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Corre mi niño corre, que no se escapen los abrazos…
Corre mi amor que no se pierdan los abrazos.
Viniste a la vida de esta parte…casi, casi a empujones. Seguramente ni era ese día ni esa hora, pero, se empeñaron, ya que estaba yo allí, mejor ese día que otro, a las 11 y cuarto. Como tú no querías, te quedaste heladito y tuvieron que mandarte al nido artificial. Y así cada día a las 11 y cuarto te despertabas llorando desesperadamente, cuando el ogro de la noche, te agarraba de los pies y te sacaba del nido zarandeándote en el aire, y tú abrías las manitas, intentando agarrarte desesperadamente, siempre a las 11 y cuarto cuando te nacieron.
Mi cabecita dorada bucles de oro,
Duende mágico de la música.
Y así, en ese buscar tus manos cogieron violines y guitarras, tempranamente floreció tu saber de tantas vidas, tempranamente te envolviste de ese encanto.
Después, siempre que intentaba abrazarte te me escurrías, como si estuvieras enfadado, pero tú sabes que yo no me rindo fácilmente. Y así, poquito a poco, te acostumbraste a dejarte abrazar, aunque no participaras, solo dejándote. Eran abrazos holgados, dejándome hacer, luego un poquito menos huecos acercándote, después rodeándome tú también pero sin hacer fuerza. Tú me dejabas hacer y te dejabas abrazar por el amor cálido de madre. Imagino que empezó a gustarte en algún momento.
Un día llegaste y me regalase un libro, como sabes que me gustan tanto, así como no dándole mucha importancia, como todo lo que haces, con esa modestia que te caracteriza. Y yo ocupada como siempre en correr que no andar la vida, lo abrí y lo miré un poco por encima, vi dibujos infantiles y me queda un poco desconcertada. Como suele ocurrir la mayoría de las veces, buscamos cosas intranscendentes, pero la vida, que es muy sabia, nos lo pone como debe ser, no como esperamos. Y yo, como siempre en las nubes, en ese momento no supe ver, lo cerré y lo deje para más adelante dándote las gracias un poco confundida.
Pasaron los días, y tú:
–mama, ¿has leído ya el libro?
–No hijo no he tenido tiempo... –Seguía estando en las nubes. Después de varios meses me volviste a preguntar.
–Mama, pero ¿has leído ya el libro? –y yo un poco avergonzada:
–No hijo la verdad es que no lo encuentro –Y ya dejaste de preguntarme, sin reproches, como tú eres.
Hasta que un día, limpiando el polvo de las nubes, graciosamente cayó un libro a mis pies, como sacudiéndome de mi estado de vivir la vida sin darme cuenta…y me dejé llevar y lo abrí… y lo leí…
La primera pagina: “me gustan los abrazos, los largos y cortos, los mojados dentro del mar, los secos debajo de un paraguas, los que se dan los abuelos, los abrazos a los árboles, los que tienen lagrimas saladas, los que no puedo olvidar, los que he olvidado, los que no di…” Y yo leyendo y emocionándome, leía las paginas y sus formas diversa de gustarte los abrazos con los ojos borrosos y el corazón desbordado, hasta la última pagina, donde todo desapareció, el ogro que te agarró por los pies aquel día, el despertar llorando a las 11 y cuarto, tus manos crispadas, tu lejanía, todo.
“…Pero sobro todo me gustan los que me das tú.”
No podía ni respirar de la emoción. ¡Más de un año para leer tu libro! Tu manera de decirme cuanto anhelas y agradeces mis abrazos, primero arrancados, después robados, necesitados, más adelante compartidos y por ultimo demandados y disfrutados por los dos.
Así es, querámoslo o no, solo el amor rompe barreras, cura aquello que nos daña o enferma y que con abrazos sanadores nos devuelve lo que nunca se nos debió arrebatar…tú lo sabes y yo también.
A todos los que regalan abrazos cada día.
Corre mi amor que no se pierdan los abrazos.
Viniste a la vida de esta parte…casi, casi a empujones. Seguramente ni era ese día ni esa hora, pero, se empeñaron, ya que estaba yo allí, mejor ese día que otro, a las 11 y cuarto. Como tú no querías, te quedaste heladito y tuvieron que mandarte al nido artificial. Y así cada día a las 11 y cuarto te despertabas llorando desesperadamente, cuando el ogro de la noche, te agarraba de los pies y te sacaba del nido zarandeándote en el aire, y tú abrías las manitas, intentando agarrarte desesperadamente, siempre a las 11 y cuarto cuando te nacieron.
Mi cabecita dorada bucles de oro,
Duende mágico de la música.
Y así, en ese buscar tus manos cogieron violines y guitarras, tempranamente floreció tu saber de tantas vidas, tempranamente te envolviste de ese encanto.
Después, siempre que intentaba abrazarte te me escurrías, como si estuvieras enfadado, pero tú sabes que yo no me rindo fácilmente. Y así, poquito a poco, te acostumbraste a dejarte abrazar, aunque no participaras, solo dejándote. Eran abrazos holgados, dejándome hacer, luego un poquito menos huecos acercándote, después rodeándome tú también pero sin hacer fuerza. Tú me dejabas hacer y te dejabas abrazar por el amor cálido de madre. Imagino que empezó a gustarte en algún momento.
Un día llegaste y me regalase un libro, como sabes que me gustan tanto, así como no dándole mucha importancia, como todo lo que haces, con esa modestia que te caracteriza. Y yo ocupada como siempre en correr que no andar la vida, lo abrí y lo miré un poco por encima, vi dibujos infantiles y me queda un poco desconcertada. Como suele ocurrir la mayoría de las veces, buscamos cosas intranscendentes, pero la vida, que es muy sabia, nos lo pone como debe ser, no como esperamos. Y yo, como siempre en las nubes, en ese momento no supe ver, lo cerré y lo deje para más adelante dándote las gracias un poco confundida.
Pasaron los días, y tú:
–mama, ¿has leído ya el libro?
–No hijo no he tenido tiempo... –Seguía estando en las nubes. Después de varios meses me volviste a preguntar.
–Mama, pero ¿has leído ya el libro? –y yo un poco avergonzada:
–No hijo la verdad es que no lo encuentro –Y ya dejaste de preguntarme, sin reproches, como tú eres.
Hasta que un día, limpiando el polvo de las nubes, graciosamente cayó un libro a mis pies, como sacudiéndome de mi estado de vivir la vida sin darme cuenta…y me dejé llevar y lo abrí… y lo leí…
La primera pagina: “me gustan los abrazos, los largos y cortos, los mojados dentro del mar, los secos debajo de un paraguas, los que se dan los abuelos, los abrazos a los árboles, los que tienen lagrimas saladas, los que no puedo olvidar, los que he olvidado, los que no di…” Y yo leyendo y emocionándome, leía las paginas y sus formas diversa de gustarte los abrazos con los ojos borrosos y el corazón desbordado, hasta la última pagina, donde todo desapareció, el ogro que te agarró por los pies aquel día, el despertar llorando a las 11 y cuarto, tus manos crispadas, tu lejanía, todo.
“…Pero sobro todo me gustan los que me das tú.”
No podía ni respirar de la emoción. ¡Más de un año para leer tu libro! Tu manera de decirme cuanto anhelas y agradeces mis abrazos, primero arrancados, después robados, necesitados, más adelante compartidos y por ultimo demandados y disfrutados por los dos.
Así es, querámoslo o no, solo el amor rompe barreras, cura aquello que nos daña o enferma y que con abrazos sanadores nos devuelve lo que nunca se nos debió arrebatar…tú lo sabes y yo también.
A todos los que regalan abrazos cada día.