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Desde el otro lado



Juan Ramón Galán

28/10/2021

En vísperas del día de Todos los Santos, hemos querido publicar este artículo que hace un tiempo escribió nuestro querido amigo Juan Ramón Galán.



Photo by Dave Hoefler on Unsplash
Photo by Dave Hoefler on Unsplash
En más de una ocasión habíamos comentado que si había algo “al otro lado”, aquél que muriera primero se empeñaría por todos los medios en hacernos saber que así era a los que nos quedábamos aquí.
   
Pepe conocía a María, su mujer, al igual que yo a la mía, desde niños. Los cuatro nos conocimos al principio de los años ochenta al coincidir nuestra búsqueda espiritual en un camino tradicional. Desde nuestro encuentro nos sentimos muy unidos prolongando nuestras charlas sobre lo divino y lo humano hasta altas horas de la madrugada.
   
Por motivos de trabajo, Alma, mi mujer, y yo estuvimos en Sudamérica durante doce años, lo que implicó que nos viésemos sólo esporádicamente. Al volver a Madrid retomamos el contacto y Pepe nos contó que había aceptado una jubilación anticipada. Había cumplido sesenta años y se proponía iniciar una vida más relajada y con mayor dedicación a su familia.
 
Una mañana sonó el teléfono y era Pepe que con una voz un tanto eufórica me dijo: “Nada chico, ‘ready to go’ (listo para irme)”. Me quedé sorprendido y le pregunté que a donde iba. “He estado en el médico y me ha dicho que me quedan unos pocos meses de vida”. Tenía una variedad de leucemia que no tenía cura según la medicina oficial. Nos vimos ese mismo día. Pepe seguía extrañamente sereno: “Cuidad a mi mujer, llamadla, salid con ella...”, “quiero aprovechar este tiempo, quiero saber, quiero aprender...”, “No os preocupéis por mí...”.
 
Una semana más tarde la situación cambió y Pepe se hundió. Había decidido no seguir ningún tratamiento. Buscó toda clase de terapias alternativas. El “saber” la enfermedad que tenía le impedía “vivir” el tiempo que le quedase. Hubiese deseado no saber nada. En su mente permanecía muy viva la imagen de Manolo, un amigo que había muerto el año anterior de esa misma enfermedad, por lo que conocía y se sentía aterrado ante el cruel proceso.
 
El deterioro físico y psicológico fue progresivo, no era fácil aceptar su situación, lo que provocaba agudas crisis con su mujer e hijos.
 
Poco después Alma y yo nos marchábamos de vacaciones y quisimos despedirnos de Pepe, dada la probabilidad de que a nuestro regreso ya no viviese.
 
En su casa, María nos dijo que no quería ver a nadie, que su carácter era muy irascible y que seguía sin aceptar su situación. Era difícil hablar con él, de hecho, cuando se cansaba de hablar daba la espalda a quien estuviera con él como señal inequívoca de que quería quedarse solo. Finalmente, ante mi insistencia, Pepe accedió a que le viese. Mientras se acercaba el momento me repetía a mí mismo que debía de hablar con él, recordarle lo que tantas veces habíamos hablado sobre la necesidad de entregarse, que era inútil aferrarse... Me saludó sin entusiasmo, me senté junto a él en la cama y mientras mi mente ideaba diferentes maneras de decirle lo que pretendía, de mi boca sólo salían frases convencionales e intrascendentes. Al cabo de unos minutos Pepe se giró dándome la espalda y supe que quería quedarse solo.            
 
Sentí una profunda tristeza por no haber sido capaz de hacerle llegar lo que sentía. Pero mi sorpresa fue enorme cuando, vuelto de espaldas, Pepe me dijo con voz clara: “Tú quieres decirme algo, verdad?”. Vi claramente que se abría una puerta y la comunicación fluyó con naturalidad; logré que mis palabras expresaran lo que mi mente y mi corazón deseaban decir... “Sabes que te vas... entrégate a este proceso..., suéltate...”. Le abracé por la espalda y ambos supimos que era una despedida definitiva.
 
Al día siguiente llamó María: “Galán, Pepe ha muerto este mediodía”. Me quedé impresionado.
 
María me contó cómo fue: Se levantó temprano, se aseó, pidió un pijama limpio a su mujer y le dijo: “María ha llegado el momento y tú me tienes que ayudar”. Llama a los chicos, quiero despedirme de ellos”. Uno a uno fueron entrando en la habitación de su padre. Después, quiso quedarse a solas con su mujer. María, emocionada, nos contó que fue bellísimo, dentro del natural drama: “Amor mío, vete en paz, todo está bien, has hecho muchas cosas y las has hecho muy bien, hemos tenido una vida riquísima llena de detalles inolvidables...”. El parecía que veía acercarse el momento y repetía: “Ya viene..., ahora ya está aquí...”.
 
Regresamos de vacaciones y la primera noche tuve trabajo, al regresar a casa de madrugada encontré a Alma excitadísima intentando contar lo que había sucedido: “Galán, ha sido impresionante, ha ‘venido’ Pepe, ha ‘venido’ Pepe...” Traté de calmarla y que me contase lo sucedido. Se había levantado al baño y cuando volvía a la cama oyó una voz “clarísima” en su interior que decía. “Alma, soy Pepe y vengo a verte”. Alma, muy asustada, dijo: “me da miedo, yo no quiero verte”; Pepe contestó: “No te preocupes, sólo verás una especie de energía, no verás mi cara, aunque sabrás que soy yo...”, Alma insistió, “No, no, prefiero que sólo me hables”. “Bueno, como quieras, sólo quiero decirte que teníamos razón, que hay vida después de la vida. Estoy muy bien, díselo a María, estoy haciendo lo que siempre me ha gustado”.
 
Alma llamó a María al día siguiente para comunicarle la experiencia y María, llorando de emoción, le relató a su vez lo que a ella le había sucedido. Tras la muerte de Pepe no era capaz de dormir en el dormitorio común en el que él murió, se sentía incapaz de hacer cosa alguna dentro de la casa ó fuera de ella. Cuatro días antes de la experiencia de Alma, María se levantó de madrugada inquieta, fue a la cocina a beber un vaso de agua. Tenía la sensación de que había “alguien” en casa, pensó incluso que podría haber entrado alguna persona. Comprobó todas las habitaciones, cerró las ventanas y finalmente entró en la habitación de matrimonio. Sin saber muy bien porqué se acostó sobre la cama e inmediatamente “supo” que Pepe “estaba” allí. Sintió cómo él se acostaba a su lado y la abrazaba al tiempo que le decía: “María, amor mío, estoy bien, no te preocupes...”. María no había sentido nunca en su vida tanto amor como en ese momento... Después todo pasó; María se levantó y a partir de ese momento su vida cambió, arregló la casa, salió a la calle, volvió a dormir en su habitación...
   
Pero no acaba aquí la experiencia, como si Pepe quisiese “rematar” lo comunicado a María y Alma, unos días más tarde María nos volvió a llamar relatando los hechos siguientes: Pepe tenía un sobrino en Marbella al que se sentía muy unido, éste no pudo venir a Madrid cuando murió su tío y lo hizo días después. Hablando con María vio una foto de Pepe y él mismo, esquiando, que estaba en el salón. Le gustó y se la pidió a su tía quien no puso objeción alguna. La noche que llegó a Marbella procedente de Madrid salió con su mujer a un pub, donde ésta le presentó a una amiga brasileña que había conocido hacía pocos días. Charlando los tres sobre su reciente visita a Madrid, sacó la fotografía para mostrársela a su mujer;  la amiga brasileña saltó sobre su asiento al ver la foto diciendo ¡a este hombre le vi yo anoche!. Agitadísima les relató que la noche anterior, al levantarse de madrugada para ir al baño, cuando volvía a la cama “vio” a Pepe frente a ella diciéndole: “No te asustes por favor, ni nombre es Pepe, vas a conocer a un familiar mío y quiero que le digas que comunique a mi mujer que estoy bien y que mi amigo Manolo me ha dado la mano para llevarme hacia la luz. Gracias” y desapareció. Los tres se quedaron muy impresionados. La amiga brasileña les explicó que ella ya había tenido anteriormente otras experiencias de este tipo.
   
Bien, esta es la historia que quería contaros. Pepe cumplió su promesa de años atrás y lo hizo tres veces y con personas diferentes, sin que ninguna de las tres tuviera conocimiento de las respectivas experiencias.
 
No creo que sea fácil llevar a cabo lo que hizo Pepe. Creo que se necesita una voluntad enorme para realizarlo y que él la adquirió a través del acto volitivo y consciente de entregarse, de no esperar a que la energía vital se retirase de su cuerpo por incompatibilidad con la vida física. El no murió, tampoco podríamos decir que se mató, él “se murió a sí mismo”, él decidió que ese día nacería a la otra vida, que no merecía la pena luchar más. Creo que ese hecho le dio la fuerza para hacer lo que hizo “desde el otro lado”.




              



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