Reconoces que es hora de parar las esperanzas falsas y de esperar que algo cambie, que la felicidad o la seguridad, aparezcan mágicamente por encima del horizonte.
Reconoces que en el mundo real no siempre hay finales felices donde se comen perdices, sino que cualquier garantía de felicidad sólo comienza contigo, y que en ese proceso de aceptación nace un estado de serenidad.
Paras de quejarte y echarle la culpa a los otros por las cosas que te hicieron a ti o no hicieron por ti y aprendes que la única cosa con lo que puedes contar es con lo inesperado.
Paras de juzgar y apuntar con el dedo y comienzas a aceptar a las personas tal y como son y hacer la vista gorda a sus pequeñas faltas, y en este proceso nace un sentido de paz y de estar contento.
Aprendes a abrirte a nuevos mundos y a diferentes puntos de vista. Empiezas a reevaluar y redefinir quién eres y cuáles son tus valores.
Aprendes que hay poder y gloria en crear y contribuir y paras de maniobrar por la vida sólo como un mero consumidor buscando el próximo chute.
Aprendes que principios como ser honesto y de elevado carácter no son ideales de épocas pasadas sino el cemento que sostiene los cimientos donde construir tu vida.
Aprendes que no lo sabes todo y que no es tu trabajo salvar al mundo y que no se enseña a un cerdo a cantar. Aprendes que la única cruz que llevas es la que escoges tú mismo y que a los mártires los queman en la hoguera.
Aprendes sobre el amor. Aprendes a mirar las relaciones tal como son y no como tú quisieras que sean. Aprendes que estar solo no tiene porqué indicar soledad.
Paras de intentar controlar a las personas, situaciones y resultados. Aprendes a distinguir entre culpabilidad y responsabilidad, así como de la importancia de establecer límites y saber decir “no”
Paras de reprimir e ignorar tus propias necesidades y sentimientos.
Aprendes que tu cuerpo realmente es tu templo. Empiezas a cuidarlo y a tratarlo con respeto. Comes conforme a una dieta equilibrada, bebes agua pura y dedicas tiempo al ejercicio. De la misma forma que la comida anima al cuerpo, la risa alimenta al alma y así eliges dedicar más tiempo a reír y jugar.
Aprendes que mayormente en la vida uno obtiene lo que merece y que tú cumples tus propias profecías con lo que piensas, sientes y crees.
Aprendes a ser agradecido y a disfrutar de las cosas sencillas que damos por hecho, cosas con que millones de personas en la Tierra sólo sueñan: una nevera con comida, agua pura, una buena cama, una ducha de agua caliente.
Ahora empiezas a asumir responsabilidad por ti mismo y prometes no traicionarte y nunca resignarte a menos de lo que desea realmente tu corazón.
Al fin, con un corazón valiente, adoptas tu postura, respiras profundo y empiezas a diseñar lo mejor que puedes la vida que deseas vivir.
Enviado por José María Arroyo