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Aprender por comprensión o por dolor



Maria Pinar Merino Martin

17/04/2019

Dicen los sabios que el ser humano tiene dos caminos bien diferenciados para aprender: el primero es el de la comprensión y el segundo el del dolor. ¿Qué nos hace elegir uno u otro?



Photo by Duy Pham on Unsplash
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Si nos preguntarán todos elegiríamos el camino de la comprensión, aquel que nos permitiera afrontar los aprendizajes y las vicisitudes de la vida con entendimiento y aceptación, integrando las experiencias y transformándolas después en conocimiento.
 
Sin embargo, la mayoría no somos capaces de reconocer ese camino y casi siempre optamos por el segundo, el del dolor; ese que nos lleva a perdernos entre múltiples bifurcaciones, a que nos arrollen los acontecimientos, a perder nuestra seguridad y a colocarnos a merced de las circunstancias externas… Y en este proceso tiene una gran importancia nuestro mundo emocional.
 
Las emociones pueden nublar el entendimiento y oscurecer la razón impidiéndonos valorar adecuadamente los pocos parámetros que manejamos a la hora de tomar decisiones.
 
El remedio perfecto ya nos lo apuntan todas las tradiciones y filosofías desde tiempos remotos: escuchar al corazón, prestar atención a lo que nos dice ese órgano al que adjudicamos la generación de sentimientos.

GÉNESIS DE LA EMOCIÓN

Photo by Andi Rieger on Unsplash
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Pero para llegar a él tenemos que atravesar el mar proceloso de las emociones que, contra lo que muchos pueden pensar, proceden de la parte más sutil de nuestra mente, el subconsciente, ese gran desconocido, núcleo generador de nuestras pasiones y que se manifiesta fundamentalmente a través del hemisferio derecho de nuestro cerebro.
 
Veamos someramente como es el proceso: primero recibimos un estímulo, una percepción física a través de nuestros sentidos, o bien, tenemos un proceso mental interno a través de un recuerdo. Esa información pasa directamente a la zona correspondiente del córtex.
 
A partir de ese momento se desencadenan toda una serie de procesos físicos y nerviosos que se producen en el área del hipotálamo. Intervienen las glándulas pituitaria -o hipófisis- y pineal -o epífisis- entre las cuales se establecen estímulos y descargas químicas.
 
La información recibida se traduce y canaliza a través de dos vías: por un lado, la energía nerviosa actúa sobre las dos glándulas para que segreguen una serie de hormonas que se distribuyen por el torrente sanguíneo para producir emociones y sus correspondientes manifestaciones físicas. Por otro, la energía mental viaja a través de las cisuras del córtex excitando la parte derecha y occipital del cerebro, que corresponde al área que rige el subconsciente. Y es allí donde se "procesa" la información recibida.
 
El subconsciente funciona como un gran banco de datos de fácil acceso. Allí están almacenados recuerdos inconscientes de experiencias muy antiguas -algunas escuelas de filosofía vienen a llamar a esa información memoria perpetua y afirman que allí están registradas las experiencias asimiladas a lo largo de sucesivas encarnaciones- y también reside ahí la memoria temporal, correspondiente a los datos de esta vida y que estaría registrada en el sistema reticular del cerebro.
 
Una vez contrastada la información que hemos recibido con la voz de la experiencia (proveniente de estas dos memorias) es cuando se genera una respuesta para el individuo, un impulso de energía mental que sigue el mismo recorrido de vuelta. Se detiene un instante en el hipotálamo y, finalmente, llega al córtex para ser expresada.

EL PESO DEL PASADO

Photo by Ana Gabriel on Unsplash
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Pues bien, es en ese momento en el que se contrasta la información nueva con la ya almacenada cuando se producen las dificultades. Porque nuestra memoria, un mecanismo prodigioso, no sólo se limita a almacenar hechos, sino que tiene la virtud de que el recuerdo de ellos provoca en el organismo todo un torrente de emociones similar al que se produjo en el momento en que vivimos esa experiencia. Y ese flujo emocional tiene un gran peso específico en las decisiones que vamos a tomar o en la respuesta que vamos a dar.

Así pues, no nos podemos sustraer a la influencia de la memoria, hasta tal punto que vamos a dar más peso y valor a lo que nos llega internamente que a lo que acabamos de vivir del exterior.

¿Y qué significa esto? Pues que corremos el riesgo de dar una respuesta inadecuada ya que en muchas ocasiones en ella están incluidos los recuerdos del pasado con toda su carga de necesidades no cubiertas, carencias, expectativas, deseos insatisfechos, etc.

En suma, es difícil ser conscientes de la presión emocional que soportamos y sólo podremos lograrlo si proyectáramos el recuerdo fuera de nosotros, en una improvisada pantalla y nos colocamos como el espectador de una película, lo que nos permitirá alejarnos un poco de la situación para observarla con mayor amplitud y así tener más capacidad para dar una respuesta coherente.

Ese proceso emocional, tanto si tratamos con emociones negativas como positivas, siempre trastoca y descoloca a la persona, que sufre y goza con su proceso mental, con sus pensamientos, que en muchas ocasiones se convierten en bucles repetitivos, antesala de comportamientos neuróticos. 

Cuando las filosofías orientales nos hablan de acallar los pensamientos y las emociones se refieren a eso precisamente. Porque no se trata de ignorar las emociones sino de observarlas con atención, identificarlas y no dejarse arrastrar por ellas. Hay que colocarlas en el contexto adecuado para poder ver con mayor claridad y hacer una mejor gestión del proceso.

¿CÓMO GESTIONAR EL DOLOR?

Photo by Kelly Sikkema on Unsplash
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Hay una técnica en Psicología que es aplicable para contrarrestar cualquier síntoma de dolor, sea este físico o emocional. Se trata de centrarse en la sensación dolorosa -si es un problema físico- o en el pensamiento o emoción que nos hace daño -si es un conflicto psicológico.
 
Normalmente cuando sentimos dolor desplegamos un mecanismo de bloqueo, de resistencia, que intensifica aún más la sensación dolorosa. Se trataría de actuar de modo contrario: dejarlo pasar, no bloquearlo ni retenerlo, sino dejarlo ir a través de nuestro cuerpo.
 
Busca un momento de soledad y silencio. Relájate, ponte cómodo y afloja las tensiones de cualquier tipo. Lo primero que debes hacer es dar la bienvenida a ese dolor o a esa emoción incontrolada y dejar que la sensación dolorosa recorra tu cuerpo, que lo invada por completo. Piensa que se trata de algo que contiene en sí mismo los elementos curativos que necesitas.
 
Focaliza entonces tu atención en ese punto e intenta observarlo con la mente alerta y despierta. Verás que incluso puedes hacerlo más intenso, más fuerte, potenciarlo cuanto sea posible hasta alcanzar el grado máximo.
 
Veras que entonces, cuando se llega al punto álgido, se produce una descarga compensatoria al dejar fluir la corriente energética. Porque hay zonas de nuestro cerebro capaces de generar endorfinas y substancias analgésicas -mucho más potentes que la morfina- que se activarán ante el estímulo provocado. Después puedes visualizar como ese dolor o esa emoción, tras recorrer tu cuerpo, sale de él.
 
Puedes darle mentalmente incluso forma, textura, color, tamaño, etc. Y “meterlo” en un saco o en una caja; o simplemente lanzarlo fuera de ti, lejos, donde ya no te pueda dañar.
 
Se trata de un método efectivo de librarnos de la angustia, los pensamientos obsesivos, la tristeza, la ansiedad, etc.

¿QUÉ HEMOS APRENDIDO?

Photo by Hybrid on Unsplash
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Hasta es muy probable que durante el ejercicio -si hemos mantenido la mente atenta- podamos descubrir el por qué del momento que estamos atravesando y que nuestra intuición nos diga cuál es la lección a aprender de lo que estamos viviendo. En primer lugar hay que observar los pensamientos, después ser conscientes de las emociones que nos provocan y como tercer paso no dejarse arrastrar por ellas sino actuar como testigo de una situación externa a nosotros.
 
Es un proceso de desidentificación que nos hará ver claramente que uno no “es” sus pensamientos, ni sus emociones, como tampoco sus energías o su cuerpo físico; sino que Uno, el Ser, utiliza todos esos planos para manifestarse… pero que puede convertirse también en observador con conciencia plena y elegir conscientemente su trayectoria evolutiva. ¿Cómo? Pues escuchando el impulso interior que nos lleve a saber el propósito fundamental por el que hemos nacido, algo que está dentro de cada uno de nosotros y, por tanto, sólo nosotros podemos descubrir.




              



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