Se sabe que las personas con buen humor viven más años y con mejor calidad de vida y de salud que quienes se pasan la vida protestando, sintiéndose víctimas, cabreados nada más levantarse por la mañana, como si el mundo fuera culpable de su incapacidad a la hora de relacionarse con él. Conozco a personas que manifiestan ambas personalidades.
Y es que es así, como si fueran ignorantes, como deberíamos mirar a esas personas que son infelices porque el mundo no les da lo que ellos esperan de él. Echamos la culpa a la educación recibida por nuestros padres, a la que recibimos en el colegio, a nuestra mala relación con los demás -pareja incluida-, porque siempre son los demás los que nos hacen infelices...
Y es que es curioso ver las encuestas que aparecen en los medios de comunicación acerca de las disposiciones que los diferentes gobiernos ponen en marcha con motivo de la última pandemia. Normalmente, la gente joven opina que son excesivas porque les agobia quedarse muchas horas en casa, mientras las personas mayores –que se pasan muchas horas viendo la televisión- creen que toda medida coercitiva está bien implantada, creyéndose a pies juntillas todo lo que dicen por la televisión, aunque objetivamente parezcan un verdadero disparate como, por ejemplo, la obligación de llevar la mascarilla puesta en todos los lugares, incluida la playa o en el campo sin nadie en kilómetros a la redonda o en el jardín de tu casa, aunque se respete el distanciamiento social obligatorio.
Según dicen. la diferencia entre los seres humanos y los animales es que éstos no permitirían ser guiados por el más tonto de la manada, es decir, que ante el no saber cómo se ataja una crisis, siempre hay alguien al que se le ocurren las ideas más peregrinas a ver si por fin suena la flauta…
Y es que es así, como si fueran ignorantes, como deberíamos mirar a esas personas que son infelices porque el mundo no les da lo que ellos esperan de él. Echamos la culpa a la educación recibida por nuestros padres, a la que recibimos en el colegio, a nuestra mala relación con los demás -pareja incluida-, porque siempre son los demás los que nos hacen infelices...
Y es que es curioso ver las encuestas que aparecen en los medios de comunicación acerca de las disposiciones que los diferentes gobiernos ponen en marcha con motivo de la última pandemia. Normalmente, la gente joven opina que son excesivas porque les agobia quedarse muchas horas en casa, mientras las personas mayores –que se pasan muchas horas viendo la televisión- creen que toda medida coercitiva está bien implantada, creyéndose a pies juntillas todo lo que dicen por la televisión, aunque objetivamente parezcan un verdadero disparate como, por ejemplo, la obligación de llevar la mascarilla puesta en todos los lugares, incluida la playa o en el campo sin nadie en kilómetros a la redonda o en el jardín de tu casa, aunque se respete el distanciamiento social obligatorio.
Según dicen. la diferencia entre los seres humanos y los animales es que éstos no permitirían ser guiados por el más tonto de la manada, es decir, que ante el no saber cómo se ataja una crisis, siempre hay alguien al que se le ocurren las ideas más peregrinas a ver si por fin suena la flauta…
NO ME GUSTA...
No me gusta la gente que se pasa la vida protestando por todo, aunque tengan razón en alguna ocasión, y no me gusta porque mientras protesta no hace otra cosa, no gestiona, no trabaja para solucionar lo que cree que está mal.
No me gusta la gente prepotente que cree estar por encima de los demás. Esa gente, en realidad, está por debajo en la escala evolutiva humana.
No me gustan las personas que creen saberlo todo, que dicen estar de vuelta de lo que les proponen, que si les sacan de las cuatro cosas que dicen saber, para salir del paso se refugian en frases que han leído de filósofos más o menos conocidos.
No me gustan los que van de duros, porque esa dureza no es sino una expresión de debilidad interna que tratan de proteger a base de fuerza física y vozarrón.
No me gustan los «pobres de mí» porque esconden una actitud de manipulación de los sentimientos que es perniciosa para él y para los demás.
No me gustan los controladores a ultranza, esos que se pasan el tiempo vigilando cada uno de nuestros movimientos y siempre están dispuestos a reconvenirnos para que la próxima vez lo hagamos como ellos quieren.
No me gusta la gente prepotente que cree estar por encima de los demás. Esa gente, en realidad, está por debajo en la escala evolutiva humana.
No me gustan las personas que creen saberlo todo, que dicen estar de vuelta de lo que les proponen, que si les sacan de las cuatro cosas que dicen saber, para salir del paso se refugian en frases que han leído de filósofos más o menos conocidos.
No me gustan los que van de duros, porque esa dureza no es sino una expresión de debilidad interna que tratan de proteger a base de fuerza física y vozarrón.
No me gustan los «pobres de mí» porque esconden una actitud de manipulación de los sentimientos que es perniciosa para él y para los demás.
No me gustan los controladores a ultranza, esos que se pasan el tiempo vigilando cada uno de nuestros movimientos y siempre están dispuestos a reconvenirnos para que la próxima vez lo hagamos como ellos quieren.
ME GUSTA...
Me gusta la gente confiada, la gente que sabe decir gracias de verdad, los que te ayudan sin pedir nada a cambio, los que te miran a los ojos y te hablan con el corazón, los que abrazan integrándote, los que no te piden explicaciones cuando metes la pata, los que saben cuándo estás mal y se acercan a ponerse a tu disposición colocándose a tu lado.
Me gustan quienes no tienen envidia de los logros ajenos, quienes aplauden al final de una puesta de sol, quienes lloran de emoción o de alegría sin importarles que les estén mirando, quienes se compadecen del dolor ajeno y dan su mano por si hace falta, quienes respetan las ideas y creencias ajenas, aunque no coincidan con las suyas.
Me gusta la gente agradecida por lo que recibe y sabe dar las gracias por ello. Me gusta la gente que sabe decir “te quiero” con una sonrisa compartiendo ese sentimiento tan humano.
Me gustan las personas que no hacen alarde de lo que tienen o de lo que son socialmente, porque la modestia y la humildad son un puente de comunicación con los demás.
Me gustan las personas mayores que están dispuestas a darte un consejo, a contarte una anécdota o algo de su vida que fue importante para ellas, porque con ello están compartiendo lo más íntimo que no suelen contar a nadie y rompen así su soledad.
Por último, me gusta la gente que ve el mundo con esperanza y está dispuesta a implicarse para que sus/nuestros ideales puedan, un día no lejano, ser una realidad.
Me gustan quienes no tienen envidia de los logros ajenos, quienes aplauden al final de una puesta de sol, quienes lloran de emoción o de alegría sin importarles que les estén mirando, quienes se compadecen del dolor ajeno y dan su mano por si hace falta, quienes respetan las ideas y creencias ajenas, aunque no coincidan con las suyas.
Me gusta la gente agradecida por lo que recibe y sabe dar las gracias por ello. Me gusta la gente que sabe decir “te quiero” con una sonrisa compartiendo ese sentimiento tan humano.
Me gustan las personas que no hacen alarde de lo que tienen o de lo que son socialmente, porque la modestia y la humildad son un puente de comunicación con los demás.
Me gustan las personas mayores que están dispuestas a darte un consejo, a contarte una anécdota o algo de su vida que fue importante para ellas, porque con ello están compartiendo lo más íntimo que no suelen contar a nadie y rompen así su soledad.
Por último, me gusta la gente que ve el mundo con esperanza y está dispuesta a implicarse para que sus/nuestros ideales puedan, un día no lejano, ser una realidad.