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Las emociones positivas mejoran la capacidad para afrontar la adversidad



Maria Pinar Merino Martin

28/01/2021

Desde sus orígenes, la Psicología se centró en el estudio de todo aquello que amenazaba el bienestar de la persona y, por ello, se focalizó en el estudio de las patologías, la enfermedad, las disfunciones mentales y las emociones negativas. Mientras que las emociones positivas, en las que predomina el placer o el bienestar, quedaban al margen y se consideraron estados momentáneos y sin mayor trascendencia.



Imagen de Pexels en Pixabay
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Sin embargo, a partir de la publicación de los estudios de Martin Seligman a comienzos del año 2000, se empezaron a considerar más profundamente las influencias de los estados emocionales en la salud y apareció la Psicología Positiva que considera a las emociones positivas como uno de los pilares básicos para alcanzar la felicidad, el bienestar y la salud de las personas. Así, hoy podemos afirmar la utilidad de emociones positivas como la serenidad, la vitalidad, el entusiasmo, la alegría, el humor, el valor, la satisfacción, la compasión, el amor, la aceptación, la empatía, etc. para prevenir enfermedades, para reducir la intensidad y la duración de éstas y para alcanzar estados elevados de bienestar, influyendo incluso en la longevidad y como una verdadera protección para las personas mayores de los efectos más negativos del envejecimiento y la incapacidad.
 
En esos mismos estudios se afirma que las personas con tendencia a expresar emociones positivas presentan un menor riesgo de contraer enfermedades. Los investigadores concluyen que los efectos positivos de las emociones positivas deshacen los efectos fisiológicos de las emociones negativas, como el estrés, que tienen gran influencia en el sistema cardiovascular, en el sistema inmunológico y en el sistema nervioso vegetativo principalmente.

Las Emociones Positivas y su relación con la Salud. La resiliencia

Imagen de Pexels en Pixabay
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Las emociones positivas contribuyen a hacer a las personas más resistentes frente a la adversidad, a ser más resilientes psicológicamente. La resiliencia es una cualidad que tienen algunos metales para doblarse ante determinadas circunstancias extremas, pero no se rompen, sino que recuperan después su forma original. Es un término que se aplica en el campo de la psicología, la pedagogía e incluso en el mundo de la empresa. Las personas con estas características son capaces de actuar y recuperarse ante situaciones adversas (enfermedad, pérdidas de cualquier tipo, situaciones dolorosas, etc.) y generan emociones positivas en situaciones de estrés, lo que les hace eliminar la ansiedad y sentirse más felices, siendo además capaces de mirar un poco más lejos para encontrar soluciones más acertadas a los problemas que les acuciaban- son capaces de ser transformados positivamente por esos sucesos adversos.
 
Las emociones positivas son un antídoto frente a la depresión y al trauma. De hecho, las personas que han sufrido sucesos traumáticos que les han provocado indefectiblemente miedo, ansiedad, angustia, depresión, etc., se recuperan mucho más fácilmente y en menos tiempo cuando se les inducen emociones positivas. Así, por ejemplo, es recomendable practicar técnicas de relajación que generan calma interior, conexión con el entorno, autoobservación para una mejor percepción de uno mismo, etc. También la visualización creativa centrándose en escenas gratificantes reales o imaginadas, o la importancia de buscar actividades placenteras…, todo ello ayudará a generar emociones positivas y a sanar más rápidamente las disfunciones psicológicas y emocionales, pero también a traspasar los límites, a ser más creativo/a, a mantener actitudes abiertas y cooperativas, a tener un mayor autocontrol.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Vivir en la incertidumbre

A principios del año 2020 comenzamos a vivir situaciones terribles relacionadas con una palabra que se repite posiblemente más que ninguna otra: pandemia. Las situaciones de enfermedad, dolor, pérdidas de todo tipo (salud, personas, trabajo, derechos, libertades… e innumerables situaciones personales que nos han enfrentado a nuestra vulnerabilidad, a la incertidumbre, a la incapacidad para asimilar la ingente cantidad de información que nos llegaba cada día, a la pobreza incluso…
 
Cada comienzo de año hay un pensamiento que se abre paso en la mente de la gran mayoría de personas: “A ver si el año nuevo es mejor y nos trae cosas buenas”. Es algo que sucede todos los finales de año, pero en este final de 2020 con muchísimo más motivo. Pero ha llegado 2021 y la situación no ha mejorado sino al contrario. Seguimos inmersos en las mismas emociones, pero con el agravante de que “llueve sobre mojado” y que estas situaciones mantenidas durante tanto tiempo se hacen en algunos momentos insostenibles, y muchas personas empiezan a acusar el agotamiento que produce mantener el ánimo cuando el horizonte que tenemos por delante es tan sombrío.
 
Es el momento de echar mano de esa resiliencia, o de generarla como sea para poder afrontar las sucesivas “olas” que van llegando, no solo relacionadas con el virus, sino con las alteraciones por el cambio climático o los desequilibrios políticos y sociales de toda índole… La única salida es no enfocarnos en lo que está fuera de nosotros buscando las respuestas y las soluciones fuera sino en nosotros mismo, en todo aquello que podamos hacer para estar mejor.
 
Sabemos que en los momentos de máxima dificultad el ser humano es capaz de sacar lo mejor de sí mismo. Recordemos el ejemplo de Victor Frankl y sus vivencias en los campos de concentración nazis en la segunda guerra mundial. Es ahora cuando tenemos que crecernos ante la adversidad, gestionar los desafíos de cada día, manejarnos con situaciones traumáticas y responder desde nuestro centro, desde nuestros valores.
 
Es el momento perfecto para estar atento a lo que nos dice la inteligencia emocional: reconocer las propias emociones, ser capaz de verbalizarlas o expresarlas, reconocer las de los demás y dar la mejor respuesta para nosotros y para la otra persona. Si no lo hacemos así, las emociones de toda índole se irán almacenando en el saco y sus efectos se mantendrán durante muchos años, quizás durante toda la vida. 

Imagen de kATHRYN rOZIER en Pixabay
Imagen de kATHRYN rOZIER en Pixabay

La solidaridad un valor en alza

En lo que se dio en llamar la “primera ola” se produjeron movimientos ciudadanos espontáneos, como el aplauso a los sanitarios desde ventanas y balcones a las 20h… o el sumarse al “Resistiré” en realidad servían para liberar presión y como si fuese un conjuro frente al mal. La solidaridad que se despertó en los vecinos, el apoyo al que más ayuda necesitaba, la compañía a los que estaban solos, la ayuda de todo tipo (desde coser mascarillas y equipos de protección, hasta traer la compra o la medicación a quien no podía salir, pasear a la mascota del vecino…) y una lista interminable de acciones.
 
La demostración de que la Solidaridad y la Resiliencia siguen presentes la hemos tenido en estos días atrás. Ha bastado vivir nuevos momentos extremos con el temporal de nieve que ha afectado a media España para que volvieran a surgir el apoyo de los ciudadanos: los autos 4x4 trasladando a personal sanitario o a enfermos a los hospitales ante el colapso y la imposibilidad de contar con las ambulancias; los jóvenes organizándose en la urbanización para ir a buscar la compra al pueblo caminando 3 km. con las raquetas de nieve o los esquíes; la ayuda de los más jóvenes para limpiar con sus palas las calles de la nieve y el hielo acumulados, la atención y el contacto a través del teléfono con los vecinos, especialmente con aquellos que sabemos más vulnerables, creación de plataformas como nextdoor que favorecen la comunicación y la cooperación de forma abierta, la movilización de los ciudadanos para donar sangre ante la llamada de las dificultades de los bancos de sangre… y una lista muchísimo más amplia.
 
Las emociones, los pensamientos y las acciones positivas son un pasaporte no sólo para evolucionar sino para pasar estos tiempos difíciles de una manera más consciente. Si la mirada no puede ir muy lejos porque el futuro es incierto, centrémonos en el presente y hagamos lo que nos motiva, sin cerrar los ojos a lo que está sucediendo, pero manteniendo la confianza en que “esto también pasará”.
 
Son momentos para rescatar lo pequeño, para disfrutar de lo cercano, para sentir ilusión por lo sencillo y lo que está a mi alcance: Tomar el sol, dar un paseo por el entorno natural o el parque próximo a casa, llevar a cabo “encuentros” aunque sea a través de la pantalla, conversar sin prisa por teléfono con un amigo/a, cocinar para los demás poniendo el corazón en ello, hacer ejercicio, bailar o cantar… son actividades que siempre nos ayudarán. En cambio, la pasividad, el ver la tele mucho tiempo, el pasarse horas leyendo los mensajes que nos llegan de las redes sociales, en definitiva, todo lo que viene de fuera nos hará desconectarnos de nuestra Fuerza Interior, de nuestra resiliencia que nos ayudará a gestionar de la mejor manera cualquier situación, cualquier reto que la vida nos traiga.




              



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