La mayoría de las personas cuando les preguntas qué aspecto de su personalidad le gustaría dejar para vivir más felices, dicen: la impaciencia. Vivimos a un ritmo frenético y eso nos desborda, hemos creído una máxima que se ha impuesto entre nosotros: “el tiempo es oro” y, por lo tanto, no se puede perder… y esa actitud lo que nos hace es que perdemos la salud.
La impaciencia nos desconecta del presente, nos impide vivir la realidad y apreciar lo que está pasando. Creemos que parar nos hacer perder oportunidades, que ir más despacio nos hace menos eficaces. Vivimos en esa cultura de la inmediatez en la que queremos que los resultados sean rápidos, todo lo queremos ¡ya! Hacemos varias cosas a la vez, mientras caminamos leemos los mensajes del móvil, hablamos por las manos libres mientras conducimos, mientras comemos vemos la televisión o cualquier aparato tecnológico. Mantenemos un nivel de exigencia muy alto hacia nosotros mismos y también hacia los demás.
Muchas veces es la soberbia la que se esconde debajo de la impaciencia. La vida entera es una demostración de paciencia, nada se puede acelerar para que viva antes de tiempo pues se produciría la muerte. Los frutos maduran a su tiempo, arrancarlos antes es quitarles lo mejor de ellos mismos, su olor, su sabor, sus potencialidades nutritivas y generadoras de vida a través de sus semillas.
Hemos hecho del tiempo un objetivo y nos hemos desconectado de cuanto nos rodea, ya sean personas, circunstancias, naturaleza e incluso de nosotros mismos, viviendo de manera automatizada buena parte del día creyendo que así le sacaremos más partido a las horas de que disponemos.
Cuando respondemos desde el estrés y la presión tenemos más posibilidades de cometer errores, nuestra capacidad de resolución disminuye y los resultados serán más desfavorables. Es nuestra mente la que va rápido y eso nos da una falsa sensación de velocidad, pero las cosas sucederán de una forma natural, sin forzar, sin presionar. Cada día saldrá el sol sin que nosotros empujemos el giro de la Tierra.
La impaciencia nos desconecta del presente, nos impide vivir la realidad y apreciar lo que está pasando. Creemos que parar nos hacer perder oportunidades, que ir más despacio nos hace menos eficaces. Vivimos en esa cultura de la inmediatez en la que queremos que los resultados sean rápidos, todo lo queremos ¡ya! Hacemos varias cosas a la vez, mientras caminamos leemos los mensajes del móvil, hablamos por las manos libres mientras conducimos, mientras comemos vemos la televisión o cualquier aparato tecnológico. Mantenemos un nivel de exigencia muy alto hacia nosotros mismos y también hacia los demás.
Muchas veces es la soberbia la que se esconde debajo de la impaciencia. La vida entera es una demostración de paciencia, nada se puede acelerar para que viva antes de tiempo pues se produciría la muerte. Los frutos maduran a su tiempo, arrancarlos antes es quitarles lo mejor de ellos mismos, su olor, su sabor, sus potencialidades nutritivas y generadoras de vida a través de sus semillas.
Hemos hecho del tiempo un objetivo y nos hemos desconectado de cuanto nos rodea, ya sean personas, circunstancias, naturaleza e incluso de nosotros mismos, viviendo de manera automatizada buena parte del día creyendo que así le sacaremos más partido a las horas de que disponemos.
Cuando respondemos desde el estrés y la presión tenemos más posibilidades de cometer errores, nuestra capacidad de resolución disminuye y los resultados serán más desfavorables. Es nuestra mente la que va rápido y eso nos da una falsa sensación de velocidad, pero las cosas sucederán de una forma natural, sin forzar, sin presionar. Cada día saldrá el sol sin que nosotros empujemos el giro de la Tierra.
La paciencia y el flujo natural
Si logramos bajar el ritmo y nos centramos en el presente para interactuar con las circunstancias, podremos ser más conscientes de lo que estamos viviendo, podremos disfrutar de la tranquilidad sintiéndonos más seguros. Practicar la paciencia nos permite seguir avanzando, no es quedarnos parados, pero si estar atentos al ritmo que debemos imprimir en cada momento, permitir que haya espacios de pausa para poder reencontrarnos con la calma.
Cuando un atasco de tráfico nos hace ponernos nerviosos, cuando protestamos porque el ordenador va muy lento, cuando nos parece que tardan demasiado en traernos lo que hemos pedido, cuando nos sentimos frustrados por la lentitud con que avanza la fila en la que estamos esperando para ser atendidos… estamos generando impaciencia y con ella la descarga hormonal que vierte en el torrente sanguíneo nuestro sistema nervioso central y endocrino.
Quizás sea el momento de retornar a nuestro corazón, de tomarnos el pulso para sentir sus latidos e intentar sincronizar nuestra respiración más consciente con una activación de nuestro corazón para recuperar ese estado de coherencia que nos permita ser más pacientes, dejar que fluyan las cosas de manera natural… no se trata de sentarse al borde del camino para ver la vida pasar sino de recuperar la sensación de tomar las riendas y de poder gestionar nuestras circunstancias.
Si tomamos desde el “pequeño cerebro del corazón” la decisión de comprometernos verdaderamente a ser más pacientes, nuestra mente finalmente se irá adaptando progresivamente a ese cambio de aminorar la velocidad de la marcha. Eso producirá una significativa reducción del estrés y esa energía se convertirá en resiliencia, lo que nos permitirá recuperarnos antes de las situaciones adversas que puedan llegarnos en estos tiempos de cambios impredecibles.
Cuando un atasco de tráfico nos hace ponernos nerviosos, cuando protestamos porque el ordenador va muy lento, cuando nos parece que tardan demasiado en traernos lo que hemos pedido, cuando nos sentimos frustrados por la lentitud con que avanza la fila en la que estamos esperando para ser atendidos… estamos generando impaciencia y con ella la descarga hormonal que vierte en el torrente sanguíneo nuestro sistema nervioso central y endocrino.
Quizás sea el momento de retornar a nuestro corazón, de tomarnos el pulso para sentir sus latidos e intentar sincronizar nuestra respiración más consciente con una activación de nuestro corazón para recuperar ese estado de coherencia que nos permita ser más pacientes, dejar que fluyan las cosas de manera natural… no se trata de sentarse al borde del camino para ver la vida pasar sino de recuperar la sensación de tomar las riendas y de poder gestionar nuestras circunstancias.
Si tomamos desde el “pequeño cerebro del corazón” la decisión de comprometernos verdaderamente a ser más pacientes, nuestra mente finalmente se irá adaptando progresivamente a ese cambio de aminorar la velocidad de la marcha. Eso producirá una significativa reducción del estrés y esa energía se convertirá en resiliencia, lo que nos permitirá recuperarnos antes de las situaciones adversas que puedan llegarnos en estos tiempos de cambios impredecibles.
Ejercicio: ¿Cómo reemplazar la impaciencia por la paciencia?
- Reconoce, identifica, tus sentimientos y tus emociones tan pronto como sientas impaciencia, irritación o frustración.
- Haz una pausa en cuanto puedas en lo que estás haciendo y conecta con tu corazón e imagina que respiras a través de él y que generas en su epicentro la sensación de tranquilidad interior. Imagina con cada respiración que estás inspirando sentimientos de paciencia y calma y que cuando sueltas el aire devuelves esas mismas emociones al exterior.
- Enseguida sentirás que tu actitud comienza a cambiar. sentirás la paciencia invadiéndote como suaves oleadas que parten de tu corazón y se propagan como las ondas que se producen en la superficie de un lago en calma al arrojar una piedra. Recupera tu equilibrio emocional, respira ese sentimiento durante varios minutos para ayudarte a anclarlo.
- Practica este ejercicio durante unos días y tu intuición comenzará a avisarte automáticamente cuando vuelva a aparecer la impaciencia.
A medida que nos comprometemos a reemplazar la impaciencia por paciencia, tranquilidad interior y fluidez, las interacciones de nuestra vida se desarrollarán con más equilibrio, resiliencia y elección efectiva. Esto puede prevenir gran parte de la pérdida de energía, la fatiga y las respuestas automáticas que experimentamos, además de brindar más paz y beneficios para la salud. Los resultados llegan rápidamente si pones tu corazón en ello.
La paciencia, la resiliencia y el cuidarnos más unos de otros son especialmente esenciales ahora para obtener los mejores resultados para nosotros y el colectivo de la humanidad.