Eso coloca al ser humano de nuestros días ante una posición bien clara: la necesidad de aprender nuevas fórmulas de relación, de probar hipótesis diferentes, de confirmar teorías que nacen como frutos tempranos de su intuición... y, sin embargo, se nos plantea una curiosa dicotomía: ¿cómo podremos aprender algo nuevo si no hemos desaprendido antes todo aquello que nos ha llevado a la situación actual?
Es imprescindible que antes de plantearnos cualquier cambio nos enfrentemos a una revisión de nuestra escala de valores, a realizar un análisis lo más objetivo posible de todo lo que representa nuestro bagaje de creencias, de ese conjunto de cuestiones entretejidas en las partes más profundas de nuestra mente que forman parte indisoluble de nuestra personalidad.
Creer es asumir como ciertas las informaciones recibidas, sobre cualquier tema, por distintas vías y que, inmediatamente, pasan a convertirse en verdades.
La creencia se forma en base a múltiples factores, entre los que destaca: la información, el informador, la sociedad y la seguridad interna.
La información es la que decanta el proceso. Si esa información viene acompañada por la experiencia del informador y éste nos parece fiable o nos merece crédito, entonces la asumimos como propia. Por otra parte, si la información es bien aceptada socialmente y no choca con las estructuras establecidas, es aún mejor asumida y si, además, nos da seguridad (cielo, nirvana, etc.), entonces tiene todos los ingredientes necesarios para pasar a ser totalmente asimilada.
Es imprescindible que antes de plantearnos cualquier cambio nos enfrentemos a una revisión de nuestra escala de valores, a realizar un análisis lo más objetivo posible de todo lo que representa nuestro bagaje de creencias, de ese conjunto de cuestiones entretejidas en las partes más profundas de nuestra mente que forman parte indisoluble de nuestra personalidad.
Creer es asumir como ciertas las informaciones recibidas, sobre cualquier tema, por distintas vías y que, inmediatamente, pasan a convertirse en verdades.
La creencia se forma en base a múltiples factores, entre los que destaca: la información, el informador, la sociedad y la seguridad interna.
La información es la que decanta el proceso. Si esa información viene acompañada por la experiencia del informador y éste nos parece fiable o nos merece crédito, entonces la asumimos como propia. Por otra parte, si la información es bien aceptada socialmente y no choca con las estructuras establecidas, es aún mejor asumida y si, además, nos da seguridad (cielo, nirvana, etc.), entonces tiene todos los ingredientes necesarios para pasar a ser totalmente asimilada.
¿Cómo se implanta una creencia en la psique?
Hemos de tener en cuenta, que la creencia, generalmente, está exenta de lógica y se asienta en el inconsciente colectivo hasta que es sustituida por otra con mayor carga racional. Así, a lo largo de la historia, los seres humanos hemos visto desfilar ante nosotros verdades irrefutables incapaces de sobrevivir al paso del tiempo. Esto es un hecho observable en las últimas décadas, en que el devenir de los acontecimientos hace que nos enfrentemos constantemente a la revisión de conceptos, postulados, dogmas, ideologías... creencias, en definitiva, con las que hemos ido llenando nuestra “mochila” de caminantes.
Pero, ¿cuál es el proceso?, ¿a través de qué mecanismo se introducen las creencias en nuestro mundo interior? Todo parece apuntar a que la puerta de entrada de las creencias son nuestros sentidos, pero todos nosotros sabemos que los sentidos nos engañan ¿no es, por tanto, muy arriesgado creer en lo que nos dicen los sentidos? Nuestra historia está plagada de hechos desafortunados que se han desencadenado simplemente por haber “creído” ver u oír tal o cual cosa.
La psicología nos ha demostrado que las cosas no son siempre lo que parecen, que detrás de lo que parece un gran amor, a veces se esconde un gran egoísmo y, otras veces, detrás de una aparente cobardía hay una acción heroica. Así pues, las creencias no dejan de ser los “inputs” que se graban en las mentes de los seres humanos para que respondan ciegamente a quienes las intenten derrocar. Esas creencias son la salvaguarda de las instituciones políticas y religiosas, pues no podemos olvidar que no hay básicamente diferencia entre un ideario político y unas leyes religiosas.
Son las creencias inamovibles (base donde se sustentan las culturas) las que impiden que los seres humanos se entiendan. ¿Piensa igual un islamista que un cristiano o un judío? ¿Son sus costumbres iguales? No. La cultura la marcan las creencias. Quítale a un pueblo su dios y creará otro inmediatamente.
Las creencias nos dan seguridad. Lo viejo, lo ya conocido, nos permite desenvolvernos con más o menos soltura en la vida. Incluso aunque intuyamos que están obsoletas y que deben ser renovadas, somos reacios al cambio, a que se tambaleen nuestros pilares tan sustentados por la tradición y la herencia de nuestros antepasados. Una vez implantada una creencia solo tiene un fin: perpetuarse, arraigarse, mantenerse y hacerse más y más fuerte.
Pero, ¿cuál es el proceso?, ¿a través de qué mecanismo se introducen las creencias en nuestro mundo interior? Todo parece apuntar a que la puerta de entrada de las creencias son nuestros sentidos, pero todos nosotros sabemos que los sentidos nos engañan ¿no es, por tanto, muy arriesgado creer en lo que nos dicen los sentidos? Nuestra historia está plagada de hechos desafortunados que se han desencadenado simplemente por haber “creído” ver u oír tal o cual cosa.
La psicología nos ha demostrado que las cosas no son siempre lo que parecen, que detrás de lo que parece un gran amor, a veces se esconde un gran egoísmo y, otras veces, detrás de una aparente cobardía hay una acción heroica. Así pues, las creencias no dejan de ser los “inputs” que se graban en las mentes de los seres humanos para que respondan ciegamente a quienes las intenten derrocar. Esas creencias son la salvaguarda de las instituciones políticas y religiosas, pues no podemos olvidar que no hay básicamente diferencia entre un ideario político y unas leyes religiosas.
Son las creencias inamovibles (base donde se sustentan las culturas) las que impiden que los seres humanos se entiendan. ¿Piensa igual un islamista que un cristiano o un judío? ¿Son sus costumbres iguales? No. La cultura la marcan las creencias. Quítale a un pueblo su dios y creará otro inmediatamente.
Las creencias nos dan seguridad. Lo viejo, lo ya conocido, nos permite desenvolvernos con más o menos soltura en la vida. Incluso aunque intuyamos que están obsoletas y que deben ser renovadas, somos reacios al cambio, a que se tambaleen nuestros pilares tan sustentados por la tradición y la herencia de nuestros antepasados. Una vez implantada una creencia solo tiene un fin: perpetuarse, arraigarse, mantenerse y hacerse más y más fuerte.
El impulso de la cooperación o la competitividad
Es curioso ver como las creencias, las culturas, las modas, la alimentación, la educación y, en definitiva, todas aquellas cosas que influyen socialmente sobre el ser humano, son finalmente consideradas como parte de lo que podríamos llamar su alma grupal. Forman así los pueblos distintos órganos, que se integran dentro de un mismo sistema y éste, a su vez, de un cuerpo mucho más complejo. Sin embargo, en ocasiones, los pueblos, los órganos, no saben que son complementarios y es entonces cuando surgen las guerras.
¿Podríamos imaginar al páncreas peleando con un riñón, tratando cada uno de defender su función como única y verdadera? Pues algo parecido pasa con los pueblos que se pelean por sus creencias.
Todos sabemos que las leyes del año 100 no tienen que ver con las del 2.000 y, sin embargo, siguen los mismos patrones aun cuando en ocasiones sean contradictorios. El papel de la mujer en la sociedad es un buen ejemplo de cómo las leyes pueden modificarse y pasar lo malo a ser bueno y viceversa. A pesar de todo, cada día tenemos pruebas fehacientes de que la ley va muy por detrás de las ideologías y de los pensamientos progresistas que impulsan al ser humano en su evolución.
¿Podríamos imaginar al páncreas peleando con un riñón, tratando cada uno de defender su función como única y verdadera? Pues algo parecido pasa con los pueblos que se pelean por sus creencias.
Todos sabemos que las leyes del año 100 no tienen que ver con las del 2.000 y, sin embargo, siguen los mismos patrones aun cuando en ocasiones sean contradictorios. El papel de la mujer en la sociedad es un buen ejemplo de cómo las leyes pueden modificarse y pasar lo malo a ser bueno y viceversa. A pesar de todo, cada día tenemos pruebas fehacientes de que la ley va muy por detrás de las ideologías y de los pensamientos progresistas que impulsan al ser humano en su evolución.
Los opuestos enfrentados
Los conceptos bien y mal, positivo y negativo, luz y oscuridad, etc. están presentes en todas las culturas y son valorados de distinta forma por quienes ostentan el poder moral, ético o religioso. Por tanto, son conceptos subjetivos y sujetos a la influencia de múltiples variables. Sin embargo, las leyes se dictan para que el ser humano se ciña a los márgenes que delimitan el “bien” (dentro de un contexto determinado y de un tiempo concreto) y es penalizado si los trasgrede, porque estaría actuando dentro del concepto “mal”.
Por ejemplo, la figura arquetípica del demonio, del diablo o de la encarnación en un símbolo cualquiera del mal, no es más que una necesidad psicológica que trata de justificar las tendencias erróneas del ser humano. Posiblemente, ésa sea una de las cadenas que primero haya que romper para poder librarnos de las cargas del pasado y asumir definitivamente las riendas de nuestro destino.
¿Podríamos elucubrar como podría ser el futuro en niveles superiores de consciencia?, ¿qué peso tendrán las creencias en el ser humano, si es que existen? Sería necesario manejar los conceptos del pasado de forma totalmente aséptica, iluminados por la luz de la intuición y refrendados por la lógica y la razón que les proporcionarían solidez.
La física moderna ha demostrado que todo es vibración, que todo es energía y que la energía se manifiesta gracias a dos polaridades. Así, el ser humano también vibraría por la interacción de dos polaridades, de dos fuerzas, de dos tendencias, todas ellas sin nombre, sin calificativos. En todo caso se las podría definir como más o menos solidarias o unificadoras, ya que la tendencia natural de la creación es a la integración, a la unidad o, lo que es lo mismo: a la construcción de unidades de creciente complejidad.
Si continuamos por ese camino de hipótesis, podríamos pensar que, al igual que en el pasado los primeros homínidos incorporaban sus aprendizajes en su cadena genética, es posible que el ser humano del mañana lleve, de igual manera, las leyes universales incorporadas en su ADN. Y que esas leyes sean, en realidad, una serie de normas de funcionamiento cotidiano que se modificarán a la par que los acontecimientos, sin esperar que sean refrendadas por los “expertos legisladores”, sin necesidad de que sean escritas en ningún libro de leyes, sino que formarán parte del patrimonio de la humanidad integrada en cada alma humana por la acción de los campos morfogenéticos.
Las creencias, la fe, serán palabras que no formarán parte, posiblemente, del diccionario de los individuos y serán sustituidas por otras nuevas con contenidos mucho más globales: posibilidades y evidencias.
Cuanto más se acerque la posibilidad a la evidencia, más capacidad tendrá el ser humano de poder manifestarse en ese sentido, estando seguro de que sigue los cauces de la Ley Universal.
La creencia es, en el momento actual, una limitación de nuestro conocimiento. Cuando algo se entiende dejamos de creer para saber. Sin embargo, hasta que se logra la evidencia, no nos queda más remedio que intentar dar los pasos que nos llevarán a ella apoyados en la lógica y la coherencia, siendo, eso sí, conscientes de que el Cosmos es un elemento vivo en constante cambio y que el ser humano, como parte integrante de él, debe sintonizar con ese impulso eterno de creación y renovación constantes, abriéndose a lo nuevo e incorporando los cambios -incluso de sus creencias- como un algo innato en su naturaleza y como impulso de su proceso evolutivo.
Por ejemplo, la figura arquetípica del demonio, del diablo o de la encarnación en un símbolo cualquiera del mal, no es más que una necesidad psicológica que trata de justificar las tendencias erróneas del ser humano. Posiblemente, ésa sea una de las cadenas que primero haya que romper para poder librarnos de las cargas del pasado y asumir definitivamente las riendas de nuestro destino.
¿Podríamos elucubrar como podría ser el futuro en niveles superiores de consciencia?, ¿qué peso tendrán las creencias en el ser humano, si es que existen? Sería necesario manejar los conceptos del pasado de forma totalmente aséptica, iluminados por la luz de la intuición y refrendados por la lógica y la razón que les proporcionarían solidez.
La física moderna ha demostrado que todo es vibración, que todo es energía y que la energía se manifiesta gracias a dos polaridades. Así, el ser humano también vibraría por la interacción de dos polaridades, de dos fuerzas, de dos tendencias, todas ellas sin nombre, sin calificativos. En todo caso se las podría definir como más o menos solidarias o unificadoras, ya que la tendencia natural de la creación es a la integración, a la unidad o, lo que es lo mismo: a la construcción de unidades de creciente complejidad.
Si continuamos por ese camino de hipótesis, podríamos pensar que, al igual que en el pasado los primeros homínidos incorporaban sus aprendizajes en su cadena genética, es posible que el ser humano del mañana lleve, de igual manera, las leyes universales incorporadas en su ADN. Y que esas leyes sean, en realidad, una serie de normas de funcionamiento cotidiano que se modificarán a la par que los acontecimientos, sin esperar que sean refrendadas por los “expertos legisladores”, sin necesidad de que sean escritas en ningún libro de leyes, sino que formarán parte del patrimonio de la humanidad integrada en cada alma humana por la acción de los campos morfogenéticos.
Las creencias, la fe, serán palabras que no formarán parte, posiblemente, del diccionario de los individuos y serán sustituidas por otras nuevas con contenidos mucho más globales: posibilidades y evidencias.
Cuanto más se acerque la posibilidad a la evidencia, más capacidad tendrá el ser humano de poder manifestarse en ese sentido, estando seguro de que sigue los cauces de la Ley Universal.
La creencia es, en el momento actual, una limitación de nuestro conocimiento. Cuando algo se entiende dejamos de creer para saber. Sin embargo, hasta que se logra la evidencia, no nos queda más remedio que intentar dar los pasos que nos llevarán a ella apoyados en la lógica y la coherencia, siendo, eso sí, conscientes de que el Cosmos es un elemento vivo en constante cambio y que el ser humano, como parte integrante de él, debe sintonizar con ese impulso eterno de creación y renovación constantes, abriéndose a lo nuevo e incorporando los cambios -incluso de sus creencias- como un algo innato en su naturaleza y como impulso de su proceso evolutivo.