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Hablar por hablar



Luis Arribas Mercado

07/02/2022

Los seres humanos necesitamos información para poder relacionarnos adecuadamente con los demás. Esta es una de las premisas que nos son necesarias para conocer el mundo en que vivimos y poder desarrollar la mejor manera de interrelacionarnos con él y con los seres que lo pueblan.



Photo by saeed karimi on Unsplash
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Sin embargo, quizás porque los acontecimientos van muy deprisa o porque queremos que nuestras opiniones sean tenidas en cuenta, en ocasiones emitimos comentarios, juicios y afirmaciones que poco o nada tienen que ver con una realidad objetiva, sino más bien con los filtros que nuestros prejuicios han establecido en nuestra mente.
 
Recuerdo, en este sentido, el comentario jocoso que una vecina le hacía a otra acerca de un tercero quien, según decían, tenía un comportamiento escandaloso, pues a media tarde se marchaba de casa dejando en ella a su mujer y a sus hijos y se dirigía a una discoteca donde permanecía con la copa en la mano hasta altas horas de la madrugada. Este hombre era tildado de mujeriego, juerguista y mal esposo y padre. Poco después se supo que, en realidad, este vecino estaba pluriempleado como camarero en una discoteca...
 
El “cotilleo”, la maledicencia, el hablar por hablar o el valorarnos en función del desprestigio que podamos causar a los demás, es uno de los males endémicos de nuestra sociedad. Con cuatro datos sueltos nos formamos una opinión sin importarnos el daño al honor y a la fama que podemos causar si esas opiniones se vierten al exterior.
 
En un mundo donde estamos acostumbrados a mirar constantemente al exterior y escasamente en el interior, hace falta muy poco para que una mujer o un hombre sean tildados de “casquivanos”, por utilizar un término coloquial, o de ladrón o de otras cosas peores; tal vez la frustración por no atrevernos a hacer lo que se supone que hacen esas personas o estar excesivamente supeditados a la opinión de los demás o a nuestra propia imagen, nos lleven a emitir juicios de valor sin ninguna base objetiva, tal sólo por indicios que la mayoría de las veces corresponden a otras cuestiones, como lo del vecino camarero... Si tuviéramos en cuenta que quien hoy nos habla mal del vecino o del amigo, mañana les hablará a ellos mal de ti, quizás empezaríamos a cuestionar la fuente de donde provienen las “noticias”, porque suele ocurrir que quien así actúa es quien más hace gala en público de su ética y su honestidad.

Photo by thom masat on Unsplash
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Información o desinformación

La información es un arma muy poderosa, tanto si es veraz como si no lo es, y como ejemplo de ello ahí tenemos el éxito de las mal llamadas “revistas del corazón” o de algunos programas de televisión donde se airean las vidas y milagros de unos y otras, donde la privacidad de las personas es algo que se ha convertido en el objetivo a destruir por los “paparazzi” o los “correveidiles” de turno. Lo lamentable es que este subproducto informativo interesa a un sector de nuestra sociedad al parecer bastante numeroso y es que no hay mejor cosa para tapar nuestros problemas y frustraciones que arremeter contra todos aquellos que se ponen a tiro, sean éstos famosos o simplemente gente que eventualmente destaca por cualquier cosa. Y aunque si bien es cierto que “la mujer del César no sólo debe ser decente, sino también parecerlo”, no lo es menos que hay muchas personas que se pasan la vida observando a los demás -como la Vieja del Visillo, el personaje de José Mota-, condenándoles sin juicio previo y sin pruebas, intentando pillarles en un renuncio y así tener algo que comentar con las amigas o los vecinos, sobre todo si el “renuncio” tiene visos de estar relacionado con cuestiones sentimentales o sexuales.
 
También la figura del “chivo expiatorio” da mucho juego, sobre todo a quienes tienen remordimientos por algún error cometido y no quieren asumirlo, para lo cual buscan un culpable que cargue con sus culpas, aunque el “culpable” solo exista en la mente de esa persona y crea liberarse gracias al pobre “chivo expiatorio”.

Photo by Sammy Williams on Unsplash
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Difama, que algo queda…

En fin, que en algunos aspectos tenemos comportamientos parecidos a los de “las alegres comadres de Windsor” que no dejaban títere con cabeza. Por tanto, aquellos que, por suerte o por desgracia, tienen o tenemos que aparecer en público, debemos andar con muchísimo cuidado con lo que decimos o hacemos porque, nos guste o no, estamos siendo constantemente observados por los jueces y juezas de turno y si te toca la papeleta en la “tómbola” vas listo, porque tanto te pueden adjudicar el formar parte de una secta, como un idilio con la mismísima Cibeles. Y es que “quien en la cabeza tiene un martillo no ve más que clavos”, como diría el amigo José María Doria...
 
La información es necesaria para saber dónde estamos y quiénes somos, precisamente por eso debemos exigir a los informadores (profesionales y aficionados) que comprueben los datos que reciben antes de publicarlos, porque el daño que pueden causar con una información no contrastada puede ser enorme y, lamentablemente, eso es algo que sucede constantemente.             
 
En un futuro la telepatía pondrá fin a los “comadreos”, a los: “me han dicho, que un amigo del cuñado de fulano, que tiene un primo en una multinacional, sabe de buena tinta que la prima de su mujer se la está pegando a su marido con un extranjero. Ya me parecía a mí que esa chica era un poco casquivana”.
 
Amigo lector, si alguna vez te has visto, sin comerlo ni beberlo, en boca de las “almas puras”, te invito a que hagas un ejercicio de meditación y les perdones, al tiempo que haces un envío de luz a sus inquietas mentes y conturbados espíritus, a ver si con un poco de suerte dejan de querer redimir a todo el mundo.




              



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