Entre las decenas de correos recibidos cada día, uno captó mi interés. Contenía fotos de unos cristales de yeso de tamaño descomunal, las personas fotografiadas a su lado parecían gnomos. Eran de una transparencia increíble, limpia, impoluta, incluso teniendo el grosor de una persona.
De formas precisas y con una regularidad milimétrica, puntiagudas como un perfecto obelisco. Para colmo todo ese conjunto de cristales tapizaban el interior de una gran geoda de ¡nueve metros de longitud por dos de alta y dos de ancha!: ¡¡¡Santo Dios!!! –pensé-, pero si esta maravilla está en Almería, ahí mismo.
Fue una sensación electrizante. A pesar de mis múltiples quehaceres, sentí el deseo profundo de recorrer inmediatamente los más de cuatrocientos kilómetros entre Mijas y Pulpí. Aquel correo movió mi interés por desplazarme hasta allí, aparcando cuanto tenía pendiente. Fue como el golpeo de una potente fuerza invisible insistiendo “vete a Almería, ve a ver la geoda”.
Sin pensar en ninguna otra cosa, como privado de razón, lancé aviso a varios amigos, necesitaba algún acompañante, veía muy interesante divulgar aquel hecho, estaba seguro de poder realizar incluso alguna entrevista para la televisión de Mijas, la 3,40 tv, con la cual colaboro desinteresadamente.
En segundos creció una ilusión bonita. Docenas de sentimientos cruzados se arremolinaron como queriendo dar sentido y consistencia a todo aquel apresurado plan. “Es, posiblemente, la geoda más grande del mundo –me decía a mí mismo-, está en la provincia de la que procedo, allí tengo multitud de amigos y familiares, seguro que alguien me provee de los permisos para obtener fotos; es necesario dar a conocer esta portentosa formación natural. ¡Dios mío si este descubrimiento se hubiera realizado en cualquier otra gran ciudad!!, ya estaría en marcha todo un proyecto de visitas culturales, colegios, facultades, quizá un museo ¡¡Lleva catorce años allí enterrada en una vieja mina abandonada!! También grabaremos las cuevas de cristal de Sorbas, ¡puede quedar precioso!”.
La necesidad de ir era inmensa, necesitaba invitar al Doctor Miguel Ángel Pertierra, asesor científico del programa “Mis Enigmas Favoritos”. Tiene que venir –pensé-, no sólo es una autoridad con siete titulaciones universitarias, además dispone de un buen equipo y grandes conocimientos de fotografía e imagen.
A pesar de su delicada salud, aceptó en cuanto se lo dije, casi sin pensar. Otra alegría. En mi casa nadie se opuso, aceptaron mi propuesta de viaje sin poner pega alguna. Además aprovecharía el viaje para una gestión personal en Almería que andaba posponiendo por pura pereza desde hacía ya algún tiempo. Todo quiso encajar en aquel instante, todo se ordenó tomando forma en torno a la geoda y parecía empujarnos como al barco que un inesperado viento de popa coloca en su justo rumbo.
Viaje a Almería
De esta repentina forma, henchidos del alegre viento de la ilusión, surgió el viaje a Almería: vino de rebote, se gestionó en tiempo record, todo fueron “síes”, nos recibieron autoridades locales y nacionales, necesitábamos documentar una maravilla de la naturaleza que lindaba con lo imposible y lo íbamos a poder hacer, quizá porque era el momento justo. No hay nada como gestionar las cosas en el momento adecuado.
Desde Málaga salimos pitando hacia Pulpí. Apenas lo supieron nuestras familias y algún amigo. Un largo viaje, cansancio, pocas horas de sueño, pero rodeados, transportados en volandas por aquella mágica ilusión. Al día siguiente, a primera hora, estábamos ante la cueva.
Entrevistamos al alcalde, D. Juan Pedro Rodríguez, amable e ilusionado por crear empleo para su pueblo consiguiendo implicaciones institucionales en hacer visitable esta preciosidad natural. Luego D. Juan Bautista López, Concejal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Pulpí, nos trasladó hasta la mina, eran kilómetros de camino. En el último momento rebuscó entre el manojo de llaves, también en su carpeta, en otras del Ayuntamiento, en la caja de herramientas, pero nada. ¡Faltaba una llave!, algo pequeño de gran poder, algo que te obliga a usar grandes herramientas para saltarlo, o sencillamente a dar la vuelta, perder la oportunidad, aplazarlo todo para venir algún otro día, y volver a empezar.
¡Ay amigos!, qué extrañas sorpresas, qué coincidencias se generan a nuestro alrededor cuando la cosa ha de salir de una tirada. En casos necesarios el universo al completo confabula como dijera el gran Coelho, la magia natural aparece y como en este caso era necesario que permaneciéramos allí, ocurrió lo inesperado. En mi bolso, del cual había desalojado todo lo inútil para el viaje, llenándolo de bolígrafos y documentos, una libreta de notas, cámaras colocadas cuidadosamente para que no se rozaran con nada metálico y alguna batería extra, allí dentro rebusqué. Estaba seguro de que entre lo que había eliminado había una llave similar, aun así, con un extraño atisbo de esperanza, rebusqué, saqué una por una las libretas, los bolis, la pequeña cámara… A lo mejor seguía allí. Se trataba de una pequeña llave encontrada casualmente y guardada porque me llamó la atención; no sé por qué pero le quise ver una utilidad al cogerla del suelo “¡Quizá me sirva!”, pensé un par de semanas antes, y allí anduvo dando vueltas y molestando, amenazada cada día con ser correctamente colocada en mi caja de herramientas, un día tras otro. Siempre se me olvidaba. De cuando en cuando, al coger un bolígrafo, aparecía la llave Allen del número 6, ¡otra vez este trasto! me repetía, si es que lo recojo todo, para al instante aparecer su pensamiento salvador indicándome, serenamente, que era algo útil, y además había llegado gratis hasta mí.
Allí a kilómetros del pueblo, perdidos en la montaña, estábamos ante una puerta blindada, protegida por una cerradura tapada con tornillos Allen, ¡encontré mi llave!, la saqué y quedamos todos paralizados, ¿será posible?, inmediatamente el doctor Pertierra me indicó: ¡pruébala que como sea la del número que corresponde, ya es la monda!, la cerradura debería haber estado protegida por tornillos más gruesos, pero no lo estaba, los tornillos eran del número 6.
Mi llave se ajustó como un guante a su mano. Giraron con ganas de descubrirnos su secreto. Fueron segundos maravillosos. Juan Bautista, el concejal de cultura de Pulpí, reía feliz, estupefacto con la extrañísima coincidencia ¿cómo demonios iba a esperar que llevara una llave Allen del número correcto entre las libretas y las cámaras? Visitamos la cueva, realizamos las entrevistas, sacamos las fotos. Todo como estaba previsto.
De formas precisas y con una regularidad milimétrica, puntiagudas como un perfecto obelisco. Para colmo todo ese conjunto de cristales tapizaban el interior de una gran geoda de ¡nueve metros de longitud por dos de alta y dos de ancha!: ¡¡¡Santo Dios!!! –pensé-, pero si esta maravilla está en Almería, ahí mismo.
Fue una sensación electrizante. A pesar de mis múltiples quehaceres, sentí el deseo profundo de recorrer inmediatamente los más de cuatrocientos kilómetros entre Mijas y Pulpí. Aquel correo movió mi interés por desplazarme hasta allí, aparcando cuanto tenía pendiente. Fue como el golpeo de una potente fuerza invisible insistiendo “vete a Almería, ve a ver la geoda”.
Sin pensar en ninguna otra cosa, como privado de razón, lancé aviso a varios amigos, necesitaba algún acompañante, veía muy interesante divulgar aquel hecho, estaba seguro de poder realizar incluso alguna entrevista para la televisión de Mijas, la 3,40 tv, con la cual colaboro desinteresadamente.
En segundos creció una ilusión bonita. Docenas de sentimientos cruzados se arremolinaron como queriendo dar sentido y consistencia a todo aquel apresurado plan. “Es, posiblemente, la geoda más grande del mundo –me decía a mí mismo-, está en la provincia de la que procedo, allí tengo multitud de amigos y familiares, seguro que alguien me provee de los permisos para obtener fotos; es necesario dar a conocer esta portentosa formación natural. ¡Dios mío si este descubrimiento se hubiera realizado en cualquier otra gran ciudad!!, ya estaría en marcha todo un proyecto de visitas culturales, colegios, facultades, quizá un museo ¡¡Lleva catorce años allí enterrada en una vieja mina abandonada!! También grabaremos las cuevas de cristal de Sorbas, ¡puede quedar precioso!”.
La necesidad de ir era inmensa, necesitaba invitar al Doctor Miguel Ángel Pertierra, asesor científico del programa “Mis Enigmas Favoritos”. Tiene que venir –pensé-, no sólo es una autoridad con siete titulaciones universitarias, además dispone de un buen equipo y grandes conocimientos de fotografía e imagen.
A pesar de su delicada salud, aceptó en cuanto se lo dije, casi sin pensar. Otra alegría. En mi casa nadie se opuso, aceptaron mi propuesta de viaje sin poner pega alguna. Además aprovecharía el viaje para una gestión personal en Almería que andaba posponiendo por pura pereza desde hacía ya algún tiempo. Todo quiso encajar en aquel instante, todo se ordenó tomando forma en torno a la geoda y parecía empujarnos como al barco que un inesperado viento de popa coloca en su justo rumbo.
Viaje a Almería
De esta repentina forma, henchidos del alegre viento de la ilusión, surgió el viaje a Almería: vino de rebote, se gestionó en tiempo record, todo fueron “síes”, nos recibieron autoridades locales y nacionales, necesitábamos documentar una maravilla de la naturaleza que lindaba con lo imposible y lo íbamos a poder hacer, quizá porque era el momento justo. No hay nada como gestionar las cosas en el momento adecuado.
Desde Málaga salimos pitando hacia Pulpí. Apenas lo supieron nuestras familias y algún amigo. Un largo viaje, cansancio, pocas horas de sueño, pero rodeados, transportados en volandas por aquella mágica ilusión. Al día siguiente, a primera hora, estábamos ante la cueva.
Entrevistamos al alcalde, D. Juan Pedro Rodríguez, amable e ilusionado por crear empleo para su pueblo consiguiendo implicaciones institucionales en hacer visitable esta preciosidad natural. Luego D. Juan Bautista López, Concejal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Pulpí, nos trasladó hasta la mina, eran kilómetros de camino. En el último momento rebuscó entre el manojo de llaves, también en su carpeta, en otras del Ayuntamiento, en la caja de herramientas, pero nada. ¡Faltaba una llave!, algo pequeño de gran poder, algo que te obliga a usar grandes herramientas para saltarlo, o sencillamente a dar la vuelta, perder la oportunidad, aplazarlo todo para venir algún otro día, y volver a empezar.
¡Ay amigos!, qué extrañas sorpresas, qué coincidencias se generan a nuestro alrededor cuando la cosa ha de salir de una tirada. En casos necesarios el universo al completo confabula como dijera el gran Coelho, la magia natural aparece y como en este caso era necesario que permaneciéramos allí, ocurrió lo inesperado. En mi bolso, del cual había desalojado todo lo inútil para el viaje, llenándolo de bolígrafos y documentos, una libreta de notas, cámaras colocadas cuidadosamente para que no se rozaran con nada metálico y alguna batería extra, allí dentro rebusqué. Estaba seguro de que entre lo que había eliminado había una llave similar, aun así, con un extraño atisbo de esperanza, rebusqué, saqué una por una las libretas, los bolis, la pequeña cámara… A lo mejor seguía allí. Se trataba de una pequeña llave encontrada casualmente y guardada porque me llamó la atención; no sé por qué pero le quise ver una utilidad al cogerla del suelo “¡Quizá me sirva!”, pensé un par de semanas antes, y allí anduvo dando vueltas y molestando, amenazada cada día con ser correctamente colocada en mi caja de herramientas, un día tras otro. Siempre se me olvidaba. De cuando en cuando, al coger un bolígrafo, aparecía la llave Allen del número 6, ¡otra vez este trasto! me repetía, si es que lo recojo todo, para al instante aparecer su pensamiento salvador indicándome, serenamente, que era algo útil, y además había llegado gratis hasta mí.
Allí a kilómetros del pueblo, perdidos en la montaña, estábamos ante una puerta blindada, protegida por una cerradura tapada con tornillos Allen, ¡encontré mi llave!, la saqué y quedamos todos paralizados, ¿será posible?, inmediatamente el doctor Pertierra me indicó: ¡pruébala que como sea la del número que corresponde, ya es la monda!, la cerradura debería haber estado protegida por tornillos más gruesos, pero no lo estaba, los tornillos eran del número 6.
Mi llave se ajustó como un guante a su mano. Giraron con ganas de descubrirnos su secreto. Fueron segundos maravillosos. Juan Bautista, el concejal de cultura de Pulpí, reía feliz, estupefacto con la extrañísima coincidencia ¿cómo demonios iba a esperar que llevara una llave Allen del número correcto entre las libretas y las cámaras? Visitamos la cueva, realizamos las entrevistas, sacamos las fotos. Todo como estaba previsto.
Geoda gigante
La geoda gigante, cuya formación pudo llevar millones de años de fuerzas unidas para un mismo fin, única en el mundo, alojada en las entrañas de una mágica tierra capaz de convertir toscos elementos en entornos más propios de los cuentos. Entornos de típicos duendes, hadas y castillos de cristal. Allá abajo entre los cristales de yeso más grandes y transparentes que se conocen, cuyas longitudes superan el metro y enormes espesores, transparencia infinita y mostrando orgullosos su cara más extraordinaria, allí quedó enterrada la magia de la Naturaleza que, sin darnos cuenta, nos rodea desde siempre.
Allí permanece su paciencia milenaria esperando a que le demos la explicación lógica, a ser expuesta a un público necesitado de estos conocimientos, a que construyamos la gran derivada de fuerzas concurrentes para generar lo insólito y continuará expectante, sin prisa, tras millones de años, desafiándonos a ser capaces del muy sutil análisis de sus fuerzas y capacidades creadoras. Incluso anhelando ver nuestra capacidad de traducir esa magia a la ciencia útil y provechosa, porque estoy seguro de que a eso venimos, y eso llevamos haciendo toda nuestra existencia humana en el planeta: traducir la magia a lenguajes de nuestras ciencias. Comprender, avanzar, maravillándonos de las capacidades naturales, de su magia para ponerlas a disposición de las gentes.
Estas maravillas deben ver la luz, llegar al gran público, las administraciones están obligadas a extender el conocimiento y generar riqueza cultural, entre otras. Resulta más misterioso el hecho de permanecer, la geoda más grande del mundo, enterrada 14 años, sin gestiones definitivas para convertirla en visitable, que su propia formación y espectacularidad repleta de esa magia natural que cada colegio, cada facultad, y cientos de colectivos ansían poner en el mapa de sus vacaciones, algo de cultura, si es espectacular, más aún, vende mucho a la vez que instruye.
A veces deseamos su permanencia, que siempre esté como ese ingrediente sabroso aderezando sutilmente la vida.
La magia excita nuestra imaginación, construye sueños preciosos y posiblemente forme parte del combustible que nos espolea para seguir investigando. A veces la mantenemos rodeada de bruma, de la nebulosa del misterio, nos gusta ser niños. Amamos, incluso necesitamos lo sobrenatural y aquel toque mágico que, de repente, ante una situación imposible, hace coincidir los millones de dientes del engranaje del destino para que una impensable llave aparezca en el momento justo solventando necesidades, haciéndola magnífica, imprescindible.
Somos niños estudiando, no sólo esos extraños dientes del engranaje del destino, no sólo esta grandiosa obra naturalmente explicable, sino el hecho mismo de ser un grupo de neuronas estudiándose a sí mismas, a su mundo, de que estemos aquí preocupándonos de esto y con ello lo podamos alterar todo para siempre.
Quizá, sin saberlo, somos los pequeños hijos de un gran ingeniero. Estudiantes acercándose a los conocimientos que nuestro profesor ha puesto ahí, para ser descubiertos, entendidos y asumidos en lo más profundo.
Un día lo entenderemos mejor, un día habremos convertido la magia de hoy en la ciencia del futuro. Seremos capaces de crear las condiciones para crear geodas gigantes a escala planetaria, quizá podamos, incluso, hacer crecer la vida en planetas como Marte. Seremos entonces profesores poniendo deberes a otros niños del futuro, habremos completado una parte del círculo, ésa que nos lleva más cerca de nuestro destino, más cerca del conocimiento.
Quizá con cada uno de estos pasos, convirtiendo la magia en ciencia, nos asalte la nostalgia y no queramos que desaparezca, como el renacuajo negándose a perder su cola de pez. Pensemos entonces que, perdiendo esa cola de pez, ganaremos unas patas con la función de aquella, más potencia y versatilidad para llegar a otro mundo fuera del agua. Este juego y sus respuestas quedará prohibido por nosotros mismos si nos negamos a ver más allá de la ciencia custodia del saber oficial.
Esa ciencia es imprescindible para impedir que nuestro castillo de cristal esté basado sobre cimientos inadecuados. Ha de ser tan férrea como celosa, medir, pesar y comparar mucho antes de admitir. Pero no olvidemos que más allá de la ciencia está esa magia de fuerzas incontrolables hasta hoy. Pueden crear cristales del tamaño de un elefante, cuevas como las de Naica en Méjico, con formaciones cristalinas en piezas de cinco metros, como la geoda de Pulpí, única en el mundo. Bien aprovechadas incluso darán puestos de trabajo, la magia al servicio de la ciencia y la ciencia al servicio de la sociedad, así con orden, así creceremos.
La geoda gigante, cuya formación pudo llevar millones de años de fuerzas unidas para un mismo fin, única en el mundo, alojada en las entrañas de una mágica tierra capaz de convertir toscos elementos en entornos más propios de los cuentos. Entornos de típicos duendes, hadas y castillos de cristal. Allá abajo entre los cristales de yeso más grandes y transparentes que se conocen, cuyas longitudes superan el metro y enormes espesores, transparencia infinita y mostrando orgullosos su cara más extraordinaria, allí quedó enterrada la magia de la Naturaleza que, sin darnos cuenta, nos rodea desde siempre.
Allí permanece su paciencia milenaria esperando a que le demos la explicación lógica, a ser expuesta a un público necesitado de estos conocimientos, a que construyamos la gran derivada de fuerzas concurrentes para generar lo insólito y continuará expectante, sin prisa, tras millones de años, desafiándonos a ser capaces del muy sutil análisis de sus fuerzas y capacidades creadoras. Incluso anhelando ver nuestra capacidad de traducir esa magia a la ciencia útil y provechosa, porque estoy seguro de que a eso venimos, y eso llevamos haciendo toda nuestra existencia humana en el planeta: traducir la magia a lenguajes de nuestras ciencias. Comprender, avanzar, maravillándonos de las capacidades naturales, de su magia para ponerlas a disposición de las gentes.
Estas maravillas deben ver la luz, llegar al gran público, las administraciones están obligadas a extender el conocimiento y generar riqueza cultural, entre otras. Resulta más misterioso el hecho de permanecer, la geoda más grande del mundo, enterrada 14 años, sin gestiones definitivas para convertirla en visitable, que su propia formación y espectacularidad repleta de esa magia natural que cada colegio, cada facultad, y cientos de colectivos ansían poner en el mapa de sus vacaciones, algo de cultura, si es espectacular, más aún, vende mucho a la vez que instruye.
A veces deseamos su permanencia, que siempre esté como ese ingrediente sabroso aderezando sutilmente la vida.
La magia excita nuestra imaginación, construye sueños preciosos y posiblemente forme parte del combustible que nos espolea para seguir investigando. A veces la mantenemos rodeada de bruma, de la nebulosa del misterio, nos gusta ser niños. Amamos, incluso necesitamos lo sobrenatural y aquel toque mágico que, de repente, ante una situación imposible, hace coincidir los millones de dientes del engranaje del destino para que una impensable llave aparezca en el momento justo solventando necesidades, haciéndola magnífica, imprescindible.
Somos niños estudiando, no sólo esos extraños dientes del engranaje del destino, no sólo esta grandiosa obra naturalmente explicable, sino el hecho mismo de ser un grupo de neuronas estudiándose a sí mismas, a su mundo, de que estemos aquí preocupándonos de esto y con ello lo podamos alterar todo para siempre.
Quizá, sin saberlo, somos los pequeños hijos de un gran ingeniero. Estudiantes acercándose a los conocimientos que nuestro profesor ha puesto ahí, para ser descubiertos, entendidos y asumidos en lo más profundo.
Un día lo entenderemos mejor, un día habremos convertido la magia de hoy en la ciencia del futuro. Seremos capaces de crear las condiciones para crear geodas gigantes a escala planetaria, quizá podamos, incluso, hacer crecer la vida en planetas como Marte. Seremos entonces profesores poniendo deberes a otros niños del futuro, habremos completado una parte del círculo, ésa que nos lleva más cerca de nuestro destino, más cerca del conocimiento.
Quizá con cada uno de estos pasos, convirtiendo la magia en ciencia, nos asalte la nostalgia y no queramos que desaparezca, como el renacuajo negándose a perder su cola de pez. Pensemos entonces que, perdiendo esa cola de pez, ganaremos unas patas con la función de aquella, más potencia y versatilidad para llegar a otro mundo fuera del agua. Este juego y sus respuestas quedará prohibido por nosotros mismos si nos negamos a ver más allá de la ciencia custodia del saber oficial.
Esa ciencia es imprescindible para impedir que nuestro castillo de cristal esté basado sobre cimientos inadecuados. Ha de ser tan férrea como celosa, medir, pesar y comparar mucho antes de admitir. Pero no olvidemos que más allá de la ciencia está esa magia de fuerzas incontrolables hasta hoy. Pueden crear cristales del tamaño de un elefante, cuevas como las de Naica en Méjico, con formaciones cristalinas en piezas de cinco metros, como la geoda de Pulpí, única en el mundo. Bien aprovechadas incluso darán puestos de trabajo, la magia al servicio de la ciencia y la ciencia al servicio de la sociedad, así con orden, así creceremos.
Lugar inhóspito
Sea como fuere el Doctor Pertierra y yo gestionamos un viaje a un lugar inhóspito, de gentes duras cuyo esfuerzo personal es lo único que les ha permitido levantar y promocionar su tierra. Existen aeropuertos con figuras que parecen creadas por un megalómano, tan feas como costosas, tan poco útiles que la vergüenza sobrevuela al bien pensante cuando las mira de cerca. Euros despilfarrados en la nada.
El viaje a Almería, la visita a la geoda gigante de Pulpí, posiblemente la más grande del mundo, y a las “Cuevas de cristal” de Sorbas, el tercer kart de yeso más grande del mundo, así como la búsqueda en San José, de una supuesta huella, no catalogada, de un homínido prehistórico en las calas de Mónsul, nos ocupó tres largos días, repletos de increíbles casualidades. En su momento nos alegraron, nos hicieron reír. Pero hoy, tras unos duros sucesos que bien pudieran haber cambiado la vida del Doctor Pertierra para siempre y de paso la mía, hoy sabemos que ese viaje hacia el conocimiento fue la llave para evitar un futuro muy peligroso que, pudiendo estar escrito, también pudo reescribirse merced al inefable efecto de una intensa ilusión. Aquel correo curioso enviado por Paquita Olmos tomo forma de viaje inesperado, decantó un inusitado y potente interés por un lugar distante y mágico alejándonos del peligro, de unas vengativas maquinaciones encaminadas a destrozar la vida del doctor.
Fue el viento del destino quien nos empujó, hinchando las velas de nuestra mente para generar la necesidad ineludible de alejarnos de Málaga. Si cualquiera de los implicados en este viaje hubiera proferido un ¡NO!, hoy el futuro del doctor sería otro. Estoy convencido de que algún ángel, algún duende, hada o las decenas de fuerzas ocultas que nos rodean nos han protegido, nos han inclinado al lado necesario para evitar, incluso de manera inconsciente, un nefasto acontecimiento basado en la falsa acusación del doctor como responsable de un falso delito, un acto de brutal venganza, ese sentimiento que nos deja huecos, ése que, una vez más, ha demostrado que el mal no tiene futuro y la magia como la bondad no tiene límites. Quiso nuestro ángel prepararlo todo con celeridad suficiente para que pocos supieran nuestra ausencia. La maldad, creyendo al doctor en su casa, lanzó la denuncia en una fecha y hora en que justamente nos hallábamos a más de 400 kilómetros del lugar de los falsos hechos ¿Estaba escrito?, ¿fue una casualidad?, cada uno de nosotros formará su opinión; para mí todo obedece a un plan que llevamos a cabo incluso de manera inconsciente, ese plan a veces genera necesidades espontáneas tendentes a dar una gran enseñanza, especialmente a quienes deseando hacer daño acaban descubriendo que son ellos los principales dañados por sus propios actos. Todos aprendemos.
Y no estaría completo el tema si no referimos cada uno de los dientes del engranaje del destino que han confabulado para que, el viaje-llave, se materializase evitando un peligrosísimo incidente al buen doctor. Ellos son Meli, Pakita Olmos, Carlos calvo, Luís Mariano Fernández, Rosa Ángela Montoya, El Alcalde de Pulpí, su Teniente de Alcalde, La Guardia Civil de Pulpí y San José, La Policía Local de Vicar y de Nijar, Miguel Ángel Hidalgo y un señor de Mijas (Málaga) que, casualmente, encontramos en Almería, quien, amablemente, no sólo nos indicó sino que nos llevó literalmente hasta una dirección perdida, y, por supuesto, a mi sobrina-nieta Sara.
La gran mayoría ni siquiera se conocen entre sí, pero en conjunto han colaborado estrechamente para materializar este viaje cuya trascendencia, para cada uno de ellos no existe, no es real. Nosotros, el Doctor Pertierra y yo, la hemos vivido intensamente.
Volvimos con las alforjas llenas de extrañas imágenes, formaciones naturales imposibles, medidas, datos y más datos. Pero también llenas de cuevas con duendes y hadas brillantes vestidas con cristales fabricados durante millones de años. Cientos, miles de fuerzas unidas para generar una geoda de nueve metros, como el salón de muchas de nuestras viviendas. Traemos el cansancio obligado cuando se trata de adquirir el conocimiento que siempre requiere esfuerzo. Esos conocimientos aún no nos dan para convertir en ciencia inteligible toda la magia que hemos visto, en un modelo de laboratorio reproducible, pero no lo olvidéis, no tenéis prisa, daros tiempo.
Sea como fuere el Doctor Pertierra y yo gestionamos un viaje a un lugar inhóspito, de gentes duras cuyo esfuerzo personal es lo único que les ha permitido levantar y promocionar su tierra. Existen aeropuertos con figuras que parecen creadas por un megalómano, tan feas como costosas, tan poco útiles que la vergüenza sobrevuela al bien pensante cuando las mira de cerca. Euros despilfarrados en la nada.
El viaje a Almería, la visita a la geoda gigante de Pulpí, posiblemente la más grande del mundo, y a las “Cuevas de cristal” de Sorbas, el tercer kart de yeso más grande del mundo, así como la búsqueda en San José, de una supuesta huella, no catalogada, de un homínido prehistórico en las calas de Mónsul, nos ocupó tres largos días, repletos de increíbles casualidades. En su momento nos alegraron, nos hicieron reír. Pero hoy, tras unos duros sucesos que bien pudieran haber cambiado la vida del Doctor Pertierra para siempre y de paso la mía, hoy sabemos que ese viaje hacia el conocimiento fue la llave para evitar un futuro muy peligroso que, pudiendo estar escrito, también pudo reescribirse merced al inefable efecto de una intensa ilusión. Aquel correo curioso enviado por Paquita Olmos tomo forma de viaje inesperado, decantó un inusitado y potente interés por un lugar distante y mágico alejándonos del peligro, de unas vengativas maquinaciones encaminadas a destrozar la vida del doctor.
Fue el viento del destino quien nos empujó, hinchando las velas de nuestra mente para generar la necesidad ineludible de alejarnos de Málaga. Si cualquiera de los implicados en este viaje hubiera proferido un ¡NO!, hoy el futuro del doctor sería otro. Estoy convencido de que algún ángel, algún duende, hada o las decenas de fuerzas ocultas que nos rodean nos han protegido, nos han inclinado al lado necesario para evitar, incluso de manera inconsciente, un nefasto acontecimiento basado en la falsa acusación del doctor como responsable de un falso delito, un acto de brutal venganza, ese sentimiento que nos deja huecos, ése que, una vez más, ha demostrado que el mal no tiene futuro y la magia como la bondad no tiene límites. Quiso nuestro ángel prepararlo todo con celeridad suficiente para que pocos supieran nuestra ausencia. La maldad, creyendo al doctor en su casa, lanzó la denuncia en una fecha y hora en que justamente nos hallábamos a más de 400 kilómetros del lugar de los falsos hechos ¿Estaba escrito?, ¿fue una casualidad?, cada uno de nosotros formará su opinión; para mí todo obedece a un plan que llevamos a cabo incluso de manera inconsciente, ese plan a veces genera necesidades espontáneas tendentes a dar una gran enseñanza, especialmente a quienes deseando hacer daño acaban descubriendo que son ellos los principales dañados por sus propios actos. Todos aprendemos.
Y no estaría completo el tema si no referimos cada uno de los dientes del engranaje del destino que han confabulado para que, el viaje-llave, se materializase evitando un peligrosísimo incidente al buen doctor. Ellos son Meli, Pakita Olmos, Carlos calvo, Luís Mariano Fernández, Rosa Ángela Montoya, El Alcalde de Pulpí, su Teniente de Alcalde, La Guardia Civil de Pulpí y San José, La Policía Local de Vicar y de Nijar, Miguel Ángel Hidalgo y un señor de Mijas (Málaga) que, casualmente, encontramos en Almería, quien, amablemente, no sólo nos indicó sino que nos llevó literalmente hasta una dirección perdida, y, por supuesto, a mi sobrina-nieta Sara.
La gran mayoría ni siquiera se conocen entre sí, pero en conjunto han colaborado estrechamente para materializar este viaje cuya trascendencia, para cada uno de ellos no existe, no es real. Nosotros, el Doctor Pertierra y yo, la hemos vivido intensamente.
Volvimos con las alforjas llenas de extrañas imágenes, formaciones naturales imposibles, medidas, datos y más datos. Pero también llenas de cuevas con duendes y hadas brillantes vestidas con cristales fabricados durante millones de años. Cientos, miles de fuerzas unidas para generar una geoda de nueve metros, como el salón de muchas de nuestras viviendas. Traemos el cansancio obligado cuando se trata de adquirir el conocimiento que siempre requiere esfuerzo. Esos conocimientos aún no nos dan para convertir en ciencia inteligible toda la magia que hemos visto, en un modelo de laboratorio reproducible, pero no lo olvidéis, no tenéis prisa, daros tiempo.