Hoy, una amiga me ha comentado que está leyendo el libro “Los Cuatro Acuerdos”, de Don Miguel Ruiz, y que le está gustando bastante. Le gusta la sencillez, claridad y sentido práctico que se desprende de su lectura, basada en la sabiduría de un pueblo ancestral, los Toltecas, fielmente transcritas por el autor. Un pequeño manual de cómo conducirse con uno mismo y con los demás que, al parecer, manejaba dicho pueblo, hoy ya ha desaparecido como etnia independiente, aunque ya sabemos que nada se pierde definitivamente sino que, como mínimo, es semilla o referencia de lo que nace o aparece después.
Pues bien, hoy me permito invitarte a que suscribas otros cuatro acuerdos, ya ves que no son muchos ni muy complicados de hacer, con los que es posible que contribuyas a ese acercamiento a una civilización más avanzada, a ese mundo mejor que nos inspira y atrae a muchos de nosotros.
¿Qué son demasiado pequeños como para que produzcan cambios? ¿Qué son como brindis al sol sin apariencia de utilidad? Bueno, eso sólo el tiempo lo dirá, pero lo que sí es seguro es que tú estarás haciendo tu parte.
Pues bien, hoy me permito invitarte a que suscribas otros cuatro acuerdos, ya ves que no son muchos ni muy complicados de hacer, con los que es posible que contribuyas a ese acercamiento a una civilización más avanzada, a ese mundo mejor que nos inspira y atrae a muchos de nosotros.
¿Qué son demasiado pequeños como para que produzcan cambios? ¿Qué son como brindis al sol sin apariencia de utilidad? Bueno, eso sólo el tiempo lo dirá, pero lo que sí es seguro es que tú estarás haciendo tu parte.
Primer Acuerdo: Medio Ambiente
Yo creo que ya nadie duda de la forma en que estamos afectando negativamente al medio ambiente en el que vivimos. En algunos, eso se producirá de una forma inconsciente por habernos alejado del medio natural y centrar toda nuestra actividad y nuestra vida en entornos urbanos a los que pedimos, ante todo, comodidad y estímulos artificiales. En otros de una forma más consciente, al primar intereses económicos en la producción, distribución y consumo desmesurado de todo tipo de productos que interfieren en ese medio natural sano y sostenible.
Este primer acuerdo es muy sencillo. Vas a salir al campo, a la naturaleza, a cualquier medio natural (bosque, playa, río, montaña…) una vez en cada estación. Pasarás allí una mañana o una tarde o, si puedes, una jornada completa. Si no lo has hecho ya, vas a descubrir cómo eso te serena, te aporta paz, te integra en esa naturaleza y seguramente comenzarás a admirarla y defenderla de una forma más consciente y más constante. Puedes hacer esas salidas en familia, sol@, con amigos, pero hazlo siempre sin prisas y abriendo bien tus ojos y tus sentidos. Si quieres llevar algunas semillas, no hace falta que sean muchas, y plantarlas de acuerdo a la estación en la que estés, adelante.
Este primer acuerdo es muy sencillo. Vas a salir al campo, a la naturaleza, a cualquier medio natural (bosque, playa, río, montaña…) una vez en cada estación. Pasarás allí una mañana o una tarde o, si puedes, una jornada completa. Si no lo has hecho ya, vas a descubrir cómo eso te serena, te aporta paz, te integra en esa naturaleza y seguramente comenzarás a admirarla y defenderla de una forma más consciente y más constante. Puedes hacer esas salidas en familia, sol@, con amigos, pero hazlo siempre sin prisas y abriendo bien tus ojos y tus sentidos. Si quieres llevar algunas semillas, no hace falta que sean muchas, y plantarlas de acuerdo a la estación en la que estés, adelante.
Segundo Acuerdo: Paz
Las guerras son el acto humano más aberrante y antinatural de todos los de la historia de este planeta. Sin paliativos. Sin excusas. Creer que destruir a otros seres humanos, invadir los territorios en que asientan sus vidas, darles muerte o torturas y sufrimientos, nos hará más felices o nos aportará paz, es de seres muy muy poco evolucionados. Las guerras solo aportan destrucción, odio, rencor…
Y trasladando eso a una escala personal pasa lo mismo. Si tienes una trifulca, un desencuentro, un conflicto con otra persona, y sólo se te ocurre la agresividad y la destrucción como solución, has de saber que eso mismo lo padecerás tú más adelante. Antes o después, pero eso inexorablemente te alcanzará de lleno. Dicho esto, te propongo el siguiente acuerdo. Dos veces al día tomarás un vaso de agua en tus manos y mientras la bebes de una forma pausada, te repetirás mentalmente: “Disfruto de la paz en mi vida. No tengo enemigos. En lugar de luchar, voy a compartir”.
Si no hay conflictos con nadie puedes empezar ya con el acuerdo. Pero si fuera el caso de que actualmente estuvieras en guerra con alguien, antes del acuerdo deberás hacer algún ejercicio de perdón hacia tu “enemigo” y después ya podrías suscribirlo. Te recuerdo que el perdón te libera a ti de una carga muy pesada y sientes un alivio inmediato, independientemente de lo que suponga para la otra persona. Es a ti a quien estás haciendo el bien.
Y trasladando eso a una escala personal pasa lo mismo. Si tienes una trifulca, un desencuentro, un conflicto con otra persona, y sólo se te ocurre la agresividad y la destrucción como solución, has de saber que eso mismo lo padecerás tú más adelante. Antes o después, pero eso inexorablemente te alcanzará de lleno. Dicho esto, te propongo el siguiente acuerdo. Dos veces al día tomarás un vaso de agua en tus manos y mientras la bebes de una forma pausada, te repetirás mentalmente: “Disfruto de la paz en mi vida. No tengo enemigos. En lugar de luchar, voy a compartir”.
Si no hay conflictos con nadie puedes empezar ya con el acuerdo. Pero si fuera el caso de que actualmente estuvieras en guerra con alguien, antes del acuerdo deberás hacer algún ejercicio de perdón hacia tu “enemigo” y después ya podrías suscribirlo. Te recuerdo que el perdón te libera a ti de una carga muy pesada y sientes un alivio inmediato, independientemente de lo que suponga para la otra persona. Es a ti a quien estás haciendo el bien.
Tercer Acuerdo: Tu comunidad natural
El ser humano es un ser esencialmente social. Nos sentimos bien interactuando con otros, establecemos relaciones personales y grupales que nos aportan bienestar o seguridad. Pero hemos llevado esa identificación e integración en un grupo hasta límites mucho más allá de lo razonable. Porque confrontamos a nuestro grupo con todos los demás grupos existentes en una suerte de rivalidad sin sentido.
Te pido que hagas un ejercicio de imaginación y pienses lo siguiente. Estás viendo una película del espacio, de viajes a otros planetas, y en la película tú eres el protagonista y tienes la misión de propiciar un acuerdo de colaboración entre tu planeta y otro al que te han encargado contactar.
Pues bien, llegas a ese planeta y descubres asombrado que ese planeta de tamaño mediano o pequeño está dividido en ¡195! territorios distintos, cada uno con su propio idioma (a veces incluso con más de una lengua en cada uno de ellos), con dirigentes distintos, con banderas, himnos y otros distintivos independientes. ¿Tú dirías que esa es una civilización avanzada?
Te vuelves a tu planeta de origen y le explicas a los tuyos cómo está el tema en ese otro planeta, llamado Tierra, y que hay que dejar para más adelante, para cuando esa civilización avance y comprenda que sólo la unidad de razas, territorios, creencias y otros distintivos o rasgos que los separan se hayan superado y con eso gocen de una paz y un bienestar anhelados, entonces se podrá propiciar esa colaboración también beneficiosa para ambos mundos. ¡195 naciones y aumentando! Vamos en sentido contrario al de la evolución.
Bien, el acuerdo que te propongo es que dejes de seguir, apoyar o alentar a cualquier grupo cuyo objetivo sea ser o tener más que otros grupos que se consideren antagónicos. Deja de pertenecer a partidos políticos, deja de ponerte la mano en el corazón al cantar un himno, deja de defender un trozo de tela coloreada como si fuera la misión que le da sentido a tu vida. Deja de llorar o exaltarte por estar cerca de una representación o símbolo de una confesión religiosa. Tu país es el mundo, tu religión es el ser humano y tu idioma es la hermandad, cualquiera que sea la lengua que utilices. Yo, particularmente, cuando estoy en un sitio público en el que hay muchas personas cantando un himno de esos, canto el himno a la alegría. O podría cantar también la canción “Imagine” de John Lennon. Bueno, tampoco es imprescindible eso, pero sí que internamente amplíes tu nacionalidad a toda la raza humana o incluso a toda la comunidad de vida del planeta y que actúes en consecuencia.
Te pido que hagas un ejercicio de imaginación y pienses lo siguiente. Estás viendo una película del espacio, de viajes a otros planetas, y en la película tú eres el protagonista y tienes la misión de propiciar un acuerdo de colaboración entre tu planeta y otro al que te han encargado contactar.
Pues bien, llegas a ese planeta y descubres asombrado que ese planeta de tamaño mediano o pequeño está dividido en ¡195! territorios distintos, cada uno con su propio idioma (a veces incluso con más de una lengua en cada uno de ellos), con dirigentes distintos, con banderas, himnos y otros distintivos independientes. ¿Tú dirías que esa es una civilización avanzada?
Te vuelves a tu planeta de origen y le explicas a los tuyos cómo está el tema en ese otro planeta, llamado Tierra, y que hay que dejar para más adelante, para cuando esa civilización avance y comprenda que sólo la unidad de razas, territorios, creencias y otros distintivos o rasgos que los separan se hayan superado y con eso gocen de una paz y un bienestar anhelados, entonces se podrá propiciar esa colaboración también beneficiosa para ambos mundos. ¡195 naciones y aumentando! Vamos en sentido contrario al de la evolución.
Bien, el acuerdo que te propongo es que dejes de seguir, apoyar o alentar a cualquier grupo cuyo objetivo sea ser o tener más que otros grupos que se consideren antagónicos. Deja de pertenecer a partidos políticos, deja de ponerte la mano en el corazón al cantar un himno, deja de defender un trozo de tela coloreada como si fuera la misión que le da sentido a tu vida. Deja de llorar o exaltarte por estar cerca de una representación o símbolo de una confesión religiosa. Tu país es el mundo, tu religión es el ser humano y tu idioma es la hermandad, cualquiera que sea la lengua que utilices. Yo, particularmente, cuando estoy en un sitio público en el que hay muchas personas cantando un himno de esos, canto el himno a la alegría. O podría cantar también la canción “Imagine” de John Lennon. Bueno, tampoco es imprescindible eso, pero sí que internamente amplíes tu nacionalidad a toda la raza humana o incluso a toda la comunidad de vida del planeta y que actúes en consecuencia.
Cuarto Acuerdo: Tu autenticidad
La otra gran misión de tu vida, y que es común a todos y cada uno de los seres humanos que estamos o hemos estado pisando este planeta, es la búsqueda de la felicidad. Lo que ocurre es que el hecho de tener otros objetivos más pequeños o más cercanos, o bien seguir el ritmo frenético de la sociedad actual que se califica a sí misma como de “progreso”, hace que aparquemos o nos olvidemos de esa búsqueda.
Pero ten por seguro que aquí has venido a ser feliz, no a aparentarlo, no a poseer más cosas materiales, no a estar más cómod@, no a ser más conocido o popular o tener más poder. Viniste a ser feliz, y eso se consigue fundamentalmente siendo fiel a ti mism@, a tu autenticidad.
Y para eso tienes que acallar un poco todo el ruido exterior y centrarte en tu interior. Si haces eso, percibirás claramente qué es lo que te hace sentir bien, en qué eres buen@, qué cosas al hacerlas te aportan serenidad, bienestar o alegría. Podría ser algo como bailar, leer, cocinar, escribir, la naturaleza, la música, otras artes, construir con tus manos, escuchar, compartir, conocer… Y una vez que tengas eso claro, adelante.
Si no has llegado a ese punto, si todavía no has tenido tiempo o crees que no hay nada de eso para ti, te propongo este acuerdo que consiste en profundizar en tu interior, en concederte un pequeño tiempo para ese “acallar al exterior”, que la mente nos dice que es lo importante. Y nada mejor que la respiración para ello, sólo eso. Haz una pausa de dos minutos en la mañana y otra de igual duración durante la tarde, cerrando tus ojos, vaciando tu mente y enfocándote tan solo en controlar tu respiración, haciendo inspiraciones y espiraciones largas y profundas y marcando los cuatro tiempos (inspiración- pausa- espiración- pausa) de una forma clara.
Pues ya está. Aquí tienes cuatro acuerdos que podrías adoptar en este momento y contigo mismo que son asequibles, no dependen de factores externos y tampoco te exigen una entrega total o una valentía desmesurada. Yo que tú, probaría.
Pero ten por seguro que aquí has venido a ser feliz, no a aparentarlo, no a poseer más cosas materiales, no a estar más cómod@, no a ser más conocido o popular o tener más poder. Viniste a ser feliz, y eso se consigue fundamentalmente siendo fiel a ti mism@, a tu autenticidad.
Y para eso tienes que acallar un poco todo el ruido exterior y centrarte en tu interior. Si haces eso, percibirás claramente qué es lo que te hace sentir bien, en qué eres buen@, qué cosas al hacerlas te aportan serenidad, bienestar o alegría. Podría ser algo como bailar, leer, cocinar, escribir, la naturaleza, la música, otras artes, construir con tus manos, escuchar, compartir, conocer… Y una vez que tengas eso claro, adelante.
Si no has llegado a ese punto, si todavía no has tenido tiempo o crees que no hay nada de eso para ti, te propongo este acuerdo que consiste en profundizar en tu interior, en concederte un pequeño tiempo para ese “acallar al exterior”, que la mente nos dice que es lo importante. Y nada mejor que la respiración para ello, sólo eso. Haz una pausa de dos minutos en la mañana y otra de igual duración durante la tarde, cerrando tus ojos, vaciando tu mente y enfocándote tan solo en controlar tu respiración, haciendo inspiraciones y espiraciones largas y profundas y marcando los cuatro tiempos (inspiración- pausa- espiración- pausa) de una forma clara.
Pues ya está. Aquí tienes cuatro acuerdos que podrías adoptar en este momento y contigo mismo que son asequibles, no dependen de factores externos y tampoco te exigen una entrega total o una valentía desmesurada. Yo que tú, probaría.