Sin embargo, la vida no es sólo un proceso biológico, es una intención, un proceso de aprendizaje, un constante examen de nosotros mismos, un reto a superar y, sobre todo, una oportunidad para aprender.
Así pues, cuando hablamos del «sentido de la vida» deberíamos pensar en qué dirección estamos dirigiendo esa oportunidad ¿Tenemos claro el programa que nos hemos trazado antes de nacer?, ¿sabemos decidir en cada encrucijada cual es el camino más adecuado a seguir?, ¿escuchamos a nuestros sentidos internos? ¿sabemos a quién dirigirnos para pedir referencias cuando perdemos el norte?
Biológicamente, la transmisión del ADN es lo que da sentido a la vida física, pero es el «sentido del vivir», desde un punto de vista espiritual, el que busca las respuestas a través de la consciencia de lo que realmente somos, la comprensión de que más allá de nuestras células, de nuestras energías y de nuestra mente, está la verdadera razón de nuestra existencia. Ese ser espiritual que está viviendo una experiencia humana y cuya mente limitada no le permite vislumbrar su verdadera esencia tiene, sin embargo, «flashes» que iluminan de vez en cuando su camino, dejándole apreciar la señal que le indica el verdadero sentido de su existencia.
Los seres humanos tardamos en darnos cuenta de la trascendencia que tiene el hecho de vivir, de coexistir con otros seres humanos, de compartir ideas, proyectos y alternativas con cuantos nos rodean. Solo el miedo a la muerte nos hace reflexionar a veces acerca de nuestro papel en este mundo. La consciencia de lo que somos, no obstante, se abre paso en algún momento de nuestra existencia, a veces de forma dolorosa. El saber para qué hemos nacido es lo que da sentido a nuestra vida, algo que forma parte de las eternas preguntas que todos nos hacemos en algún momento: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué he venido a hacer aquí?
Las religiones, la ciencia y la sabiduría ancestral, que manejan muchos pueblos del planeta, intentan darnos las respuestas a nuestras inquietudes trascendentales pero solo buscando en nuestro corazón, que es el que guarda en su interior nuestro programa de vida, que es el que sabe para qué hemos nacido, nos podrá ayudar en nuestra búsqueda más importante: “El sentido de nuestra vida”.
Cada día que empezamos representa una oportunidad, un punto de referencia que nos permitirá ver dónde nos encontramos, una llamada de atención para que nos detengamos a reflexionar si ese ser espiritual que nos anima está haciéndose presente en nuestra vida humana o nos hemos alejado más de la cuenta. Si esto es así, finalmente nuestro organismo nos lo patentizará de alguna manera.
Como seres individuales que somos, podemos creer que hay tantos sentidos de la vida como personas existen, como caminos hay al pie de la montaña pero, tal como dice la sabiduría popular, al final, a la cima de la montaña, sólo se llega por un único camino.
Así pues, cuando hablamos del «sentido de la vida» deberíamos pensar en qué dirección estamos dirigiendo esa oportunidad ¿Tenemos claro el programa que nos hemos trazado antes de nacer?, ¿sabemos decidir en cada encrucijada cual es el camino más adecuado a seguir?, ¿escuchamos a nuestros sentidos internos? ¿sabemos a quién dirigirnos para pedir referencias cuando perdemos el norte?
Biológicamente, la transmisión del ADN es lo que da sentido a la vida física, pero es el «sentido del vivir», desde un punto de vista espiritual, el que busca las respuestas a través de la consciencia de lo que realmente somos, la comprensión de que más allá de nuestras células, de nuestras energías y de nuestra mente, está la verdadera razón de nuestra existencia. Ese ser espiritual que está viviendo una experiencia humana y cuya mente limitada no le permite vislumbrar su verdadera esencia tiene, sin embargo, «flashes» que iluminan de vez en cuando su camino, dejándole apreciar la señal que le indica el verdadero sentido de su existencia.
Los seres humanos tardamos en darnos cuenta de la trascendencia que tiene el hecho de vivir, de coexistir con otros seres humanos, de compartir ideas, proyectos y alternativas con cuantos nos rodean. Solo el miedo a la muerte nos hace reflexionar a veces acerca de nuestro papel en este mundo. La consciencia de lo que somos, no obstante, se abre paso en algún momento de nuestra existencia, a veces de forma dolorosa. El saber para qué hemos nacido es lo que da sentido a nuestra vida, algo que forma parte de las eternas preguntas que todos nos hacemos en algún momento: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué he venido a hacer aquí?
Las religiones, la ciencia y la sabiduría ancestral, que manejan muchos pueblos del planeta, intentan darnos las respuestas a nuestras inquietudes trascendentales pero solo buscando en nuestro corazón, que es el que guarda en su interior nuestro programa de vida, que es el que sabe para qué hemos nacido, nos podrá ayudar en nuestra búsqueda más importante: “El sentido de nuestra vida”.
Cada día que empezamos representa una oportunidad, un punto de referencia que nos permitirá ver dónde nos encontramos, una llamada de atención para que nos detengamos a reflexionar si ese ser espiritual que nos anima está haciéndose presente en nuestra vida humana o nos hemos alejado más de la cuenta. Si esto es así, finalmente nuestro organismo nos lo patentizará de alguna manera.
Como seres individuales que somos, podemos creer que hay tantos sentidos de la vida como personas existen, como caminos hay al pie de la montaña pero, tal como dice la sabiduría popular, al final, a la cima de la montaña, sólo se llega por un único camino.