Cuando hablamos sobre las cosas que nos suceden en el día a día, nuestra mente trata de controlar nuestro discurso y lo acomodamos a lo que nuestro interlocutor debe o no debe saber sobre lo que nos preocupa. Se trata de un mecanismo de defensa que es como el hecho de abrir un grifo y dejar que salga por él solo el volumen de agua que creamos adecuado en ese momento. De hecho, hay personas que, por ahorrar agua, son capaces de pasar sed, que es tanto como decir que son capaces de inhibir sus emociones bajo el pretexto de que “a nadie le importa lo que pienso o lo que siento” y eso les puede llevar a la deshidratación o a la “momificación” emocional, donde ya no puedan mostrar sus necesidades afectivas al haberse bloqueado el grifo…
Cada día surgen más informaciones, apoyadas en la Psicología, sobre el hecho de que el agua es por donde navegan nuestras emociones, las que se movieron durante el día, las que se «salieron un poco de madre», ésas no suelen expresarse en las conversaciones más que como un: «me enfadé mucho cuando me dijo...», por ejemplo, pero ya carentes de la emocionalidad generada cuando sucedió la discusión.
Esas son aguas superficiales, que suelen estar controladas. Aguas que forman parte de nuestro mundo emocional, como también lo forman esas otras aguas que no vemos y que, de vez en cuando, nos sorprenden haciéndonos decir lo que no queremos y tampoco de la forma en que queremos decirlo. Esas son aguas subterráneas que se conectan con nuestra parte más visceral, con nuestro cerebro de reptil, mientras que las otras, las superficiales, forman parte del patrimonio de nuestros sistemas límbico y racional.
Esas aguas subterráneas pueden formar ríos tumultuosos, lagos inmensos o manantiales suaves pero solo hay una forma de controlarlas y que sean útiles y no destruyan relaciones, patrimonios y personas, y esa forma es haciendo un pozo, es decir, penetrando en nuestro interior para reconocer esas aguas que todos llevamos dentro, no rechazarlas porque forman parte de nuestra personalidad, aunque no nos guste cuando afloran como un geiser. Hay que mirarlas, reconocerlas, aceptarlas y convertirlas en esos aspectos de la personalidad que nos dan fuerza para emprender nuevos retos, de la misma manera que el pozo extrae del subsuelo el agua que luego sirve para regar huertos.
En el mundo de las energías se maneja el hecho de que en el sistema de chacras hay uno especialmente, el segundo, que está relacionado con el agua. Es un chacra al que le llaman gonadal, esplénico o sacro y regula elementos de nuestro organismo relacionados con líquidos, como la vejiga, los intestinos y las gónadas. También está relacionado con la sexualidad, fuente inagotable de reacciones emocionales. La relación entre nuestra mente, nuestras energías vitales y nuestro organismo necesita un vehículo que les permita relacionarse y ese vehículo es el agua.
Un consejo útil: “Revisa las aguas superficiales que te ayudan a enfrentarte a los problemas que surgen cada día, canalízalas, hazlas útiles y luego cava un pozo y aprovecha tus otras aguas, las viscerales, canalízalas, eso te hará la vida más sencilla, más saludable y más fructífera”.
Cada día surgen más informaciones, apoyadas en la Psicología, sobre el hecho de que el agua es por donde navegan nuestras emociones, las que se movieron durante el día, las que se «salieron un poco de madre», ésas no suelen expresarse en las conversaciones más que como un: «me enfadé mucho cuando me dijo...», por ejemplo, pero ya carentes de la emocionalidad generada cuando sucedió la discusión.
Esas son aguas superficiales, que suelen estar controladas. Aguas que forman parte de nuestro mundo emocional, como también lo forman esas otras aguas que no vemos y que, de vez en cuando, nos sorprenden haciéndonos decir lo que no queremos y tampoco de la forma en que queremos decirlo. Esas son aguas subterráneas que se conectan con nuestra parte más visceral, con nuestro cerebro de reptil, mientras que las otras, las superficiales, forman parte del patrimonio de nuestros sistemas límbico y racional.
Esas aguas subterráneas pueden formar ríos tumultuosos, lagos inmensos o manantiales suaves pero solo hay una forma de controlarlas y que sean útiles y no destruyan relaciones, patrimonios y personas, y esa forma es haciendo un pozo, es decir, penetrando en nuestro interior para reconocer esas aguas que todos llevamos dentro, no rechazarlas porque forman parte de nuestra personalidad, aunque no nos guste cuando afloran como un geiser. Hay que mirarlas, reconocerlas, aceptarlas y convertirlas en esos aspectos de la personalidad que nos dan fuerza para emprender nuevos retos, de la misma manera que el pozo extrae del subsuelo el agua que luego sirve para regar huertos.
En el mundo de las energías se maneja el hecho de que en el sistema de chacras hay uno especialmente, el segundo, que está relacionado con el agua. Es un chacra al que le llaman gonadal, esplénico o sacro y regula elementos de nuestro organismo relacionados con líquidos, como la vejiga, los intestinos y las gónadas. También está relacionado con la sexualidad, fuente inagotable de reacciones emocionales. La relación entre nuestra mente, nuestras energías vitales y nuestro organismo necesita un vehículo que les permita relacionarse y ese vehículo es el agua.
Un consejo útil: “Revisa las aguas superficiales que te ayudan a enfrentarte a los problemas que surgen cada día, canalízalas, hazlas útiles y luego cava un pozo y aprovecha tus otras aguas, las viscerales, canalízalas, eso te hará la vida más sencilla, más saludable y más fructífera”.