Las experiencias vividas durante ese periodo quedan registradas en la psique como impactos emocionales que el niño y la niña aún no saben “colocar” pues sus procesos de razonamiento, reflexión, deducción y lógica aún no han aparecido.
En el proceso de maduración podríamos considerar tres etapas fundamentales:
En el proceso de maduración podríamos considerar tres etapas fundamentales:
- HASTA LOS TRES AÑOS. El niño comienza a estructurar su identidad. Descubre que él es una entidad separada del resto. Su código de comunicación es fundamentalmente afectivo. Aprende por imitación y repetición. Carece de la capacidad de reconocer que existe algo diferente a sí mismo, lo que ve lo percibe como unido a él. Es incapaz de discernir.
Principio de imitación: Todos podemos producir aquello que deseamos imitándolo. Los niños y las niñas Intentan imitar una y otra vez lo que les produce impactos agradables, imitan a los padres y adultos y buscan patrones analógicos de conducta.
Principio de contagio, resonancia o simpatía: Las cosas que han estado en contacto con ellos y ellas -y ya no lo están- tienen la misma influencia que si su contacto persistiera. En esa edad creemos que podemos influir desde lejos en personas, animales o cosas de las que tengamos algo. Vestimos las prendas de papá o mamá.
Durante este estadio de percepción el cerebro procesa la información de forma analógica y lo hace fundamentalmente a través de dos vertientes: la imitación y el contagio. La imitación hace que el niño repita una y otra vez lo que le reporta una gratificación (emitir un sonido, un gesto) y más adelante en imitar a sus padres o personas cercanas.
El contagio se basa en la resonancia o simpatía (vestir las prendas o guardar los objetos de aquello que quiere incorporar en su vida). Ej: Un niño ve en su oso de peluche a un oso de verdad (imitación). Si ese objeto pertenece a su madre lo aprecia aún más porque no sólo tiene a un oso de verdad, sino que por el principio de contagio tiene también a su madre.
Es la etapa de la formación del yo y es absolutamente necesario que existan estas identificaciones para que el proceso de maduración se produzca correctamente. Cuando durante la infancia no se han llevado a cabo estas identificaciones se arrastran después más allá de la adolescencia hasta el estado de adulto, buscando a nuestro padre y a nuestra madre en todas las personas de uno y otro sexo con las que nos encontramos, y ello es debido al no haber tenido afectivamente a nuestro padre o nuestra madre o a ninguno de los dos. La necesidad, la compulsión sí es una patología.
Se ha podido comprobar que el embrión primero, el feto después y el niño preverbal, finalmente, poseen estructuras de conciencia sumamente receptivas. Estas estructuras se expresan en lenguaje simbólico y analógico. Las ondas cerebrales que predominan son las ondas theta.
Principio de contagio, resonancia o simpatía: Las cosas que han estado en contacto con ellos y ellas -y ya no lo están- tienen la misma influencia que si su contacto persistiera. En esa edad creemos que podemos influir desde lejos en personas, animales o cosas de las que tengamos algo. Vestimos las prendas de papá o mamá.
Durante este estadio de percepción el cerebro procesa la información de forma analógica y lo hace fundamentalmente a través de dos vertientes: la imitación y el contagio. La imitación hace que el niño repita una y otra vez lo que le reporta una gratificación (emitir un sonido, un gesto) y más adelante en imitar a sus padres o personas cercanas.
El contagio se basa en la resonancia o simpatía (vestir las prendas o guardar los objetos de aquello que quiere incorporar en su vida). Ej: Un niño ve en su oso de peluche a un oso de verdad (imitación). Si ese objeto pertenece a su madre lo aprecia aún más porque no sólo tiene a un oso de verdad, sino que por el principio de contagio tiene también a su madre.
Es la etapa de la formación del yo y es absolutamente necesario que existan estas identificaciones para que el proceso de maduración se produzca correctamente. Cuando durante la infancia no se han llevado a cabo estas identificaciones se arrastran después más allá de la adolescencia hasta el estado de adulto, buscando a nuestro padre y a nuestra madre en todas las personas de uno y otro sexo con las que nos encontramos, y ello es debido al no haber tenido afectivamente a nuestro padre o nuestra madre o a ninguno de los dos. La necesidad, la compulsión sí es una patología.
Se ha podido comprobar que el embrión primero, el feto después y el niño preverbal, finalmente, poseen estructuras de conciencia sumamente receptivas. Estas estructuras se expresan en lenguaje simbólico y analógico. Las ondas cerebrales que predominan son las ondas theta.
- DESDE LOS SIETE AÑOS. En esta etapa de la infancia su andadura se ve afectada por la aparición de las ondas cerebrales beta, es un cambio gigantesco. Las ondas theta y el hemisferio cerebral derecho van perdiendo protagonismo y la energía se desplaza al hemisferio cerebral izquierdo, comienza una verbalización más madura, sus gestos, sus actitudes aún sin responder a un proceso racional –sino más bien por imitación- van haciendo incursiones en el mundo de los adultos, porque es lo que está especialmente premiado o favorecido por el entorno.
- HASTA LOS DOCE AÑOS. Preadolescencia. Las ondas beta dominan. La realidad se equipara al mundo de la vigilia. En este estadio la personalidad del adolescente adquiere sus rasgos definitivos. En la pubertad las identificaciones indican carencias no resueltas (buscar a nuestra madre o padre en aquellos con los que nos relacionamos) por no haberlos tenido en la infancia.
A partir de ese momento podríamos decir que la personalidad se esclerotiza y fundamentalmente reproduce patrones de conducta ya incorporados durante los primeros años de vida. Eso hace que esas etapas sean el marco de referencia, la ventana por donde el niño y la niña se asoman al mundo… lo que vivan durante esos años generará personas conscientes y con un adecuado desarrollo de sus capacidades o bien personas inmaduras, insatisfechas y con dificultades de relación.