienen alrededor o detrás de ellos a un grupo de personas que les miran con arrobo, con pasión, poniendo en sus caras una sonrisa beatífica a la espera de que el «maestro» se digne mirarles o sonreírles. Generalmente, estos «maestros» hablan poco porque saben poco y porque, además, no saben como hacerlo para que le entiendan todos.
Al margen -lógicamente-, están ciertos marginados. Esos que sintieron desde siempre que su papel no estaba en seguir la corriente y fueron durante mucho tiempo rechazados por los poderes fácticos. Hoy día los marginados son legión. Mañana ya no habrá, por fin, marginados.