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La sabiduría de los cuentos: El rey y el cuadro



Chary Sánchez Carbonell

27/10/2023

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.



Foto de Markus Spiske en Unsplash
Foto de Markus Spiske en Unsplash
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas, unos hermosos árboles con diferentes tonalidades de follaje circundaban el lago. El cuadro en sí mismo transmitía una inmensa paz.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto, a simple vista, no revelaba nada pacífico.

Pero cuando el rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido, dónde había un pajarito recién nacido. La madre le daba de comer, completamente ajena a la tormenta que estaba teniendo lugar. El rey después de quedarse unos instantes en silencio, dijo:

“Esta es la pintura que estaba buscando, y dirigiéndose a todos los presentes añadió:  La paz interior no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo o sin dolor. La Paz Interior significa permanecer serenos a pesar de que a tu alrededor todo sean adversidades y dolor. La serenidad no surge de vivir en las circunstancias ideales como reflejan los otros cuadros con sus mares en calma y sus cielos despejados. La serenidad, la paz interior surgen de mantener centrada la atención en medio de la dificultad, en aquello que es prioritario en el aquí y ahora. Este es el verdadero significado de la paz interior”.
 
Al finalizar un cuento siempre me gusta compartir una reflexión, un comentario, dicho comentario es orientativo, aunque hoy os quiero compartir una experiencia personal.
 
Este cuento me llegó hace unos días, mientras estaba preparando el artículo para la revista, ese artículo versaba sobre la meditación. Después de leer el cuento, comencé a vislumbrar cual sería el artículo que debería escribir.
 
Y es que hace unos meses pasé por una intervención quirúrgica y este proceso ha dado mucho de sí, no sólo en lo físico, sino en lo mental, energético y espiritual.Me tengo como una persona activa, sana, reflexiva, que durante años estoy trabajado el cuerpo y la mente a través del yoga, meditación, el Camino del Corazón, UCDM, en definitiva encontrando esos espacios que me ayudan a confrontarme conmigo misma, dónde las experiencias aprendidas de la vida me han ayudado y me ayudan a vaciarme y a construirme.
 
Pues bien, ha tenido que llegar una intervención quirúrgica para ponerme “patas arriba”. Cuando me comunicaron que en unas semanas me operaban de la cadera no estaba preparada para afrontarlo, ya lo había postpuesto en dos ocasiones y con esta tercera me llené de temor y confusión, mi cabeza era un hervidero de confrontación, por un parte sabía que era necesario, pero por otra no lo quería aceptar. Dentro de mí había un caos, del que me daba cuenta, pero me costaba mucho frenar.
 
El pasado se me presentó con mucha fuerza, añorando y lamentando lo que ya no estaba y el futuro me presentó el miedo a la dependencia física: ¿Qué pasará si no me quedo bien?... la confusión era tal que comencé a pedir al Universo que me enviara señales para saber que hacer, así pasaron los días y no veía señal alguna, en realidad, más tarde me di cuenta de que me enviaba señales constantemente y no las quería ver porque mis expectativas eran diferentes a lo que se me revelaba en cada momento.
 
Pero la Vida siempre está de nuestra parte, al principio nos habla en susurros, si no le hacemos caso, nos levanta la voz y si tampoco le hacemos caso, al final nos chilla. Y este chillido fue el que finalmente me colocó.
 
¡Y pasó! Sucedió una noche, días antes de la intervención, me dispuse a tumbarme en la cama para dormir cuando se me presentó un atrapamiento de cadera, si alguien ha sufrido algo así, sabrá lo angustioso y doloroso que puede llegar a ser, mi pierna entera, desde la cadera hasta los dedos de los pies se quedaron paralizados, bloqueados. No podía moverme, mi mente se quedó en estado de shock, la pierna estaba paralizada y mi mente también, todo se ralentizó, mi cuerpo no era mi cuerpo, estaba completamente aislada del exterior, era como sí todo a mí alrededor funcionara a cámara lenta. No recuerdo bien el tiempo que permanecí en esa situación, pudieron ser minutos, como horas, ni tan siquiera recuerdo cuando me quedé dormida.
 
Pero a la mañana siguiente cuando desperté, todo había cambiado. Sentía una serenidad asombrosa, dónde antes había confusión, miedo, ahora imperaba la certeza de saber qué es lo que había que hacer con la confianza de que contaba con los mejores apoyos y las mejores manos para este proceso. Sigo sin comprender que es lo que realmente sucedió, mis palabras son muy pobres para describir la experiencia, lo único válido es el hecho en cuestión y el poso que dejó en mí esa experiencia.
 
A medida que nos abrimos a la vida encontraremos no solamente la dicha de la existencia, sino también su agonía. Sanar no siempre parece bueno, cómodo, desde el momento que nos vemos inevitablemente obligados a confrontar nuestras sombras, miedos y anhelos profundos: esas partes secretas de nosotros mismos, que durante tanto tiempo hemos negado o reprimido.
 
¿Cómo podemos encontrar la calma en medio de la tempestad? ¿Como podemos hallar descanso, incluso cuando el suelo cede bajo nuestros pies? ¿Cómo se consigue que la mente acepte las cosas tal y como son, sin sentir más deseos vehementes? ¿Cómo aceptar la alegría como alegría, el dolor como dolor?
 
Y es que nuestra mente condicionada nos suele jugar malas pasadas, nos arrastra hacia un pasado que lejos de recordar cosas agradables, es para lamentarnos y nos arrastra hacia un futuro que nos crea incertidumbre e inseguridad y, en consecuencia, mucho estrés.
 
La neurociencia afirma que nos pasamos el 75 u 80% de nuestro tiempo “rumiando” aquello que nos pasa, o lo que ellos llaman “la red neuronal por defecto”. De ahí que se diga que no vivimos la vida, que tan sólo la pensamos. Y lo triste es que nos cuesta mucho ver las cosas tal y como son, las vemos con arreglo a nuestras expectativas, juicios, deseos y por ende no las aceptamos.
 
Los Grandes Maestros, tanto de Oriente como de Occidente desarrollaron técnicas de meditación cuya función es entrenar la mente para experimentar la realidad tal y como es, sin ansiar otra cosa.
 
 La meditación ayuda a volver al presente a conectar con la vida y su riqueza. Y meditar no se trata solo de permanecer con los ojos cerrados, en una postura quieta en un lugar tranquilo; meditar, es también, encontrarte en tus quehaceres cotidianos focalizando tu atención en lo que es relevante instante a instante, respondiendo en oportunidad, lugar y tiempo al Ahora, desechando todo contenido mental que no esté sintonizado con el momento Presente.  Y no es que no nos suceda, lo que pasa es que es a intervalos, perdemos con demasiada facilidad la concentración y nos perdemos en esos vericuetos de la mente.
 
Es difícil, lo sé por experiencia, pero no es imposible. Si durante milenios hemos desarrollado una mente divagante, ahora nos toca desarrollar una atención eficiente. Tan solo hay que perseverar y aunque caigamos una y otra vez, una y otra vez hay que seguir corrigiendo y redirigiendo la atención al presente que acontece instante a instante, sin interpretaciones, sin juicios, inmersos en lo que estamos viviendo.
 
Dar un SÎ profundo a la vida, no importa por lo que estemos pasando. Las crisis son oportunidades que la vida nos trae para despertarnos, para mostrarnos lo capaces que podemos llegar a ser. Vivir el dolor como un mensajero inteligente pues nos indica que algo no está funcionando, el dolor físico o emocional, precisamente es un gran activador que nos ancla en el momento presente. Enamórate del lugar en el que estás y cómo decía el gran poeta sufí Rumi en su maravilloso poema LA CASA DE HUESPEDES.
 
Cada mañana un nuevo recién llegado.
Una alegría, una tristeza, una maldad.
Cierta consciencia momentánea llega como un visitante inesperado.
¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos, que vacían tu casa con violencia.
Aun así trata a cada huésped con honor.
Puede estar creándote el espacio para un nuevo deleite.
Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia.
Recíbelos en la puerta riendo e invítalos a entrar.
Sé agradecido con quien quiera que venga.
Porque cada uno ha sido enviado como una guía del más allá.




              



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