«Imaginaos que el camino que tenemos que transitar está muy embarrado y no vemos la forma de salir del atolladero. Unos intentarán pasar de puntillas para no mancharse mucho, otros pisarán fuerte como si quisieran demostrar que no tienen miedo, otros avanzarán en zigzag tratando de evitar los charcos, otros irán charlando sin darse cuenta del estado del camino, algunos se negarán a pasar por el barrizal, otros, en cambio, se quitarán los zapatos, se arremangarán el pantalón y se meterán en el barro; otros tomarán carrerilla para cruzarlo cuanto antes y otros se irán por el borde, dando un rodeo tratando de no pisarlo, aunque se pinchen con las zarzas».
Estos son solo algunos ejemplos gráficos que se pueden corresponder con las distintas reacciones que podemos tomar ante una dificultad, ante un reto a superar, ante un problema que resolver… A veces, reaccionamos de una determinada manera, pero después la “mente obsesiva” comienza a rumiar una y otra vez el recuerdo y continúa “alimentando” el problema de tal manera que la herida no puede cerrarse, porque ya no hay forma de dar una respuesta pues se trata de algo que pasó y, por lo tanto, no podemos actuar sobre ello.
Ocurre igual cuando nos sentimos heridos, cuando tenemos alguna pérdida sea del tipo que sea, cuando algo nos duele, cuando tenemos un disgusto. El hecho se ha producido y es inevitable sufrir, ahí estaríamos hablando del sufrimiento primario y daremos la mejor respuesta que seamos capaces en ese momento. Pero hay veces que después, nuestra mente racional actúa como un bucle y vuelve a traernos el recuerdo una y otra vez actualizando el daño, reavivándolo… El problema es que resulta difícil salir de esa situación porque el problema no está en el presente y, por lo tanto, no podemos interactuar con la situación. Sin embargo, la mente se mantiene enredada en ese círculo vicioso, a veces durante semanas, meses o años.
Ese sufrimiento secundario nos hace responder desde el rencor, el resentimiento, la rabia, la frustración, el deseo de venganza, la búsqueda de una compensación o resarcimiento… ante cualquier situación o persona que nos provoque un colorido emocional similar.
Estos son solo algunos ejemplos gráficos que se pueden corresponder con las distintas reacciones que podemos tomar ante una dificultad, ante un reto a superar, ante un problema que resolver… A veces, reaccionamos de una determinada manera, pero después la “mente obsesiva” comienza a rumiar una y otra vez el recuerdo y continúa “alimentando” el problema de tal manera que la herida no puede cerrarse, porque ya no hay forma de dar una respuesta pues se trata de algo que pasó y, por lo tanto, no podemos actuar sobre ello.
Ocurre igual cuando nos sentimos heridos, cuando tenemos alguna pérdida sea del tipo que sea, cuando algo nos duele, cuando tenemos un disgusto. El hecho se ha producido y es inevitable sufrir, ahí estaríamos hablando del sufrimiento primario y daremos la mejor respuesta que seamos capaces en ese momento. Pero hay veces que después, nuestra mente racional actúa como un bucle y vuelve a traernos el recuerdo una y otra vez actualizando el daño, reavivándolo… El problema es que resulta difícil salir de esa situación porque el problema no está en el presente y, por lo tanto, no podemos interactuar con la situación. Sin embargo, la mente se mantiene enredada en ese círculo vicioso, a veces durante semanas, meses o años.
Ese sufrimiento secundario nos hace responder desde el rencor, el resentimiento, la rabia, la frustración, el deseo de venganza, la búsqueda de una compensación o resarcimiento… ante cualquier situación o persona que nos provoque un colorido emocional similar.
El Camino embarrado
Hace unos días, casualmente, trabajando un tema de coaching, me tropecé con un antiguo relato zen que curiosamente se llamaba así: el camino embarrado. El cuento decía así:
«Tanzan y Ekido eran dos monjes que iban un día de regreso hacia su monasterio cuando se encontraron con un camino embarrado. Caía una fuerte lluvia. Al llegar a un recodo, se encontraron a una joven encantadora con kimono y faja de seda, que no podía atravesar el cauce y les pidió ayuda.
«Vamos, muchacha» -dijo Tanzan enseguida, y cargándola sobre sus hombros la pasó a la otra orilla.
Ekido no volvió a hablar hasta la noche, cuando llegaron a alojarse en un templo. Entonces no pudo contenerse más.
«Nosotros, los monjes, no debemos acercarnos a las mujeres» -le dijo a Tanzan-, especialmente a las jóvenes y bonitas. Es peligroso ¿Por qué hizo usted eso?».
«Yo dejé a la chica allá atrás -dijo Tanzan-. Usted todavía la está cargando».
Este cuento nos muestra que, a veces, nos cuesta ver la diferencia entre un problema real y uno mental. Un problema real es aquel que cualquier persona es capaz de reconocer, como puede ser una enfermedad terminal, o la dificultad para cruzar un camino embarrado o el cauce de un río, o de afrontar una situación de pérdida sea del tipo que sea. El problema mental es el que la mayoría de las personas no considera un problema y, sin embargo, para aquél que lo tiene en su mente es muy difícil de superar.
Diferenciar entre lo que ven nuestros ojos y lo que nuestra mente quiere que veamos es importante para que no creemos problemas donde no los hay y para poder tomar acción sobre aquellos que necesitan nuestra atención. Esta no es más que una forma de simplificar nuestra vida y así poder ver las pequeñas o grandes alegrías que el día a día nos trae.
Tanzan, el primer monje, se encontró con un problema real y tomó una decisión para solucionarlo. Una vez que la muchacha estaba en la otra orilla el problema había desaparecido. Sin embargo, para el monje Ekido el problema se había mantenido activo a lo largo de todo el día, enredado en un juego mental, ocupando todos sus recursos y su atención en algo que ya no existía y, por tanto, nada podía hacer para eliminarlo.
Esta historia nos muestra claramente que la batalla siempre se desarrolla en la mente y ésta es muchas veces incapaz de soltar el pasado, de deshacerse de las viejas cargas de hechos dolorosos… y así va encadenando quejas, críticas, juicios, conflictos… que se convierten en murallas tras las que nos parapetamos y nos impiden relacionarnos adecuadamente con los demás.
«Los caminos siempre son interiores y las experiencias que vivimos en el exterior no son sino reflejos de lo que encontramos en el Camino Interior. Andar conscientemente es encontrar abierta la puerta de ese Camino Interior, porque la consciencia de quién es cada uno, conforma los más maravillosos paisajes».
«Tanzan y Ekido eran dos monjes que iban un día de regreso hacia su monasterio cuando se encontraron con un camino embarrado. Caía una fuerte lluvia. Al llegar a un recodo, se encontraron a una joven encantadora con kimono y faja de seda, que no podía atravesar el cauce y les pidió ayuda.
«Vamos, muchacha» -dijo Tanzan enseguida, y cargándola sobre sus hombros la pasó a la otra orilla.
Ekido no volvió a hablar hasta la noche, cuando llegaron a alojarse en un templo. Entonces no pudo contenerse más.
«Nosotros, los monjes, no debemos acercarnos a las mujeres» -le dijo a Tanzan-, especialmente a las jóvenes y bonitas. Es peligroso ¿Por qué hizo usted eso?».
«Yo dejé a la chica allá atrás -dijo Tanzan-. Usted todavía la está cargando».
Este cuento nos muestra que, a veces, nos cuesta ver la diferencia entre un problema real y uno mental. Un problema real es aquel que cualquier persona es capaz de reconocer, como puede ser una enfermedad terminal, o la dificultad para cruzar un camino embarrado o el cauce de un río, o de afrontar una situación de pérdida sea del tipo que sea. El problema mental es el que la mayoría de las personas no considera un problema y, sin embargo, para aquél que lo tiene en su mente es muy difícil de superar.
Diferenciar entre lo que ven nuestros ojos y lo que nuestra mente quiere que veamos es importante para que no creemos problemas donde no los hay y para poder tomar acción sobre aquellos que necesitan nuestra atención. Esta no es más que una forma de simplificar nuestra vida y así poder ver las pequeñas o grandes alegrías que el día a día nos trae.
Tanzan, el primer monje, se encontró con un problema real y tomó una decisión para solucionarlo. Una vez que la muchacha estaba en la otra orilla el problema había desaparecido. Sin embargo, para el monje Ekido el problema se había mantenido activo a lo largo de todo el día, enredado en un juego mental, ocupando todos sus recursos y su atención en algo que ya no existía y, por tanto, nada podía hacer para eliminarlo.
Esta historia nos muestra claramente que la batalla siempre se desarrolla en la mente y ésta es muchas veces incapaz de soltar el pasado, de deshacerse de las viejas cargas de hechos dolorosos… y así va encadenando quejas, críticas, juicios, conflictos… que se convierten en murallas tras las que nos parapetamos y nos impiden relacionarnos adecuadamente con los demás.
«Los caminos siempre son interiores y las experiencias que vivimos en el exterior no son sino reflejos de lo que encontramos en el Camino Interior. Andar conscientemente es encontrar abierta la puerta de ese Camino Interior, porque la consciencia de quién es cada uno, conforma los más maravillosos paisajes».
Ejercicio práctico
Te propongo un ejercicio que podríamos llamar: “Diario Emocional”.
Consiste en anotar cada día en un cuaderno un registro de aquellas situaciones que te han resultado difíciles, desagradables, dolorosas o estresantes.
Haces una tabla con tres columnas:
En la primera describes la situación, centrándote sólo en el hecho tal y como sucedió sin juzgar ni interpretar.
En la segunda columna, al lado, describes tus pensamientos acerca de la situación.
Y en la siguiente columna, la tercera, escribes tus emociones y tus sentimientos.
Es probable que te des cuenta de que a menudo tus emociones y sentimientos están asociadas a tus pensamientos acerca de la situación y no a la situación misma.
Consiste en anotar cada día en un cuaderno un registro de aquellas situaciones que te han resultado difíciles, desagradables, dolorosas o estresantes.
Haces una tabla con tres columnas:
En la primera describes la situación, centrándote sólo en el hecho tal y como sucedió sin juzgar ni interpretar.
En la segunda columna, al lado, describes tus pensamientos acerca de la situación.
Y en la siguiente columna, la tercera, escribes tus emociones y tus sentimientos.
Es probable que te des cuenta de que a menudo tus emociones y sentimientos están asociadas a tus pensamientos acerca de la situación y no a la situación misma.