La solución a esas cosas que se quedaron pendientes de cerrar, si no has hurgado en la herida, suele ser positiva y gratificante, si consideras que la ofensa recibida o el malentendido generado no han sido provocados por un deseo de revancha, de hacer daño. Pueden pasar años, pero si tu actuación entonces no fue agresiva o con deseos de quedar bien aun a costa del dolor ajeno, entonces la vida te trae la solución como un bálsamo, como un baño de agua caliente después de un trabajo fatigoso.
Seguramente, muchos de vosotros sabéis de lo que estoy hablando por haberlo vivido en propia carne, y sabéis también que mantener el rencor no trae más que malestar o enfermedad a quien lo mantiene. Es posible que aquél que te ofendió se dé cuenta un día de su actitud y hoy te pida disculpas, lo mismo que tú puedes reconocer tu error y subsanarlo con una simple llamada telefónica. Y es que el vivir trae como consecuencia interactuar con los demás, acertar y equivocarse, aprender de los errores y apoyarnos en los aciertos, siempre en ambos casos con humildad.
Yo, por mi parte, he aprendido que los seres humanos tienen buenos sentimientos en general, que solo la sensación de peligro, de miedo a perder la imagen, de la supervivencia o los celos, por ejemplo, nos hacen reaccionar como nunca antes habíamos pensado que lo haríamos. Son cosas del cerebro de reptil, también llamado «cerebro de las tripas» que, a veces, da como consecuencia reacciones troglodíticas.
Seguramente, muchos de vosotros sabéis de lo que estoy hablando por haberlo vivido en propia carne, y sabéis también que mantener el rencor no trae más que malestar o enfermedad a quien lo mantiene. Es posible que aquél que te ofendió se dé cuenta un día de su actitud y hoy te pida disculpas, lo mismo que tú puedes reconocer tu error y subsanarlo con una simple llamada telefónica. Y es que el vivir trae como consecuencia interactuar con los demás, acertar y equivocarse, aprender de los errores y apoyarnos en los aciertos, siempre en ambos casos con humildad.
Yo, por mi parte, he aprendido que los seres humanos tienen buenos sentimientos en general, que solo la sensación de peligro, de miedo a perder la imagen, de la supervivencia o los celos, por ejemplo, nos hacen reaccionar como nunca antes habíamos pensado que lo haríamos. Son cosas del cerebro de reptil, también llamado «cerebro de las tripas» que, a veces, da como consecuencia reacciones troglodíticas.
LOS BUCLES OBSESIVOS
A veces, la mente entra en bucles obsesivos y resulta que todo viene a darte la razón, todo cuadra, todo es según lo has pensado. Luego nos damos cuenta de que nos habíamos equivocado, que todo fue fruto de nuestra mente obsesiva, de nuestra inseguridad, desconfianza o de cualquier otro motivo ¿Y entonces qué hacemos?, ¿cómo arreglamos lo que hemos dicho o hecho en función de nuestra obsesión? En principio, pedimos disculpas esperando que no nos tengan en cuenta los errores cometidos y, probablemente, lo achaquemos a experiencias pasadas donde sufrimos algún desengaño.
En mi opinión, antes de dirigirnos a quien sea con reproches más o menos subidos de tono, recomiendo preguntar, siempre preguntar, nunca asegurar, aunque nuestra mente nos confirme que todo cuadraba con nuestras sospechas ¡Cuántas veces nos hemos «columpiado» por dar como ciertos datos que luego resultaron ser coincidencias más o menos aproximadas! ¡Y cuánta vergüenza se pasa al reconocer nuestro error después de haber soltado por la boca lo que no está escrito! ¡Cuánta gente ha ido a la hoguera o al patíbulo por los prejuicios, por las ideas preconcebidas, por comulgar con la Santa Inquisición!
Como esto le ha pasado al 90% del personal, sugiero que antes de meternos en un jardín pisando flores, nos paremos y nos preguntemos si habrá otra respuesta a nuestras nefastas conclusiones y siempre preguntar al otro. Dependiendo de lo que te responda podrás tomar decisiones mucho más acertadas que las que te da la mente obsesiva.
En mi opinión, antes de dirigirnos a quien sea con reproches más o menos subidos de tono, recomiendo preguntar, siempre preguntar, nunca asegurar, aunque nuestra mente nos confirme que todo cuadraba con nuestras sospechas ¡Cuántas veces nos hemos «columpiado» por dar como ciertos datos que luego resultaron ser coincidencias más o menos aproximadas! ¡Y cuánta vergüenza se pasa al reconocer nuestro error después de haber soltado por la boca lo que no está escrito! ¡Cuánta gente ha ido a la hoguera o al patíbulo por los prejuicios, por las ideas preconcebidas, por comulgar con la Santa Inquisición!
Como esto le ha pasado al 90% del personal, sugiero que antes de meternos en un jardín pisando flores, nos paremos y nos preguntemos si habrá otra respuesta a nuestras nefastas conclusiones y siempre preguntar al otro. Dependiendo de lo que te responda podrás tomar decisiones mucho más acertadas que las que te da la mente obsesiva.
Las ideas preconcebidas
Luego están los ignorantes que tienen ideas preconcebidas y no hay manera de hacerles entender que es muy saludable poner en tela de juicio los postulados inamovibles en los que se basa nuestra seguridad. Por ejemplo: «en el banco mi dinero está seguro»; «esto es cierto porque lo dice La Biblia o la televisión»; «si lo dice el médico debe ser verdad que sólo hay este tratamiento...».
Ahora pensemos en esas memorias residuales que todos tenemos en relación con otro tipo de conflictos, éstos más emocionales, como las broncas entre los padres, el rechazo de aquella chica por tener granos en la cara, el miedo a los castigos de los profesores, el pensar que estabas en pecado mortal por haber tenido pensamientos impuros e ibas a ir al infierno...
Relacionemos esos recuerdos con lo que vivimos en la actualidad ¿Cuántas decisiones tomamos en relación con los demás que están contaminadas con las memorias residuales? seguramente muchas, aunque no nos demos cuenta de ello. La relación con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestros amigos o compañeros de trabajo están pasando, querámoslo o no, por el tamiz de nuestras memorias residuales, las recordemos o no.
¿Y cómo liberarse de esas memorias? Afortunadamente, hay hoy en día diversas técnicas que nos pueden permitir salir del pernicioso circuito de ellas, como la PNL, la kinesiología, las regresiones terapéuticas o la terapia Gestalt, por ejemplo.
Sólo con recordarlas no es suficiente, hay que tomarlas en nuestras manos, rodearlas del contexto en que se produjeron para comprobar que no es el de ahora y amarlas como algo vivido que nos ha permitido llegar hasta aquí con posibilidades de seguir avanzando. Son parte de nuestra historia pero no podemos seguir mirando para atrás para justificar nuestros actos de hoy.
Ahora pensemos en esas memorias residuales que todos tenemos en relación con otro tipo de conflictos, éstos más emocionales, como las broncas entre los padres, el rechazo de aquella chica por tener granos en la cara, el miedo a los castigos de los profesores, el pensar que estabas en pecado mortal por haber tenido pensamientos impuros e ibas a ir al infierno...
Relacionemos esos recuerdos con lo que vivimos en la actualidad ¿Cuántas decisiones tomamos en relación con los demás que están contaminadas con las memorias residuales? seguramente muchas, aunque no nos demos cuenta de ello. La relación con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestros amigos o compañeros de trabajo están pasando, querámoslo o no, por el tamiz de nuestras memorias residuales, las recordemos o no.
¿Y cómo liberarse de esas memorias? Afortunadamente, hay hoy en día diversas técnicas que nos pueden permitir salir del pernicioso circuito de ellas, como la PNL, la kinesiología, las regresiones terapéuticas o la terapia Gestalt, por ejemplo.
Sólo con recordarlas no es suficiente, hay que tomarlas en nuestras manos, rodearlas del contexto en que se produjeron para comprobar que no es el de ahora y amarlas como algo vivido que nos ha permitido llegar hasta aquí con posibilidades de seguir avanzando. Son parte de nuestra historia pero no podemos seguir mirando para atrás para justificar nuestros actos de hoy.
100.000.000 de neuronas a nuestro servicio
Estar atentos a lo que nos sucede, tanto por dentro como por fuera, es una tarea complicada. La Naturaleza nos ha provisto de 100 millones de neuronas para informarnos de lo que sucede más allá de nuestra piel, y en eso nos basamos a la hora de tomar decisiones; sin embargo, también nos ha provisto de 100 mil millones de neuronas (mil veces más) que nos informan de lo que nos pasa por dentro, aunque a esas no les solemos hacer mucho caso porque las informaciones las percibimos como intuiciones, corazonadas, «pálpitos»... y, por tanto, no nos dan ninguna seguridad.
¡Qué equivocados estamos, por Dios! Al cabo del día tomamos decisiones basadas en cosas tan engañosas como los cinco sentidos, incluido el de la vista, y no hacemos caso a lo que nos dice el corazón que tiene muchos más parámetros. Mejor nos iría si nos guiáramos por lo que nos dicta él, seguro que acertábamos en nuestras decisiones con mayor probabilidad que si solo utilizamos la mente racional, que como todo el mundo sabe suele ser la menos objetiva.
A lo largo de los últimos años he tenido la oportunidad de conocer a gente maravillosa, sensible, generosa, inteligente, humilde, despierta y amable. También he conocido a gente rencorosa, envidiosa, aprovechada, soberbia, estúpida y mal pensada, de las que tienen un martillo en la cabeza y solo ven clavos.
Los primeros son gente que ha entendido que la vida es algo único para aprender y practicar lo aprendido, para compartir y aceptar lo que otros nos ofrecen. Son personas que han entrado por derecho propio en la escala de los maestros, sean o no conscientes de ello; personas buenas que con su solo ejemplo ya están enseñando como se debe vivir en sociedad.
Muchos de ellos caminan a nuestro lado y nos podemos dar cuenta cuando sonríen con la boca y con los ojos, cuando dan la mano con un apretón cálido o un abrazo integrador. Suelen ser personas a los que no les cuesta mostrarse a los demás tal como son, que no tienen complejos en relación con su aspecto físico pues son bellas integralmente.
Los otros, suelen ser personas que no se fían de nadie, que siempre están cabreados con todo el mundo, que parece que «les deben y no les pagan», que sufren de malas digestiones, que lo pasan mal cuando ven a alguien feliz a su lado pensando que son felices porque son tontos, que hacen de la envidia su bandera y dicen eso de «piensa mal y acertarás» o «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, o un: no, si ya lo decía yo…» y van colocando etiquetas a diestro y siniestro, etiquetas que luego cuesta mucho quitárselas de encima.
Esta gente suele ser inmovilista, no le gustan los cambios, prefieren adaptarse a la mediocridad que luchar por salir de ella y además hablan mal de los demás constantemente, sin más argumento que el de creerse mejor que ellos.
¡Qué equivocados estamos, por Dios! Al cabo del día tomamos decisiones basadas en cosas tan engañosas como los cinco sentidos, incluido el de la vista, y no hacemos caso a lo que nos dice el corazón que tiene muchos más parámetros. Mejor nos iría si nos guiáramos por lo que nos dicta él, seguro que acertábamos en nuestras decisiones con mayor probabilidad que si solo utilizamos la mente racional, que como todo el mundo sabe suele ser la menos objetiva.
A lo largo de los últimos años he tenido la oportunidad de conocer a gente maravillosa, sensible, generosa, inteligente, humilde, despierta y amable. También he conocido a gente rencorosa, envidiosa, aprovechada, soberbia, estúpida y mal pensada, de las que tienen un martillo en la cabeza y solo ven clavos.
Los primeros son gente que ha entendido que la vida es algo único para aprender y practicar lo aprendido, para compartir y aceptar lo que otros nos ofrecen. Son personas que han entrado por derecho propio en la escala de los maestros, sean o no conscientes de ello; personas buenas que con su solo ejemplo ya están enseñando como se debe vivir en sociedad.
Muchos de ellos caminan a nuestro lado y nos podemos dar cuenta cuando sonríen con la boca y con los ojos, cuando dan la mano con un apretón cálido o un abrazo integrador. Suelen ser personas a los que no les cuesta mostrarse a los demás tal como son, que no tienen complejos en relación con su aspecto físico pues son bellas integralmente.
Los otros, suelen ser personas que no se fían de nadie, que siempre están cabreados con todo el mundo, que parece que «les deben y no les pagan», que sufren de malas digestiones, que lo pasan mal cuando ven a alguien feliz a su lado pensando que son felices porque son tontos, que hacen de la envidia su bandera y dicen eso de «piensa mal y acertarás» o «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, o un: no, si ya lo decía yo…» y van colocando etiquetas a diestro y siniestro, etiquetas que luego cuesta mucho quitárselas de encima.
Esta gente suele ser inmovilista, no le gustan los cambios, prefieren adaptarse a la mediocridad que luchar por salir de ella y además hablan mal de los demás constantemente, sin más argumento que el de creerse mejor que ellos.
Reconocer a la buena gente
Todo lo anterior viene a cuento porque generalmente a las buenas personas no se les da importancia, como si su forma de ser fuera la normal, cuando no lo es. Así que os propongo que observéis vuestro entorno y comprobaréis cuanta gente buena hay a vuestro alrededor... y también cuanta hay de la otra.
A los primeros deberíais reconocerles sus cualidades y si es en público mejor que mejor; y a los segundos ignorarles o patentizarles su forma de ser, a vuestra elección.
Desde luego, no deberíamos dejar pasar la oportunidad de, al menos, agradecer a la buena gente el ejemplo que nos dan y cuando oigamos que los segundos también nos enseñan, no hagáis demasiado caso, para aprender cosas malas ya tenemos la televisión.
A los primeros deberíais reconocerles sus cualidades y si es en público mejor que mejor; y a los segundos ignorarles o patentizarles su forma de ser, a vuestra elección.
Desde luego, no deberíamos dejar pasar la oportunidad de, al menos, agradecer a la buena gente el ejemplo que nos dan y cuando oigamos que los segundos también nos enseñan, no hagáis demasiado caso, para aprender cosas malas ya tenemos la televisión.