Va de influencias

Así que entramos a este mundo llevando en la mochila una gran cantidad de elementos, algunos de los cuales, probablemente, hemos seleccionado antes de nacer para poder llevar a buen término lo que hemos deseado alcanzar como espíritu en evolución.
 
El problema es que cuando nacemos no traemos en la memoria del cerebro todo lo que hemos proyectado antes de nacer, lo que se ha dado en llamar “El Plan de Vida”, así que no nos queda otro remedio que ir descubriéndolo paso a paso a lo largo de los años. Afortunadamente, contamos con una copia de ese plan de vida guardada en nuestro corazón, órgano que, como se sabe, cuenta con un gran número de neuronas dispuestas a enviar mensajes permanentemente para que sepamos por donde caminar y también por donde no caminar.
 
Sin embargo, no contamos con las influencias que el libre albedrío de los demás nos pueden hacer caminar por los sitios inadecuados de la vida, como aquel profesor que nos inculcó el ansia por investigar en la física o en la literatura o aquel sacerdote que nos metió el miedo en el cuerpo si nos moríamos en pecado mortal y que ahora nos influye inconscientemente cuando vamos a hacer algo que se sale de la norma, aunque los rebeldes como yo intentamos saltarnos esas normas cuando nos parecen dictadas por mentes poco evolucionadas. En fin, que estamos sometidos a influencias variopintas y que nos llevan a tomar decisiones muchas veces equivocadas.

Las influencias sociales son los procesos por los cuales las personas cambian sus pensamientos, sentimientos o comportamientos debido a la presencia o acción de otras personas o grupos. Existen diferentes tipos y ejemplos de influencia social, como la conformidad, la obediencia, la persuasión, la presión de grupo, el liderazgo, la publicidad, etc. La influencia social puede tener efectos positivos o negativos en la sociedad, dependiendo de cómo se ejerza y cómo se reciba.
 
Uno de los frenos en nuestro camino es el miedo a hacer lo incorrecto por no tener suficientes datos objetivos sino solo subjetivos, procedentes de influencias «bienintencionadas» y que nos llevan a paralizarnos y así dejar pasar oportunidades que tan solo nos pedían un poquito de riesgo, un poquito de aventura, un poquito de «saltarse a la torera» lo establecido.
 
Si hacemos un repaso a nuestra biografía, y somos sinceros con nosotros mismos, sabremos qué cosas nos influyen y de quien proceden para, una vez visto, saber que no nos quedaría otra que empezar a poner en tela de juicio todas y cada una de esas influencias. La primera la de los padres, porque están basadas en su experiencia vivida en «tiempos de Mari Castaña» y que ahora muchas de ellas no tendrían sentido, aunque siempre de ellos nos queda la sabiduría derivada de su experiencia vital, que está por encima de los momentos sociales en que les tocó vivir, algunos verdaderamente duros; la de los profesores porque «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», como dice la zarzuela, y sus postulados ya han sido superados; la de los sacerdotes, porque a medida que vamos haciéndonos mayores nos vamos dando cuenta de que sus historias son cuentos de miedo para los niños, no para los adultos que tengan «dos dedos de frente»; la de los políticos, porque finalmente la gente se da cuenta de que hablan para ellos, no para el pueblo que dicen representar... 

En fin, que todos queremos influir sobre todos, fundamentalmente para no estar solos. Queremos compartir y convencer para sentirnos acompañados, para sentir que nuestras ideas no son tan descabelladas, para comprobar lo listos que somos o para vivir un amor que nos haga felices. Todo ello dirigido a poder alcanzar nuestro propósito. Hay que tener en cuenta que la señal más cierta es la que nos llega del corazón y que viene a decir algo así como: “Si lo que decides te hace feliz, vas por el buen camino, pero si te hace infeliz, cambia inmediatamente de decisión”.
 
En realidad, todo se resume a una cuestión de supervivencia. Si estamos solos nos morimos, como se muere la célula aislada del órgano al que pertenece y, si nos fijamos bien, prácticamente todo lo que hacemos y pensamos sólo tiene como objetivo final la supervivencia, tanto física como emocional, algo que está impreso en el núcleo de cada una de nuestras células. La Vida es la oportunidad de evolucionar como seres humanos que nos ha regalado el Cosmos y, por tanto, es algo sagrado a lo que debemos estar agradecidos.
 
Vivimos sometidos a influencias de todo tipo, de la misma forma que cada uno de nosotros influye en nuestro entorno, sobre todo el familiar. Influir bien, sin imposiciones, con ética y valores, con un libre albedrío verdaderamente libre, con la sana intención de ayudar a los demás sin pedir nada a cambio y con la voluntad de ser mejores cada día, ése es el verdadero camino para alcanzar con éxito nuestro Plan de Vida.