- Implicación. Es decir, formar parte del proceso.
- Apertura al cambio. Somos por naturaleza reacios al cambio porque supone un esfuerzo y nuestro cerebro no quiere realizar esfuerzos y prefiere recorrer el camino que ya conoce.
- Sentirse seguro. Es fundamental sentir confianza en lo y los que nos rodean, saber que vamos a contar de partida con el respeto, la privacidad o confidencialidad si es necesario.
He estado los últimos doce años dedicada a la enseñanza no formal en múltiples colectivos, y he comprobado que lo importante no es la información que recibimos del exterior, sea a través del medio que sea: conferencias, libros, cursos, talleres, una charla con un amigo, estudios formales…
Lo realmente importante es lo que se elabora a partir de ese estímulo externo, lo que se siente, lo que se percibe, lo que se vivencia… bien es verdad que las palabras, la lectura, las imágenes –todo aquello que recibimos a través de los sentidos- nos sirve como acicate y estímulo para poner en marcha la curiosidad o el deseo de conocer más, y eso es importante, pues son los motores del aprendizaje, pero lo verdaderamente importante es lo que ese estímulo despierta en nosotros.
Nuevas concepciones
La pedagogía ya empieza a admitir que la inteligencia de una persona no se puede medir por su capacidad para almacenar la información. Ya no es la activación de la memoria –como sucedía antes- la que impera en los sistemas educativos.
La verdadera inteligencia se despierta cuando lo que recibimos del exterior hace resonar las cuerdas del alma. Lo verdaderamente interesante es el proceso que se genera dentro de cada uno, pues es un proceso único e irrepetible que no necesita ser asumido como una creencia, sino que está asimilado e incorporado en la propia personalidad.
El estímulo puede estar fuera, pero el proceso de transformación y asimilación siempre está dentro, es un fenómeno de resonancia. Los alumnos que mejores resultados sacan son aquellos capaces de relacionar la información que reciben con otros contenidos que hay en su interior o incluso que están llegando o le llegarán en el futuro.
La verdadera inteligencia se despierta cuando lo que recibimos del exterior hace resonar las cuerdas del alma. Lo verdaderamente interesante es el proceso que se genera dentro de cada uno, pues es un proceso único e irrepetible que no necesita ser asumido como una creencia, sino que está asimilado e incorporado en la propia personalidad.
El estímulo puede estar fuera, pero el proceso de transformación y asimilación siempre está dentro, es un fenómeno de resonancia. Los alumnos que mejores resultados sacan son aquellos capaces de relacionar la información que reciben con otros contenidos que hay en su interior o incluso que están llegando o le llegarán en el futuro.
Aprender en grupo
Cuando el aprendizaje se realiza en grupo se vuelve un proceso más rico y completo. Cuando las palabras o las ideas que escuchamos despiertan sintonía en nosotros se produce esa “común-unión”, comunión, que nos enriquecerá a todos en mayor medida.
Hay un conocido cuento sufí que a mí me gusta especialmente porque ilustra claramente esto que acabo de deciros, seguramente muchos lo conoceréis: Nos habla de dos discípulos ya avezados en las cuestiones del conocimiento interno que se encontraban un día bajo un enorme árbol hablando sobre cuestiones muy trascendentes.
Uno de ellos reparó en el sonido que producían las hojas al ser movidas por el viento y así se lo dijo a su compañero: “¿te das cuenta la fuerza que tiene el viento que hace moverse a las hojas sin cesar”. Su amigo, acostumbrado a la dialéctica y a la discusión negó: “No es así, son las hojas las que hacen moverse al viento”.
Estuvieron largo rato discutiendo, cada uno argumentaba su postura con mil y un razonamientos y echando mano de cuantos ejemplos conocía, pero ninguno de los dos convencía al otro y no había acuerdo.
Pasó por allí un maestro y estuvo escuchando durante unos minutos en silencio. Cuando ellos repararon en su presencia le preguntaron su opinión. El maestro miró a uno y a otro y les dijo: “Ni el viento mueve las hojas, ni estas mueven al viento. Son vuestras mentes lo único que se mueve”.
Si aceptamos ese enfoque observaríamos que los estímulos externos (que podemos simbolizar como el viento del cuento) son importantes, pero teniendo en cuenta que solo cada persona que escucha puede hacer que su mente “se mueva”.
Hay un conocido cuento sufí que a mí me gusta especialmente porque ilustra claramente esto que acabo de deciros, seguramente muchos lo conoceréis: Nos habla de dos discípulos ya avezados en las cuestiones del conocimiento interno que se encontraban un día bajo un enorme árbol hablando sobre cuestiones muy trascendentes.
Uno de ellos reparó en el sonido que producían las hojas al ser movidas por el viento y así se lo dijo a su compañero: “¿te das cuenta la fuerza que tiene el viento que hace moverse a las hojas sin cesar”. Su amigo, acostumbrado a la dialéctica y a la discusión negó: “No es así, son las hojas las que hacen moverse al viento”.
Estuvieron largo rato discutiendo, cada uno argumentaba su postura con mil y un razonamientos y echando mano de cuantos ejemplos conocía, pero ninguno de los dos convencía al otro y no había acuerdo.
Pasó por allí un maestro y estuvo escuchando durante unos minutos en silencio. Cuando ellos repararon en su presencia le preguntaron su opinión. El maestro miró a uno y a otro y les dijo: “Ni el viento mueve las hojas, ni estas mueven al viento. Son vuestras mentes lo único que se mueve”.
Si aceptamos ese enfoque observaríamos que los estímulos externos (que podemos simbolizar como el viento del cuento) son importantes, pero teniendo en cuenta que solo cada persona que escucha puede hacer que su mente “se mueva”.