Parece evidente que todos buscamos el camino que nos pueda llevar a la felicidad, al encuentro con uno mismo/a y, en esa búsqueda, a veces, muchas por desgracia, nos metemos en caminos inciertos que, aunque están iluminados con luces de neón prometiendo todo tipo de cosas, no dejan de ser un espejismo.
Uno de esos caminos es el del deseo de reconocimiento, de ser admirado y tenido por alguien especial, incluso superior a los que te rodean; otro es el del victimismo, el querer que te estén atendiendo continuamente porque te consideras un «pobre de mí». Sin duda eso es estrategia pura para que otros nos hagan lo que tendríamos que hacer nosotros.
Otros caminos inciertos son los de creer que «tanto tienes tanto vales» y no dedicar tu vida a hacer lo que sea necesario para obtener lo que necesitas para sentir que ya “vales mucho”, hasta que te das cuenta de que a lo mejor tienes mucho más de lo que necesitas y en el camino no has tenido en cuenta todo lo que has perdido como la salud, los amigos o el amor de tu familia.
Otro de esos caminos es el del culto al cuerpo o a la imagen, una forma de sentirse bien con uno mismo, tanto el que se machaca en el gimnasio como el o la que se pasa de vez en cuando a “saludar” al cirujano plástico, o quienes se vuelven un «fundamentalista» de la alimentación y que, en ocasiones, te deja sin gota de energía.
Otros caminos menos iluminados pero también inciertos son los de las creencias inamovibles, esas que la vida se encarga permanentemente de zarandear a ver si relativizamos las cosas y no nos convertimos en fanáticos y «maníacos obsesivos de la verdad». Entre ellas están las creencias religiosas, las científicas, las médicas, las políticas... Todas ellas tratan de que no pongamos en tela de juicio sus “verdades” y que si acaso lo hacemos aseguran que nos pueden suceder cosas terribles, por eso sabemos que no son buenas.
Las religiosas te asustan con el infierno, las científicas lo hacen invalidando los descubrimientos que rompen sus esquemas (como en la Edad Media); las médicas amenazándote con la muerte si haces caso a las terapias alternativas, procedimientos que, por supuesto, desconocen; las políticas te asustan con la ruina, el caos o con la pérdida de todo lo que tienes si no les votas...
Por último, decir que más allá de lo obvio, de lo concreto y aparentemente real, está lo sutil, lo inmanente, eso que somos de verdad, mientras lo que nos venden como «real» no es otra cosa que un espejismo que hemos creado para andar por esos caminos inciertos, tratando de que no nos pase nada hasta encontrar la senda que nos lleve a nuestro interior, donde la verdadera realidad está impresa en cada corazón humano; al principio con la luz de un candil y, más tarde, con una luz deslumbrante que ciega a los que andan por donde no deben, porque están mirando con los ojos físicos en lugar de hacerlo con los ojos del corazón.
Uno de esos caminos es el del deseo de reconocimiento, de ser admirado y tenido por alguien especial, incluso superior a los que te rodean; otro es el del victimismo, el querer que te estén atendiendo continuamente porque te consideras un «pobre de mí». Sin duda eso es estrategia pura para que otros nos hagan lo que tendríamos que hacer nosotros.
Otros caminos inciertos son los de creer que «tanto tienes tanto vales» y no dedicar tu vida a hacer lo que sea necesario para obtener lo que necesitas para sentir que ya “vales mucho”, hasta que te das cuenta de que a lo mejor tienes mucho más de lo que necesitas y en el camino no has tenido en cuenta todo lo que has perdido como la salud, los amigos o el amor de tu familia.
Otro de esos caminos es el del culto al cuerpo o a la imagen, una forma de sentirse bien con uno mismo, tanto el que se machaca en el gimnasio como el o la que se pasa de vez en cuando a “saludar” al cirujano plástico, o quienes se vuelven un «fundamentalista» de la alimentación y que, en ocasiones, te deja sin gota de energía.
Otros caminos menos iluminados pero también inciertos son los de las creencias inamovibles, esas que la vida se encarga permanentemente de zarandear a ver si relativizamos las cosas y no nos convertimos en fanáticos y «maníacos obsesivos de la verdad». Entre ellas están las creencias religiosas, las científicas, las médicas, las políticas... Todas ellas tratan de que no pongamos en tela de juicio sus “verdades” y que si acaso lo hacemos aseguran que nos pueden suceder cosas terribles, por eso sabemos que no son buenas.
Las religiosas te asustan con el infierno, las científicas lo hacen invalidando los descubrimientos que rompen sus esquemas (como en la Edad Media); las médicas amenazándote con la muerte si haces caso a las terapias alternativas, procedimientos que, por supuesto, desconocen; las políticas te asustan con la ruina, el caos o con la pérdida de todo lo que tienes si no les votas...
Por último, decir que más allá de lo obvio, de lo concreto y aparentemente real, está lo sutil, lo inmanente, eso que somos de verdad, mientras lo que nos venden como «real» no es otra cosa que un espejismo que hemos creado para andar por esos caminos inciertos, tratando de que no nos pase nada hasta encontrar la senda que nos lleve a nuestro interior, donde la verdadera realidad está impresa en cada corazón humano; al principio con la luz de un candil y, más tarde, con una luz deslumbrante que ciega a los que andan por donde no deben, porque están mirando con los ojos físicos en lugar de hacerlo con los ojos del corazón.