El sistema límbico, también llamado cerebro medio, es un sistema antiguo en términos evolutivos, formado por varias estructuras cerebrales complejas que se ubican alrededor del tálamo y por debajo de la corteza cerebral, como el tálamo, hipotálamo, el hipocampo y la amígdala cerebral (no debemos confundirlas con las de la garganta).
Es el principal responsable de la vida afectiva. En la actualidad se sabe que el sistema límbico está involucrado, junto con otras estructuras más allá de sus límites, en la formación de la memoria, el control de las emociones, las motivaciones, diversos aspectos de la conducta, la iniciativa, la supervivencia del individuo y el aprendizaje.
Cuando se produjo la aparición de los mamíferos hubo un crecimiento explosivo de algunas regiones del cerebro reptiliano que posibilitaron la formación de este segundo cerebro, el límbico, y con él la posibilidad de sentir y expresar emociones. Éste fue un cambio verdaderamente revolucionario en la historia de la vida, coherentemente acompañada por la posibilidad de manejar la temperatura corporal. Con los mamíferos aparecen las pasiones: el amor, el odio y el altruismo en la historia, de manera que la vida adquiere calor y color. Y también, consecuentemente, un grado de libertad que implica riesgos, sin los cuales la vida carece de sabor para un verdadero mamífero, a diferencia de lo que hemos visto en nuestro anterior artículo en relación a la zona del cerebro llamada de reptil.
En el ser humano, estos son los centros de la afectividad, es aquí donde se procesan las distintas emociones y el ser humano experimenta penas, angustias y alegrías intensas.
La acumulación de descubrimientos durante los últimos 45 años ha llevado a la evidencia de que el sistema límbico recoge la información en términos emocionales y de sentimientos que guían al comportamiento hacia la auto-preservación y para la preservación de la especie.
Es el principal responsable de la vida afectiva. En la actualidad se sabe que el sistema límbico está involucrado, junto con otras estructuras más allá de sus límites, en la formación de la memoria, el control de las emociones, las motivaciones, diversos aspectos de la conducta, la iniciativa, la supervivencia del individuo y el aprendizaje.
Cuando se produjo la aparición de los mamíferos hubo un crecimiento explosivo de algunas regiones del cerebro reptiliano que posibilitaron la formación de este segundo cerebro, el límbico, y con él la posibilidad de sentir y expresar emociones. Éste fue un cambio verdaderamente revolucionario en la historia de la vida, coherentemente acompañada por la posibilidad de manejar la temperatura corporal. Con los mamíferos aparecen las pasiones: el amor, el odio y el altruismo en la historia, de manera que la vida adquiere calor y color. Y también, consecuentemente, un grado de libertad que implica riesgos, sin los cuales la vida carece de sabor para un verdadero mamífero, a diferencia de lo que hemos visto en nuestro anterior artículo en relación a la zona del cerebro llamada de reptil.
En el ser humano, estos son los centros de la afectividad, es aquí donde se procesan las distintas emociones y el ser humano experimenta penas, angustias y alegrías intensas.
La acumulación de descubrimientos durante los últimos 45 años ha llevado a la evidencia de que el sistema límbico recoge la información en términos emocionales y de sentimientos que guían al comportamiento hacia la auto-preservación y para la preservación de la especie.
La amígdala cerebral
La amígdala cerebral es una masa con forma y tamaño de dos almendras que está situada a ambos lados del tálamo, en el extremo inferior del hipocampo. Cuando es estimulada eléctricamente, los animales responden con agresión, y cuando es extirpada, los mismos se vuelven dóciles y no vuelven a responder a estímulos que les habrían causado rabia; también se vuelven indiferentes a estímulos que les habrían causado miedo o respuestas de tipo sexual. Es también la responsable de que, por ejemplo, cuando alguien nos atrae emocionalmente se nos dilaten las pupilas o que nos pongamos colorados cuando nos toca hacer una exposición públicamente.
El papel de la amígdala como centro de procesamiento de las emociones es hoy incuestionable. Pacientes con la amígdala lesionada ya no son capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o triste. Los monos a las que fue extirpada la amígdala manifestaron un comportamiento social en extremo alterado: perdieron la sensibilidad para las complejas reglas de comportamiento social en su manada. El comportamiento maternal y las reacciones afectivas frente a los otros animales se vieron claramente perjudicadas.
Los investigadores J. F. Fulton y D. F. Jacobson, de la Universidad de Yale, aportaron además pruebas de que la capacidad de aprendizaje y la memoria requieren de una amígdala intacta: pusieron a unos chimpancés delante de dos cuencos de comida. En uno de ellos había un apetitoso bocado, el otro estaba vacío. Luego taparon los cuencos. Al cabo de unos segundos se permitió a los animales tomar uno de los recipientes cerrados. Los animales sanos tomaron sin dudarlo el cuenco que contenía el apetitoso bocado, mientras que los chimpancés con la amígdala lesionada eligieron al azar; el bocado apetitoso no había despertado en ellos ninguna excitación de la amígdala y por eso tampoco lo recordaban.
El sistema límbico está en constante interacción con la corteza cerebral. Una transmisión de señales de alta velocidad permite que el sistema límbico y el neocórtex trabajen juntos, y esto es lo que explica que podamos tener control sobre nuestras emociones.
La personalidad del ser humano está conformada por dos facetas que se interrelacionan: la mente pensante (el cerebro racional) y la mente sintiente (el cerebro emocional). En circunstancias normales, estas dos facetas de nuestra personalidad están en equilibrio y coordinadas una respecto a la otra. No obstante, cada una tiene su propia forma de expresarse. La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, se pone en marcha con mucha rapidez sin detenerse a analizar las consecuencias de una acción, sigue una lógica asociativa y un pensamiento basado en sensaciones. La mente racional, en cambio, establece relaciones entre causas y efectos y, cómo se apoya en evidencias objetivas, puede re-evaluar una situación concreta y cambiar una conclusión a la que había llegado previamente.
El papel de la amígdala como centro de procesamiento de las emociones es hoy incuestionable. Pacientes con la amígdala lesionada ya no son capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o triste. Los monos a las que fue extirpada la amígdala manifestaron un comportamiento social en extremo alterado: perdieron la sensibilidad para las complejas reglas de comportamiento social en su manada. El comportamiento maternal y las reacciones afectivas frente a los otros animales se vieron claramente perjudicadas.
Los investigadores J. F. Fulton y D. F. Jacobson, de la Universidad de Yale, aportaron además pruebas de que la capacidad de aprendizaje y la memoria requieren de una amígdala intacta: pusieron a unos chimpancés delante de dos cuencos de comida. En uno de ellos había un apetitoso bocado, el otro estaba vacío. Luego taparon los cuencos. Al cabo de unos segundos se permitió a los animales tomar uno de los recipientes cerrados. Los animales sanos tomaron sin dudarlo el cuenco que contenía el apetitoso bocado, mientras que los chimpancés con la amígdala lesionada eligieron al azar; el bocado apetitoso no había despertado en ellos ninguna excitación de la amígdala y por eso tampoco lo recordaban.
El sistema límbico está en constante interacción con la corteza cerebral. Una transmisión de señales de alta velocidad permite que el sistema límbico y el neocórtex trabajen juntos, y esto es lo que explica que podamos tener control sobre nuestras emociones.
La personalidad del ser humano está conformada por dos facetas que se interrelacionan: la mente pensante (el cerebro racional) y la mente sintiente (el cerebro emocional). En circunstancias normales, estas dos facetas de nuestra personalidad están en equilibrio y coordinadas una respecto a la otra. No obstante, cada una tiene su propia forma de expresarse. La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, se pone en marcha con mucha rapidez sin detenerse a analizar las consecuencias de una acción, sigue una lógica asociativa y un pensamiento basado en sensaciones. La mente racional, en cambio, establece relaciones entre causas y efectos y, cómo se apoya en evidencias objetivas, puede re-evaluar una situación concreta y cambiar una conclusión a la que había llegado previamente.
Bloqueos emocionales: Síndrome de Asperger
Según las investigaciones realizadas en Psicología, se ha podido comprobar que hay personas que adolecen de la capacidad de manifestar sus emociones, y en un sentido más amplio la incapacidad de reconocer, diferenciar y expresar los sentimientos. La persona que sufre este trastorno no suele ser consciente de su problema y se considera una persona normal. Sin embargo, tiene mucha dificultad para percibir las emociones, sean suyas o de los demás, se podría decir que le falta empatía, aunque recientemente se ha definido a este tipo de conductas como “Síndrome de Asperger”.
El síndrome de Asperger (nombrado así en memoria de Hans Asperger, médico austríaco) es un trastorno que lleva asociada una alteración neurobiológica, manifestando un conjunto de características mentales y de conducta que forma parte de los trastornos del espectro autista, ya que la persona con dicho diagnóstico muestra dificultades en la interacción social y en la comunicación. Sin embargo, las personas afectadas por este síndrome pueden desarrollar facultades mentales con alto índice intelectual, aunque solo en aquellas áreas que son de su interés.
El síndrome de Asperger (nombrado así en memoria de Hans Asperger, médico austríaco) es un trastorno que lleva asociada una alteración neurobiológica, manifestando un conjunto de características mentales y de conducta que forma parte de los trastornos del espectro autista, ya que la persona con dicho diagnóstico muestra dificultades en la interacción social y en la comunicación. Sin embargo, las personas afectadas por este síndrome pueden desarrollar facultades mentales con alto índice intelectual, aunque solo en aquellas áreas que son de su interés.
La empatía: Cómo potenciarla
La empatía es la habilidad para percibir y comprender los sentimientos, pensamientos y emociones de otras personas. Supone el saber ponerse en lugar del otro para entender su punto de vista. Las personas con gran autoestima y asertividad tienen mucha empatía, y son también las de más éxito social. Suelen ser personas que manifiestan un alto nivel de Inteligencia Emocional
Para mejorar nuestro nivel de empatía, conviene tener en cuenta los siguientes puntos:
1.- Confiar en los propios sentimientos. Es el punto de partida para poder intuir los sentimientos de los demás.
2.- Desarrollar la asertividad (la capacidad para defender nuestros derechos sin menoscabar los derechos de otros).
3.- Comprometerse con la sinceridad. No ocultar las emociones ni sentimientos, dejar que se manifiesten, pero con asertividad.
4.- Desconectar el "piloto automático". Evitar los prejuicios y posiciones fijas de antemano. Aumentar la receptividad no estancándose en perspectivas egocéntricas.
5.- Construir un clima de comprensión. Hay que saber prestar atención e interés en las situaciones sociales.
6.- Pensar verdaderamente en la otra persona, para tratar de averiguar cómo se siente.
7.- No provocar interrupciones bruscas en las conversaciones.
Al incrementar la empatía aumentamos también la inteligencia emocional. El sistema límbico nos conecta con las reservas de tipo emocional que toda persona acumula en su interior para dar respuesta a los requerimientos que la vida les presenta. La asertividad y la empatía son fundamentales en este proceso y su deficiencia nos impide mantener una relación armónica con el entorno.
Para mejorar nuestro nivel de empatía, conviene tener en cuenta los siguientes puntos:
1.- Confiar en los propios sentimientos. Es el punto de partida para poder intuir los sentimientos de los demás.
2.- Desarrollar la asertividad (la capacidad para defender nuestros derechos sin menoscabar los derechos de otros).
3.- Comprometerse con la sinceridad. No ocultar las emociones ni sentimientos, dejar que se manifiesten, pero con asertividad.
4.- Desconectar el "piloto automático". Evitar los prejuicios y posiciones fijas de antemano. Aumentar la receptividad no estancándose en perspectivas egocéntricas.
5.- Construir un clima de comprensión. Hay que saber prestar atención e interés en las situaciones sociales.
6.- Pensar verdaderamente en la otra persona, para tratar de averiguar cómo se siente.
7.- No provocar interrupciones bruscas en las conversaciones.
Al incrementar la empatía aumentamos también la inteligencia emocional. El sistema límbico nos conecta con las reservas de tipo emocional que toda persona acumula en su interior para dar respuesta a los requerimientos que la vida les presenta. La asertividad y la empatía son fundamentales en este proceso y su deficiencia nos impide mantener una relación armónica con el entorno.