Tu realidad, mi realidad… la realidad
Estamos acostumbrados a hablar sobre la realidad de una forma genérica y cotidiana, como si supiéramos con certeza y claridad a qué nos estamos refiriendo en cada momento.
No me atrevo a definir qué es la realidad, pero si podría aventurarme a pensar que tiene una relación directa con la naturaleza de la existencia, al menos de lo que podemos percibir con nuestros sentidos y ahora también con la ayuda de la tecnología.
Existe, por tanto, una realidad “objetiva”, más o menos consensuada y que es establecida de alguna manera por, y desde diferentes ámbitos de nuestra Sociedad: el político e institucional, el científico, el cultural o el religioso, y que, a su vez, varía según las diferentes culturas de los pueblos del planeta.
Hoy en día, el llamado “mundo occidental”, es el que determina -o al menos lo pretende- los parámetros y paradigmas que sobrevuelan e impregnan la atmósfera de nuestro precioso globo.
Por otra parte, y sumamente importante, estaría la realidad “subjetiva”. Esa visión y percepción que tenemos cada uno de nosotros de lo que es el mundo o realidad que nos rodea. Es una interpretación por supuesto individual, y, por ende, una opinión personal que mantenemos sobre todo lo que nos rodea: desde la información que recibimos hasta las experiencias que acontecen a lo largo de nuestra vida y que ayudan a formar nuestro cuerpo de creencias.
Esta visión, en mi opinión, es la única que podemos tener, es decir, cualquier interpretación de la realidad no la podríamos hacer desde ningún otro lugar o ángulo que no sea desde nosotros mismos, y, por lo tanto, aunque podamos imaginar la visión o el mundo de los otros, y por supuesto empatizar, nunca podremos llegar al conocimiento que los demás tienen, sencillamente porque no podemos vivenciar, ni experimentar desde su interior.
De esta forma llegamos a la conclusión de que somos únicos, y de que hay tantos mundos o realidades, como seres humanos. Esto nos debería ayudar a evitar la competencia y la confrontación y al mismo tiempo a respetar y amar el proceso de cada individuo en la misma medida que hacemos con el nuestro propio.
Compartir “nuestro mundos o realidades”, es lo que nos hace más grandes y enriquece nuestras vidas y nuestras relaciones, y por extensión las comunidades dónde vivimos.
No me atrevo a definir qué es la realidad, pero si podría aventurarme a pensar que tiene una relación directa con la naturaleza de la existencia, al menos de lo que podemos percibir con nuestros sentidos y ahora también con la ayuda de la tecnología.
Existe, por tanto, una realidad “objetiva”, más o menos consensuada y que es establecida de alguna manera por, y desde diferentes ámbitos de nuestra Sociedad: el político e institucional, el científico, el cultural o el religioso, y que, a su vez, varía según las diferentes culturas de los pueblos del planeta.
Hoy en día, el llamado “mundo occidental”, es el que determina -o al menos lo pretende- los parámetros y paradigmas que sobrevuelan e impregnan la atmósfera de nuestro precioso globo.
Por otra parte, y sumamente importante, estaría la realidad “subjetiva”. Esa visión y percepción que tenemos cada uno de nosotros de lo que es el mundo o realidad que nos rodea. Es una interpretación por supuesto individual, y, por ende, una opinión personal que mantenemos sobre todo lo que nos rodea: desde la información que recibimos hasta las experiencias que acontecen a lo largo de nuestra vida y que ayudan a formar nuestro cuerpo de creencias.
Esta visión, en mi opinión, es la única que podemos tener, es decir, cualquier interpretación de la realidad no la podríamos hacer desde ningún otro lugar o ángulo que no sea desde nosotros mismos, y, por lo tanto, aunque podamos imaginar la visión o el mundo de los otros, y por supuesto empatizar, nunca podremos llegar al conocimiento que los demás tienen, sencillamente porque no podemos vivenciar, ni experimentar desde su interior.
De esta forma llegamos a la conclusión de que somos únicos, y de que hay tantos mundos o realidades, como seres humanos. Esto nos debería ayudar a evitar la competencia y la confrontación y al mismo tiempo a respetar y amar el proceso de cada individuo en la misma medida que hacemos con el nuestro propio.
Compartir “nuestro mundos o realidades”, es lo que nos hace más grandes y enriquece nuestras vidas y nuestras relaciones, y por extensión las comunidades dónde vivimos.
Solo sé que no sé nada
Anoche, o hace un año, o tal vez hoy al despertar, cuando aún no hemos perdido la consciencia onírica y nuestros sentidos se dividen entre la realidad soñada y la que comenzamos a vivenciar al despertar… nos llegó la noticia que nos sumergió en la experiencia de una Pandemia declarada
Hoy, después de lo vivido y experimentado, las únicas palabras que puedo decir con cierta sensatez son: “solo sé que no sé nada”, o tal vez un poquito, si me apuran. La naturaleza de la existencia siempre parece escapar y seguramente, así debe ser desde su infinitud.
Parece aconsejable reconocer que sabemos poco, tal vez algunas certezas producto de una profunda experimentación, en contraposición a la jactancia, y a la presunción de creernos muy doctos al amparo de títulos de diferentes índoles, cargos o posiciones sociales “muy importantes”.
Sócrates, en esta ocasión, nos abre las puertas a un conocimiento profundo de la Vida, de la mano de la humildad y la curiosidad. Nos libera de los límites impuestos por nuestra propia prepotencia, por ese ego que muchas veces nos impide crecer, llegar a manifestar lo que realmente somos.
Al final… la sabiduría antigua y atemporal que nos llega a través de lejanos ecos, podría ser el bálsamo sanador y sobre todo una lección majestuosa en estos tiempos tan díscolos e inciertos.
Hoy, después de lo vivido y experimentado, las únicas palabras que puedo decir con cierta sensatez son: “solo sé que no sé nada”, o tal vez un poquito, si me apuran. La naturaleza de la existencia siempre parece escapar y seguramente, así debe ser desde su infinitud.
Parece aconsejable reconocer que sabemos poco, tal vez algunas certezas producto de una profunda experimentación, en contraposición a la jactancia, y a la presunción de creernos muy doctos al amparo de títulos de diferentes índoles, cargos o posiciones sociales “muy importantes”.
Sócrates, en esta ocasión, nos abre las puertas a un conocimiento profundo de la Vida, de la mano de la humildad y la curiosidad. Nos libera de los límites impuestos por nuestra propia prepotencia, por ese ego que muchas veces nos impide crecer, llegar a manifestar lo que realmente somos.
Al final… la sabiduría antigua y atemporal que nos llega a través de lejanos ecos, podría ser el bálsamo sanador y sobre todo una lección majestuosa en estos tiempos tan díscolos e inciertos.