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La revisión de los valores



Luis Arribas Mercado

22/04/2022

Hace ya algún tiempo, iba yo aguantando la sempiterna caravana matinal de la autopista de La Coruña, con destino a Madrid, cuando al recorrer las distintas emisoras de radio alcancé a oír a medias una noticia que hablaba del excesivo número de matrimonios que se iban a pique a los dos o tres primeros años de convivencia.



Photo by Creative Christians on Unsplash
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La estadística reflejaba que el mayor porcentaje de matrimonios rotos correspondía a personas de clase social media alta, ejecutivos y profesionales cualificados de entre 30 y 35 años de edad. El locutor venía a decir que el ritmo de vida que nos impone la sociedad de consumo en la que estamos inmersos es el que provoca, en cierta medida, las rupturas matrimoniales.
La autovía de La Coruña es por las mañanas un hervidero de coches llenos de gente que responde perfectamente al perfil estadístico de la noticia que acababa de escuchar.           
Entre los conductores caravaneros existe la curiosa costumbre de observarnos los unos a los otros, esperando quizás encontrarnos con alguien conocido con quien comentar, de ventanilla a ventanilla, «lo mal que está el tráfico, con la prisa que tenía precisamente hoy...».
Ese día, sin embargo, me puse a observar la cantidad de yuppies o ejecutivos agresivos que viajan por las mañanas tan arregladitos y repeinados, conduciendo y hablando con el “manos libres” posiblemente como una prolongación que les lleve hasta su lugar de trabajo. Me reconocía en ellos con 30 años menos y pensaba que en el sinuoso discurrir de la vida uno tiene que vivir las experiencias necesarias para darse cuenta de dónde está el camino adecuado. 

DayronV on Pixabay
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Lo importante y lo que no lo es tanto

Esos jóvenes están sumidos en un reto existencial en el que la importancia personal viene dada por lo que se es capaz de conseguir en el terreno profesional y, consiguientemente, en el económico. Cuando pasado el tiempo quieran equilibrar la balanza dando importancia a otros aspectos de la vida que se tenían «dejados de la mano de Dios» como la familia, los amigos, las aficiones o incluso las creencias, se encontrarán con el reproche de sus superiores que le dirán cosas como: «ya no se te ve tan motivado...», «ya no estás pendiente las 24 horas de tu trabajo...», «parece que hay cosas más importantes que tu futuro profesional, ¿no?» o cosas por el estilo.
En ese momento tendrán que elegir y cualquiera que sea su decisión perderán algo. Si deciden continuar con el acelerador pisado del «reto profesional», surgirán desavenencias con la pareja, con los hijos y consigo mismo. Si, por el contrario, deciden aflojar la presión, se verán abocados a cambiar de empleo a otro con menores exigencias de tiempo, con la consiguiente merma económica. He de decir que aún no he encontrado a ningún ex-ejecutivo que no esté finalmente de acuerdo con esta segunda decisión, a pesar de no vivir económicamente tan desahogados a partir de ese momento.
Parecería que las ilusiones, los proyectos, las ideas que bullen en la mente al salir de la universidad o al conseguir el primer empleo, no pueden ser compatibles con un desarrollo armónico de las circunstancias personales. Las ganas de progresar en lo profesional, alentadas por las grandes firmas multinacionales que ofrecen al joven un futuro prometedor lleno de retos a superar, al final de los cuales le espera el reconocimiento público y una sustanciosa nómina, no están equilibradas con una vida privada que, lo perciba o no, también está llena de retos a superar con el correspondiente reconocimiento personal y emocional, tan importante o más que el profesional.

MemoryCatcher on Pixabay
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El “cataclismo” de la Escala de Valores

La reflexión anterior me llevó a contemplar como algo risible los augurios de quienes ya en el siglo pasado profetizaban un cambio de era cataclísmico, sobre todo si los comparamos con esos otros que nos hablan de un cambio de era marcado por la re-ubicación de unos esquemas mentales que perdieron su configuración humana desde principios del presente siglo, dando lugar a una escala de valores liderada por los meramente materiales y secundada por los que podríamos considerar como «humanos».
Posiblemente, el «cataclismo» que supondrá socialmente esta re-ubicación, será un aldabonazo para muchos espíritus dormidos que aún no se han enterado de que se nos viene encima un cambio generacional tan importante o más de lo que en su día fuera el Neolítico; un cambio generacional marcado por el derrumbamiento de los pilares que sustentan a una sociedad esclerotizada, rígida, con pocas ganas de cambiar nada, y ya sabemos -tal como apunta Toynbee- que este estado de cosas marca el declive de las sociedades y las civilizaciones.
Tal vez una de las mejores terapias que podría aconsejar a mis compañeros de caravana matinal -para que el cambio generacional les pille un poco entrenados-, es aquella que escuché de labios de un psicólogo transpersonal que proponía a los ejecutivos realizar obras de caridad anónimas para compensar, en su balanza particular, el exceso de materialismo que impone su trabajo y su estilo de vida. Yo, por mi parte añadiría que, si además de ser anónima se hace a alguien conocido, la generación de endorfinas está garantizada. Feliz viaje.




              



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