Nuestro cerebro nos gratifica a través de descargas hormonales cuando sentimos que formamos parte de la mayoría porque así estamos más protegidos. En cambio, cualquier esfuerzo para hacer un cambio es rechazado a priori pues el cerebro prefiere recorrer los circuitos conocidos que nos han llevado a sentirnos integrados dentro del grupo. Así, abrir nuevas sendas neuronales, establecer circuitos diferentes a los establecidos o generar nuevas respuestas asumiendo riesgos, etc. no contará con la energía mental necesaria para llevarlo a cabo.
En nuestra naturaleza está impresa la tendencia que tenemos a reconocernos en los demás. De hecho, es un mecanismo de supervivencia, necesitamos sentirnos incluidos dentro del clan, formar parte de la manada nos da seguridad, nos hace sentirnos más fuertes, es por eso que tendemos a copiar las formas, las ideas, los pensamientos, las modas… de la mayoría, en definitiva, todo aquello que nos llega de los demás fundamentalmente a través del lenguaje no verbal.
Las neuronas espejo son las que tienen esta función de imitación que se manifiesta, según los experimentos realizados por Meltzoff y Moore (1977) desde que el bebé tiene apenas una hora de vida, cuando ya es capaz de imitar los gestos de sus padres o de cualquier persona que se le acerque.
Pero no sólo es a través del lenguaje no verbal como se pueden reproducir y “copiar” los gestos y las emociones de los demás sino que, gracias a los avances de la tecnología, la expansión de una determinada emoción o sentimiento se extiende de forma casi inmediata afectando a millones de personas en cuestión de minutos.
En estos momentos la presión social que estamos sufriendo y que se mantiene ya desde principios de 2020 está ejercida fundamentalmente por los medios de comunicación y por la ingente cantidad de información que se vierte en las redes sociales que nos bombardean constantemente con noticias sobre la situación global que está sufriendo el mundo debido a la pandemia declarada. A nuestro cerebro le resulta imposible digerir y asimilar tanta información, no puede procesarla y, por lo tanto, se colapsa y quedamos a merced del “egregor” que nos rodea.
En nuestra naturaleza está impresa la tendencia que tenemos a reconocernos en los demás. De hecho, es un mecanismo de supervivencia, necesitamos sentirnos incluidos dentro del clan, formar parte de la manada nos da seguridad, nos hace sentirnos más fuertes, es por eso que tendemos a copiar las formas, las ideas, los pensamientos, las modas… de la mayoría, en definitiva, todo aquello que nos llega de los demás fundamentalmente a través del lenguaje no verbal.
Las neuronas espejo son las que tienen esta función de imitación que se manifiesta, según los experimentos realizados por Meltzoff y Moore (1977) desde que el bebé tiene apenas una hora de vida, cuando ya es capaz de imitar los gestos de sus padres o de cualquier persona que se le acerque.
Pero no sólo es a través del lenguaje no verbal como se pueden reproducir y “copiar” los gestos y las emociones de los demás sino que, gracias a los avances de la tecnología, la expansión de una determinada emoción o sentimiento se extiende de forma casi inmediata afectando a millones de personas en cuestión de minutos.
En estos momentos la presión social que estamos sufriendo y que se mantiene ya desde principios de 2020 está ejercida fundamentalmente por los medios de comunicación y por la ingente cantidad de información que se vierte en las redes sociales que nos bombardean constantemente con noticias sobre la situación global que está sufriendo el mundo debido a la pandemia declarada. A nuestro cerebro le resulta imposible digerir y asimilar tanta información, no puede procesarla y, por lo tanto, se colapsa y quedamos a merced del “egregor” que nos rodea.
¿Qué es el egregor? ¿Cómo funciona?
Según Lucie de la Reberdiere “Un egregor es producido por una poderosa corriente de pensamiento colectivo. Cuando un gran número de personas se concentran juntas sobre el mismo tema y con la misma intensidad, desarrollan una energía común. Todos sabemos acerca de este efecto estimulante, que podemos comprobar al compartir con otros un buen proyecto y un momento intenso. La actividad concentrada recoge las intenciones de cada uno en una conciencia colectiva que parece llevar el conjunto. Pero detrás de la impresión personal, un conjunto de procesos regulados se desarrolla entre nosotros.
Una emoción activa los átomos en nuestras células, convirtiendo al cuerpo en una batería capaz de fabricar su propia energía. Por lo tanto, por la pura fuerza de la emoción mutua e incluso sin darnos cuenta, conectamos nuestras fuentes de energía y creamos una más grande, global. Al estar conectados entre sí, vibramos en la misma longitud de onda. El voltaje es lo suficientemente alto como para el surgimiento de un espíritu de grupo. Pero ese espíritu de grupo no es más que el resultado pasivo de un instinto gregario”.
La energía global generada crea un campo que afecta a todos los individuos de una determinada especie, tal como demostró Rupert Sheldrake en sus experimentos de lo que él llamó “Campos Morfogenéticos”.
Por supuesto que hay egregores negativos que son los que limitan las capacidades de los individuos al verse condicionados a adoptar las creencias y los modelos del gran grupo, como pueden ser los partidos políticos o las grandes religiones.
Pero también se pueden crear egregores positivos que ayuden a elevar la conciencia, que se apoyen en la unión y la cooperación, que compartan ética y valores universales, que defiendan la justicia, la paz, la libertad, el amor y el bien común. Cuando el grupo se compone de energías beneficiosas para la comunidad de la vida basadas en el respeto a las diferencias, de movimientos humanitarios, de compasión, de espiritualidad, etc. la unión de objetivos de los miembros produce resultados altamente positivos.
Un ejemplo de ello es el Proyecto de Coherencia Global, generado por el Instituto HeartMath y la Universidad de Princeton en 1998. Esta iniciativa reúne a un gran número de científicos e ingenieros que empezaron a investigar los efectos de la meditación en grupo y que más tarde ampliaron sus experimentos para detectar el efecto de las emociones colectivas a escala global.
Eventos como los atentados del 11M o el funeral de la Princesa Diana de Inglaterra fueron registrados por los más de 65 aparatos que los científicos distribuyeron por todo el planeta, se observaron variaciones significativas en el campo psíquico de los distintos países. Todos estos equipos están unidos en una gran red, cada evento mundial registra fluctuaciones, cuanto más difundidos sean éstos mayor es la repercusión del campo emocional generado por los seres humanos que afectará al campo electromagnético de la Tierra.
Una emoción activa los átomos en nuestras células, convirtiendo al cuerpo en una batería capaz de fabricar su propia energía. Por lo tanto, por la pura fuerza de la emoción mutua e incluso sin darnos cuenta, conectamos nuestras fuentes de energía y creamos una más grande, global. Al estar conectados entre sí, vibramos en la misma longitud de onda. El voltaje es lo suficientemente alto como para el surgimiento de un espíritu de grupo. Pero ese espíritu de grupo no es más que el resultado pasivo de un instinto gregario”.
La energía global generada crea un campo que afecta a todos los individuos de una determinada especie, tal como demostró Rupert Sheldrake en sus experimentos de lo que él llamó “Campos Morfogenéticos”.
Por supuesto que hay egregores negativos que son los que limitan las capacidades de los individuos al verse condicionados a adoptar las creencias y los modelos del gran grupo, como pueden ser los partidos políticos o las grandes religiones.
Pero también se pueden crear egregores positivos que ayuden a elevar la conciencia, que se apoyen en la unión y la cooperación, que compartan ética y valores universales, que defiendan la justicia, la paz, la libertad, el amor y el bien común. Cuando el grupo se compone de energías beneficiosas para la comunidad de la vida basadas en el respeto a las diferencias, de movimientos humanitarios, de compasión, de espiritualidad, etc. la unión de objetivos de los miembros produce resultados altamente positivos.
Un ejemplo de ello es el Proyecto de Coherencia Global, generado por el Instituto HeartMath y la Universidad de Princeton en 1998. Esta iniciativa reúne a un gran número de científicos e ingenieros que empezaron a investigar los efectos de la meditación en grupo y que más tarde ampliaron sus experimentos para detectar el efecto de las emociones colectivas a escala global.
Eventos como los atentados del 11M o el funeral de la Princesa Diana de Inglaterra fueron registrados por los más de 65 aparatos que los científicos distribuyeron por todo el planeta, se observaron variaciones significativas en el campo psíquico de los distintos países. Todos estos equipos están unidos en una gran red, cada evento mundial registra fluctuaciones, cuanto más difundidos sean éstos mayor es la repercusión del campo emocional generado por los seres humanos que afectará al campo electromagnético de la Tierra.
Es el momento de elegir
Cada ser humano emite una determinada frecuencia vibratoria que está determinada por sus pensamientos, sus emociones, sus deseos y su comportamiento. Esa vibración global no solo afecta a la persona sino que la irradia al exterior afectando a su entorno más próximo. Y, al igual que las emociones cambian de un momento a otro la energía que emitimos, ésta también puede variar a lo largo del día de forma natural, dependerá de lo que estés haciendo, de cómo pienses, de lo que desees, de cómo te sientas, etc.
Los psicólogos llevan tiempo alertando sobre los efectos que a nivel psicológico y emocional se están produciendo en la población sobre todo a causa del miedo que se extiende en todas las áreas sociales. Algunas personas reconocen su miedo al contagio y por ende al dolor, al sufrimiento y a la muerte; otras afirman que su miedo es a que les pase algo a sus seres queridos, otras en cambio centran su miedo en la pura supervivencia ante la tremenda inestabilidad que vivimos…
¿Cómo podemos hacer para utilizar nuestra capacidad de “conectarnos” con los demás de forma positiva? ¿Cómo impedir que las emociones caóticas que nos rodean no nos afecten? ¿Cómo podemos mantener el equilibrio ante las situaciones de incertidumbre que estamos viviendo? ¿Cómo generar y mantener una vibración positiva ante el caos que nos rodea?
Los seres humanos tenemos la capacidad de elegir, cada uno de nosotros podemos elegir qué vibración vamos a emitir, qué emociones vamos a generar, qué pensamientos vamos a compartir, con qué actitudes vamos a responder a lo que nos sucede. Para ello, en primer lugar, debemos ser conscientes de nuestros procesos mentales y de nuestras emociones y si nos damos cuenta de que son negativas o perjudiciales, si estamos instalados en la queja o la crítica permanente… es el momento de preguntarnos: ¿Es esto lo que quiero hacer? ¿Lo que estoy pensando o sintiendo me hace bien o me perjudica? ¿Es esta la actitud que quiero tener?
Ahora más que nunca se hace necesario recuperar el foco de nuestra atención, y si la respuesta a esas sencillas preguntas es NO, el paso inmediato es ¿qué puedo hacer para cambiarlo?, algo elemental que nos enseñan las bases de la inteligencia emocional.
Las posibilidades son múltiples, la meditación, la respiración consciente, vincularte de nuevo con la naturaleza, disfrutar de la comida, pasar el tiempo con la familia y los amigos, cambiar de “escenario”, recordar lo que haces bien, evocar momentos de alegría y felicidad, rodearte de personas positivas, recapacitar antes de hablar o de escribir un mensaje, ya sea por WhatsApp o por email, con contenido desagradable o negativo…
Se trata de buscar momentos a lo largo del día para volver la mirada hacia el interior, para alejarnos de la sobre estimulación a la que estamos sometidos y conectar con nuestro interior. Al hacerlo, poco a poco iremos acallando el tremendo bullicio que nos rodea, pero también el ruido que genera nuestra propia mente… Una vez conseguido, es posible que surja eso que han buscado todas las tradiciones espirituales de nuestro mundo: la sabiduría del corazón.
Los psicólogos llevan tiempo alertando sobre los efectos que a nivel psicológico y emocional se están produciendo en la población sobre todo a causa del miedo que se extiende en todas las áreas sociales. Algunas personas reconocen su miedo al contagio y por ende al dolor, al sufrimiento y a la muerte; otras afirman que su miedo es a que les pase algo a sus seres queridos, otras en cambio centran su miedo en la pura supervivencia ante la tremenda inestabilidad que vivimos…
¿Cómo podemos hacer para utilizar nuestra capacidad de “conectarnos” con los demás de forma positiva? ¿Cómo impedir que las emociones caóticas que nos rodean no nos afecten? ¿Cómo podemos mantener el equilibrio ante las situaciones de incertidumbre que estamos viviendo? ¿Cómo generar y mantener una vibración positiva ante el caos que nos rodea?
Los seres humanos tenemos la capacidad de elegir, cada uno de nosotros podemos elegir qué vibración vamos a emitir, qué emociones vamos a generar, qué pensamientos vamos a compartir, con qué actitudes vamos a responder a lo que nos sucede. Para ello, en primer lugar, debemos ser conscientes de nuestros procesos mentales y de nuestras emociones y si nos damos cuenta de que son negativas o perjudiciales, si estamos instalados en la queja o la crítica permanente… es el momento de preguntarnos: ¿Es esto lo que quiero hacer? ¿Lo que estoy pensando o sintiendo me hace bien o me perjudica? ¿Es esta la actitud que quiero tener?
Ahora más que nunca se hace necesario recuperar el foco de nuestra atención, y si la respuesta a esas sencillas preguntas es NO, el paso inmediato es ¿qué puedo hacer para cambiarlo?, algo elemental que nos enseñan las bases de la inteligencia emocional.
Las posibilidades son múltiples, la meditación, la respiración consciente, vincularte de nuevo con la naturaleza, disfrutar de la comida, pasar el tiempo con la familia y los amigos, cambiar de “escenario”, recordar lo que haces bien, evocar momentos de alegría y felicidad, rodearte de personas positivas, recapacitar antes de hablar o de escribir un mensaje, ya sea por WhatsApp o por email, con contenido desagradable o negativo…
Se trata de buscar momentos a lo largo del día para volver la mirada hacia el interior, para alejarnos de la sobre estimulación a la que estamos sometidos y conectar con nuestro interior. Al hacerlo, poco a poco iremos acallando el tremendo bullicio que nos rodea, pero también el ruido que genera nuestra propia mente… Una vez conseguido, es posible que surja eso que han buscado todas las tradiciones espirituales de nuestro mundo: la sabiduría del corazón.
¿Contagio miedo o contagio amor?
El miedo y el amor son los dos polos opuestos de una misma frecuencia vibratoria. Nuestros cuerpos son como diapasones que resuenan unos con otros, por eso es vital la nota que cada uno emitamos, la energía que irradiamos. La física cuántica nos dice que estamos todos interconectados más allá del espacio y del tiempo y que tenemos la capacidad de captar las vibraciones de los demás.
Todos hemos experimentado a veces el bienestar que nos produce la presencia de determinadas personas y el malestar que sentimos ante otros. Las influencias externas siempre estarán ahí, pero dependerá de cada uno de nosotros sintonizar con ellas o elegir vibrar en positivo, elevar nuestra frecuencia generando pensamientos, emociones y sentimientos positivos. La situación que vivimos actualmente y que no sabemos cuánto tiempo más se prolongará, ha generado oleadas de miedo, de ira, de impotencia, de tristeza, de rabia, de rechazo… Ese es el campo emocional que estamos respirando de forma generalizada.
Así pues, nuestra respuesta es fundamental. Podríamos pensar que esa pequeña aportación en forma de generar coherencia a través de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos parecería algo muy pequeño, casi insignificante, para remediar la situación que estamos viviendo, pero no es así.
Si nos hacemos conscientes de nuestros pensamientos y emociones. Si observamos y prestamos atención a la información (energía) que nos rodea y nos enfocamos solo en aquello que deseamos (recordemos la aseveración de la física cuántica: el observador modifica lo observado). Si mantenemos una intención clara de coherencia entre lo que genera nuestra mente y lo que anhela nuestro corazón, el campo cuántico se verá afectado.
Somos energía, nuestras células se comunican mediante la energía ¿Qué tipo de energía decidiremos emitir hoy? Cada día tenemos 86.400 segundos para hacer que ese día cuente, que lo que hagamos, digamos, pensemos y sintamos tenga sentido y esté en resonancia armónica. En lugar de conectar con el miedo ¿podríamos conectar con el amor? El amor en sus múltiples expresiones: compasión, generosidad, bondad, ternura, serenidad, armonía, cuidado, entrega, solidaridad… eso generará la energía positiva que nuestro mundo necesita y ¡quién sabe! quizás en un breve periodo de tiempo el contagio emocional tenga otro signo, otra frecuencia, otra polaridad... y con el tiempo lo que hoy vivimos será recordado como la gran oportunidad que tuvo la humanidad para dar un verdadero salto cuántico en su evolución y para crear entre todos un Mundo Mejor, más justo, más amoroso, más pacífico y más sostenible.
¡Qué así sea! ¡Así es!
Todos hemos experimentado a veces el bienestar que nos produce la presencia de determinadas personas y el malestar que sentimos ante otros. Las influencias externas siempre estarán ahí, pero dependerá de cada uno de nosotros sintonizar con ellas o elegir vibrar en positivo, elevar nuestra frecuencia generando pensamientos, emociones y sentimientos positivos. La situación que vivimos actualmente y que no sabemos cuánto tiempo más se prolongará, ha generado oleadas de miedo, de ira, de impotencia, de tristeza, de rabia, de rechazo… Ese es el campo emocional que estamos respirando de forma generalizada.
Así pues, nuestra respuesta es fundamental. Podríamos pensar que esa pequeña aportación en forma de generar coherencia a través de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos parecería algo muy pequeño, casi insignificante, para remediar la situación que estamos viviendo, pero no es así.
Si nos hacemos conscientes de nuestros pensamientos y emociones. Si observamos y prestamos atención a la información (energía) que nos rodea y nos enfocamos solo en aquello que deseamos (recordemos la aseveración de la física cuántica: el observador modifica lo observado). Si mantenemos una intención clara de coherencia entre lo que genera nuestra mente y lo que anhela nuestro corazón, el campo cuántico se verá afectado.
Somos energía, nuestras células se comunican mediante la energía ¿Qué tipo de energía decidiremos emitir hoy? Cada día tenemos 86.400 segundos para hacer que ese día cuente, que lo que hagamos, digamos, pensemos y sintamos tenga sentido y esté en resonancia armónica. En lugar de conectar con el miedo ¿podríamos conectar con el amor? El amor en sus múltiples expresiones: compasión, generosidad, bondad, ternura, serenidad, armonía, cuidado, entrega, solidaridad… eso generará la energía positiva que nuestro mundo necesita y ¡quién sabe! quizás en un breve periodo de tiempo el contagio emocional tenga otro signo, otra frecuencia, otra polaridad... y con el tiempo lo que hoy vivimos será recordado como la gran oportunidad que tuvo la humanidad para dar un verdadero salto cuántico en su evolución y para crear entre todos un Mundo Mejor, más justo, más amoroso, más pacífico y más sostenible.
¡Qué así sea! ¡Así es!