La resiliencia es la capacidad que tenemos los seres humanos para prepararnos ante una situación de peligro o de estrés, para manejarla correctamente, para gestionarla mientras está sucediendo y para recuperarnos cuando ya ha pasado el reto o la adversidad.
La resiliencia es un término que se aplica a los metales que al ser sometidos a situaciones extremas vuelven después a recuperar su forma original. Si hablamos de adjudicar esa cualidad a las personas podríamos decir que es como tener una pila interior permanentemente cargada.
Una persona resiliente es capaz de mantener la calma, de pensar con claridad, de controlar sus pensamientos y emociones, de gestionar la situación según se va produciendo… En definitiva, podríamos decir que las personas resilientes son capaces de surfear sobre las olas ya sean lentas o encrespadas, de mantenerse a flote independientemente de cómo esté el estado del mar… y cuando somos capaces de mantener la calma, de conservar nuestro equilibrio interior todos sabemos que tenemos más posibilidades de éxito al responder a los desafíos que la vida nos presenta.
La resiliencia nos permite alinear todos nuestros niveles de existencia: físico, energético, mental-emocional e incluso podríamos añadir el espiritual, de tal manera que todos esos “cuerpos” o “niveles de conciencia” estarían interconectados y afectándose mutuamente.
Hoy día se hace imprescindible incluir en nuestros hábitos prácticas de autorregulación y el primer paso comienza -como ya hemos dicho en ocasiones anteriores- por ser conscientes de nuestros pensamientos… porque ellos decantarán nuestras palabras y éstas nuestras actitudes y comportamientos… y estos al repetirse se transformarán en hábitos, que generarán un determinado carácter... y finalmente ese carácter o personalidad nos conducirá a uno u otro destino según vayamos tomando decisiones y eligiendo… Y todo empezó con un pensamiento. Estas son palabras de Gandhi y, como todas las palabras sabias son atemporales y siempre aportan luz.
Prácticas de respiración consciente, de atención plena, de silencio, de autoindagación, de meditación, momentos de conexión con la naturaleza, disfrutar de los elementos de la vida: agua, aire, tierra, sol y la energía, escribir, pintar, hacer ejercicio, bailar, conversar, leer, aprender algo nuevo, escuchar música relajante… la oferta es casi infinita y puede satisfacer cualquier necesidad.
La resiliencia es un término que se aplica a los metales que al ser sometidos a situaciones extremas vuelven después a recuperar su forma original. Si hablamos de adjudicar esa cualidad a las personas podríamos decir que es como tener una pila interior permanentemente cargada.
Una persona resiliente es capaz de mantener la calma, de pensar con claridad, de controlar sus pensamientos y emociones, de gestionar la situación según se va produciendo… En definitiva, podríamos decir que las personas resilientes son capaces de surfear sobre las olas ya sean lentas o encrespadas, de mantenerse a flote independientemente de cómo esté el estado del mar… y cuando somos capaces de mantener la calma, de conservar nuestro equilibrio interior todos sabemos que tenemos más posibilidades de éxito al responder a los desafíos que la vida nos presenta.
La resiliencia nos permite alinear todos nuestros niveles de existencia: físico, energético, mental-emocional e incluso podríamos añadir el espiritual, de tal manera que todos esos “cuerpos” o “niveles de conciencia” estarían interconectados y afectándose mutuamente.
Hoy día se hace imprescindible incluir en nuestros hábitos prácticas de autorregulación y el primer paso comienza -como ya hemos dicho en ocasiones anteriores- por ser conscientes de nuestros pensamientos… porque ellos decantarán nuestras palabras y éstas nuestras actitudes y comportamientos… y estos al repetirse se transformarán en hábitos, que generarán un determinado carácter... y finalmente ese carácter o personalidad nos conducirá a uno u otro destino según vayamos tomando decisiones y eligiendo… Y todo empezó con un pensamiento. Estas son palabras de Gandhi y, como todas las palabras sabias son atemporales y siempre aportan luz.
Prácticas de respiración consciente, de atención plena, de silencio, de autoindagación, de meditación, momentos de conexión con la naturaleza, disfrutar de los elementos de la vida: agua, aire, tierra, sol y la energía, escribir, pintar, hacer ejercicio, bailar, conversar, leer, aprender algo nuevo, escuchar música relajante… la oferta es casi infinita y puede satisfacer cualquier necesidad.
La trampa de los recuerdos
Dicen los científicos que nuestro cerebro puede generar entre 70.000 y 90.000 pensamientos en un solo día. Evidentemente no somos conscientes mas que de una pequeña parte de esa ingente cantidad. Esos pensamientos a veces son observaciones, a veces interpretaciones, a veces imaginaciones… Sin embargo, nuestro cerebro es incapaz de distinguirlos, es decir se cree todo lo que genera ante los estímulos ya sean externos o internos.
Almacenamos en nuestro cerebro cantidades ingentes de recuerdos de todo tipo y de todo signo. Creemos que cuando accedemos a un recuerdo para contárselo a alguien, por ejemplo, lo reproducimos fielmente, sin embargo, se ha demostrado que nunca es así.
¿Por qué? Pues porque adaptamos ese recuerdo al interés que pueda tener quien nos escucha, porque solo extraemos algunos detalles que nos interesa resaltar en este momento, porque hoy nosotros mismos somos diferentes de aquel o aquella a la que le sucedió “eso”, es otra época, tenemos otras prioridades, estamos en otro “lugar” … y un sinfín más de diferencias.
Pues bien, si cada día vamos llenándonos de “contenidos” conscientes en una parte e inconscientes en su mayoría… ¿No sería interesante colocar alguna suerte de “filtro” para elegir “engullir” pensamientos de buena calidad, positivos, constructivos, etc.?
Recuerdo que hace años leí una investigación de la Universidad de Granada en la que se buscaba responder a esta pregunta: ¿Mejora la salud al recordar el pasado de forma positiva? ¿la actitud de las personas hacia los hechos pasados, las vivencias del presente o las expectativas del futuro, influyen también en su calidad de vida?
El estudio afirmaba que cuando las personas tienen una gran cantidad de recuerdos negativos generan una actitud pesimista en el presente y tienden a trasladarla también a lo que está por venir. Todo ello se derivaba en peores indicadores en cuanto a la calidad de su salud.
Almacenamos en nuestro cerebro cantidades ingentes de recuerdos de todo tipo y de todo signo. Creemos que cuando accedemos a un recuerdo para contárselo a alguien, por ejemplo, lo reproducimos fielmente, sin embargo, se ha demostrado que nunca es así.
¿Por qué? Pues porque adaptamos ese recuerdo al interés que pueda tener quien nos escucha, porque solo extraemos algunos detalles que nos interesa resaltar en este momento, porque hoy nosotros mismos somos diferentes de aquel o aquella a la que le sucedió “eso”, es otra época, tenemos otras prioridades, estamos en otro “lugar” … y un sinfín más de diferencias.
Pues bien, si cada día vamos llenándonos de “contenidos” conscientes en una parte e inconscientes en su mayoría… ¿No sería interesante colocar alguna suerte de “filtro” para elegir “engullir” pensamientos de buena calidad, positivos, constructivos, etc.?
Recuerdo que hace años leí una investigación de la Universidad de Granada en la que se buscaba responder a esta pregunta: ¿Mejora la salud al recordar el pasado de forma positiva? ¿la actitud de las personas hacia los hechos pasados, las vivencias del presente o las expectativas del futuro, influyen también en su calidad de vida?
El estudio afirmaba que cuando las personas tienen una gran cantidad de recuerdos negativos generan una actitud pesimista en el presente y tienden a trasladarla también a lo que está por venir. Todo ello se derivaba en peores indicadores en cuanto a la calidad de su salud.
Al recordar negativamente el pasado se resiente la salud
El estudio se centró en personas entre los 20 y los 70 años y participaron el mismo número de hombres que de mujeres. Respondieron un cuestionario para medir su salud física, psíquica, emocional, energética y grado de satisfacción espiritual… y se centraron en tres actitudes: hacia el pasado, el presente y el futuro.
Según lo observado la dimensión más influyente era la percepción del pasado. De tal manera que una percepción negativa de éste se relacionaba con peores indicadores de salud. Las personas con esa tendencia negativa mostraban dificultades cotidianas y limitaciones físicas para el rendimiento en el trabajo, percibían mayor dolor corporal, tenían mayor disposición a enfermar y mostraban tendencia a vivir cuadros de depresión, ansiedad y alteraciones de la conducta.
La resultante final fueron tres grupos bien diferenciados: Uno predominantemente negativo hacia el pasado y otro con la misma orientación, pero hacia el futuro. Esos eran los dos más extremos y había un tercero más equilibrado.
Este tercer grupo, el perfil más equilibrado mostraba una actitud saludable en las tres zonas temporales. Las personas aprendían positivamente de las experiencias pasadas, estaban abiertas a vivir emociones y experiencias agradables y placenteras en el presente y se orientaban a cumplimiento y autoexigencia de sus metas para el futuro.
Según lo observado la dimensión más influyente era la percepción del pasado. De tal manera que una percepción negativa de éste se relacionaba con peores indicadores de salud. Las personas con esa tendencia negativa mostraban dificultades cotidianas y limitaciones físicas para el rendimiento en el trabajo, percibían mayor dolor corporal, tenían mayor disposición a enfermar y mostraban tendencia a vivir cuadros de depresión, ansiedad y alteraciones de la conducta.
La resultante final fueron tres grupos bien diferenciados: Uno predominantemente negativo hacia el pasado y otro con la misma orientación, pero hacia el futuro. Esos eran los dos más extremos y había un tercero más equilibrado.
Este tercer grupo, el perfil más equilibrado mostraba una actitud saludable en las tres zonas temporales. Las personas aprendían positivamente de las experiencias pasadas, estaban abiertas a vivir emociones y experiencias agradables y placenteras en el presente y se orientaban a cumplimiento y autoexigencia de sus metas para el futuro.
Interacción, Interrelación e Interdependencia
Hay muchos estudios de psicología y neurociencia que muestran la tremenda conexión que hay entre todos los niveles de manifestación del ser humano, como ya hemos dicho, pero veamos algunos ejemplos sencillos: Si sonrío, aunque sea de una manera forzada, incluso tirando de la comisura de mis labios con mis manos para provocar una sonrisa… mi cerebro “entiende” ese gesto y si lo mantengo durante unos minutos empezará a generar sustancias gratificantes: endorfinas, serotonina, dopamina, oxitocina… que al ser distribuidas en la corriente sanguínea me llevarán a alcanzar ese estado que busco. Si por el contrario frunzo el ceño, aprieto las mandíbulas, miro de manera desconfiada, cierro los puños… mi cerebro “entiende” también el mensaje que mi cuerpo le envía y soltará hormonas que me ayuden a superar la situación de estrés o de peligro: cortisol, adrenalina, catecolaminas, etc.
Como seres que formamos parte del Universo estamos en constante interacción, interrelación e interdependencia con nosotros mismos y con todo cuanto nos rodea; de tal manera que cualquier actitud psicológica fundamentada en experiencias o recuerdos negativos del pasado afectará a nuestro cuerpo energético, a nuestras emociones, a nuestro cuerpo físico a nivel de funcionamiento orgánico y celular… y esa actitud mantenida atraerá al presente problemas que nos impedirán vivir lo que nos llega con falta de discernimiento y a la larga problemas de salud.
En cambio, si somos capaces de capitalizar las experiencias del pasado como aprendizajes valiosos estaremos en mejor disposición para vivir las eventualidades del presente y evolucionar hacia el futuro con una mayor consciencia, armonizando el funcionamiento integral lo que se derivará en un buen carácter, prosperidad y una salud sana.
Como seres que formamos parte del Universo estamos en constante interacción, interrelación e interdependencia con nosotros mismos y con todo cuanto nos rodea; de tal manera que cualquier actitud psicológica fundamentada en experiencias o recuerdos negativos del pasado afectará a nuestro cuerpo energético, a nuestras emociones, a nuestro cuerpo físico a nivel de funcionamiento orgánico y celular… y esa actitud mantenida atraerá al presente problemas que nos impedirán vivir lo que nos llega con falta de discernimiento y a la larga problemas de salud.
En cambio, si somos capaces de capitalizar las experiencias del pasado como aprendizajes valiosos estaremos en mejor disposición para vivir las eventualidades del presente y evolucionar hacia el futuro con una mayor consciencia, armonizando el funcionamiento integral lo que se derivará en un buen carácter, prosperidad y una salud sana.