Tomarnos tiempo regularmente para reflexionar sobre nuestros pensamientos, sentimientos, creencias y acciones es una práctica saludable, podamos hacerlo escribiendo un diario personal, o en meditación, o simplemente buscar algún momento tranquilo para pensar en nosotros mismos.
Prestar atención a nuestras emociones, reconocerlas, comprenderlas, identificar lo que sentimos en diferentes situaciones y observar cómo esas emociones afectan a nuestro comportamiento.
Identificar nuestras fortalezas y debilidades. Saber qué recursos y habilidades tenemos, cuáles son nuestros talentos y también en qué áreas podemos mejorar es fundamental para poder gestionar mejor nuestra vida personal y profesional.
Abrirnos para pedir retroalimentación a las personas con las que convivimos y nos relacionamos, escuchar cómo nos perciben y observar la imagen que nos devuelven puede proporcionarnos una mayor objetividad y una perspectiva que quizás no habíamos considerado.
Tener clara cuál es nuestra escala de valores, nuestras creencias personales, los valores y principios por los que nos regimos… identificar de donde provienen, si están “actualizados” a nuestro momento presente, apreciar cómo influye todo ese bagaje en nuestras decisiones y acciones.
Estar dispuesto a desafiar los propios límites, abandonando la zona de confort para enfrentar nuevos retos que nos permitirán desarrollar potencialidades inexploradas, abriéndonos a nuevas formas de expresión que manifiesten en el exterior quienes somos y lo que nos importa.
En todo este proceso es fundamental una actitud abierta para reconocer nuestros errores o imperfecciones y lo que hemos de cambiar para mejorar en el futuro, pero también para apreciar el aprendizaje acumulado en las experiencias pasadas, para reconocer que estamos en el mejor momento para responder a las situaciones que la vida nos presenta, para valorar lo vivido y actualizarnos a nuestra mejor versión.
El autoconocimiento es un proceso continuo y que lleva tiempo y esfuerzo. Nos ayudará en el proceso ser pacientes con nosotros mismos y mantener un enfoque abierto y una actitud de curiosidad mientras exploramos quiénes somos realmente.
Prestar atención a nuestras emociones, reconocerlas, comprenderlas, identificar lo que sentimos en diferentes situaciones y observar cómo esas emociones afectan a nuestro comportamiento.
Identificar nuestras fortalezas y debilidades. Saber qué recursos y habilidades tenemos, cuáles son nuestros talentos y también en qué áreas podemos mejorar es fundamental para poder gestionar mejor nuestra vida personal y profesional.
Abrirnos para pedir retroalimentación a las personas con las que convivimos y nos relacionamos, escuchar cómo nos perciben y observar la imagen que nos devuelven puede proporcionarnos una mayor objetividad y una perspectiva que quizás no habíamos considerado.
Tener clara cuál es nuestra escala de valores, nuestras creencias personales, los valores y principios por los que nos regimos… identificar de donde provienen, si están “actualizados” a nuestro momento presente, apreciar cómo influye todo ese bagaje en nuestras decisiones y acciones.
Estar dispuesto a desafiar los propios límites, abandonando la zona de confort para enfrentar nuevos retos que nos permitirán desarrollar potencialidades inexploradas, abriéndonos a nuevas formas de expresión que manifiesten en el exterior quienes somos y lo que nos importa.
En todo este proceso es fundamental una actitud abierta para reconocer nuestros errores o imperfecciones y lo que hemos de cambiar para mejorar en el futuro, pero también para apreciar el aprendizaje acumulado en las experiencias pasadas, para reconocer que estamos en el mejor momento para responder a las situaciones que la vida nos presenta, para valorar lo vivido y actualizarnos a nuestra mejor versión.
El autoconocimiento es un proceso continuo y que lleva tiempo y esfuerzo. Nos ayudará en el proceso ser pacientes con nosotros mismos y mantener un enfoque abierto y una actitud de curiosidad mientras exploramos quiénes somos realmente.
Nuestras personalidades externa e interna
La personalidad externa la identificamos con la psique: Reúne la suma de actos externos, la actuación y la forma de pensar de un individuo. Está impresa en las neuronas y es el resultado de la influencia del medio en que se desenvuelve, obedece frecuentemente a impulsos de estímulo-respuesta, a hábitos heredados de nuestros antepasados, incluso de la memoria genética.
Se ha ido gestando a lo largo de la vida por vivencias pasadas conscientes, pero también algunas de carácter subliminal, por los hábitos personales, por las influencias familiares, ambientales, educativas, sociales, afectivas, etc… que en ocasiones hacen brotar diferentes “yoes” o sub-personalidades.
La personalidad interna o yo interior sería la suma de las experiencias profundas asumidas e integradas a lo largo de la trayectoria espiritual del Ser en las sucesivas encarnaciones.
Nuestro comportamiento consciente se estima en un 10%, mientras nuestro comportamiento inconsciente representaría un 90%. Antiguamente la psicología trabajaba sobre el 10% y ahora se centra más en el 90%. Y ahí es fundamental tener en cuenta el conocimiento que nos aportan las interrelaciones personales, realizar una buena labor de espejo, aceptar el feedback y la retroalimentación que los que nos rodean nos proporcionan.
Una mayor consciencia y autoconocimiento está relacionada con hacer aflorar la personalidad interna y eso se hace mirando hacia adentro, revisando creencias y límites, recuperando la inocencia, las palabras, los gestos… Se trataría de vivir en el exterior lo que se despierta en nuestro interior, eso proporciona plenitud y salud.
Tal vez sería bueno unificar las dos tendencias para conocerse a uno mismo. Oriente plantea ser “observador” de uno mismo (mirar pensamientos, emociones, etc.) Occidente mirar el comportamiento (descubrir motivaciones, automatismos, hábitos innatos y adquiridos... Escala de valores y prioridades en la vida. Una buena práctica sería observarnos durante un día como si fuéramos un espectador, sin juzgar, como un testigo y notario de lo que sucede.
Todo lo que hacemos habla de nosotros: Lo que decimos (7-10%), el tono (38-40%), lo que hacemos (50-55%). De tal manera que estamos constantemente contándonos a nosotros mismos a través del modo de hacer las cosas, de cómo nos manifestamos, como nos vestimos, como hablamos, miramos o nos movemos, lo que nos proponemos conscientemente pero también lo que surge inconscientemente.
El desconocimiento de la personalidad externa provoca: inseguridad, miedo, agresividad, agarrarse a lo material, falta de autoestima. El conocimiento de la personalidad externa proporciona: aceptación de uno mismo, de las limitaciones, reconocimiento de las capacidades, ubicación en la vida.
En resumen, el autoconocimiento es una herramienta poderosa que puede enriquecer nuestra vida en múltiples niveles, desde la toma de decisiones hasta el bienestar emocional y la realización personal.
Se ha ido gestando a lo largo de la vida por vivencias pasadas conscientes, pero también algunas de carácter subliminal, por los hábitos personales, por las influencias familiares, ambientales, educativas, sociales, afectivas, etc… que en ocasiones hacen brotar diferentes “yoes” o sub-personalidades.
La personalidad interna o yo interior sería la suma de las experiencias profundas asumidas e integradas a lo largo de la trayectoria espiritual del Ser en las sucesivas encarnaciones.
Nuestro comportamiento consciente se estima en un 10%, mientras nuestro comportamiento inconsciente representaría un 90%. Antiguamente la psicología trabajaba sobre el 10% y ahora se centra más en el 90%. Y ahí es fundamental tener en cuenta el conocimiento que nos aportan las interrelaciones personales, realizar una buena labor de espejo, aceptar el feedback y la retroalimentación que los que nos rodean nos proporcionan.
Una mayor consciencia y autoconocimiento está relacionada con hacer aflorar la personalidad interna y eso se hace mirando hacia adentro, revisando creencias y límites, recuperando la inocencia, las palabras, los gestos… Se trataría de vivir en el exterior lo que se despierta en nuestro interior, eso proporciona plenitud y salud.
Tal vez sería bueno unificar las dos tendencias para conocerse a uno mismo. Oriente plantea ser “observador” de uno mismo (mirar pensamientos, emociones, etc.) Occidente mirar el comportamiento (descubrir motivaciones, automatismos, hábitos innatos y adquiridos... Escala de valores y prioridades en la vida. Una buena práctica sería observarnos durante un día como si fuéramos un espectador, sin juzgar, como un testigo y notario de lo que sucede.
Todo lo que hacemos habla de nosotros: Lo que decimos (7-10%), el tono (38-40%), lo que hacemos (50-55%). De tal manera que estamos constantemente contándonos a nosotros mismos a través del modo de hacer las cosas, de cómo nos manifestamos, como nos vestimos, como hablamos, miramos o nos movemos, lo que nos proponemos conscientemente pero también lo que surge inconscientemente.
El desconocimiento de la personalidad externa provoca: inseguridad, miedo, agresividad, agarrarse a lo material, falta de autoestima. El conocimiento de la personalidad externa proporciona: aceptación de uno mismo, de las limitaciones, reconocimiento de las capacidades, ubicación en la vida.
En resumen, el autoconocimiento es una herramienta poderosa que puede enriquecer nuestra vida en múltiples niveles, desde la toma de decisiones hasta el bienestar emocional y la realización personal.