"El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno" (George Sand). Detrás de este hermoso verso, cuesta creer que con la llegada del invierno nos invada también la tristeza, como si fuera poco lo de la gripe, resfriados y otros avatares. Pero tal es así, que en ocasiones cunde el desánimo hasta niveles patológicos, y es en estos casos cuando los especialistas comienzan a hablar de Trastorno Afectivo Estacional (TAE).
Cuando en la madrugada del pasado de 29 al 30 octubre tuvimos que retrasar el reloj para adaptarnos al horario de invierno, pareció que con este gesto dábamos el pistoletazo de salida a un curioso proceso que, año tras año y coincidiendo con la entrada de la estación fría, se traduce para los humanos en cambios en el estado de ánimo: mayor irritabilidad para los pequeños y más apatía en los mayores, aunque en ambos colectivos estas reacciones se confunden. En otras palabras, se altera la personalidad. Y esto sería sólo el principio, o al menos eso es lo que dicen los expertos, que asocian el fenómeno al descenso de luz natural, entre otros factores.
Recientemente, el Gobierno de Canarias encargó una encuesta sobre la tristeza invernal con la asesoría de la psicóloga clínica Miren Larrázabal, en la que siete de cada diez personas afirmaron que se sentían más tristes cuando hay menos horas de luz. Según esta especialista, "la reducción de horas de luz puede tener claros efectos negativos en las personas. Si el grado de incidencia de estos efectos es leve, podremos superarlo con mayor facilidad, pero si confluyen varios síntomas y en grado alto, entonces incluso podemos llegar hablar de un trastorno afectivo estacional".
Porque no todo acaba aquí: un 34 por ciento de los encuestados, tanto hombres como mujeres, han reconocido que el cambio de la hora conjuntamente con la menor cantidad de luz les ha vuelto más "ariscos" con su pareja, y casi un tercio de la población consultada confesó que con la entrada del invierno habían disminuido sus relaciones sexuales.
Un estudio llevado a cabo en los Estados Unidos reveló que las tasas de TAE fueron siete veces mayores entre las personas de New Hampshire, al norte del país, que en Florida, al sur y próximo al Caribe, lo cual sugiere que cuanto más lejos de la línea ecuatorial vive una persona, más probable es que desarrolle un trastorno afectivo estacional.
Se ha observado también que cuando las personas con TAE viajan a áreas de menor latitud durante el invierno (las personas que viven más al sur del ecuador tienen luz solar durante más horas del día durante los meses de invierno), no padecen sus síntomas estacionales. Esto respalda la teoría de que el TAE está relacionado a la exposición a la luz solar.
Síntomas
Como otras formas de depresión, los síntomas del TAE pueden ser leves, graves o de grado intermedio. Los síntomas más leves interfieren menos con la capacidad de la persona de participar en las actividades cotidianas, pero con los más graves el asunto se torna más serio.
Según explica el doctor Iñaki Ferrando, director de Comunicación Médica de Sanitas, el Trastorno Afectivo Estacional o depresión estacional está clasificado dentro de los síndromes depresivos y sus síntomas son similares a los de la depresión común. Así, entre los más habituales se encuentran la fatiga o cansancio inusual sin razón aparente, falta de interés por actividades antes reconfortantes, aislamiento social, y deseo exagerado por alimentos con un alto contenido en carbohidratos (dulces), lo que en muchas ocasiones implica aumento de peso.
También pueden observarse –prosigue este experto-, episodios de ansiedad, sentimientos de culpa y desesperanza, irritabilidad, cambios en el sueño o insomnio y, en casos extremos, pensamientos de suicidio. Estos síntomas, que comienzan con la llegada del otoño a medida que se reducen las horas de luz y disminuye la temperatura, van empeorando con la llegada del invierno.
No obstante, los médicos advierten que es importante someterse a un examen médico para asegurarse de que los síntomas descritos no sean fruto de una afección médica que necesite tratamiento, ya que muchos de estos síntomas pueden ser señales de otros trastornos, como por ejemplo hipotiroidismo, hipoglucemia o mononucleosis.
Cuando en la madrugada del pasado de 29 al 30 octubre tuvimos que retrasar el reloj para adaptarnos al horario de invierno, pareció que con este gesto dábamos el pistoletazo de salida a un curioso proceso que, año tras año y coincidiendo con la entrada de la estación fría, se traduce para los humanos en cambios en el estado de ánimo: mayor irritabilidad para los pequeños y más apatía en los mayores, aunque en ambos colectivos estas reacciones se confunden. En otras palabras, se altera la personalidad. Y esto sería sólo el principio, o al menos eso es lo que dicen los expertos, que asocian el fenómeno al descenso de luz natural, entre otros factores.
Recientemente, el Gobierno de Canarias encargó una encuesta sobre la tristeza invernal con la asesoría de la psicóloga clínica Miren Larrázabal, en la que siete de cada diez personas afirmaron que se sentían más tristes cuando hay menos horas de luz. Según esta especialista, "la reducción de horas de luz puede tener claros efectos negativos en las personas. Si el grado de incidencia de estos efectos es leve, podremos superarlo con mayor facilidad, pero si confluyen varios síntomas y en grado alto, entonces incluso podemos llegar hablar de un trastorno afectivo estacional".
Porque no todo acaba aquí: un 34 por ciento de los encuestados, tanto hombres como mujeres, han reconocido que el cambio de la hora conjuntamente con la menor cantidad de luz les ha vuelto más "ariscos" con su pareja, y casi un tercio de la población consultada confesó que con la entrada del invierno habían disminuido sus relaciones sexuales.
Un estudio llevado a cabo en los Estados Unidos reveló que las tasas de TAE fueron siete veces mayores entre las personas de New Hampshire, al norte del país, que en Florida, al sur y próximo al Caribe, lo cual sugiere que cuanto más lejos de la línea ecuatorial vive una persona, más probable es que desarrolle un trastorno afectivo estacional.
Se ha observado también que cuando las personas con TAE viajan a áreas de menor latitud durante el invierno (las personas que viven más al sur del ecuador tienen luz solar durante más horas del día durante los meses de invierno), no padecen sus síntomas estacionales. Esto respalda la teoría de que el TAE está relacionado a la exposición a la luz solar.
Síntomas
Como otras formas de depresión, los síntomas del TAE pueden ser leves, graves o de grado intermedio. Los síntomas más leves interfieren menos con la capacidad de la persona de participar en las actividades cotidianas, pero con los más graves el asunto se torna más serio.
Según explica el doctor Iñaki Ferrando, director de Comunicación Médica de Sanitas, el Trastorno Afectivo Estacional o depresión estacional está clasificado dentro de los síndromes depresivos y sus síntomas son similares a los de la depresión común. Así, entre los más habituales se encuentran la fatiga o cansancio inusual sin razón aparente, falta de interés por actividades antes reconfortantes, aislamiento social, y deseo exagerado por alimentos con un alto contenido en carbohidratos (dulces), lo que en muchas ocasiones implica aumento de peso.
También pueden observarse –prosigue este experto-, episodios de ansiedad, sentimientos de culpa y desesperanza, irritabilidad, cambios en el sueño o insomnio y, en casos extremos, pensamientos de suicidio. Estos síntomas, que comienzan con la llegada del otoño a medida que se reducen las horas de luz y disminuye la temperatura, van empeorando con la llegada del invierno.
No obstante, los médicos advierten que es importante someterse a un examen médico para asegurarse de que los síntomas descritos no sean fruto de una afección médica que necesite tratamiento, ya que muchos de estos síntomas pueden ser señales de otros trastornos, como por ejemplo hipotiroidismo, hipoglucemia o mononucleosis.
Depresiones estacionales
En cualquier caso, parece no caber duda de que los cambios de estación traen consigo inevitables transformaciones tanto en el ambiente como en nuestros hábitos de vida. Un reciente trabajo elaborado por Sanitas vino a confirmar que para la mayoría de la población, el paso del verano al otoño es el trance más difícil, pues suele coincidir con el final de las vacaciones, la vuelta a la rutina, la llegada de las bajas temperaturas y la disminución de las horas de luz.
Y con la llegada del frío, unido a la reducción de las horas de luz durante el otoño e invierno, afloran las depresiones estacionales. De hecho, señala el estudio, se ha podido constatar que un 2 por ciento de los españoles se ve afectado por esta causa. En este sentido, las mujeres de entre 20 y 40 años son las más propensas a padecer este trastorno. Las sensaciones de depresión empeoran, generalmente, por la tarde y en la noche.
Agentes causales
Al parecer, nadie tiene claro por qué se produce este fenómeno en las personas, aunque queda el consuelo de saber que la mayoría no sufre depresión estacional, incluso si vive en áreas en que los días son más cortos durante los meses de invierno. Entonces, ¿por qué ciertas personas tienen más probabilidades de padecer TAE? Algunas explicaciones refieren, simplemente, una mayor sensibilidad a las variaciones de luz y, por lo tanto, mayor predisposición a experimentar cambios más severos en la producción y regulación hormonal que depende de la intensidad de la luz. Otros hablan de la influencias de factores como la genética individual.
En la literatura médica encontramos que, efectivamente, todos los síntomas citados son atribuidos al descenso en la intensidad de la luz del día. Se trataría de una respuesta del cerebro a la disminución de la exposición a la luz natural, la cual influiría directamente en nuestros ritmos circadianos, en los niveles de serotonina que descienden ante la ausencia de luz, y la secreción de melatonina, que es liberada como respuesta a la oscuridad. Algunos autores hablan de "desequilibrio bioquímico en el hipotálamo" (parte del cerebro responsable de la regulación del hambre, sed, respuesta al dolor, niveles de placer, comportamiento agresivo, etc.), debido al acortamiento de las horas de la luz del día y de la carencia de la luz del sol en invierno. En otras palabras, si las estaciones cambian, cambian también nuestros "relojes internos biológicos" o el ritmo circadiano.
Hormonas cerebrales
En general, las teorías actuales sobre las causas del TAE aluden al papel de la luz solar en la producción de dos sustancias químicas específicas en el cerebro: melatonina y serotonina. Estas dos hormonas ayudan a regular los ciclos de sueño-alerta, la energía y el estado de ánimo. En esta línea, los días más cortos y las horas de oscuridad más largas en otoño e invierno pueden conllevar, por un lado, un aumento en los niveles de melatonina; por otro, una disminución en los niveles de serotonina. Ambas acciones podrían crear condiciones biológicas desencadenantes de depresión.
La melatonina, dicen los expertos, está asociada con el sueño. El cuerpo la produce en mayores cantidades cuando hay oscuridad o cuando los días son más cortos, lo que explicaría por qué nos quejamos de tanta somnolencia y letargia en esta época del año. Con la serotonina sucede lo contrario: aumenta con la exposición a la luz solar, de modo que es probable que los niveles de serotonina sean más bajos durante el invierno, cuando los días son más cortos. Y aquí reside buena parte del quid de la cuestión: los niveles bajos de serotonina están asociados a la depresión, de tal manera que aumentar su disponibilidad ayuda a combatir el estado depresivo.
Cuándo y cómo tratarlo
El doctor Ferrando afirma que cuando el paciente percibe un estado melancólico o depresivo coincidente con la disminución de horas de luz y la llegada del otoño o invierno, y presenta síntomas como los anteriormente mencionados durante más de tres semanas, es necesario acudir a la consulta del médico de atención primaria para evaluar la gravedad de su estado y considerar la intervención del psiquiatra.
El TAE, señala este experto, puede ser tratado eficazmente con fototerapia (terapia de luz), que debe ser aplicada siempre bajo la supervisión de un médico, pero en la mayoría de los casos se hace necesaria la intervención de un psiquiatra para incluir en la terapia antidepresivos y sesiones de psicoterapia.
Para mejorar los síntomas, Ferrando recomienda hacer largas caminatas durante las horas de luz y practicar ejercicio físico. Además, añade, es importante mantenerse socialmente activo y hacer una dieta saludable y "gastronómicamente divertida".
La advertencia del doctor Ferrando no es baladí, pues los expertos indican que hay que andarse con ojo con los cambios en la alimentación y el apetito relacionados con el TAE, pues pueden acarrear ganas desordenadas de consumir carbohidratos simples (como alimentos reconfortantes y azucarados) y la tendencia a comer de más, con el consiguiente aumento de peso durante los meses de invierno.
Fuente: www.elperiodicodelafarmacia.es
En cualquier caso, parece no caber duda de que los cambios de estación traen consigo inevitables transformaciones tanto en el ambiente como en nuestros hábitos de vida. Un reciente trabajo elaborado por Sanitas vino a confirmar que para la mayoría de la población, el paso del verano al otoño es el trance más difícil, pues suele coincidir con el final de las vacaciones, la vuelta a la rutina, la llegada de las bajas temperaturas y la disminución de las horas de luz.
Y con la llegada del frío, unido a la reducción de las horas de luz durante el otoño e invierno, afloran las depresiones estacionales. De hecho, señala el estudio, se ha podido constatar que un 2 por ciento de los españoles se ve afectado por esta causa. En este sentido, las mujeres de entre 20 y 40 años son las más propensas a padecer este trastorno. Las sensaciones de depresión empeoran, generalmente, por la tarde y en la noche.
Agentes causales
Al parecer, nadie tiene claro por qué se produce este fenómeno en las personas, aunque queda el consuelo de saber que la mayoría no sufre depresión estacional, incluso si vive en áreas en que los días son más cortos durante los meses de invierno. Entonces, ¿por qué ciertas personas tienen más probabilidades de padecer TAE? Algunas explicaciones refieren, simplemente, una mayor sensibilidad a las variaciones de luz y, por lo tanto, mayor predisposición a experimentar cambios más severos en la producción y regulación hormonal que depende de la intensidad de la luz. Otros hablan de la influencias de factores como la genética individual.
En la literatura médica encontramos que, efectivamente, todos los síntomas citados son atribuidos al descenso en la intensidad de la luz del día. Se trataría de una respuesta del cerebro a la disminución de la exposición a la luz natural, la cual influiría directamente en nuestros ritmos circadianos, en los niveles de serotonina que descienden ante la ausencia de luz, y la secreción de melatonina, que es liberada como respuesta a la oscuridad. Algunos autores hablan de "desequilibrio bioquímico en el hipotálamo" (parte del cerebro responsable de la regulación del hambre, sed, respuesta al dolor, niveles de placer, comportamiento agresivo, etc.), debido al acortamiento de las horas de la luz del día y de la carencia de la luz del sol en invierno. En otras palabras, si las estaciones cambian, cambian también nuestros "relojes internos biológicos" o el ritmo circadiano.
Hormonas cerebrales
En general, las teorías actuales sobre las causas del TAE aluden al papel de la luz solar en la producción de dos sustancias químicas específicas en el cerebro: melatonina y serotonina. Estas dos hormonas ayudan a regular los ciclos de sueño-alerta, la energía y el estado de ánimo. En esta línea, los días más cortos y las horas de oscuridad más largas en otoño e invierno pueden conllevar, por un lado, un aumento en los niveles de melatonina; por otro, una disminución en los niveles de serotonina. Ambas acciones podrían crear condiciones biológicas desencadenantes de depresión.
La melatonina, dicen los expertos, está asociada con el sueño. El cuerpo la produce en mayores cantidades cuando hay oscuridad o cuando los días son más cortos, lo que explicaría por qué nos quejamos de tanta somnolencia y letargia en esta época del año. Con la serotonina sucede lo contrario: aumenta con la exposición a la luz solar, de modo que es probable que los niveles de serotonina sean más bajos durante el invierno, cuando los días son más cortos. Y aquí reside buena parte del quid de la cuestión: los niveles bajos de serotonina están asociados a la depresión, de tal manera que aumentar su disponibilidad ayuda a combatir el estado depresivo.
Cuándo y cómo tratarlo
El doctor Ferrando afirma que cuando el paciente percibe un estado melancólico o depresivo coincidente con la disminución de horas de luz y la llegada del otoño o invierno, y presenta síntomas como los anteriormente mencionados durante más de tres semanas, es necesario acudir a la consulta del médico de atención primaria para evaluar la gravedad de su estado y considerar la intervención del psiquiatra.
El TAE, señala este experto, puede ser tratado eficazmente con fototerapia (terapia de luz), que debe ser aplicada siempre bajo la supervisión de un médico, pero en la mayoría de los casos se hace necesaria la intervención de un psiquiatra para incluir en la terapia antidepresivos y sesiones de psicoterapia.
Para mejorar los síntomas, Ferrando recomienda hacer largas caminatas durante las horas de luz y practicar ejercicio físico. Además, añade, es importante mantenerse socialmente activo y hacer una dieta saludable y "gastronómicamente divertida".
La advertencia del doctor Ferrando no es baladí, pues los expertos indican que hay que andarse con ojo con los cambios en la alimentación y el apetito relacionados con el TAE, pues pueden acarrear ganas desordenadas de consumir carbohidratos simples (como alimentos reconfortantes y azucarados) y la tendencia a comer de más, con el consiguiente aumento de peso durante los meses de invierno.
Fuente: www.elperiodicodelafarmacia.es