No sabía dónde estaba pero lo que sí sabía a ciencia cierta es que no me encontraba en mi cama, ni en mi habitación, ni tampoco en mi casa... porque, cuando abría los ojos, veía una poderosa fuente de energía en plena ebullición. Era un núcleo incandescente que me recordaba un volcán, el color rojo de la lava, el fuego sin llamas, la materia más oscura, casi negra estallando en oleadas aquí y allá. Con cada explosión la nube crecía y crecía. Me impactaba la luz y me sorprendía la ausencia de calor.
Al principio mi mente se impuso y pensé: estoy asistiendo al Big-Bang, estoy viendo el momento de la creación de este universo. Sin embargo, me di cuenta enseguida de que no era el gran Big-Bang, sino mi pequeño big-bang, mi nacimiento como espíritu. Entonces me entregué a la experiencia sin reservas.
Al principio mi mente se impuso y pensé: estoy asistiendo al Big-Bang, estoy viendo el momento de la creación de este universo. Sin embargo, me di cuenta enseguida de que no era el gran Big-Bang, sino mi pequeño big-bang, mi nacimiento como espíritu. Entonces me entregué a la experiencia sin reservas.
Mi pequeño Big-Bang
Veía la escena y a la vez mi cuerpo sentía todo lo que estaba ocurriendo, era en mi plexo solar donde se originaba todo. Ese vórtice energético parecía el centro de un volcán estallando sin violencia pero sí con fuerza. Y a cada una de esas explosiones una voz -creo que la mía- iba nombrando una característica de mi ser. Allí brotaban por igual aspectos positivos y negativos, tendencias, capacidades... Sentía que cada una de mis partículas estaba impregnada de esa energía.
Era un momento inenarrable, me sentí tan infinitesimal, tan microscópico y tan fuerte, tan grande, tan poderoso a la vez. Mi ser naciendo, gestado en un fuego que no quemaba. Sentí que yo había desaparecido y una conciencia distinta había llegado, una presencia permanente, una certeza de existir difícil de explicar con palabras. Ese ser tenía un punto de solidez, de equilibrio, de atención. Conocía cada partícula que se generaba, todo lo que de allí surgía estaba impregnado de su conciencia.
Las explosiones seguían sucediéndose y brotaban como nubes de un rojizo incandescente. Me emocionaba sentir que se estaba generando mi espíritu, que asistía a mi verdadero nacimiento.
Tenía sensación de infinitud, ¡había tantas partes del ser diseminadas, incontables, infinitas!, pero todas unidas por esa conciencia única que las mantenía unidas. En todas ellas estaba la esencia, todas alimentadas con la misma energía. Cada una se ubicaba en el lugar que le correspondía dentro de la enorme nube de energía.
Cada manifestación estaba tremendamente condensada, cada chispa tenía en potencia la facultad a desarrollar en su momento, la forma necesaria, el aspecto adecuado, la cualidad innata. Todo estaba allí, en un instante se había grabado todo lo que el Ser necesitaría durante el largo viaje hasta regresar al punto de origen. No había nada al azar, ningún cabo suelto. Ahí estaban contempladas las infinitas posibilidades de los infinitos recorridos que cada una de esas chispas pudiera hacer a lo largo de eones de tiempo. Daba igual épocas o civilizaciones, aquello era el espacio común, el origen común, el mundo donde se iban a producir las experiencias no importaba porque el Ser encontraría el modo de reencontrar su origen. Sentí que no contaba el tiempo, ni la forma, ni había caminos a seguir, ni recorridos establecidos. Sólo una consigna: «Ve y explora en libertad».
Entonces vi, sentí, que mi energía entraba a formar parte de un remolino, como una pequeña galaxia en forma de espiral que crecía y crecía más y más a medida que otras chispas se iban incorporando y me dejé flotar, en el espacio sonaba una vibración constante: Era un OMMM muy abierto, casi sonaba como AMMM y yo era un pequeño átomo, uno más que junto con otros muchos se unían y giraban flotando alrededor de una fuente de energía que ni siquiera podía vislumbrar. El espacio estaba lleno de millones de espirales que giraban como esa, todas conformadas también por infinitos seres que eran apenas puntos de luz.
No puedo describir tanta belleza, el sonido, el calor, la luz, la energía, la grandeza de un amor sin formas ni límites, sólo un amor como una fuerza inmensa e imparable que nos hacía girar a todos”
Era un momento inenarrable, me sentí tan infinitesimal, tan microscópico y tan fuerte, tan grande, tan poderoso a la vez. Mi ser naciendo, gestado en un fuego que no quemaba. Sentí que yo había desaparecido y una conciencia distinta había llegado, una presencia permanente, una certeza de existir difícil de explicar con palabras. Ese ser tenía un punto de solidez, de equilibrio, de atención. Conocía cada partícula que se generaba, todo lo que de allí surgía estaba impregnado de su conciencia.
Las explosiones seguían sucediéndose y brotaban como nubes de un rojizo incandescente. Me emocionaba sentir que se estaba generando mi espíritu, que asistía a mi verdadero nacimiento.
Tenía sensación de infinitud, ¡había tantas partes del ser diseminadas, incontables, infinitas!, pero todas unidas por esa conciencia única que las mantenía unidas. En todas ellas estaba la esencia, todas alimentadas con la misma energía. Cada una se ubicaba en el lugar que le correspondía dentro de la enorme nube de energía.
Cada manifestación estaba tremendamente condensada, cada chispa tenía en potencia la facultad a desarrollar en su momento, la forma necesaria, el aspecto adecuado, la cualidad innata. Todo estaba allí, en un instante se había grabado todo lo que el Ser necesitaría durante el largo viaje hasta regresar al punto de origen. No había nada al azar, ningún cabo suelto. Ahí estaban contempladas las infinitas posibilidades de los infinitos recorridos que cada una de esas chispas pudiera hacer a lo largo de eones de tiempo. Daba igual épocas o civilizaciones, aquello era el espacio común, el origen común, el mundo donde se iban a producir las experiencias no importaba porque el Ser encontraría el modo de reencontrar su origen. Sentí que no contaba el tiempo, ni la forma, ni había caminos a seguir, ni recorridos establecidos. Sólo una consigna: «Ve y explora en libertad».
Entonces vi, sentí, que mi energía entraba a formar parte de un remolino, como una pequeña galaxia en forma de espiral que crecía y crecía más y más a medida que otras chispas se iban incorporando y me dejé flotar, en el espacio sonaba una vibración constante: Era un OMMM muy abierto, casi sonaba como AMMM y yo era un pequeño átomo, uno más que junto con otros muchos se unían y giraban flotando alrededor de una fuente de energía que ni siquiera podía vislumbrar. El espacio estaba lleno de millones de espirales que giraban como esa, todas conformadas también por infinitos seres que eran apenas puntos de luz.
No puedo describir tanta belleza, el sonido, el calor, la luz, la energía, la grandeza de un amor sin formas ni límites, sólo un amor como una fuerza inmensa e imparable que nos hacía girar a todos”
Retorno al aquí y al ahora
Ahí termina mi visión/vivencia. Me levanté a beber agua al cuarto de baño y abrí la ventana. La noche era silenciosa y fría, no había viento y el cielo despejado dejaba ver las estrellas titilando. Aspiré el aire mientras entornaba los ojos y fue en ese preciso momento en el que se instaló conmigo la sensación de tristeza. Volví a la cama e intenté inútilmente recuperar «mi sueño»; pasaron dos horas sin conseguirlo y, finalmente, el sueño me venció. Sin embargo, al despertar recordaba vívidamente todas las imágenes.
Intenté contárselo a alguien pero al hacerlo me di cuenta de la dificultad, salían unas pocas frases entrecortadas, un relato incoherente y sin conexión, un montón de ideas atropelladas y sensaciones torpemente expresadas, pero eso era cuanto podía contar de aquella experiencia. Renuncié a hacerlo de forma más lúcida, no podía o no sabía.
Desde entonces, cada vez que rememoro aquellas escenas me siento sobrecogida como la primera vez. Hay emociones muy intensas que no soy capaz de expresar, porque las palabras y hasta los pensamientos no llegan ni siquiera a reflejarlo. Entonces siento la necesidad de mirar el horizonte, de ver la línea que separa la tierra del cielo y perderme ahí, en ese horizonte, como si fuera una frontera entre dos mundos. Líneas, separaciones, bordes y fronteras... así es mi mundo, repleto de separaciones y de líneas divisorias, pero yo sé que ése no es el mundo de verdad, ése es el «real» para mi nivel de conciencia que necesita colocar las cosas en sitios prefijados.
Es probable que el mundo de verdad sea ese otro donde sólo hay unidad, ese mundo de energías, más sutil, que está a su vez sometido al de la mente generadora, y éste a su vez al de la fuerza creadora.
Creo que he experimentado, tal vez apenas durante una fracción de segundo, la sensación de UNIDAD, de UNICIDAD. Me he sentido, sabido, experimentado, un ser único.
Intenté contárselo a alguien pero al hacerlo me di cuenta de la dificultad, salían unas pocas frases entrecortadas, un relato incoherente y sin conexión, un montón de ideas atropelladas y sensaciones torpemente expresadas, pero eso era cuanto podía contar de aquella experiencia. Renuncié a hacerlo de forma más lúcida, no podía o no sabía.
Desde entonces, cada vez que rememoro aquellas escenas me siento sobrecogida como la primera vez. Hay emociones muy intensas que no soy capaz de expresar, porque las palabras y hasta los pensamientos no llegan ni siquiera a reflejarlo. Entonces siento la necesidad de mirar el horizonte, de ver la línea que separa la tierra del cielo y perderme ahí, en ese horizonte, como si fuera una frontera entre dos mundos. Líneas, separaciones, bordes y fronteras... así es mi mundo, repleto de separaciones y de líneas divisorias, pero yo sé que ése no es el mundo de verdad, ése es el «real» para mi nivel de conciencia que necesita colocar las cosas en sitios prefijados.
Es probable que el mundo de verdad sea ese otro donde sólo hay unidad, ese mundo de energías, más sutil, que está a su vez sometido al de la mente generadora, y éste a su vez al de la fuerza creadora.
Creo que he experimentado, tal vez apenas durante una fracción de segundo, la sensación de UNIDAD, de UNICIDAD. Me he sentido, sabido, experimentado, un ser único.
El sentimiento de soledad
Ahora, de vuelta aquí, no puedo sacudirme la terrible sensación de soledad, pero no es una soledad de abandono o de tristeza sino el sentimiento profundo de ser único y de llevar eso impreso en cada partícula de mi ser físico, energético, mental y espiritual.
Me siento pequeña, perdida, sola, en un tiempo infinito. Quiero volver y repetir la experiencia, saber si puedo encontrarme con otros cercanos de entonces o si sólo debo mirar a los cercanos de ahora. Me siento extraña, ajena a muchas de las cosas que aquí suceden, a muchas de las personas que aquí están, tengo sensación de estar de visita, pero en lo profundo me siento alejada, diferente, «bicho raro». Miro mi vida y observo que es todo lo contrario a esos sentimientos: es implicación, es presencia, es estar, es respuesta, es ante todo entrega.
Lanzo esa inquietud al espacio en un intento por resolver esa contradicción y… ¡Dios!, ¡cómo responde el Universo cuando preguntas algún por qué! Respuestas sencillas pero inequívocas que se ponen ante mis ojos: La primera fue una cigüeña que cruzó volando frente a mi ventana, muy cerca, tanto que pude ver su cara, sus ojos, su pico... Incluso me pareció que me miraba. Volaba despacio, desafiando al frío que soplaba del Norte. Me hizo sonreír, me hizo pensar en el hogar, en mi hogar... Dejé de escribir para seguir su vuelo pausado hasta que la perdí de vista. Pensé: La madre tierra sigue respondiendo y sigue presentándome aspectos de la vida.
Después seguí escribiendo y al poco tiempo un grupo de pájaros, posiblemente gorriones, se precipitaron desde el tejado como un escuadrón de aviones y comenzaron a hacer evoluciones alegres frente a la ventana, parecía que era una feria de acróbatas. Era curioso verlos evolucionar, girar, alejarse para luego volver, subir y bajar haciendo piruetas. Era la alegría del trabajo en grupo, el servicio, el sentimiento de utilidad, la sensación de que cada uno hacía su papel pero dentro de la misma obra... Se alejaron piando con alegría.
Los renglones de mi escrito seguían aumentando, mientras yo me dejaba invadir por las emociones de los recuerdos. A veces las lágrimas se escapaban ante la fuerza de lo vivido e incapaz de encontrar palabras que lo describieran fielmente.
A menudo levantaba la vista a ese regalo de horizonte que se extiende frente a mi ventana, más allá de la pantalla del ordenador los cristales me muestran como una bella pantalla panorámica una amplitud que me hace respirar profundamente mientras siento que se expande también mi alma.
Ahora los protagonistas eran tres urracas de esas blancas y negras que tanto pululan por aquí. No sé qué mensaje traían hoy a mi vida, pero por la forma en que volaban sólo se me ocurre pensar que son referencias a seguir en un momento determinado. Primero cruzaba una, después aparecía otra siguiendo otra dirección, más tarde otra siguiendo un rumbo distinto... cada vez seguían trazados diferentes y eso me hizo reflexionar sobre los referentes que se cruzan por nuestro camino, son válidos durante un tiempo más o menos largo, pero después no hay que empeñarse en seguirlo puesto que otra trayectoria nos enseñara nuevos caminos, otros recorridos que nos harán tener una visión más completa del terreno en el que nos movemos...
El tiempo pasaba, yo seguía desgranando mi historia en palabras, dejando que los dedos volasen sobre el teclado y en estos momentos está cruzando el cielo gris una enorme bandada creo que de patos. Vuelan muy alto, casi me pasan desapercibidos, eran apenas una mancha un poco más oscura que se deslizaba como una nube arrastrada por el viento fuerte. Parecían un enjambre de pequeños puntos negros que se movían unidos como una gota de aceite flotando en el cielo, cambiando de forma ligeramente pero desplazándose al unísono. Y ante ellos llegó el pensamiento de nuestro destino común como humanidad, de que nuestro futuro es la unión natural, como la de esas aves, unirnos para avanzar, para caminar juntos, para volar hacia horizontes más cálidos, menos hostiles, más fáciles.
¿Puedo sentirme uno y a la vez parte de la bandada? ¡Sí puedo! ¡Claro que puedo! Es lo que he hecho desde que he nacido. Ahora simplemente estoy recordando algunos pasajes de mi historia que he olvidado, que han quedado escondidos entre las capas y capas de realidad con las que mi ser se ha ido cubriendo, pero ahora SÉ que están ahí, intentando surgir y yo voy a seguir buscando respuestas en ese mundo interno, porque sé que las que encuentre me van a servir para entender mejor este otro mundo en el que me muevo cada día, sé que esas respuestas son las que dan el verdadero sentido a mi vida.
Me siento pequeña, perdida, sola, en un tiempo infinito. Quiero volver y repetir la experiencia, saber si puedo encontrarme con otros cercanos de entonces o si sólo debo mirar a los cercanos de ahora. Me siento extraña, ajena a muchas de las cosas que aquí suceden, a muchas de las personas que aquí están, tengo sensación de estar de visita, pero en lo profundo me siento alejada, diferente, «bicho raro». Miro mi vida y observo que es todo lo contrario a esos sentimientos: es implicación, es presencia, es estar, es respuesta, es ante todo entrega.
Lanzo esa inquietud al espacio en un intento por resolver esa contradicción y… ¡Dios!, ¡cómo responde el Universo cuando preguntas algún por qué! Respuestas sencillas pero inequívocas que se ponen ante mis ojos: La primera fue una cigüeña que cruzó volando frente a mi ventana, muy cerca, tanto que pude ver su cara, sus ojos, su pico... Incluso me pareció que me miraba. Volaba despacio, desafiando al frío que soplaba del Norte. Me hizo sonreír, me hizo pensar en el hogar, en mi hogar... Dejé de escribir para seguir su vuelo pausado hasta que la perdí de vista. Pensé: La madre tierra sigue respondiendo y sigue presentándome aspectos de la vida.
Después seguí escribiendo y al poco tiempo un grupo de pájaros, posiblemente gorriones, se precipitaron desde el tejado como un escuadrón de aviones y comenzaron a hacer evoluciones alegres frente a la ventana, parecía que era una feria de acróbatas. Era curioso verlos evolucionar, girar, alejarse para luego volver, subir y bajar haciendo piruetas. Era la alegría del trabajo en grupo, el servicio, el sentimiento de utilidad, la sensación de que cada uno hacía su papel pero dentro de la misma obra... Se alejaron piando con alegría.
Los renglones de mi escrito seguían aumentando, mientras yo me dejaba invadir por las emociones de los recuerdos. A veces las lágrimas se escapaban ante la fuerza de lo vivido e incapaz de encontrar palabras que lo describieran fielmente.
A menudo levantaba la vista a ese regalo de horizonte que se extiende frente a mi ventana, más allá de la pantalla del ordenador los cristales me muestran como una bella pantalla panorámica una amplitud que me hace respirar profundamente mientras siento que se expande también mi alma.
Ahora los protagonistas eran tres urracas de esas blancas y negras que tanto pululan por aquí. No sé qué mensaje traían hoy a mi vida, pero por la forma en que volaban sólo se me ocurre pensar que son referencias a seguir en un momento determinado. Primero cruzaba una, después aparecía otra siguiendo otra dirección, más tarde otra siguiendo un rumbo distinto... cada vez seguían trazados diferentes y eso me hizo reflexionar sobre los referentes que se cruzan por nuestro camino, son válidos durante un tiempo más o menos largo, pero después no hay que empeñarse en seguirlo puesto que otra trayectoria nos enseñara nuevos caminos, otros recorridos que nos harán tener una visión más completa del terreno en el que nos movemos...
El tiempo pasaba, yo seguía desgranando mi historia en palabras, dejando que los dedos volasen sobre el teclado y en estos momentos está cruzando el cielo gris una enorme bandada creo que de patos. Vuelan muy alto, casi me pasan desapercibidos, eran apenas una mancha un poco más oscura que se deslizaba como una nube arrastrada por el viento fuerte. Parecían un enjambre de pequeños puntos negros que se movían unidos como una gota de aceite flotando en el cielo, cambiando de forma ligeramente pero desplazándose al unísono. Y ante ellos llegó el pensamiento de nuestro destino común como humanidad, de que nuestro futuro es la unión natural, como la de esas aves, unirnos para avanzar, para caminar juntos, para volar hacia horizontes más cálidos, menos hostiles, más fáciles.
¿Puedo sentirme uno y a la vez parte de la bandada? ¡Sí puedo! ¡Claro que puedo! Es lo que he hecho desde que he nacido. Ahora simplemente estoy recordando algunos pasajes de mi historia que he olvidado, que han quedado escondidos entre las capas y capas de realidad con las que mi ser se ha ido cubriendo, pero ahora SÉ que están ahí, intentando surgir y yo voy a seguir buscando respuestas en ese mundo interno, porque sé que las que encuentre me van a servir para entender mejor este otro mundo en el que me muevo cada día, sé que esas respuestas son las que dan el verdadero sentido a mi vida.