…Continuación del viaje.
El paraíso de los Kuna Yala
El cielo es azul, intensamente azul y el mar ha cambiado las aguas verdosas del río para convertirse en un azul intenso y trasparente. Al salir a mar abierto comienzan a aparecer pequeñas porciones de tierra de arenas blancas con palmeras que se elevan hacia el cielo. Estamos anonadamos ante tanta belleza. “Mira allí”, “Mirad aquella otra”, “Ved allí, allí delante” “Aquella es increíble, qué belleza!… Hay islas que sólo contienen una única palmera, no hay espacio para más.
Desembarcamos en Isla Tubasenika que será nuestro hogar durante cinco días. La arena es blanca y fina, hay enormes caracolas por todas partes como elementos decorativos… en la isla sólo hay unas cuantas cabañas que serán nuestro alojamiento, un gran cobertizo que hace las veces de comedor para todos, un espacio central –a modo de plaza- donde se puede tender una red para jugar a voley-ball, los sanitarios y duchas que están un poco más alejados… ¡y eso es todo! Se tarda unos cinco minutos en dar una vuelta alrededor de la isla.
Sorprende la transparencia del agua, los corales se ven a simple vista... Hay una zona acotada donde nos podemos bañar sin dañarlos.
Las mujeres se muestran muy serias y huidizas, no quieren hablar con nosotros, parece que no hablan mucho español, tienen un gesto adusto y van vestidas con su traje tradicional, un corpiño bordado con sus características molas, que en tejido de algodón, sobre fondo oscuro, bordan con colores haciendo complicados dibujos. Ellos en cambio visten al modo occidental, con grandes camisetas deportivas y gorras. Las mujeres se dedican a vender sus artesanías, mientras los hombres son los que manejan las embarcaciones y transportan viajeros y mercancías, ellos son quienes interactúan con nosotros, enseguida nos dicen sus nombres y nos preguntan el nuestro.
Nunca olvidaremos a Nelson, el cocinero, al viejo Eladio que nos servía la comida en la ventana-mostrador que nos separaba de la cocina, a Fernando y Onix que fueron hábiles barqueros sorteando las aguas poco profundas y llevándonos siempre por el camino más acertado.
Teníamos programada también la visita a la Nele, fue complicado contactar con ella para que nos recibiera. Éramos un grupo demasiado grande y no podía vernos a todos a la vez. Decidimos formar varios grupos.
Cuando llegamos a esa isla la primera expedición nos encontramos que era lo que ellos llamaban una isla habitada. Para construir sus casas han talado todas las palmeras, al no haber vegetación la temperatura es mucho más alta, no hay apenas árboles. Las casas se apiñan unas contra otras, no es como en las cabañas de la isla donde estamos alojados, que están separadas e independientes y donde han respetado las construcciones tradicionales de las cabañas de caña brava.
El encuentro con la Nele (mujer vidente)
Cuando nace una niña en la comunidad Kuna los ancianos y ancianas observan la placenta que la ha alimentado para buscar alguna señal que les diga si esa niña tiene capacidades para ser una futura Nele. Si el examen es positivo a esa niña la educan desde pequeña para que desarrolle sus capacidades de adivinación, diagnóstico y conexión con los espíritus. Es una figura muy respetada por toda la comunidad. Normalmente son mujeres pero de forma excepcional también puede ser un hombre.
Según parece, el trabajo de la Nele consiste en identificar las enfermedades de la persona asociándolas con la influencia de un animal. Después de su diagnóstico te envía a un hombre de medicina, un experto en plantas medicinales, que te hará un remedio a medida para ayudarte a luchar contra el espíritu de ese animal que te está causando el daño y así poder expulsarlo de tu cuerpo y sanar. En el brebaje que prepara (a base de plantas) incluye una serie de “espadas” que tienen la facultad de atacar al espíritu del animal que te está causando daño… y una vez que le has vencido la enfermedad teóricamente desaparece.
Llegamos a su cabaña, que era el hogar de la familia, no se diferenciaba en absoluto de las otras casas del poblado. Pensábamos encontrarnos en una cabaña ceremonial pero la Nele atiende en su propia casa.
Me hacen sentarme en una cama y frente a mí se coloca una anciana vestida con su traje típico, su corpiño de molas, su falda más larga que la de las jóvenes, sus piernas arqueadas y anilladas completamente desde los tobillos hasta la rodilla con pulseras de muchos colores. Sus antebrazos están igualmente anillados y la cabeza cubierta con una pañoleta.
Su tez es oscura, la piel seca y quemada por el sol con muchas arrugas. Su expresión es seria, el gesto adusto, con una mirada sin expresión, no mira a los ojos, sus ojos son negros pero muy huidizos, mantiene la cabeza baja mientras con un cartón a modo de abanico intenta mantener encendidas las brasas del sahumerio al que arroja algunas hierbas aromáticas y granos de cacao. Habla o reza en su lengua en un constante murmullo; a su lado hay una mujer joven, pienso que es la que va a traducir y me llevo la sorpresa de que es ella la Nele, la joven, que vive con su marido, dos niños de 3 y 5 años y los abuelos.
Comienza a explicarme lo que es una Nele, su voz es monótona –como si estuviera cansada de contar lo mismo una y otra vez- o tal vez utiliza las palabras como una especie de mantram para entrar en sintonía. Me explica que cuando termina de hacer las lecturas termina muy cansada porque tiene que “limpiar” a cada persona y después ella tiene que hacerse unos tratamientos curativos para poder recuperar su energía y poder, de esa manera, seguir haciendo su trabajo ayudando a los demás, me explica que si no lo hace así terminaría por enfermar.
Fuma constantemente su pipa de tabaco, parece que es su forma de conectarse con los espíritus de la sabiduría que la ayudan a leer en el cuerpo de la persona los males que tiene.
Identifica cada dolencia con el espíritu de un animal, una manta raya, una serpiente, un colibrí, una tortuga… Cuando termina le pido permiso para hacerle algunas preguntas y para pedir aclaraciones sobre lo que me ha dicho. Intento indagar qué hay tras los desarreglos que ella ha encontrado pero me dice que no sabe identificarlo con problemas emocionales o con las causas que han originado el daño. Tampoco quiere hablar de circunstancias de mi vida o de los miembros de mi familia, intento preguntarle por mi hijo pero ella insiste en que sólo ve el espíritu de los animales que producen las enfermedades.
Se está haciendo de noche y los chicos de las barcas nos dicen que después de las seis de la tarde ellos no pueden navegar, que les ponen una multa si lo hacen, que ya no podemos llegar a nuestra isla de día.
Así que –sin haber terminado la lectura a todo el grupo- corremos hacia el embarcadero pidiéndoles por favor que nos lleven, que ya arreglaremos lo de la multa si se produce.
Emprendemos el regreso, ya está anocheciendo y antes de que nos demos cuenta es noche cerrada, no se ve nada, no sé como se pueden orientar, notamos que cambian de rumbo varias veces, en la oscuridad no hay referencias, la mayoría de las islas no tienen electricidad y no hay ninguna luz, ni baliza, ni señal de ningún tipo que pueda servir de guía a las embarcaciones, así que navegamos a ciegas. Vamos agarrados a la barca, tensos, todos en silencio, sólo hablan los dos kuna que nos acompañan.
Uno va delante en la proa, atisbando el horizonte, el otro detrás, al timón. Hablan constantemente en su idioma y empezamos a estar preocupados porque no se ve nada. A lo lejos empiezan a aparecer algunas luces y eso les sirve de referencia, no es nuestra isla pero la han identificado y desde ahí pueden encaminarse. El viaje se hace largo, primero porque no vamos tan rápido como antes y segundo porque no avanzamos en línea recta sino que van buscando referentes y cuando los encuentran corrigen el rumbo.
Después de más de una hora nos dicen que las luces que se ven allá al fondo son de nuestra isla. Respiramos aliviados.
Nos acercamos muy despacio, la oscuridad es total, la luna aún no ha salido y el embarcadero no tiene ni una sola luz… vemos a José y a Victoria que en tierra firme nos hacen señales con dos pequeñas linternas, poco a poco nos vamos aproximando, eludiendo las otras barcas que estaban ancladas y también los corales y las rocas que rodean el embarcadero. Cuando por fin pisamos tierra firme nos sentimos muy aliviados.
Cenamos, ya estaban todos esperándonos. Tras la cena compartimos la experiencia de la Nele y se elige el grupo que irá a visitarla al día siguiente, el resto se quedarán a disfrutar de nuestra maravillosa isla.
El paraíso de los Kuna Yala
El cielo es azul, intensamente azul y el mar ha cambiado las aguas verdosas del río para convertirse en un azul intenso y trasparente. Al salir a mar abierto comienzan a aparecer pequeñas porciones de tierra de arenas blancas con palmeras que se elevan hacia el cielo. Estamos anonadamos ante tanta belleza. “Mira allí”, “Mirad aquella otra”, “Ved allí, allí delante” “Aquella es increíble, qué belleza!… Hay islas que sólo contienen una única palmera, no hay espacio para más.
Desembarcamos en Isla Tubasenika que será nuestro hogar durante cinco días. La arena es blanca y fina, hay enormes caracolas por todas partes como elementos decorativos… en la isla sólo hay unas cuantas cabañas que serán nuestro alojamiento, un gran cobertizo que hace las veces de comedor para todos, un espacio central –a modo de plaza- donde se puede tender una red para jugar a voley-ball, los sanitarios y duchas que están un poco más alejados… ¡y eso es todo! Se tarda unos cinco minutos en dar una vuelta alrededor de la isla.
Sorprende la transparencia del agua, los corales se ven a simple vista... Hay una zona acotada donde nos podemos bañar sin dañarlos.
Las mujeres se muestran muy serias y huidizas, no quieren hablar con nosotros, parece que no hablan mucho español, tienen un gesto adusto y van vestidas con su traje tradicional, un corpiño bordado con sus características molas, que en tejido de algodón, sobre fondo oscuro, bordan con colores haciendo complicados dibujos. Ellos en cambio visten al modo occidental, con grandes camisetas deportivas y gorras. Las mujeres se dedican a vender sus artesanías, mientras los hombres son los que manejan las embarcaciones y transportan viajeros y mercancías, ellos son quienes interactúan con nosotros, enseguida nos dicen sus nombres y nos preguntan el nuestro.
Nunca olvidaremos a Nelson, el cocinero, al viejo Eladio que nos servía la comida en la ventana-mostrador que nos separaba de la cocina, a Fernando y Onix que fueron hábiles barqueros sorteando las aguas poco profundas y llevándonos siempre por el camino más acertado.
Teníamos programada también la visita a la Nele, fue complicado contactar con ella para que nos recibiera. Éramos un grupo demasiado grande y no podía vernos a todos a la vez. Decidimos formar varios grupos.
Cuando llegamos a esa isla la primera expedición nos encontramos que era lo que ellos llamaban una isla habitada. Para construir sus casas han talado todas las palmeras, al no haber vegetación la temperatura es mucho más alta, no hay apenas árboles. Las casas se apiñan unas contra otras, no es como en las cabañas de la isla donde estamos alojados, que están separadas e independientes y donde han respetado las construcciones tradicionales de las cabañas de caña brava.
El encuentro con la Nele (mujer vidente)
Cuando nace una niña en la comunidad Kuna los ancianos y ancianas observan la placenta que la ha alimentado para buscar alguna señal que les diga si esa niña tiene capacidades para ser una futura Nele. Si el examen es positivo a esa niña la educan desde pequeña para que desarrolle sus capacidades de adivinación, diagnóstico y conexión con los espíritus. Es una figura muy respetada por toda la comunidad. Normalmente son mujeres pero de forma excepcional también puede ser un hombre.
Según parece, el trabajo de la Nele consiste en identificar las enfermedades de la persona asociándolas con la influencia de un animal. Después de su diagnóstico te envía a un hombre de medicina, un experto en plantas medicinales, que te hará un remedio a medida para ayudarte a luchar contra el espíritu de ese animal que te está causando el daño y así poder expulsarlo de tu cuerpo y sanar. En el brebaje que prepara (a base de plantas) incluye una serie de “espadas” que tienen la facultad de atacar al espíritu del animal que te está causando daño… y una vez que le has vencido la enfermedad teóricamente desaparece.
Llegamos a su cabaña, que era el hogar de la familia, no se diferenciaba en absoluto de las otras casas del poblado. Pensábamos encontrarnos en una cabaña ceremonial pero la Nele atiende en su propia casa.
Me hacen sentarme en una cama y frente a mí se coloca una anciana vestida con su traje típico, su corpiño de molas, su falda más larga que la de las jóvenes, sus piernas arqueadas y anilladas completamente desde los tobillos hasta la rodilla con pulseras de muchos colores. Sus antebrazos están igualmente anillados y la cabeza cubierta con una pañoleta.
Su tez es oscura, la piel seca y quemada por el sol con muchas arrugas. Su expresión es seria, el gesto adusto, con una mirada sin expresión, no mira a los ojos, sus ojos son negros pero muy huidizos, mantiene la cabeza baja mientras con un cartón a modo de abanico intenta mantener encendidas las brasas del sahumerio al que arroja algunas hierbas aromáticas y granos de cacao. Habla o reza en su lengua en un constante murmullo; a su lado hay una mujer joven, pienso que es la que va a traducir y me llevo la sorpresa de que es ella la Nele, la joven, que vive con su marido, dos niños de 3 y 5 años y los abuelos.
Comienza a explicarme lo que es una Nele, su voz es monótona –como si estuviera cansada de contar lo mismo una y otra vez- o tal vez utiliza las palabras como una especie de mantram para entrar en sintonía. Me explica que cuando termina de hacer las lecturas termina muy cansada porque tiene que “limpiar” a cada persona y después ella tiene que hacerse unos tratamientos curativos para poder recuperar su energía y poder, de esa manera, seguir haciendo su trabajo ayudando a los demás, me explica que si no lo hace así terminaría por enfermar.
Fuma constantemente su pipa de tabaco, parece que es su forma de conectarse con los espíritus de la sabiduría que la ayudan a leer en el cuerpo de la persona los males que tiene.
Identifica cada dolencia con el espíritu de un animal, una manta raya, una serpiente, un colibrí, una tortuga… Cuando termina le pido permiso para hacerle algunas preguntas y para pedir aclaraciones sobre lo que me ha dicho. Intento indagar qué hay tras los desarreglos que ella ha encontrado pero me dice que no sabe identificarlo con problemas emocionales o con las causas que han originado el daño. Tampoco quiere hablar de circunstancias de mi vida o de los miembros de mi familia, intento preguntarle por mi hijo pero ella insiste en que sólo ve el espíritu de los animales que producen las enfermedades.
Se está haciendo de noche y los chicos de las barcas nos dicen que después de las seis de la tarde ellos no pueden navegar, que les ponen una multa si lo hacen, que ya no podemos llegar a nuestra isla de día.
Así que –sin haber terminado la lectura a todo el grupo- corremos hacia el embarcadero pidiéndoles por favor que nos lleven, que ya arreglaremos lo de la multa si se produce.
Emprendemos el regreso, ya está anocheciendo y antes de que nos demos cuenta es noche cerrada, no se ve nada, no sé como se pueden orientar, notamos que cambian de rumbo varias veces, en la oscuridad no hay referencias, la mayoría de las islas no tienen electricidad y no hay ninguna luz, ni baliza, ni señal de ningún tipo que pueda servir de guía a las embarcaciones, así que navegamos a ciegas. Vamos agarrados a la barca, tensos, todos en silencio, sólo hablan los dos kuna que nos acompañan.
Uno va delante en la proa, atisbando el horizonte, el otro detrás, al timón. Hablan constantemente en su idioma y empezamos a estar preocupados porque no se ve nada. A lo lejos empiezan a aparecer algunas luces y eso les sirve de referencia, no es nuestra isla pero la han identificado y desde ahí pueden encaminarse. El viaje se hace largo, primero porque no vamos tan rápido como antes y segundo porque no avanzamos en línea recta sino que van buscando referentes y cuando los encuentran corrigen el rumbo.
Después de más de una hora nos dicen que las luces que se ven allá al fondo son de nuestra isla. Respiramos aliviados.
Nos acercamos muy despacio, la oscuridad es total, la luna aún no ha salido y el embarcadero no tiene ni una sola luz… vemos a José y a Victoria que en tierra firme nos hacen señales con dos pequeñas linternas, poco a poco nos vamos aproximando, eludiendo las otras barcas que estaban ancladas y también los corales y las rocas que rodean el embarcadero. Cuando por fin pisamos tierra firme nos sentimos muy aliviados.
Cenamos, ya estaban todos esperándonos. Tras la cena compartimos la experiencia de la Nele y se elige el grupo que irá a visitarla al día siguiente, el resto se quedarán a disfrutar de nuestra maravillosa isla.
Viviendo en el paraíso
Cuando llega el momento de desayunar, comer o cenar los indígenas tocan una caracola que es el aviso de llamada. Las comidas son muy repetitivas, no hay variedad… uno de los días les proponemos pagar un extra y comer langosta para todos… ese día fue un festín.
A veces, después de cenar organizábamos algunos juegos sencillos y ellos se quedaban boquiabiertos, y al día siguiente nos pedían que hiciéramos más juegos, ¡otra vez, otra vez! ¡Ahora haces tic-tac, tic-tac, tic-tac! (un juego infantil que intentaba coordinar movimientos a un ritmo cada vez más rápido).
Son ingenuos y sencillos, su sonrisa es franca y son muy amables, muy tímidos también, se nota que no están acostumbrados al contacto con los extranjeros… Las mujeres que estaban ayudando al cocinero siguen manteniéndose voluntariamente al margen, no conseguí oír el tono de su voz en los cinco días que estuvimos con ellas, respondían a los saludos con una inclinación de cabeza, siempre llevan los ojos bajos y se muestran evasivas.
El tiempo en la isla transcurría de una manera completamente distinta a lo que estamos acostumbrados; nos levantábamos temprano, en cuanto amanecía. El cielo y el mar estaban apenas separados por una fina línea, el cielo limpio y sin nubes, las palmeras a nuestro lado soltando sus cocos de vez en cuando… y solía venir un indígena solícito a ofrecerse a abrirte el coco, lo agujereaba para meter una pajita y una vez que te habías bebido el líquido lo troceaba y te lo daba… ¡estaba delicioso! Hasta que algunos de nuestros chicos aprendieron a abrirlos ellos mismos, algo que celebrábamos todos como una gran hazaña.
Las cabañas eran de caña brava, con poca intimidad, el techado de paja, el suelo de arena por donde corrían por la noche los cangrejos blancos a gran velocidad. Las camas eran unos soportes de madera con colchones y algo parecido a unas sábanas… pero cuando salías y mirabas aquel mar, aquel cielo, cuando escuchabas el sonido de las caracolas que se amontonaban junto a las puertas, cuando sentías la brisa o el ruido seco de un coco al estrellarse contra la arena… cuando te mecías en la hamaca que tenías a la puerta de tu cabaña sujeta entre dos palmeras, cuando dabas una vuelta entera a la isla en apenas 5 minutos, cuando te bañabas en la zona de la playa que estaba libre de corales y sentías la caricia de esa agua sin oleaje, tranquila como un lago, algo sucedía en la mente y se quedaba en un estado de observación permanente, sin elaborar, sin analizar, sin reflexionar, sólo estando… Era imposible salirse del presente, no podíamos proyectarnos hacia el futuro pero tampoco recordar el pasado, solamente de vez en cuando alguien decía: “Tengo que sacar una foto para poder después corroborar que no ha sido un sueño, que he estado aquí”.
Nuestra pequeña isla tenía un habitante especial: un halcón que surcaba el cielo majestuoso con un vuelo circular; volaba como si aquel pedazo de tierra fuera de su propiedad, era hermoso verle volar con sus alas extendidas o posarse en la arena mirando desafiante a su alrededor. Era un animal sagrado y era una bendición tenerle allí.
Cada mañana, después de desayunar, venían a buscarnos las barcas para ir a visitar distintas islas: Isla Perro, Isla Estrella, Isla Pelícano…, son lugares increíbles que sólo formaban parte de nuestros mejores sueños. Cada una que conocíamos nos parecía más hermosa que la anterior.
La primera que nos acogió fue Isla Perro, era también pequeña y tenía la particularidad de que había un barco hundido muy cerca de la playa y eso nos permitía bucear y descubrir los corales que se habían adherido al barco de hierro forrándolo por completo. Teníamos a nuestra disposición equipos de gafas y tubos de snorkel para poder ver los corales, los peces y los preciosos fondos. Algunas islas estaban perfectamente acondicionadas ya para los turistas: tenían bebidas frías y vendían sus artesanías.
Otro día fuimos a la Isla Estrella, la particularidad de esta pequeña isla era que podías encontrar una gran cantidad de estrellas de mar, rojas, anaranjadas, marrones… te bañabas y cuando mirabas el fondo descubrías a tu alrededor, seis, ocho, diez… estrellas que reposaban tranquilamente en la arena.
La Isla Pelícano, de extraordinaria belleza, arena blanca y una ligera pradera entre las palmeras, no había cabañas, no había nada, era virgen, absolutamente virgen.
Buscar caracolas se convirtió en una buen pasatiempo para algunos, tenían un tamaño extraordinario y pesaban un montón, a algunas tuvimos que lavarlas bien pues tenían dentro el bicho muerto y olían muy mal, pero los indígenas se ofrecían a limpiarlas con un líquido que ellos usaban, podíamos traer unos magníficos recuerdos de nuestro paso por Panamá, la pena era que pesaban demasiado.
Visita a la Casa del Congreso. Nos recibe el Shaila.
El último día de nuestra estancia en la isla fuimos a visitar a la isla del Congreso: Marmadú, donde se reunían todos los representantes del pueblo kuna para tomar decisiones que después tenían que ser refrendadas por el gobierno central.
Allí fuimos recibidos por los Shailas, que son las autoridades representativas de cada grupo de islas. Llegamos a una isla muy grande, que estaba a una media hora de la nuestra, había muchos edificios de cemento y ladrillo y estaba muy poblada. Vimos la escuela y nos dirigimos seguidos por buena parte de los chiquillos de la isla hasta la cabaña del Congreso. Allí cuatro o cinco ancianos nos esperaban. Un guía hizo de traductor para transmitirnos sus palabras y también nuestras preguntas.
Pusimos en el centro de la cabaña los alimentos que habíamos traído desde el continente: arroz, harina, azúcar, leche en polvo, aceite… como agradecimiento por ser recibidos por ellos y para ayudar a la comunidad. Nos lo agradeció el Shaila mayor que era un hombre delgado, enjuto, con un sombrero de fieltro que estaba sentado en una de las hamacas, en el centro de la gran sala, en sendas hamacas había también otros ancianos, ninguno de ellos llevaba la cabeza descubierta, vestían al modo occidental.
Tanto Marianella como José tienen su propio nombre Kuna, ya que la comunidad les aceptó como miembros. Ella se llama Medigonchi y José es Kubiler.
José nos había contado que cuando se trasladó a vivir a Panamá pidió audiencia para ver al Consejo de los Shailas y pedirles permiso para estudiar su medicina; le tuvieron durante varias horas –hasta bien entrada la noche- hablando sobre la idea que él tenía de la medicina y sobre las técnicas que él empleaba; al final recibió permiso para visitarles y hoy le identifican con el nombre de Kubiler, que fue un gran médico de la cultura kuna, todo un honor para José.
Primero nos pidieron que nos presentáramos cada uno, fuimos diciendo nuestro nombre, de dónde veníamos y a qué nos dedicábamos. Fuimos presentados por José como colaboradores y cooperantes de la Fundación Valores y que estábamos involucrados en proyectos de medio ambiente, de integración, de justicia social, etc. defendiendo los principios de la Carta de la Tierra.
Cuando llega el momento de desayunar, comer o cenar los indígenas tocan una caracola que es el aviso de llamada. Las comidas son muy repetitivas, no hay variedad… uno de los días les proponemos pagar un extra y comer langosta para todos… ese día fue un festín.
A veces, después de cenar organizábamos algunos juegos sencillos y ellos se quedaban boquiabiertos, y al día siguiente nos pedían que hiciéramos más juegos, ¡otra vez, otra vez! ¡Ahora haces tic-tac, tic-tac, tic-tac! (un juego infantil que intentaba coordinar movimientos a un ritmo cada vez más rápido).
Son ingenuos y sencillos, su sonrisa es franca y son muy amables, muy tímidos también, se nota que no están acostumbrados al contacto con los extranjeros… Las mujeres que estaban ayudando al cocinero siguen manteniéndose voluntariamente al margen, no conseguí oír el tono de su voz en los cinco días que estuvimos con ellas, respondían a los saludos con una inclinación de cabeza, siempre llevan los ojos bajos y se muestran evasivas.
El tiempo en la isla transcurría de una manera completamente distinta a lo que estamos acostumbrados; nos levantábamos temprano, en cuanto amanecía. El cielo y el mar estaban apenas separados por una fina línea, el cielo limpio y sin nubes, las palmeras a nuestro lado soltando sus cocos de vez en cuando… y solía venir un indígena solícito a ofrecerse a abrirte el coco, lo agujereaba para meter una pajita y una vez que te habías bebido el líquido lo troceaba y te lo daba… ¡estaba delicioso! Hasta que algunos de nuestros chicos aprendieron a abrirlos ellos mismos, algo que celebrábamos todos como una gran hazaña.
Las cabañas eran de caña brava, con poca intimidad, el techado de paja, el suelo de arena por donde corrían por la noche los cangrejos blancos a gran velocidad. Las camas eran unos soportes de madera con colchones y algo parecido a unas sábanas… pero cuando salías y mirabas aquel mar, aquel cielo, cuando escuchabas el sonido de las caracolas que se amontonaban junto a las puertas, cuando sentías la brisa o el ruido seco de un coco al estrellarse contra la arena… cuando te mecías en la hamaca que tenías a la puerta de tu cabaña sujeta entre dos palmeras, cuando dabas una vuelta entera a la isla en apenas 5 minutos, cuando te bañabas en la zona de la playa que estaba libre de corales y sentías la caricia de esa agua sin oleaje, tranquila como un lago, algo sucedía en la mente y se quedaba en un estado de observación permanente, sin elaborar, sin analizar, sin reflexionar, sólo estando… Era imposible salirse del presente, no podíamos proyectarnos hacia el futuro pero tampoco recordar el pasado, solamente de vez en cuando alguien decía: “Tengo que sacar una foto para poder después corroborar que no ha sido un sueño, que he estado aquí”.
Nuestra pequeña isla tenía un habitante especial: un halcón que surcaba el cielo majestuoso con un vuelo circular; volaba como si aquel pedazo de tierra fuera de su propiedad, era hermoso verle volar con sus alas extendidas o posarse en la arena mirando desafiante a su alrededor. Era un animal sagrado y era una bendición tenerle allí.
Cada mañana, después de desayunar, venían a buscarnos las barcas para ir a visitar distintas islas: Isla Perro, Isla Estrella, Isla Pelícano…, son lugares increíbles que sólo formaban parte de nuestros mejores sueños. Cada una que conocíamos nos parecía más hermosa que la anterior.
La primera que nos acogió fue Isla Perro, era también pequeña y tenía la particularidad de que había un barco hundido muy cerca de la playa y eso nos permitía bucear y descubrir los corales que se habían adherido al barco de hierro forrándolo por completo. Teníamos a nuestra disposición equipos de gafas y tubos de snorkel para poder ver los corales, los peces y los preciosos fondos. Algunas islas estaban perfectamente acondicionadas ya para los turistas: tenían bebidas frías y vendían sus artesanías.
Otro día fuimos a la Isla Estrella, la particularidad de esta pequeña isla era que podías encontrar una gran cantidad de estrellas de mar, rojas, anaranjadas, marrones… te bañabas y cuando mirabas el fondo descubrías a tu alrededor, seis, ocho, diez… estrellas que reposaban tranquilamente en la arena.
La Isla Pelícano, de extraordinaria belleza, arena blanca y una ligera pradera entre las palmeras, no había cabañas, no había nada, era virgen, absolutamente virgen.
Buscar caracolas se convirtió en una buen pasatiempo para algunos, tenían un tamaño extraordinario y pesaban un montón, a algunas tuvimos que lavarlas bien pues tenían dentro el bicho muerto y olían muy mal, pero los indígenas se ofrecían a limpiarlas con un líquido que ellos usaban, podíamos traer unos magníficos recuerdos de nuestro paso por Panamá, la pena era que pesaban demasiado.
Visita a la Casa del Congreso. Nos recibe el Shaila.
El último día de nuestra estancia en la isla fuimos a visitar a la isla del Congreso: Marmadú, donde se reunían todos los representantes del pueblo kuna para tomar decisiones que después tenían que ser refrendadas por el gobierno central.
Allí fuimos recibidos por los Shailas, que son las autoridades representativas de cada grupo de islas. Llegamos a una isla muy grande, que estaba a una media hora de la nuestra, había muchos edificios de cemento y ladrillo y estaba muy poblada. Vimos la escuela y nos dirigimos seguidos por buena parte de los chiquillos de la isla hasta la cabaña del Congreso. Allí cuatro o cinco ancianos nos esperaban. Un guía hizo de traductor para transmitirnos sus palabras y también nuestras preguntas.
Pusimos en el centro de la cabaña los alimentos que habíamos traído desde el continente: arroz, harina, azúcar, leche en polvo, aceite… como agradecimiento por ser recibidos por ellos y para ayudar a la comunidad. Nos lo agradeció el Shaila mayor que era un hombre delgado, enjuto, con un sombrero de fieltro que estaba sentado en una de las hamacas, en el centro de la gran sala, en sendas hamacas había también otros ancianos, ninguno de ellos llevaba la cabeza descubierta, vestían al modo occidental.
Tanto Marianella como José tienen su propio nombre Kuna, ya que la comunidad les aceptó como miembros. Ella se llama Medigonchi y José es Kubiler.
José nos había contado que cuando se trasladó a vivir a Panamá pidió audiencia para ver al Consejo de los Shailas y pedirles permiso para estudiar su medicina; le tuvieron durante varias horas –hasta bien entrada la noche- hablando sobre la idea que él tenía de la medicina y sobre las técnicas que él empleaba; al final recibió permiso para visitarles y hoy le identifican con el nombre de Kubiler, que fue un gran médico de la cultura kuna, todo un honor para José.
Primero nos pidieron que nos presentáramos cada uno, fuimos diciendo nuestro nombre, de dónde veníamos y a qué nos dedicábamos. Fuimos presentados por José como colaboradores y cooperantes de la Fundación Valores y que estábamos involucrados en proyectos de medio ambiente, de integración, de justicia social, etc. defendiendo los principios de la Carta de la Tierra.
Diálogo con el Shaila
Finalmente habló en su lengua nativa:
-“Agradezco a todos vuestros regalos y vuestra presencia. Venís de muy lejos, no nos conocíamos pero ahora estamos cara a cara. Habéis dicho cada uno lo que hacéis, ahora es mi turno. Soy el Shaila de este grupo de comunidades Kuna. Todos los días pido a Dios que nadie pase hambre, que haya paz, armonía y alegría entre los hermanos. Marmadú es un pueblo aparte, la comunidad trabaja, cultiva y cosecha las tierras del litoral y se reparte entre toda nuestra gran familia. Agradezco a Dios os ha traído a este pueblo para repartir vuestro donativo. Voy a explicaros sobre nuestro Congreso, en su lado político y cultural. El Congreso es el encargado de difundir la cultura Kuna, lo hacemos reuniéndonos todos, hablamos de Dios y luego de los problemas de la Comunidad. En Junio tendremos una reunión los representantes de todos los pueblos Kuna y transmitiremos el conocimiento a través de cantos, es la forma en que hemos aprendido de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros ancestros. La mujer sólo puede tener un hombre y el hombre una sola mujer. Los kuna tienen el deber de ser amables y dar comida al que llega. Educamos a los niños y jóvenes en los valores. El trabajo es importante para nosotros, sabemos que no podemos esperar que alguien de fuera nos traiga la comida, nos moriríamos de hambre. Hoy todo es más caro, todo cuesta mucho dinero. Pero Dios nos ha dado un territorio litoral grande donde podemos cultivar la tierra para alimentar a nuestro pueblo”.
Y después permitió que les hiciéramos preguntas.
¿Cómo se elige el Shaila?
-Debe ser una persona –hombre o mujer- que no beba, debe ser recto como un palo. Yo estoy en este cargo desde el año 1981, los líderes me eligieron pero si hago algo mal me destituirán, si no seguiré haciendo este trabajo hasta que Dios me llame.
¿Quién ostenta el poder religioso?
-Soy la autoridad religiosa también. Nuestro Dios es Iba Orbum.
¿Hay transmisión del conocimiento a través de la escritura o todo es oral?
-También tenemos la escritura para conservar las tradiciones, pero seguimos siendo fieles a los cantos.
¿Cómo es la relación con el gobierno del país?
-El gobierno central de Panamá respeta las tradiciones Kuna y nos ha permitido que la educación de la escuela se haga en lengua kuna para nuestros niños.
¿La justicia es aplicada por ustedes o por el gobierno central?
-Si hay conflicto entre personas se discute en el seno del Congreso y el Shaila aplica lo acordado.
El Shaila es la máxima autoridad del Congreso kuna que reúne a 49 pueblos. Hay 32.240 habitantes kuna, aquí en Marmadú somos 1.500. Cuando hay un problema grande nos reunimos todos, hace dos años se perdió una niña, nos reunimos para fumar una pipa y a los cuatro días la encontramos, respetamos nuestra tradición, participó todo el pueblo en la ceremonia. Yo me dedico a cuidar de mi pueblo en lo político, económico y espiritual.
¿Qué número de hijos tiene cada familia?
-Cada pareja tiene los hijos que quiera, 5, 10, los que quiera.
¿Nos puede hablar de cómo se comunican con su Dios?
-Es a través de los ansones o las neles que son personas que se comunican con Dios. Ella ve la enfermedad y el espíritu que la alimenta y manda los remedios para curarse.
¿Cómo surgió el pueblo Kuna? ¿Cuáles son sus orígenes?
-Los primeros ancestros kuna llegaron aquí desde Colombia y el Bayano… En 1925 hubo una revolución. El estado panameño no nos respetaba y luchamos para defender nuestra cultura, conseguimos su respeto. Cuando tenemos Congreso General viene un representante del gobierno como testigo para informar de los acuerdos que tomamos.
Y, finalmente, nos despidió:
-Estoy muy agradecido por su visita, les recordaré siempre, pediré a Dios por su buena salud y también que algún día regresen a compartir con mi pueblo. Cuando hoy nos reunamos les hablaré de su donativo y les diré a los comuneros de dónde viene y quién lo trajo. La comida es para los niños y los abuelos, después para los shailas.
Salimos de la cabaña, los niños nos siguen hasta el embarcadero, al pasar por la plaza nos detenemos un momento a ver la escuela, es un edificio de cemento pintado de blanco de paredes desconchadas, está muy deteriorado, sin cristales en las ventanas, sólo los huecos… hay muchos niños correteando y jugando, sólo las mujeres se mantienen fieles a vestir su traje tradicional. Se mantienen alejadas y silenciosas, empeñadas en ocultarnos su mirada. Algunas están sentadas en la puerta de su casa bordando las molas, que exponen a los turistas en un pequeño mostrador, pero ni siquiera las ofrecen como sucede en otros países que te abordan para que compres, aquí no hay ninguna presión y tampoco están abiertos al regateo. Los precios son también aleatorios, a veces te dan un precio por una prenda y poco después te dicen otro mayor, así que no sabemos si es que no conocen suficientemente nuestro idioma o es que no saben lo que piden.
Abandonamos la isla y nos dirigimos hacia Tubasenika, una imagen que ya nos resulta familiar y que reconocemos en el horizonte en cuanto la vemos.
Finalmente habló en su lengua nativa:
-“Agradezco a todos vuestros regalos y vuestra presencia. Venís de muy lejos, no nos conocíamos pero ahora estamos cara a cara. Habéis dicho cada uno lo que hacéis, ahora es mi turno. Soy el Shaila de este grupo de comunidades Kuna. Todos los días pido a Dios que nadie pase hambre, que haya paz, armonía y alegría entre los hermanos. Marmadú es un pueblo aparte, la comunidad trabaja, cultiva y cosecha las tierras del litoral y se reparte entre toda nuestra gran familia. Agradezco a Dios os ha traído a este pueblo para repartir vuestro donativo. Voy a explicaros sobre nuestro Congreso, en su lado político y cultural. El Congreso es el encargado de difundir la cultura Kuna, lo hacemos reuniéndonos todos, hablamos de Dios y luego de los problemas de la Comunidad. En Junio tendremos una reunión los representantes de todos los pueblos Kuna y transmitiremos el conocimiento a través de cantos, es la forma en que hemos aprendido de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros ancestros. La mujer sólo puede tener un hombre y el hombre una sola mujer. Los kuna tienen el deber de ser amables y dar comida al que llega. Educamos a los niños y jóvenes en los valores. El trabajo es importante para nosotros, sabemos que no podemos esperar que alguien de fuera nos traiga la comida, nos moriríamos de hambre. Hoy todo es más caro, todo cuesta mucho dinero. Pero Dios nos ha dado un territorio litoral grande donde podemos cultivar la tierra para alimentar a nuestro pueblo”.
Y después permitió que les hiciéramos preguntas.
¿Cómo se elige el Shaila?
-Debe ser una persona –hombre o mujer- que no beba, debe ser recto como un palo. Yo estoy en este cargo desde el año 1981, los líderes me eligieron pero si hago algo mal me destituirán, si no seguiré haciendo este trabajo hasta que Dios me llame.
¿Quién ostenta el poder religioso?
-Soy la autoridad religiosa también. Nuestro Dios es Iba Orbum.
¿Hay transmisión del conocimiento a través de la escritura o todo es oral?
-También tenemos la escritura para conservar las tradiciones, pero seguimos siendo fieles a los cantos.
¿Cómo es la relación con el gobierno del país?
-El gobierno central de Panamá respeta las tradiciones Kuna y nos ha permitido que la educación de la escuela se haga en lengua kuna para nuestros niños.
¿La justicia es aplicada por ustedes o por el gobierno central?
-Si hay conflicto entre personas se discute en el seno del Congreso y el Shaila aplica lo acordado.
El Shaila es la máxima autoridad del Congreso kuna que reúne a 49 pueblos. Hay 32.240 habitantes kuna, aquí en Marmadú somos 1.500. Cuando hay un problema grande nos reunimos todos, hace dos años se perdió una niña, nos reunimos para fumar una pipa y a los cuatro días la encontramos, respetamos nuestra tradición, participó todo el pueblo en la ceremonia. Yo me dedico a cuidar de mi pueblo en lo político, económico y espiritual.
¿Qué número de hijos tiene cada familia?
-Cada pareja tiene los hijos que quiera, 5, 10, los que quiera.
¿Nos puede hablar de cómo se comunican con su Dios?
-Es a través de los ansones o las neles que son personas que se comunican con Dios. Ella ve la enfermedad y el espíritu que la alimenta y manda los remedios para curarse.
¿Cómo surgió el pueblo Kuna? ¿Cuáles son sus orígenes?
-Los primeros ancestros kuna llegaron aquí desde Colombia y el Bayano… En 1925 hubo una revolución. El estado panameño no nos respetaba y luchamos para defender nuestra cultura, conseguimos su respeto. Cuando tenemos Congreso General viene un representante del gobierno como testigo para informar de los acuerdos que tomamos.
Y, finalmente, nos despidió:
-Estoy muy agradecido por su visita, les recordaré siempre, pediré a Dios por su buena salud y también que algún día regresen a compartir con mi pueblo. Cuando hoy nos reunamos les hablaré de su donativo y les diré a los comuneros de dónde viene y quién lo trajo. La comida es para los niños y los abuelos, después para los shailas.
Salimos de la cabaña, los niños nos siguen hasta el embarcadero, al pasar por la plaza nos detenemos un momento a ver la escuela, es un edificio de cemento pintado de blanco de paredes desconchadas, está muy deteriorado, sin cristales en las ventanas, sólo los huecos… hay muchos niños correteando y jugando, sólo las mujeres se mantienen fieles a vestir su traje tradicional. Se mantienen alejadas y silenciosas, empeñadas en ocultarnos su mirada. Algunas están sentadas en la puerta de su casa bordando las molas, que exponen a los turistas en un pequeño mostrador, pero ni siquiera las ofrecen como sucede en otros países que te abordan para que compres, aquí no hay ninguna presión y tampoco están abiertos al regateo. Los precios son también aleatorios, a veces te dan un precio por una prenda y poco después te dicen otro mayor, así que no sabemos si es que no conocen suficientemente nuestro idioma o es que no saben lo que piden.
Abandonamos la isla y nos dirigimos hacia Tubasenika, una imagen que ya nos resulta familiar y que reconocemos en el horizonte en cuanto la vemos.
Adiós con el corazón…
Llegamos en apenas media hora, parece como si el tiempo comenzase a acelerarse. La comida está preparada, es la última que haremos con ellos, las últimas fotos, las despedidas… Cargan las barcas y vienen a despedirnos todos los indígenas hasta el embarcadero; están llorando porque nos vamos. José y Marianella dicen que es la primera vez que ven una demostración semejante, normalmente los kuna no muestran sus sentimientos en público y nunca a los extraños.
Pero allí estaban Nelson y Eladio que escondía la cara en su hombro para que no viéramos sus lágrimas, miraban hacia atrás y se ocultaban los ojos con el antebrazo. Nos conmueve esa demostración de cariño y con todo el alma les cantamos “Adiós con el Corazón”; agitan sus manos diciéndonos adiós hasta que su figura se va quedando pequeñita y la isla termina por desaparecer de nuestra vista. Algo de nosotros se ha quedado en aquel hermoso lugar que nos ha permitido vivir un sueño en un auténtico paraíso.
Nuestros ojos intentan llenarse de todo el azul que nos rodea, de la visión de esas pequeñas islas con sus palmeras recortándose en el horizonte.
Nos esperaban los vehículos todo terreno; volvimos a cruzar la frontera del mundo Kuna y en un par de horas habíamos alcanzado la autopista que nos llevaría a la ciudad de Panamá. Dejábamos atrás una experiencia inolvidable, unos días en los que habíamos aprendido a vivir el momento y a ser conscientes de lo poco que habíamos necesitado para sentirnos bien y en paz.
Tuvimos un pinchazo, paramos en medio de ningún lugar mientras cambiaban la rueda y apareció un paisano con una pequeña moto a la que había adaptado un cajón que contenía hielo para hacer helados. El invento era simplemente una barra de hielo que él raspaba con un rascador… a ese hielo picado le echaba sirope de frutas o chocolate o crema al gusto y ya estaba preparado un singular helado. Todo el mundo probó aquella especialidad del país, hacía calor, estábamos en medio de una carretera y su aparición había sido providencial.
De regreso a la civilización
Regresamos al hotel y nos reencontramos con nuestro mundo de comodidad; habíamos estado durante cinco días en perfecta armonía con el entorno, sin tener en cuenta los relojes, las conexiones a Internet, las coberturas, etc. y ahora regresábamos a lo que nos era tan familiar.
Estábamos como aturdidos, nos costaba trabajo reconocer el ritmo de la ciudad, mirábamos extrañados el tráfico incesante, los ruidos, las maquinas construyendo, excavando y los semáforos; nos movíamos despacio, no éramos capaces de integrarnos en aquella vorágine a la que pertenecíamos. Nos habían bastado cinco días en la tierra de los Kuna para recuperar el ritmo natural de la vida.
Los dos últimos días fueron para hacer las últimas compras y utilizar el tiempo libre como cada uno quiso, pasear, conocer un poco más la ciudad; nos sentíamos extraños ante tantos estímulos después de haber estado sólo en el azul del cielo, del mar, la arena de la playa, las palmeras, los cocos, las hamacas y las caracolas… y nuestro halcón, que nos despidió sobrevolando la pequeña isla para terminar encaramado en la rama más alta de una palmera. Como un vigía protector que parecía hacernos una promesa: ¡Aquí estaré cuando regreséis!
Nuestra mente ya se iba acomodando a la idea de regresar a España pero entretanto seguíamos degustando aquel ritmo de vida; recorrimos la bahía para terminar el viaje donde lo habíamos iniciado.
Los viajes representan experiencias inolvidables que se activan una y otra vez cada vez que te llega un recuerdo o miras alguna foto, cada vez que cuentas algo del viaje o te llama algún compañero que participó en él. Nunca se olvida lo que hemos vivido, se queda ahí dentro como una experiencia insólita que nos conecta con resonancias dormidas que despiertan lo esencial del Ser, lo que hay de común en todos los seres humanos: la búsqueda de su regreso a casa a través de la expresión de su espiritualidad.
Cada viaje es una oportunidad de ampliar la consciencia, de descubrir nuevos horizontes siempre más amplios que el anterior, es una ocasión para abrir la mente y el corazón y volver más ricos a nuestra vida cotidiana.
Llegamos en apenas media hora, parece como si el tiempo comenzase a acelerarse. La comida está preparada, es la última que haremos con ellos, las últimas fotos, las despedidas… Cargan las barcas y vienen a despedirnos todos los indígenas hasta el embarcadero; están llorando porque nos vamos. José y Marianella dicen que es la primera vez que ven una demostración semejante, normalmente los kuna no muestran sus sentimientos en público y nunca a los extraños.
Pero allí estaban Nelson y Eladio que escondía la cara en su hombro para que no viéramos sus lágrimas, miraban hacia atrás y se ocultaban los ojos con el antebrazo. Nos conmueve esa demostración de cariño y con todo el alma les cantamos “Adiós con el Corazón”; agitan sus manos diciéndonos adiós hasta que su figura se va quedando pequeñita y la isla termina por desaparecer de nuestra vista. Algo de nosotros se ha quedado en aquel hermoso lugar que nos ha permitido vivir un sueño en un auténtico paraíso.
Nuestros ojos intentan llenarse de todo el azul que nos rodea, de la visión de esas pequeñas islas con sus palmeras recortándose en el horizonte.
Nos esperaban los vehículos todo terreno; volvimos a cruzar la frontera del mundo Kuna y en un par de horas habíamos alcanzado la autopista que nos llevaría a la ciudad de Panamá. Dejábamos atrás una experiencia inolvidable, unos días en los que habíamos aprendido a vivir el momento y a ser conscientes de lo poco que habíamos necesitado para sentirnos bien y en paz.
Tuvimos un pinchazo, paramos en medio de ningún lugar mientras cambiaban la rueda y apareció un paisano con una pequeña moto a la que había adaptado un cajón que contenía hielo para hacer helados. El invento era simplemente una barra de hielo que él raspaba con un rascador… a ese hielo picado le echaba sirope de frutas o chocolate o crema al gusto y ya estaba preparado un singular helado. Todo el mundo probó aquella especialidad del país, hacía calor, estábamos en medio de una carretera y su aparición había sido providencial.
De regreso a la civilización
Regresamos al hotel y nos reencontramos con nuestro mundo de comodidad; habíamos estado durante cinco días en perfecta armonía con el entorno, sin tener en cuenta los relojes, las conexiones a Internet, las coberturas, etc. y ahora regresábamos a lo que nos era tan familiar.
Estábamos como aturdidos, nos costaba trabajo reconocer el ritmo de la ciudad, mirábamos extrañados el tráfico incesante, los ruidos, las maquinas construyendo, excavando y los semáforos; nos movíamos despacio, no éramos capaces de integrarnos en aquella vorágine a la que pertenecíamos. Nos habían bastado cinco días en la tierra de los Kuna para recuperar el ritmo natural de la vida.
Los dos últimos días fueron para hacer las últimas compras y utilizar el tiempo libre como cada uno quiso, pasear, conocer un poco más la ciudad; nos sentíamos extraños ante tantos estímulos después de haber estado sólo en el azul del cielo, del mar, la arena de la playa, las palmeras, los cocos, las hamacas y las caracolas… y nuestro halcón, que nos despidió sobrevolando la pequeña isla para terminar encaramado en la rama más alta de una palmera. Como un vigía protector que parecía hacernos una promesa: ¡Aquí estaré cuando regreséis!
Nuestra mente ya se iba acomodando a la idea de regresar a España pero entretanto seguíamos degustando aquel ritmo de vida; recorrimos la bahía para terminar el viaje donde lo habíamos iniciado.
Los viajes representan experiencias inolvidables que se activan una y otra vez cada vez que te llega un recuerdo o miras alguna foto, cada vez que cuentas algo del viaje o te llama algún compañero que participó en él. Nunca se olvida lo que hemos vivido, se queda ahí dentro como una experiencia insólita que nos conecta con resonancias dormidas que despiertan lo esencial del Ser, lo que hay de común en todos los seres humanos: la búsqueda de su regreso a casa a través de la expresión de su espiritualidad.
Cada viaje es una oportunidad de ampliar la consciencia, de descubrir nuevos horizontes siempre más amplios que el anterior, es una ocasión para abrir la mente y el corazón y volver más ricos a nuestra vida cotidiana.