Durante años he escuchado las dificultades de relación que matrimonios amigos han tenido con sus hijos adolescentes, lo que en ocasiones ha desembocado en verdaderas batallas cuando no en rupturas familiares.
Probablemente, los cambios que se han ido operando en el seno de las familias e incluso en las relaciones alumno/profesor, nos dicen que algo importante nos hemos dejado por el camino: el respeto. Y no se trata de que vuelvan los capones, los zapatillazos de mamá o los palmetazos del maestro, no, se trata de saber el lugar que ocupa cada uno y el papel que desempeña en nuestra vida.
«Nunca se debe morder la mano que te alimenta» dice el axioma y en ese alimento se debe incluir el que se recibe a través del conocimiento impartido por los profesores y, por supuesto, los cuidados, alimentación, cariño, vestido, etc. que recibimos de los padres. No saber dónde está el límite de tu libertad, no saber cuáles son tus obligaciones y cuáles tus derechos, lleva a enfrentamientos y desgastes de energía inútiles.
En mi opinión, no se deben tolerar las malas contestaciones de los hijos, lo mismo que no se toleran las de personas ajenas. El maltrato psicológico que ejercen muchas veces los hijos sobre los padres no se puede admitir.
Por supuesto, no hablo de represión física o psicológica, sino de diálogo pero dejando muy claro cuáles son los límites de la convivencia, cuáles las obligaciones y cuáles los derechos a respetar. Hablar sobre ello con todos los miembros de la familia es fundamental y si alguno de nuestros hijos no quiere participar de este «concilio» y no acepta esas obligaciones, debe saber que automáticamente pierde sus derechos.
Puedo parecer duro, pero si las cosas no se solucionan en casa, lo más probable es que la vida se lo patentice de un modo aún más doloroso. Y, con respecto a los padres, que se apliquen el cuento y tengan claras sus obligaciones y derechos, su defensa del respeto debido como personas y el límite de su libertad, que es el límite de la libertad del otro.
Probablemente, los cambios que se han ido operando en el seno de las familias e incluso en las relaciones alumno/profesor, nos dicen que algo importante nos hemos dejado por el camino: el respeto. Y no se trata de que vuelvan los capones, los zapatillazos de mamá o los palmetazos del maestro, no, se trata de saber el lugar que ocupa cada uno y el papel que desempeña en nuestra vida.
«Nunca se debe morder la mano que te alimenta» dice el axioma y en ese alimento se debe incluir el que se recibe a través del conocimiento impartido por los profesores y, por supuesto, los cuidados, alimentación, cariño, vestido, etc. que recibimos de los padres. No saber dónde está el límite de tu libertad, no saber cuáles son tus obligaciones y cuáles tus derechos, lleva a enfrentamientos y desgastes de energía inútiles.
En mi opinión, no se deben tolerar las malas contestaciones de los hijos, lo mismo que no se toleran las de personas ajenas. El maltrato psicológico que ejercen muchas veces los hijos sobre los padres no se puede admitir.
Por supuesto, no hablo de represión física o psicológica, sino de diálogo pero dejando muy claro cuáles son los límites de la convivencia, cuáles las obligaciones y cuáles los derechos a respetar. Hablar sobre ello con todos los miembros de la familia es fundamental y si alguno de nuestros hijos no quiere participar de este «concilio» y no acepta esas obligaciones, debe saber que automáticamente pierde sus derechos.
Puedo parecer duro, pero si las cosas no se solucionan en casa, lo más probable es que la vida se lo patentice de un modo aún más doloroso. Y, con respecto a los padres, que se apliquen el cuento y tengan claras sus obligaciones y derechos, su defensa del respeto debido como personas y el límite de su libertad, que es el límite de la libertad del otro.