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No es oro todo lo que reluce



Luis Arribas Mercado

15/12/2024

En las relaciones humanas, existe la fea costumbre de tomar decisiones por otro al que no consideramos capaz de hacerlo o, en su defecto, en influir a los demás para que tomen decisiones que corresponden al criterio del inductor.



Gato por liebre

En este sentido, hay una frase que me gusta repetir en determinadas ocasiones: »Nadie tiene el derecho de equivocarse por otro». Y lamentablemente esto ocurre con demasiada frecuencia, sobre todo en las relaciones familiares, porque a los mayores nos encanta que los demás hagan caso a la “voz de la experiencia”, sin darnos cuenta de que esa experiencia solo debe circunscribirse a cuestiones como la filosofía de vida y no tanto a cómo deben enfrentarse los problemas que aparecen en la actualidad, que corresponden a otro tipo de circunstancias y motivaciones y que, probablemente, no se parecen en nada a las que vivimos en nuestra juventud, por ejemplo.
 
Y en el tema que nos ocupa, que es el de las decisiones que toman por nosotros, nos hemos acostumbrado a que nos den “gato por liebre” en casi todo: en política, en economía, en sanidad, en educación… Creemos que compramos algo que parece estupendo, como la fruta, por ejemplo, y nos encontramos que a los dos días se ha estropeado, o no sabe a nada. Compramos un electrodoméstico y al poco tiempo se ha estropeado y cuesta más arreglarlo que comprar uno nuevo; votamos a un determinado partido político y, de pronto, empieza a legislar en contra de su propio programa electoral; tenemos asumido que el Papa es el vicario de Cristo en la Tierra y, un día, nos caemos del guindo y vemos la verdadera dimensión que ha tomado esa vicaría…
 
A la hora de influir en las decisiones ajenas, la publicidad es el paradigma perfecto. Yo trabajé durante años en publicidad donde participé con mayor o menor fortuna en los diferentes departamentos, y donde pude comprobar que la publicidad es, en muchos casos, el arte de vender »gato por liebre». No obstante, también pude comprobar que ese tipo de publicidad tarde o temprano “enseñaba sus costuras” y, al poco tiempo, perdían su credibilidad y el producto o la marca desaparecían del mercado.
 
Sin embargo, la inducción a la compra es una especialidad de las tiendas regentadas por chinos. Ellos no hacen publicidad al uso, sino que su influencia está basada en el precio de sus productos. Muchas de las cosas que venden son baratas pero suelen durar un suspiro, pero eso es algo que tenemos asumido porque ¡con lo poco que cuestan…! Eso es lo que solemos decir sin tener en cuenta que, como dice la sabiduría popular: »lo barato siempre sale caro». La economía china ha florecido porque ha sido capaz de abaratar los costes de producción a costa de rebajar la calidad de la materia prima con la que fabrican sus productos. Compramos en las tiendas chinas a sabiendas de que estamos comprando un gato con pinta de liebre y nadie puede llamarse a engaño.
 
Mi padre me enseñó a saborear un buen café y como elegir los melones y las sandías. A él le gustaba comprar los melones en los puestos que ponían en las calles y normalmente no se fiaba de los que le ofrecía el melonero sino que prefería elegirlos él, así si se equivocaba no tenía que echarle la culpa a nadie. Cuando el melonero insistía en que se llevara un determinado melón, él le obligaba a “calarlo” para comprobar que, efectivamente, se trataba de un melón digno de ser llevado a la mesa. Yo le vi rechazar más de uno y más de dos, así que los meloneros tenían sumo cuidado en los melones que le ofrecían. Como consecuencia, a mí no hay cosa que más rabia me dé que, siguiendo las indicaciones del frutero, abrir una sandía o un melón y encontrar que no saben a nada, están maduros pero no saben a nada, algo desgraciadamente que sucede con mucha frecuencia en nuestros días, sin poder hacer otra cosa más que lamentarme. Por eso, en la frutería de mi pueblo no dejo que sea el frutero el que elija mi fruta, porque no “dejo que se equivoque por mí”.
 
Seguramente, muchos de vosotros habréis vivido en propias carnes la sensación de haber recibido gato por liebre: en las reformas de la casa que siempre te cuestan el doble de lo previsto, en el apartamento de la playa que habéis alquilado para pasar las vacaciones, en el coche de segunda mano que »era un chollo»… La lista puede ser muy larga y, probablemente, el servicio de reclamaciones de la institución correspondiente estará lleno de quejas pero que, generalmente, todo termina en frustración. Lo bueno que da la experiencia es que aprendemos de los errores y ya no solemos repetir las mismas equivocaciones… pero seguimos comprando en los chinos.
 
En fin, que nada es lo que parece salvo los sentimientos que somos capaces de generar hacia otros seres humanos y por extensión hacia todos los seres vivos. El amor, cuando está exento de egoísmo, es de las pocas cosas que podemos llamar verdaderas, porque si amamos con condiciones, esperando reciprocidad, es cuando empieza a enturbiarse ese sentimiento y entonces adquiere el calificativo de »relativo». El amor incondicional es muy raro de encontrar fuera de la familia, el amor a los hijos sobre todo, pero es la única vía que tiene el ser humano para andar con confianza por la vida, si no ¿qué nos queda?




              



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