Al menos eso era antes, porque en la actualidad, en lo relativo a la familia, con tantos divorcios y nuevos matrimonios, hay verdaderas batallas para contentar a todo el mundo acerca de dónde y con quién cenar en Nochebuena, dónde y con quién almorzar en el día de Navidad...
La verdad es que los compromisos sociales tienen el inconveniente de que son como un círculo que se va estrechando y, al final, te ves obligado a contar algunas mentirijillas para poder escaparte y así poder pasar la tarde en casita o haciendo algo que te apetezca, como por ejemplo irte de viaje una semanita...
Y es entonces cuando uno se pregunta si es que vamos a tener que seguir siendo esclavos de los convencionalismos sociales. Uno es sociable, adaptativo, nada conflictivo… pero también he aprendido que de nada sirve todo eso cuando el círculo se cierra tanto que interfiere en tu metro cuadrado de privacidad.
Aprender a decir NO es bastante difícil. Parece que diciendo NO hemos dejado de querer a esa persona, hemos dejado pasar la oportunidad de nuestra vida, hemos sido unos maleducados… Y, sin embargo, decir NO puede ser muy saludable, puede aumentar tu autoestima, puede hacer que seas percibido como alguien con criterio al que no se le puede llevar fácilmente «al huerto».
Recuerdo una anécdota que viví hace unos cuantos años y que, quizás, tenga que ver con lo que estoy hablando: Yo tenía la costumbre de desayunar cada mañana antes de entrar a trabajar en un bar cercano a la oficina. Un día entró en el bar un tipo mal encarado, muy alto y fuerte, que vivía en unas chabolas cercanas. El hombre se colocó a mi lado en la barra del bar y, sin mediar palabra, me espetó de forma intimidatoria: “Tú me vas a invitar a desayunar hoy”. Yo me volví a mirarle y tranquilamente le dije: “No”. Él entonces esbozó una ligera sonrisa y volviéndose al camarero de la barra le dijo: “entonces me invitas tú”, a lo que el camarero, con cara de susto, accedió sin pensarlo dos veces. Probablemente, ese individuo desayunaba gratis todos los días… Cuando salí del bar traté de averiguar qué me impulso a negarle la invitación a un sujeto que podía haberme partido la cara, pero no encontré la respuesta, tan solo recuerdo que me sentí muy bien…
Volviendo a las reuniones familiares, reunirse en Navidad es mejor que no reunirse o hacerlo en situaciones dramáticas. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y la familia es un foco de encuentro necesario para saber de dónde venimos, por mucho que haya gente que se pregunte más de una vez que “cómo es posible que haya nacido yo aquí, entre estas personas con las que no tengo nada en común…”.
En todas las culturas, la familia es la base donde se asientan las sociedades, donde empiezan a construirse los pueblos, las ciudades y los países, por tanto, es un elemento que hay que cuidar so pena de ver cómo, poco a poco, esa sociedad desaparece.
Los gobiernos que no practican el noble arte de cuidar la institución familiar están condenados al fracaso, porque la familia es el sostén del Estado, no las grandes corporaciones, y a la historia me remito. Uno puede renunciar a muchas cosas para sobrevivir pero a la familia que no nos la toquen, porque por la supervivencia de la familia somos capaces de organizar una revolución, dicen quienes están al borde de ella, como está sucediendo en estos momentos en muchos hogares españoles, donde las “colas del hambre” son desgraciadamente algo habitual.
Hay que aprender a decir NO, sobre todo dirigido a quienes han antepuesto los beneficios propios a los de la comunidad, a quienes dan prioridad a seguir engordando el bolsillo de los especuladores a costa del hambre de miles de personas, a quienes no les importa nada la educación de los hijos o que la sanidad sea un sueño para muchos millones de personas en el mundo.
Decir NO y decir BASTA es un deber y un derecho que no tenemos que dejar en manos de otros. No consiste solo en protestar en reuniones de vecinos o de amigos de lo mal que está el mundo, es necesario que aprendamos que nadie nos va a sacar del agujero en el que nos hayamos, o nos hayan metido, por no atrevernos a decir NO.
La verdad es que los compromisos sociales tienen el inconveniente de que son como un círculo que se va estrechando y, al final, te ves obligado a contar algunas mentirijillas para poder escaparte y así poder pasar la tarde en casita o haciendo algo que te apetezca, como por ejemplo irte de viaje una semanita...
Y es entonces cuando uno se pregunta si es que vamos a tener que seguir siendo esclavos de los convencionalismos sociales. Uno es sociable, adaptativo, nada conflictivo… pero también he aprendido que de nada sirve todo eso cuando el círculo se cierra tanto que interfiere en tu metro cuadrado de privacidad.
Aprender a decir NO es bastante difícil. Parece que diciendo NO hemos dejado de querer a esa persona, hemos dejado pasar la oportunidad de nuestra vida, hemos sido unos maleducados… Y, sin embargo, decir NO puede ser muy saludable, puede aumentar tu autoestima, puede hacer que seas percibido como alguien con criterio al que no se le puede llevar fácilmente «al huerto».
Recuerdo una anécdota que viví hace unos cuantos años y que, quizás, tenga que ver con lo que estoy hablando: Yo tenía la costumbre de desayunar cada mañana antes de entrar a trabajar en un bar cercano a la oficina. Un día entró en el bar un tipo mal encarado, muy alto y fuerte, que vivía en unas chabolas cercanas. El hombre se colocó a mi lado en la barra del bar y, sin mediar palabra, me espetó de forma intimidatoria: “Tú me vas a invitar a desayunar hoy”. Yo me volví a mirarle y tranquilamente le dije: “No”. Él entonces esbozó una ligera sonrisa y volviéndose al camarero de la barra le dijo: “entonces me invitas tú”, a lo que el camarero, con cara de susto, accedió sin pensarlo dos veces. Probablemente, ese individuo desayunaba gratis todos los días… Cuando salí del bar traté de averiguar qué me impulso a negarle la invitación a un sujeto que podía haberme partido la cara, pero no encontré la respuesta, tan solo recuerdo que me sentí muy bien…
Volviendo a las reuniones familiares, reunirse en Navidad es mejor que no reunirse o hacerlo en situaciones dramáticas. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y la familia es un foco de encuentro necesario para saber de dónde venimos, por mucho que haya gente que se pregunte más de una vez que “cómo es posible que haya nacido yo aquí, entre estas personas con las que no tengo nada en común…”.
En todas las culturas, la familia es la base donde se asientan las sociedades, donde empiezan a construirse los pueblos, las ciudades y los países, por tanto, es un elemento que hay que cuidar so pena de ver cómo, poco a poco, esa sociedad desaparece.
Los gobiernos que no practican el noble arte de cuidar la institución familiar están condenados al fracaso, porque la familia es el sostén del Estado, no las grandes corporaciones, y a la historia me remito. Uno puede renunciar a muchas cosas para sobrevivir pero a la familia que no nos la toquen, porque por la supervivencia de la familia somos capaces de organizar una revolución, dicen quienes están al borde de ella, como está sucediendo en estos momentos en muchos hogares españoles, donde las “colas del hambre” son desgraciadamente algo habitual.
Hay que aprender a decir NO, sobre todo dirigido a quienes han antepuesto los beneficios propios a los de la comunidad, a quienes dan prioridad a seguir engordando el bolsillo de los especuladores a costa del hambre de miles de personas, a quienes no les importa nada la educación de los hijos o que la sanidad sea un sueño para muchos millones de personas en el mundo.
Decir NO y decir BASTA es un deber y un derecho que no tenemos que dejar en manos de otros. No consiste solo en protestar en reuniones de vecinos o de amigos de lo mal que está el mundo, es necesario que aprendamos que nadie nos va a sacar del agujero en el que nos hayamos, o nos hayan metido, por no atrevernos a decir NO.