Estos animales representan los pecados que pueden atacar a Dante. La pantera representa la lujuria; la loba es el pecado de la codicia; y el león la soberbia. Acompañado por su maestro y guía Virgilio, desciende al Infierno, que tiene forma de cono con la punta hacia abajo, conformado por nueve círculos, donde en cada uno, habitan condenados que eran sometidos a castigos, según la gravedad de los pecados cometidos en vida, y donde cada uno de los personajes que va encontrándose a su paso —por los nueve círculos— le va narrando su historia, hasta llegar al último circulo donde se encuentra Lucifer (imagen 1).
Imagen 1. El Inferno de Dante. Fuente: Turner (2019)
En la segunda parte de su viaje épico Dante y Virgilio atraviesan el Purgatorio, una montaña de cumbre plana y laderas escalonadas y redondas, simétricamente al Infierno. En cada escalón se redime un pecado, estando contentos los que ahí reposan, porque poseen esperanza. Dante se va purificando de sus pecados en cada nivel porque un ángel en cada uno le va borrando una letra de una escritura que le han puesto encima. Finalmente, libre de pecado, en un tercer plano Dante asciende al Paraíso, lo que hace junto a Beatriz. El Paraíso está compuesto por nueve círculos concéntricos correspondientes a los nueve órdenes angélicos de la Jerarquía celestial (ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines), en cuyo centro se encuentra la Tierra y el más alto nivel se encuentra el Empíreo, el nivel más alto de los cielos (Alighieri, 2004) (imagen 2).
Imagen 1. El purgatorio y el cielo de Dante. Fuente: Turner (2019)
La reflexión que nos deja Dante en su Divina Comedia, es que el Cielo y el Infierno están en uno, y cómo, dependiendo en el circulo en el que nos encontremos será el tipo de penitencia, o de castigo que seremos merecedores, o en su caso, de ascenso a un plano espiritual distinto. Lo sobresaliente de la mirada de Dante, es que nos invita a hacer nuestros propios viajes introspectivos, que nos lleve a reconocer esa bondad, o maldad que poseemos; recorrer nuestros propios senderos y enfrentar a nuestras propias bestias, y pecados, y que nos atrevamos a abrir nuestras cajas de pandora, y enfrentar lo que en ella se guarda, y sobre todo a que seamos irracionales, porque al serlo, estaremos reconociendo en principio, lo que sentimos, pensamos y hacernos en nuestros propios planos de congruencia (Acevedo y Arteaga, 2019) y en esa medida estar más cerca del equilibro, y de la armonía con el todo, o mejor dicho, lograr un equilibrio entre nuestros dos lados de la moneda que nos permita sanarnos, y por ende sanar a los demás (Acevedo, Gallegos y De León, 2019).
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