“Lo importante no es dónde estamos,
sino la dirección en la que nos movemos”
Goethe
sino la dirección en la que nos movemos”
Goethe
A título de ejemplo podríamos hablar de dos grandes revoluciones: la revolución neolítica que posibilitó el desarrollo de unas estructuras sociales nuevas en las que el ser humano comenzó a utilizar sus potencialidades para transformar sus condiciones de vida mientras cambiaban a velocidad de vértigo sus estructuras mentales. Y la revolución industrial marcada por los grandes cambios sociales, económicos, tecnológicos y culturales que se produjeron en Europa y que afectaron después a prácticamente todo el mundo.
Detrás de esas revoluciones encontramos siempre periodos de escasez: a la revolución neolítica se llegó por la falta de caza y los cambios climáticos; a la revolución industrial por la falta de carbón y madera como materias primas.
Hoy nos encontramos ante un panorama similar, inmersos en una nueva revolución. La revolución del siglo XXI, el siglo de la gente. Los cambios han sido anunciados por las tradiciones ancestrales en sus calendarios y profecías, pero sobre todo son visibles para cualquier observador.
La desconexión
En las últimas décadas el ser humano, que forma parte de la ecología cósmica, ha sufrido una desconexión de todo aquello que le proporcionaba equilibrio en su desarrollo, armonía en sus relaciones y daba sentido a su vida.
- Se ha desconectado de la Naturaleza, perdiendo el vínculo con la fuerza de la vida misma, dejando de sentirse como un elemento integrado dentro de la gran comunidad de la vida, perdiendo su sentimiento de pertenencia, su conexión con los otros seres vivos, su sentido de responsabilidad hacia los elementos básicos para la vida: el aire, el agua, la tierra, la vegetación y todas las especies animales. Y en ese proceso de desconexión ha perdido también su salud, su energía y otras valiosas fuentes de información que provienen de la sabiduría de la Madre Tierra y, como consecuencia de todo ello, se ha debilitado su sentimiento de pertenencia a un entorno que le trasciende.
- Se ha desconectado de sus semejantes. El camino de despersonalización que arrancó con la revolución industrial ha llegado en la era de la comunicación y de los medios de transporte a unos niveles insostenibles. El contacto humano, la expresión de la afectividad, de la comunicación, el sentimiento de un destino común, la experiencia de descubrirnos en el otro, de compartir, de confiar, de generar objetivos comunes, de crear vínculos de relación y aprendizaje… todo ello ha sido relegado en favor de una falsa “calidad de vida” y de unas prioridades que colocan el “tener” por encima del “ser”.
- Y, por último, se ha desconectado de sí mismo, de su esencia, olvidando su trayectoria evolutiva como un ser espiritual, olvidándose de mirar al interior buscando respuestas, distrayéndose con los estímulos que el sistema ha colocado ante él, sumiéndole a veces en un sueño profundo y otras veces en una lucha incesante por satisfacer unas necesidades, creadas por el modus vivendi en el que está inmerso, que de ninguna manera logran llenar el vacío profundo que siente en su interior.
Y cuando miramos este panorama nos preguntamos: si las anteriores revoluciones fueron precedidas por escasez de recursos… ¿cuál es nuestra escasez en estos momentos? ¿de qué carecemos los seres humanos en los albores del siglo XXI?
Tal vez alguien podría decir que, de seguridad, ante las amenazas del terrorismo, de la violencia, de la guerra… Otro pensaría que, de estabilidad ante los vaivenes de la economía, las crisis financieras y los dictados arbitrarios de los mercados… Alguien más podría pensar que de confianza en nuestras instituciones ya sean religiosas, sanitarias, políticas, judiciales, educativas, científicas…
Los cinco Valores Universales
Pero cuando acaban todos esos ruidos externos y profundizamos un poco más en nosotros mismos buscando una respuesta interior nos encontramos con una realidad innegable: hemos perdido los valores universales, hemos cambiado nuestras prioridades vitales por mor de mantener los logros conseguidos a cualquier precio. Defender nuestro “nivel de vida” ha generado una escala de valores en la que prima la individualidad por encima del bien común, en la que todo se antepone a las personas, en la que la naturaleza se ha considerado como una fuente inagotable de recursos para mantener el status alcanzado.
Y esta falta de valores es la que nos tiene sumidos, desde hace varias décadas, en una sucesión de crisis económicas, sociales, políticas, religiosas, de salud… y nos ha hecho esclavos del miedo. Cuando el miedo entra en la mente de una persona se convierte en alguien fácilmente manipulable.
Los valores humanos, los valores universales, esas estructuras profundas que van más allá de las culturas y las tradiciones de los pueblos, más allá de la conformación mental, más allá de las creencias adquiridas… tienen la virtud de conectarnos con todo lo creado; son pautas, guías, caminos, que marcan las directrices de una conducta coherente… Son los valores humanos los que nos permiten encontrar sentido a lo que sucede en nuestra vida…, los que nos permiten tomar decisiones con confianza, con criterio, con coherencia…, los que nos hacen sentirnos responsables de nuestros actos y aceptar sus consecuencias…, los que nos permiten definir nuestras metas teniendo en cuenta a lo y los que nos rodean…, los que nos enseñan a aceptarnos tal como somos…, los que nos proporcionan sentimientos de armonía, de pertenencia, de inclusión y de amor que son los ladrillos básicos en la convivencia para llegar a una sociedad más armónica, más justa, más sostenible y más pacífica.
Esos valores universales son apenas cinco: La Libertad, La Justicia, La Paz, El Amor y La Verdad.
Estos valores estarían enraizados en el territorio de la ética y por eso son comunes a todos los seres humanos que pueblan el planeta independientemente de dónde hayan nacido, su raza, sus creencias o su nivel económico. Esos valores básicos y fundamentales se transforman en principios, muchos de los cuales ya están mediatizados por la cultura o las leyes y son diferentes para cada sociedad, están entroncados en el territorio de la moral y pueden ser distintos para cada pueblo o nación. Y finalmente aparecerían los comportamientos, cómo traducimos cada persona esos principios, dependerá por supuesto de la educación recibida, las creencias, la impronta familiar, las experiencias acumuladas, etc.
Y esta falta de valores es la que nos tiene sumidos, desde hace varias décadas, en una sucesión de crisis económicas, sociales, políticas, religiosas, de salud… y nos ha hecho esclavos del miedo. Cuando el miedo entra en la mente de una persona se convierte en alguien fácilmente manipulable.
Los valores humanos, los valores universales, esas estructuras profundas que van más allá de las culturas y las tradiciones de los pueblos, más allá de la conformación mental, más allá de las creencias adquiridas… tienen la virtud de conectarnos con todo lo creado; son pautas, guías, caminos, que marcan las directrices de una conducta coherente… Son los valores humanos los que nos permiten encontrar sentido a lo que sucede en nuestra vida…, los que nos permiten tomar decisiones con confianza, con criterio, con coherencia…, los que nos hacen sentirnos responsables de nuestros actos y aceptar sus consecuencias…, los que nos permiten definir nuestras metas teniendo en cuenta a lo y los que nos rodean…, los que nos enseñan a aceptarnos tal como somos…, los que nos proporcionan sentimientos de armonía, de pertenencia, de inclusión y de amor que son los ladrillos básicos en la convivencia para llegar a una sociedad más armónica, más justa, más sostenible y más pacífica.
Esos valores universales son apenas cinco: La Libertad, La Justicia, La Paz, El Amor y La Verdad.
Estos valores estarían enraizados en el territorio de la ética y por eso son comunes a todos los seres humanos que pueblan el planeta independientemente de dónde hayan nacido, su raza, sus creencias o su nivel económico. Esos valores básicos y fundamentales se transforman en principios, muchos de los cuales ya están mediatizados por la cultura o las leyes y son diferentes para cada sociedad, están entroncados en el territorio de la moral y pueden ser distintos para cada pueblo o nación. Y finalmente aparecerían los comportamientos, cómo traducimos cada persona esos principios, dependerá por supuesto de la educación recibida, las creencias, la impronta familiar, las experiencias acumuladas, etc.
El Árbol de los Valores
Podríamos hacernos la imagen de un hermoso y frondoso Árbol de los Valores: Las raíces serían esos 5 valores universales esenciales y comunes a todos los seres humanos. Después, ascendiendo, nos encontraríamos con el tronco y ahí cada raíz se transformaría en principios morales variados y diversos según el lugar donde hayamos nacido. Si seguimos elevándonos llegaríamos a las ramas del árbol donde estarían reflejadas las conductas, las actitudes, los comportamientos en que cada uno traducimos los principios y los valores.
Evidentemente las raíces están dentro de la tierra y todos los árboles participarían de ese territorio común y son necesidades éticas para todos. Pero cuando el árbol emerge y sale al exterior el tronco se ve condicionado por el ambiente que le rodea, el clima, el sol, la temperatura, los vientos… los principios se ven matizados por la cultura que lo impregna. Finalmente, cada ser humano manifestará esos principios según su propia personalidad y en base a su trayectoria vital y los estímulos que ha ido recibiendo.
La forma de no entrar en controversia es afianzarnos siempre en las raíces, nunca habrá discrepancias si profundizamos en los valores que defienden la vida: La Libertad, La Justicia, La Paz, El Amor y La Verdad.
Evidentemente las raíces están dentro de la tierra y todos los árboles participarían de ese territorio común y son necesidades éticas para todos. Pero cuando el árbol emerge y sale al exterior el tronco se ve condicionado por el ambiente que le rodea, el clima, el sol, la temperatura, los vientos… los principios se ven matizados por la cultura que lo impregna. Finalmente, cada ser humano manifestará esos principios según su propia personalidad y en base a su trayectoria vital y los estímulos que ha ido recibiendo.
La forma de no entrar en controversia es afianzarnos siempre en las raíces, nunca habrá discrepancias si profundizamos en los valores que defienden la vida: La Libertad, La Justicia, La Paz, El Amor y La Verdad.
La Carta de la Tierra
Nuestra propuesta es invitaros a trabajar esos valores a través de la Carta de la Tierra, que formamos parte de una sola comunidad de vida, una sola familia con un destino común en una nave que nos lleva a todos por el espacio, nuestra Madre Tierra. Vivimos momentos cruciales en los cuales la humanidad debe decidir su futuro: o trabajar juntos en un destino común o arriesgarse a su desaparición como especie.
Son momentos en los que se necesita la creatividad y el impulso de los jóvenes que marcarán el rumbo de las generaciones futuras, pero también se necesita de la solidez y experiencia de los más mayores. Son momentos de implicación en los que la necesidad de un nuevo marco ético se ha hecho imperiosa como la explosión de un gigantesco Big-Bang destinado a crear nuevas formas de vida.
La revolución del siglo XXI está en marcha, es el siglo de la gente, donde sólo cabe una respuesta: la implicación. Cada uno siguiendo la máxima: Actúa localmente, pero piensa globalmente. Tal y como nos demuestran los movimientos sociales que se generaron sobre todo a partir del año 2011.
Y en ese cambio social que se anuncia es fundamental devolver a la educación el papel fundamental que ha tenido históricamente para “contribuir al avance permanente de la humanidad mediante la enseñanza de unos conocimientos, unas técnicas, un lenguaje, unos códigos de conducta y sobre todo un sistema de valores que permitan la incorporación de los niños y jóvenes a la sociedad”.
Con este motivo desde 2003 la Fundación Valores (Madrid, España) ha desarrollado proyectos en dos grandes líneas: la comunicación y la educación. En el área de la comunicación la primera fase fue de sensibilización: se divulgó la Carta de la Tierra tanto en estamentos oficiales (Ministerio de Educación, Consejerías, Ayuntamientos (Municipalidades)…) como en iniciativas privadas (Fundaciones, ONG, Asociaciones sociales y sindicales…). Se impulsaron campañas sobre medio ambiente y ecología, consumo ético y responsable, apoyo a la interculturalidad, los derechos humanos, la igualdad, la convivencia ciudadana, la educación para la paz y la creación de una cultura de paz… Desarrollamos un Congreso Anual: Proyectos y Utopías para un Mundo Mejor, encuentros locales: “Impulsos para un Mundo Mejor”, Foros y Debates, Jornadas temáticas, Charlas divulgativas, Mesas de trabajo sobre los temas sociales más preocupantes…
En el ámbito educativo se trabajó en colaboración con el Ministerio de Educación impartiendo: talleres, seminarios, jornadas educativas, mesas de innovación pedagógica, formación de formadores… Pero también se incursionó en el mundo de la Empresa impartiendo formación en Dptos. de Recursos Humanos, de Responsabilidad Social Corporativa, Centros Especiales de Empleo, capacitación de voluntarios para Ong´s, etc…
Y en los últimos años hemos añadido como herramienta de trabajo en todos los ámbitos sociales: El Camino del Corazón.
Haz click aquí para leer la segunda parte: Parte 2
Son momentos en los que se necesita la creatividad y el impulso de los jóvenes que marcarán el rumbo de las generaciones futuras, pero también se necesita de la solidez y experiencia de los más mayores. Son momentos de implicación en los que la necesidad de un nuevo marco ético se ha hecho imperiosa como la explosión de un gigantesco Big-Bang destinado a crear nuevas formas de vida.
La revolución del siglo XXI está en marcha, es el siglo de la gente, donde sólo cabe una respuesta: la implicación. Cada uno siguiendo la máxima: Actúa localmente, pero piensa globalmente. Tal y como nos demuestran los movimientos sociales que se generaron sobre todo a partir del año 2011.
Y en ese cambio social que se anuncia es fundamental devolver a la educación el papel fundamental que ha tenido históricamente para “contribuir al avance permanente de la humanidad mediante la enseñanza de unos conocimientos, unas técnicas, un lenguaje, unos códigos de conducta y sobre todo un sistema de valores que permitan la incorporación de los niños y jóvenes a la sociedad”.
Con este motivo desde 2003 la Fundación Valores (Madrid, España) ha desarrollado proyectos en dos grandes líneas: la comunicación y la educación. En el área de la comunicación la primera fase fue de sensibilización: se divulgó la Carta de la Tierra tanto en estamentos oficiales (Ministerio de Educación, Consejerías, Ayuntamientos (Municipalidades)…) como en iniciativas privadas (Fundaciones, ONG, Asociaciones sociales y sindicales…). Se impulsaron campañas sobre medio ambiente y ecología, consumo ético y responsable, apoyo a la interculturalidad, los derechos humanos, la igualdad, la convivencia ciudadana, la educación para la paz y la creación de una cultura de paz… Desarrollamos un Congreso Anual: Proyectos y Utopías para un Mundo Mejor, encuentros locales: “Impulsos para un Mundo Mejor”, Foros y Debates, Jornadas temáticas, Charlas divulgativas, Mesas de trabajo sobre los temas sociales más preocupantes…
En el ámbito educativo se trabajó en colaboración con el Ministerio de Educación impartiendo: talleres, seminarios, jornadas educativas, mesas de innovación pedagógica, formación de formadores… Pero también se incursionó en el mundo de la Empresa impartiendo formación en Dptos. de Recursos Humanos, de Responsabilidad Social Corporativa, Centros Especiales de Empleo, capacitación de voluntarios para Ong´s, etc…
Y en los últimos años hemos añadido como herramienta de trabajo en todos los ámbitos sociales: El Camino del Corazón.
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