A lo largo del tiempo, hemos conocido a cientos de personas de toda condición, tanto de todas las edades, como de situaciones económicas o académicas, personas a las que, por supuesto, no les hemos preguntado nunca por sus preferencias políticas, aun sabiendo que entre todas ellas posiblemente cubrían todo el arco posible de ideologías, gente de derechas, de izquierdas, de centro, abstencionistas y hasta algún independentista… Todas ellas buenísimas personas, con ideales más allá de las siglas imperantes.
Y durante todos estos años, más de 30 ya, hemos podido comprobar cómo la relación entre ellas ha sido de amistad, se han abrazado, han llorado y se han reído juntas porque el objetivo que les unía era el avanzar para conseguir realizar la razón de sus existencia, su Proyecto de Vida, proyecto que, curiosamente, coincidía en más del 90 por ciento de los casos: ayudar a los demás, ser un canal de servicio, de ayuda desinteresada a quienes lo necesitan.
En el último encuentro ocurrido el pasado fin de semana, he vuelto a a comprobar que, por encima de concepciones políticas diferentes y diversas, existía ese denominador común de espíritu de servicio que hacía que la energía positiva se respirara en la sala donde nos reunimos. Allí se respiraba amistad, fraternidad, cariño de verdad…
Y eso me hizo pensar en los políticos que ¿nos representan? Si todos ellos hablan del bien a los ciudadanos, si todos ellos tienen el mismo proyecto social ¿por qué se insultan? ¿por qué se descalifican? ¿por qué no se ponen de acuerdo para llevar a cabo ese proyecto común que es beneficiar a los ciudadanos?
Echo de menos en los debates parlamentarios a alguien que hable con el corazón y no con las tripas, alguien que en lugar de insultar o descalificar tienda una mano sincera de colaboración en pos de una mejor solución a los problemas que la sociedad reclama. Alguien que hable de abrazos, de risas, de concordia (concordia significa con corazón) y que no tengan empacho alguno en dar un buen abrazo al diputado del otro partido cuando acabara la sesión. Seguro que el pueblo al que dicen representar se lo agradecería, hartos ya de tanto ruido y descalificaciones parlamentarias que, además, no solucionan los problemas reales y parece que solo buscan mantenerse en su poltrona.
Hablar con el corazón de todo lo importante, dando paso después a la mente para que siga sus dictados. El corazón no enjuicia, no recrimina ni insulta, no da recetillas, cuando se habla desde el corazón sobre cualquier tema, se transmite deseos de llegar a acuerdos sin importar si piensas en rojo o azul, sin discriminar a nadie por su condición social o de género. En fin, buscando encontrar la forma más limpia de llevar a cabo la razón por la que se han reunido en un hemiciclo: el bien común.
Lo ocurrido en esta y otras reuniones del Camino del Corazón, me ha llevado a imaginar cómo sería una reunión de gente afiliada a distintos partidos políticos bajo el auspicio del Camino del Corazón y donde dejaran simbólicamente en la puerta sus respectivos carnets del partido. Una reunión donde bailaran en círculo canciones del folclore popular de distintos países, cogidos de la mano unos con otros y ver cómo al final se fundían en abrazos y aplaudían contentos. Vivir unas horas compartiendo con los demás sus preocupaciones, su forma de entender la vida en base a los retos que el Camino les fuera proponiendo, dónde fueran cambiando la mirada para hablar, mirar y oír desde el corazón teniendo en cuenta que quienes les escuchan son seres humanos como ellos...
Estoy seguro de que después de unos cuantos fines de semana, cuando en el Congreso de los Diputados se hicieran propuestas apoyándose en la energía del corazón sobre leyes positivas para la ciudadanía, todo el mundo las apoyaría con una sonrisa sin tener en cuenta el color político de quienes las presentaran.
Ya sé que esto es una utopía pero como decía el filósofo ¿para qué sirve la utopía? Para avanzar en pos de ella.
Y durante todos estos años, más de 30 ya, hemos podido comprobar cómo la relación entre ellas ha sido de amistad, se han abrazado, han llorado y se han reído juntas porque el objetivo que les unía era el avanzar para conseguir realizar la razón de sus existencia, su Proyecto de Vida, proyecto que, curiosamente, coincidía en más del 90 por ciento de los casos: ayudar a los demás, ser un canal de servicio, de ayuda desinteresada a quienes lo necesitan.
En el último encuentro ocurrido el pasado fin de semana, he vuelto a a comprobar que, por encima de concepciones políticas diferentes y diversas, existía ese denominador común de espíritu de servicio que hacía que la energía positiva se respirara en la sala donde nos reunimos. Allí se respiraba amistad, fraternidad, cariño de verdad…
Y eso me hizo pensar en los políticos que ¿nos representan? Si todos ellos hablan del bien a los ciudadanos, si todos ellos tienen el mismo proyecto social ¿por qué se insultan? ¿por qué se descalifican? ¿por qué no se ponen de acuerdo para llevar a cabo ese proyecto común que es beneficiar a los ciudadanos?
Echo de menos en los debates parlamentarios a alguien que hable con el corazón y no con las tripas, alguien que en lugar de insultar o descalificar tienda una mano sincera de colaboración en pos de una mejor solución a los problemas que la sociedad reclama. Alguien que hable de abrazos, de risas, de concordia (concordia significa con corazón) y que no tengan empacho alguno en dar un buen abrazo al diputado del otro partido cuando acabara la sesión. Seguro que el pueblo al que dicen representar se lo agradecería, hartos ya de tanto ruido y descalificaciones parlamentarias que, además, no solucionan los problemas reales y parece que solo buscan mantenerse en su poltrona.
Hablar con el corazón de todo lo importante, dando paso después a la mente para que siga sus dictados. El corazón no enjuicia, no recrimina ni insulta, no da recetillas, cuando se habla desde el corazón sobre cualquier tema, se transmite deseos de llegar a acuerdos sin importar si piensas en rojo o azul, sin discriminar a nadie por su condición social o de género. En fin, buscando encontrar la forma más limpia de llevar a cabo la razón por la que se han reunido en un hemiciclo: el bien común.
Lo ocurrido en esta y otras reuniones del Camino del Corazón, me ha llevado a imaginar cómo sería una reunión de gente afiliada a distintos partidos políticos bajo el auspicio del Camino del Corazón y donde dejaran simbólicamente en la puerta sus respectivos carnets del partido. Una reunión donde bailaran en círculo canciones del folclore popular de distintos países, cogidos de la mano unos con otros y ver cómo al final se fundían en abrazos y aplaudían contentos. Vivir unas horas compartiendo con los demás sus preocupaciones, su forma de entender la vida en base a los retos que el Camino les fuera proponiendo, dónde fueran cambiando la mirada para hablar, mirar y oír desde el corazón teniendo en cuenta que quienes les escuchan son seres humanos como ellos...
Estoy seguro de que después de unos cuantos fines de semana, cuando en el Congreso de los Diputados se hicieran propuestas apoyándose en la energía del corazón sobre leyes positivas para la ciudadanía, todo el mundo las apoyaría con una sonrisa sin tener en cuenta el color político de quienes las presentaran.
Ya sé que esto es una utopía pero como decía el filósofo ¿para qué sirve la utopía? Para avanzar en pos de ella.