El cuento precedente es una alegoría perfecta que refleja hasta qué punto la vida entera es un proceso de transformación constante, todo a nuestro alrededor nos dice que las cosas cambian y posiblemente los seres humanos seamos una de las especies de la naturaleza que tienen más dificultades para adaptarse a esos cambios. Nos negamos a admitir, por ejemplo, que cada siete años nuestro cuerpo ha variado por completo porque las células que lo componen son distintas de las del pasado, no queremos ver que nuestro carácter, nuestras formas y modos han cambiado, y además nos negamos a reconocer que también el mundo que nos rodea sufre continuas transformaciones. La mayor parte de las veces nos empeñamos en seguir mirando las cosas desde la posición segura en la que nos hemos encaramado ocultando en realidad miedo e inseguridad.
La resistencia al cambio es una de nuestras mayores dificultades. Somos inconscientes de la tremenda programación a que hemos sido sometidos desde que nacimos, y que ha sido llevada a cabo por nuestros padres, educadores, el ambiente y la sociedad en que hemos vivido. Y las respuestas que, ahora, como seres adultos damos están tremendamente condicionadas por todo ese bagaje de creencias.
De tal manera que todos nosotros estamos constantemente escuchando una especie de “diálogo interno”, pensamientos, juicios y sensaciones que circulan sin cesar por nuestra mente. Tenemos que ser conscientes que esta especie de “ruido mental” no es algo que se produzca al azar, sino que somos nosotros, nuestro libre albedrío el que decide qué pensar y cómo pensar y esa es, precisamente, nuestra posibilidad de transformación consciente: El libre albedrío, la capacidad de elección es la herramienta que tenemos en nuestras manos para poder incidir en lo que sucede a nuestro alrededor.
Y mucho más importante es incidir en nosotros mismos, en nuestros procesos de aprendizaje, pero para poder elegir sin coacción necesitamos ser libres de condicionamientos y de creencias y ahí radica la mayor dificultad.
La resistencia al cambio es una de nuestras mayores dificultades. Somos inconscientes de la tremenda programación a que hemos sido sometidos desde que nacimos, y que ha sido llevada a cabo por nuestros padres, educadores, el ambiente y la sociedad en que hemos vivido. Y las respuestas que, ahora, como seres adultos damos están tremendamente condicionadas por todo ese bagaje de creencias.
De tal manera que todos nosotros estamos constantemente escuchando una especie de “diálogo interno”, pensamientos, juicios y sensaciones que circulan sin cesar por nuestra mente. Tenemos que ser conscientes que esta especie de “ruido mental” no es algo que se produzca al azar, sino que somos nosotros, nuestro libre albedrío el que decide qué pensar y cómo pensar y esa es, precisamente, nuestra posibilidad de transformación consciente: El libre albedrío, la capacidad de elección es la herramienta que tenemos en nuestras manos para poder incidir en lo que sucede a nuestro alrededor.
Y mucho más importante es incidir en nosotros mismos, en nuestros procesos de aprendizaje, pero para poder elegir sin coacción necesitamos ser libres de condicionamientos y de creencias y ahí radica la mayor dificultad.
Los pensamientos arraigados: las creencias
“Creer es asumir como ciertas las informaciones recibidas por distintas vías sobre un tema y que, inmediatamente, se convierten en verdades”.
Generalmente las creencias están exentas de lógica y se asientan en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por otras con mayor carga racional. En este sentido las creencias vienen a conformar una especie de plantillas o esquemas mentales a través de los cuales discurren nuestros pensamientos y vemos la realidad. Una vez instalada como una estructura de pensamiento la “creencia” solo tiene un objetivo: perpetuarse.
Cuando cambiamos el esquema mental, es decir, cuando modificamos la “plantilla” cambia inmediatamente interpretación de la realidad de la persona. Algo de gran importancia en el ámbito de la salud, porque hoy se sabe que si en vez de creer que sufrimos procesos degenerativos creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células llevan impresa la orden de supervivencia… estaremos infundiendo en nuestro cuerpo un mensaje de equilibrio y salud pero sobre todo ausente de miedo –que es la emoción más nociva de todas porque ataca directamente a esa orden de supervivencia de la que hablábamos.
En suma, aplicar la consciencia a nuestros procesos no sólo mentales o emocionales sino también físicos redunda de inmediato en una mejora de la salud, tal y como se puede demostrar gracias a los experimentos realizados en los laboratorios de trabajo Mente-Cuerpo, que el Dr. Deepak Chopra ha llevado a cabo en Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de Medicina Ayurvédica en Lancaster, Massachusetts. Él ha experimentado con sus pacientes que todas las funciones –supuestamente involuntarias- como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura corporal, las secreciones hormonales, etc. pueden ser reguladas conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación, concentración, visualización, etc.
Generalmente las creencias están exentas de lógica y se asientan en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por otras con mayor carga racional. En este sentido las creencias vienen a conformar una especie de plantillas o esquemas mentales a través de los cuales discurren nuestros pensamientos y vemos la realidad. Una vez instalada como una estructura de pensamiento la “creencia” solo tiene un objetivo: perpetuarse.
Cuando cambiamos el esquema mental, es decir, cuando modificamos la “plantilla” cambia inmediatamente interpretación de la realidad de la persona. Algo de gran importancia en el ámbito de la salud, porque hoy se sabe que si en vez de creer que sufrimos procesos degenerativos creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células llevan impresa la orden de supervivencia… estaremos infundiendo en nuestro cuerpo un mensaje de equilibrio y salud pero sobre todo ausente de miedo –que es la emoción más nociva de todas porque ataca directamente a esa orden de supervivencia de la que hablábamos.
En suma, aplicar la consciencia a nuestros procesos no sólo mentales o emocionales sino también físicos redunda de inmediato en una mejora de la salud, tal y como se puede demostrar gracias a los experimentos realizados en los laboratorios de trabajo Mente-Cuerpo, que el Dr. Deepak Chopra ha llevado a cabo en Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de Medicina Ayurvédica en Lancaster, Massachusetts. Él ha experimentado con sus pacientes que todas las funciones –supuestamente involuntarias- como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura corporal, las secreciones hormonales, etc. pueden ser reguladas conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación, concentración, visualización, etc.
La coherencia del campo electromagnético es salud
Que la mente, los pensamientos, los sentimientos y emociones alteran el campo electromagnético que nos rodea e interpenetra todas nuestras células es algo suficientemente probado por la ciencia. Así pues, si tenemos en cuenta que la energía mental coordina el orden electromagnético de la energía vital y ésta a su vez mantiene el orden a nivel celular, cuanta más coherencia haya en la emisión de pensamientos y emociones mayor será el aporte energético que recibirá nuestro cuerpo físico, lo cual redundará en beneficio de nuestra salud.
Por el contrario, la inconsciencia puede provocar incoherencia energética que a la larga terminará produciendo deterioros corporales; en cambio una vida de participación consciente los previene. Cuando prestamos atención a los procesos corporales, en lugar de dejar que funcionen de forma automática, se observa una mejora sustancial. Se ha observado que mediante ejercicios de respiración consciente a los pocos minutos comenzaban a sincronizarse las ondas cerebrales, se aquietaba el ritmo cardiaco, se equilibraba la presión arterial…
Hoy sabemos que nuestros sistemas más importantes son el endocrino, inmunológico y nervioso pues son ellos los principales controladores de nuestro cuerpo. Pues bien, nuestra ciencia sabe que las células inmunológicas y las glándulas endocrinas tienen los mismos receptores de señales cerebrales que las neuronas, es decir, son como una prolongación de nuestro cerebro que circula por todo el cuerpo. Esto nos lleva a plantear que la consciencia está impresa en todas las células de nuestro organismo.
La psicoinmunología afirma que dondequiera que va un pensamiento un elemento químico le acompaña. Esto, que supone un handicap difícil de controlar también puede convertirse, mediante pequeños esfuerzos, en nuestra herramienta más preciada: ya decíamos antes que está comprobado que los estados de aflicción mental se convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades, pero, también es verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de producir aquellas sustancias necesarias para contrarrestar la enfermedad.
A fin de cuentas, la entropía –es decir, la tendencia que tienen los sistemas complejos a desorganizarse- sólo tiene lugar -en lo que al ser humano se refiere al menos- en el mundo físico. No ocurre así en el plano mental (no hablamos del cerebro, como órgano físico), ya que está en un nivel vibratorio superior y no sigue esa tendencia. De ahí que pueda volver a transformar en orden el caos electromagnético que produce toda enfermedad.
Estas ideas no son difíciles de comprobar, todos tenemos a lo largo de día multitud de ocasiones para poder ver el efecto de nuestros pensamientos en nuestra vida, desde cosas muy pequeñas y cotidianas hasta aquello que realmente nos preocupa o nos inquieta. Si concentramos nuestra mente, si focalizamos nuestros pensamientos como si fuese un haz de luz láser conseguiremos los objetivos propuestos, pero nuestra mente está acostumbrada a funcionar de manera dispersa y a dejarse ganar por los estados emocionales que “secuestran” nuestra razón, en esa situación perdemos el control y estamos a merced de nuestras emociones.
Sin embargo, hay que empezar poco a poco a experimentar, mientras sigamos recibiendo nuevas percepciones, ideas o experiencias podremos responder de nuevas formas. Sólo si seguimos haciendo lo mismo tendremos siempre los mismos resultados. No olvidemos la poderosa herramienta de que disponemos: nuestra capacidad de elección.
Por el contrario, la inconsciencia puede provocar incoherencia energética que a la larga terminará produciendo deterioros corporales; en cambio una vida de participación consciente los previene. Cuando prestamos atención a los procesos corporales, en lugar de dejar que funcionen de forma automática, se observa una mejora sustancial. Se ha observado que mediante ejercicios de respiración consciente a los pocos minutos comenzaban a sincronizarse las ondas cerebrales, se aquietaba el ritmo cardiaco, se equilibraba la presión arterial…
Hoy sabemos que nuestros sistemas más importantes son el endocrino, inmunológico y nervioso pues son ellos los principales controladores de nuestro cuerpo. Pues bien, nuestra ciencia sabe que las células inmunológicas y las glándulas endocrinas tienen los mismos receptores de señales cerebrales que las neuronas, es decir, son como una prolongación de nuestro cerebro que circula por todo el cuerpo. Esto nos lleva a plantear que la consciencia está impresa en todas las células de nuestro organismo.
La psicoinmunología afirma que dondequiera que va un pensamiento un elemento químico le acompaña. Esto, que supone un handicap difícil de controlar también puede convertirse, mediante pequeños esfuerzos, en nuestra herramienta más preciada: ya decíamos antes que está comprobado que los estados de aflicción mental se convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades, pero, también es verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de producir aquellas sustancias necesarias para contrarrestar la enfermedad.
A fin de cuentas, la entropía –es decir, la tendencia que tienen los sistemas complejos a desorganizarse- sólo tiene lugar -en lo que al ser humano se refiere al menos- en el mundo físico. No ocurre así en el plano mental (no hablamos del cerebro, como órgano físico), ya que está en un nivel vibratorio superior y no sigue esa tendencia. De ahí que pueda volver a transformar en orden el caos electromagnético que produce toda enfermedad.
Estas ideas no son difíciles de comprobar, todos tenemos a lo largo de día multitud de ocasiones para poder ver el efecto de nuestros pensamientos en nuestra vida, desde cosas muy pequeñas y cotidianas hasta aquello que realmente nos preocupa o nos inquieta. Si concentramos nuestra mente, si focalizamos nuestros pensamientos como si fuese un haz de luz láser conseguiremos los objetivos propuestos, pero nuestra mente está acostumbrada a funcionar de manera dispersa y a dejarse ganar por los estados emocionales que “secuestran” nuestra razón, en esa situación perdemos el control y estamos a merced de nuestras emociones.
Sin embargo, hay que empezar poco a poco a experimentar, mientras sigamos recibiendo nuevas percepciones, ideas o experiencias podremos responder de nuevas formas. Sólo si seguimos haciendo lo mismo tendremos siempre los mismos resultados. No olvidemos la poderosa herramienta de que disponemos: nuestra capacidad de elección.