Esta frase la leí en un documento que recibí hace tiempo por Internet pero lamentablemente no puedo recordar quien es su autor. Sin embargo, llamó mi atención porque me sugirió algunos conceptos que quizás no manejamos conscientemente a lo largo de nuestra existencia.
Desde el mismo momento en que nacemos, empezamos a recibir regalos que la vida nos proporciona por mediación de nuestros padres y familiares en general: alimentación, vestido, cuidados sanitarios, educación, protección… por mencionar tan solo los más significativos.
La vida nos regala el amor, la salud, el conocimiento, la supervivencia del día a día, los hijos, los nietos, etc, etc. Cosas que recibimos por el mero hecho de estar vivos y así durante muchos años, regalos a los que muchas veces no le damos el valor que tienen. Sin embargo, llega un momento en que la vida nos “reclama” algunas de esas cosas, sobre todo las que no hemos sabido apreciar como, por ejemplo, el amor tanto de pareja como en sus diferentes manifestaciones, una economía saneada, la salud, un trabajo que te hace feliz…
Llega un momento en la vida en el que deberíamos ser conscientes de que todos los regalos que hemos recibido a lo largo de ella pueden desaparecer y, de hecho, muchos de ellos desaparecen indefectiblemente, como la pérdida de seres queridos y de amigos cercanos e incluso la propia salud que se ve mermada con el paso de los años.
Dar gracias por los regalos recibidos es el primer paso para que la vida te siga proporcionando otros nuevos, sobre todo aquellos que aumenten tu autoestima en función del conocimiento que alcanzamos de nosotros mismos gracias a la experiencia que hemos acumulado al poner en práctica los dones o regalos que la vida nos ha ido poniendo en el camino.
Conservar en buen estado los favores recibidos, muchas veces sin saber exactamente como han llegado hasta nosotros, debería ser una obligación y una responsabilidad. Desaprovechar lo que la vida, a través de circuitos insospechados, nos ha ido dejando en nuestra puerta, es no solo una inconsciencia sino que, además, supone que la vida deje de enviarte otros nuevos.
Cuando veo tirados en la calle a hombres y mujeres de los llamados indigentes o “sin techo”, cuando oigo las circunstancias que les han llevado a esa situación tan lamentable, gente que lo han perdido todo habiendo tenido una vida anterior normal, con suficientes recursos para vivir, con familia, trabajo, salud… no puedo sino compadecerles y desearles que salgan pronto de esa situación, pero reconociendo también, a tenor de sus propias manifestaciones, que no le dieron la suficiente importancia a lo que tenían, lo que supuso una ruina económica, un divorcio o cualquier otra circunstancia.
En fin, que cuando nos despertemos por las mañanas demos gracias por lo que tenemos, sintiéndonos afortunados por el simple hecho de haber recibido la vida y con ella la oportunidad de ser felices. La vida no regala cosas negativas, aunque muchas personas piensen que vivimos en “un valle de lágrimas”. Todos tenemos recursos suficientes para superar los retos que el devenir de la propia existencia pone delante de nosotros. Como dice el amigo Fidel Delgado, la “quejorrea” y la “criticorrea” son enfermedades que sufren quienes creen que han recibido menos de lo que se merecen, como si el Cosmos repartiera sus regalos a la buena de Dios.
A lo largo de la vida surgen muchas oportunidades para cumplir el programa de vida que nos hemos trazado antes de nacer, oportunidades que son regalos que generosamente recibimos sin pedirnos nada a cambio.
Desde el mismo momento en que nacemos, empezamos a recibir regalos que la vida nos proporciona por mediación de nuestros padres y familiares en general: alimentación, vestido, cuidados sanitarios, educación, protección… por mencionar tan solo los más significativos.
La vida nos regala el amor, la salud, el conocimiento, la supervivencia del día a día, los hijos, los nietos, etc, etc. Cosas que recibimos por el mero hecho de estar vivos y así durante muchos años, regalos a los que muchas veces no le damos el valor que tienen. Sin embargo, llega un momento en que la vida nos “reclama” algunas de esas cosas, sobre todo las que no hemos sabido apreciar como, por ejemplo, el amor tanto de pareja como en sus diferentes manifestaciones, una economía saneada, la salud, un trabajo que te hace feliz…
Llega un momento en la vida en el que deberíamos ser conscientes de que todos los regalos que hemos recibido a lo largo de ella pueden desaparecer y, de hecho, muchos de ellos desaparecen indefectiblemente, como la pérdida de seres queridos y de amigos cercanos e incluso la propia salud que se ve mermada con el paso de los años.
Dar gracias por los regalos recibidos es el primer paso para que la vida te siga proporcionando otros nuevos, sobre todo aquellos que aumenten tu autoestima en función del conocimiento que alcanzamos de nosotros mismos gracias a la experiencia que hemos acumulado al poner en práctica los dones o regalos que la vida nos ha ido poniendo en el camino.
Conservar en buen estado los favores recibidos, muchas veces sin saber exactamente como han llegado hasta nosotros, debería ser una obligación y una responsabilidad. Desaprovechar lo que la vida, a través de circuitos insospechados, nos ha ido dejando en nuestra puerta, es no solo una inconsciencia sino que, además, supone que la vida deje de enviarte otros nuevos.
Cuando veo tirados en la calle a hombres y mujeres de los llamados indigentes o “sin techo”, cuando oigo las circunstancias que les han llevado a esa situación tan lamentable, gente que lo han perdido todo habiendo tenido una vida anterior normal, con suficientes recursos para vivir, con familia, trabajo, salud… no puedo sino compadecerles y desearles que salgan pronto de esa situación, pero reconociendo también, a tenor de sus propias manifestaciones, que no le dieron la suficiente importancia a lo que tenían, lo que supuso una ruina económica, un divorcio o cualquier otra circunstancia.
En fin, que cuando nos despertemos por las mañanas demos gracias por lo que tenemos, sintiéndonos afortunados por el simple hecho de haber recibido la vida y con ella la oportunidad de ser felices. La vida no regala cosas negativas, aunque muchas personas piensen que vivimos en “un valle de lágrimas”. Todos tenemos recursos suficientes para superar los retos que el devenir de la propia existencia pone delante de nosotros. Como dice el amigo Fidel Delgado, la “quejorrea” y la “criticorrea” son enfermedades que sufren quienes creen que han recibido menos de lo que se merecen, como si el Cosmos repartiera sus regalos a la buena de Dios.
A lo largo de la vida surgen muchas oportunidades para cumplir el programa de vida que nos hemos trazado antes de nacer, oportunidades que son regalos que generosamente recibimos sin pedirnos nada a cambio.