Cuando el tren arrancó con un ligero golpe de ruedas sobre los raíles y empezaba a tomar velocidad, el sabio se dio cuenta que la maleta donde se encontraban los papeles del trabajo de toda una vida, se había quedado en el taxi que le llevó a la estación.
No sabía que hacer, si parar el tren o apearse en la primera estación que parase, pero el problema era que la próxima parada estaba a más de 100 Kms.
Localizó al revisor y éste le dijo que no se preocupara porque normalmente los taxistas la entregaban en el Departamento de Objetos Perdidos del Ayuntamiento.
No obstante, para el sabio, aquello significaba la pérdida de su vida, de su memoria y de su futuro.
Se fue obsesionando cada vez más de tal forma que al llegar a la siguiente estación no esperó que el tren estuviera totalmente parado para apearse y al hacerlo tropezó, cayó y se rompió la base del cráneo, falleciendo al instante.
La maleta, efectivamente, fue entregada en Objetos Perdidos y allí estuvo más de un año.
Llegado el momento, el Ayuntamiento sacó a subasta aquellos objetos no reclamados.
El día de la subasta, un público heterogéneo llenaba la sala. Se vendía de todo: relojes, paraguas, bolsos, carteras y un sin fin de cosas a cual más rara: dentaduras postizas, muletas, patines, gafas, sombreros y hasta un juego de soldados de plomo.
Sin embargo, la maleta parecía no despertar interés. Era vieja, de cartón y atada con una cuerda.
Un estudiante de arquitectura la miró y torciendo el gesto con desprecio se alejó de su lado. Una señora entrada en carnes ofreció 100 pesetas por ella y un soldado de infantería 200, pero el precio de salida era de 500 pesetas, por lo que el director de la subasta empezó a pensar en rebajarlo.
Mas tarde, cuando ya se había vendido una gran parte de lo ofertado, volvió a salir a subasta la maleta, esta vez a 300 pesetas.
El director insistía en que lo importante no era el contenido, porque se trataba sólo de papeles, sino la maleta, porque podía ser útil todavía.
Nadie le hacía caso, así que, al finalizar el día, la cogieron y la depositaron en un contenedor de basura.
Amanecía en la ciudad y el camión de la basura se acercaba.
Un hombre se acercó hasta el contenedor y cogiendo la maleta se la llevó a su casa.
Iba muy excitado porque esa noche había tenido un sueño donde veía una maleta luminosa en un contenedor de basura y que esa maleta le proporcionaba la felicidad.
Abrió la maleta con excitación creciente y al ver su contenido no pudo por menos de lanzar un “¡Ohhh!” de decepción. Sin embargo empezó a leer aquellos papeles.
Hablaban de Dios y de la vida. Hablaban de seres luminosos y de la energía de las cosas y de los seres vivos y de cómo utilizarla. También hablaba de la mente y de cómo hacer para potenciarla y conseguir así cuanto uno se propusiera. Hablaba del espacio y de máquinas tan veloces que podían llegar al extremo de la Galaxia en pocas horas. Allí estaban los planos para hacerlas.
Luego encontró un diario donde se podían leer las conversaciones mantenidas por su dueño y un tal Hermón. Algunas fotos rancias y muchos papeles con anotaciones que no entendía.
Decepcionado por el hallazgo puso otra vez todo dentro, cerró la maleta y la colocó de nuevo en el contenedor.
A la mañana siguiente era domingo y no pasaba el camión de la basura, así que ahí estaba la maleta asomando por un pico.
Era casi de noche, cuando un joven se acercó y la cogió.
Se la llevó a su casa y la abrió. Tenía unos 30 años.
Acababa de terminar psicología pero tenía la carrera de físicas en su bagaje. Era un hombre solitario, un buscador de sí mismo que aún no se había encontrado. Vivió la religión pero no supo hacerla crecer dentro de él, las palabras de los sacerdotes ahogaron la semilla.
Por eso estudio físicas, para tratar de comprender a Dios a través de su manifestación y como vio que eso sólo le daba una imagen distorsionada e incompleta, estudió psicología para tratar de encontrarle a través del ser humano, pero aún no había sabido rellenar el puzzle.
Cuando empezó a leer los papeles de la maleta sintió que su vida empezaba a tener sentido.
Colocó los papeles en orden y durante el mes siguiente estuvo leyendo y leyendo. Tomaba constantes notas y apenas salía de casa.
Una noche recibió una visita insólita, un anciano llamó a su puerta y le dijo: yo te ayudaré a seguir con el trabajo que has emprendido.
La sorpresa fue inmensa, aquel hombre sabía lo que estaba haciendo y lo que era más sorprendente, conocía muy bien los temas que los papeles contenían, con la diferencia que algunos de ellos no estaban acertados, por lo que sugería que se pusieran a rectificarlos.
El joven aceptó la ayuda y desde ese día el anciano le visitaba regularmente, siempre a las 9 de la noche y se quedaba hasta las 12, en cuyo momento se despedía.
Desarrollaron muchos temas, los contenidos eran sorprendentes, porque hablaban tanto de física quántica como de la constitución de la mente humana.
Un día el anciano se despidió con un “Gracias” y no volvió más.
Los temas ocuparon la vida del joven durante muchos años. En ese tiempo, los que le conocieron y le escucharon decían de él que era un hombre sabio.
Cuando alcanzo los 65 años fue invitado a dar una conferencia en una universidad situada en otra ciudad.
Cogió sus papeles y los metió en la vieja maleta.
De pronto cayeron al suelo las rancias fotografías y al recogerlas reconoció el rostro familiar del anciano que trabajo con él durante muchos meses.
Lo guardó todo en la vieja maleta y se dirigió a la estación en un taxi.
Cuando el tren arrancó y tomó velocidad, se dio cuenta que se había olvidado la maleta en el taxi. No sabía que hacer, si parar el tren o esperar a la próxima estación...