Se trata de entender que nuestro cuerpo forma parte de una entidad más grande junto con otros sistemas energéticos superiores. El organismo físico, lejos de constituir un sistema cerrado en sí mismo, no es más que uno de los diversos sistemas que forman parte de un equilibrio dinámico. Al contrario que el pensamiento convencional, podríamos decir que todos estos sistemas -a los que podríamos llamar cuerpos sutiles- están superpuestos y están constituidos de materia cuyas características de frecuencia vibratoria difieren de las del cuerpo físico.
Se sabe que las energías de distintas frecuencias pueden coexistir en el mismo espacio sin que se produzcan interacciones destructivas entre ellas. Partiendo de este principio, podemos decir que la materia física y la etérea pueden coexistir en el mismo lugar, exactamente igual que se propagan en el mismo espacio las emisiones de radio o televisión sin interferirse. Este mismo principio de la materia en diferentes frecuencias es aplicable a la de otras más altas que las que componen el cuerpo etérico, como son el mental y el espiritual.
Si pudiéramos observar cómo están constituidos los cuerpos físico y etérico, podríamos comprobar que, prácticamente, no existe diferencia en su configuración, por cuanto el segundo es la representación del primero en un nivel vibratorio u octava más elevada. Esto nos permite suponer que el cuerpo mental es, a su vez, una representación de los dos anteriores en una octava o nivel superior de frecuencia vibratoria.
Y de la misma manera que el cuerpo etérico está estrechamente relacionado con el físico -tal como se ha podido demostrar a través de los estudios que se han venido realizando en el campo de la electrofotografía y la electroterapia-, el cuerpo mental estaría a su vez relacionado con el cuerpo etérico y, subsiguientemente, con el físico. Desgraciadamente, aún no se han desarrollado los mecanismos adecuados para detectar y medir la energía mental tal como se supone que está constituida, es decir, como campo superpuesto sobre los anteriores y a los cuales organiza. De hecho, el universo de la radioastronomía y la existencia de los rayos X también ha sido invisible hasta que se dispuso de las técnicas adecuadas que sirvieran a modo de prolongación de nuestros sentidos hacia esas bandas de energía.
Si atendemos a la acción que ejerce la mente sobre el cuerpo físico, podemos comprobar que la medicina psicosomática nos presenta un panorama ciertamente interesante en cuanto a las posibilidades de actuación de la psicología como terapia sobre disfunciones físicas agudas o crónicas. Evidentemente, estamos hablando de la terapia aplicada siguiendo los principios de la psicología transpersonal, rama escindida de la psicología tradicional, que enmarca sus postulados dentro de los nuevos paradigmas einsteinianos. Si, como se puede apreciar habitualmente, las circunstancias psicológicas son las causantes de trastornos digestivos, estrés, infartos de miocardio, jaquecas, neuralgias, etc., tendremos que aceptar que existe una relación directa entre los planos mental y físico. Sin embargo, no se han establecido por parte de ningún investigador, ni oriental ni occidental, con qué tipo de receptores de energía mental cuenta nuestro organismo.
¿Pero cómo sería ese hipotético sistema de transmisión de energía mental? Para responder a esta interrogante nos referiremos a una teoría que nos habla de la existencia de cuatro chacras mentales denominados «egans», ubicados concretamente en los tubérculos cuadrigéminos que forman parte del mesencéfalo y que serían los responsables de transmitir la información que afectaría al cuerpo físico a través de los chacras del cuerpo etérico, conectados a su vez con diferentes glándulas del sistema endocrino.
Una vez que la ciencia haya incursionado en profundidad en la estructura subatómica de la materia, nos daremos cuenta de que el origen de la misma se halla en un plano de emanación energética tan sólo definible como plano espiritual, de igual forma que desde un punto de vista filosófico, los cuerpos físico, etérico y mental son considerados tres manifestaciones de una misma cosa: el espíritu. Seguramente, cuando la ciencia haya aceptado que el ser humano es un conjunto multidimensional de cuerpos en interacción constante, podrán darse los primeros pasos hacia la comprensión de la realidad espiritual. Probablemente entonces, descubran que lo que llamamos espíritu es una energía que cuenta, como toda energía, con dos polaridades y que está superpuesta a los planos dimensionales inferiores, a los que regula y sirve de punto de referencia evolutivo.
Se sabe que las energías de distintas frecuencias pueden coexistir en el mismo espacio sin que se produzcan interacciones destructivas entre ellas. Partiendo de este principio, podemos decir que la materia física y la etérea pueden coexistir en el mismo lugar, exactamente igual que se propagan en el mismo espacio las emisiones de radio o televisión sin interferirse. Este mismo principio de la materia en diferentes frecuencias es aplicable a la de otras más altas que las que componen el cuerpo etérico, como son el mental y el espiritual.
Si pudiéramos observar cómo están constituidos los cuerpos físico y etérico, podríamos comprobar que, prácticamente, no existe diferencia en su configuración, por cuanto el segundo es la representación del primero en un nivel vibratorio u octava más elevada. Esto nos permite suponer que el cuerpo mental es, a su vez, una representación de los dos anteriores en una octava o nivel superior de frecuencia vibratoria.
Y de la misma manera que el cuerpo etérico está estrechamente relacionado con el físico -tal como se ha podido demostrar a través de los estudios que se han venido realizando en el campo de la electrofotografía y la electroterapia-, el cuerpo mental estaría a su vez relacionado con el cuerpo etérico y, subsiguientemente, con el físico. Desgraciadamente, aún no se han desarrollado los mecanismos adecuados para detectar y medir la energía mental tal como se supone que está constituida, es decir, como campo superpuesto sobre los anteriores y a los cuales organiza. De hecho, el universo de la radioastronomía y la existencia de los rayos X también ha sido invisible hasta que se dispuso de las técnicas adecuadas que sirvieran a modo de prolongación de nuestros sentidos hacia esas bandas de energía.
Si atendemos a la acción que ejerce la mente sobre el cuerpo físico, podemos comprobar que la medicina psicosomática nos presenta un panorama ciertamente interesante en cuanto a las posibilidades de actuación de la psicología como terapia sobre disfunciones físicas agudas o crónicas. Evidentemente, estamos hablando de la terapia aplicada siguiendo los principios de la psicología transpersonal, rama escindida de la psicología tradicional, que enmarca sus postulados dentro de los nuevos paradigmas einsteinianos. Si, como se puede apreciar habitualmente, las circunstancias psicológicas son las causantes de trastornos digestivos, estrés, infartos de miocardio, jaquecas, neuralgias, etc., tendremos que aceptar que existe una relación directa entre los planos mental y físico. Sin embargo, no se han establecido por parte de ningún investigador, ni oriental ni occidental, con qué tipo de receptores de energía mental cuenta nuestro organismo.
¿Pero cómo sería ese hipotético sistema de transmisión de energía mental? Para responder a esta interrogante nos referiremos a una teoría que nos habla de la existencia de cuatro chacras mentales denominados «egans», ubicados concretamente en los tubérculos cuadrigéminos que forman parte del mesencéfalo y que serían los responsables de transmitir la información que afectaría al cuerpo físico a través de los chacras del cuerpo etérico, conectados a su vez con diferentes glándulas del sistema endocrino.
Una vez que la ciencia haya incursionado en profundidad en la estructura subatómica de la materia, nos daremos cuenta de que el origen de la misma se halla en un plano de emanación energética tan sólo definible como plano espiritual, de igual forma que desde un punto de vista filosófico, los cuerpos físico, etérico y mental son considerados tres manifestaciones de una misma cosa: el espíritu. Seguramente, cuando la ciencia haya aceptado que el ser humano es un conjunto multidimensional de cuerpos en interacción constante, podrán darse los primeros pasos hacia la comprensión de la realidad espiritual. Probablemente entonces, descubran que lo que llamamos espíritu es una energía que cuenta, como toda energía, con dos polaridades y que está superpuesta a los planos dimensionales inferiores, a los que regula y sirve de punto de referencia evolutivo.