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En estos últimos tiempos y, sobre todo, a raíz de la novela de James Redfield La novena revelación, se habla mucho de la “masa crítica”. Aseguran que un número suficiente de personas serían capaces de cambiar el mundo o al menos nuestra percepción del mundo. En esta línea han investigado y escrito personajes tan variopintos como Rupert Sheldrake y sus campos morfogenéticos, Von Bertalanffy y su Teoría General de Sistemas o la Teoría del centésimo mono, expuesta por Lyan Watson.
El gran Vicente Ferrer, un hombre bueno que un día llegará a santo -y si no, qué más da-, dijo un día: “En el mundo hay más gente buena que mala, pero los malos son más listos”. Y añado yo, además son totalmente necesarios para que otros puedan aprender de sus actos. Tan maestro es el que nos dice lo que debemos hacer como aquellos cuyo ejemplo nos invita a no seguirlo. Hacer bien las cosas, ser buena persona, intentar ser respetuoso con tu medio ambiente y procurar el equilibrio en todo aquello que haces no es algo que interese mucho a la gente y menos a los medios de comunicación. Pero, en cambio, si robas, extorsionas, mientes, matas, defraudas, injurias… entonces la cosa cambia y generas dos efectos: desarmonizar tu entorno familiar o de amistad y que su repercusión social sea mucho mayor.
Al lado de esos individuos, que cumplen una misión muy clara cual es la de extender rencores y sombras, muchas veces sin ellos saberlo dada su limitada inteligencia, hay toda una legión silenciosa de personas que buscan todo lo contrario: ser felices.
Y además saben cómo conseguirlo: amando. No olvidemos que el amor es la fuerza que nos une a todos y que mueve el mundo y poco tiene que ver ese sentimiento universal con ideas religiosas o espirituales.
Es tan sencillo que si todos supieran que cuanto más das, más recibes, los problemas económicos, afectivos y de justicia social se terminarían de la noche a la mañana. Y, evidentemente, cuanto más odio y confusión reparta un ser humano más recibirá y más infeliz será. Esas personas podrán echar la culpa, que lo hacen, a la sociedad, al gobierno, a las leyes, al mundo, al vecino o a su pareja, pero nunca sabrán (ni siquiera intuirán) que son ellos mismos los que hacen esas cosas por su propia “ignorancia” (y no me refiero con ello a carecer de cultura general). Esa oscuridad interior que muchos llaman ignorancia, es la raíz del sufrimiento, algo que está provocado por la falta de claridad mental y por la falta de amor…
Si todo es tan sencillo (y los maestros de todas las culturas y todas las épocas dicen que lo es) pongámoslo en práctica: hagamos lo que mejor sabemos hacer: el bien. Como en aquella película de Cadena de favores. Tal cual. El mismo Vicente Ferrer repetía con frecuencia: "Tengo muy claro que ninguna acción buena se pierde en el mundo. En algún lugar quedará para siempre".
Pues vamos a comprobar por nosotros mismos si lo que dice Rupert Sheldrake es cierto y vamos a saber si tras el centésimo mono que aprende una determinada habilidad o un progreso tecnológico el resto de la comunidad lo adquiere de manera automática.
Si todos los seres humanos del planeta estamos separados tan sólo por otras seis personas (eso dicen), la cosa es más fácil. Seis grados de separación no son nada. Esa conexión posibilita que nuestros efectos no sólo se permuten y se multipliquen sino que crezcan exponencialmente. Los físicos y los místicos nos dicen que “la oscuridad no existe, en realidad es la ausencia de luz”. Si cada uno enciende una cerilla aporta dos cosas: luz y calor.
No se si habrá que encender 144.000 cerillas o cinco millones para que el mundo sea como nosotros queremos que sea: más luminoso. Da igual. Ahí va mi cerilla ¿queréis uniros a mi para que todos formemos esa masa crítica?
El gran Vicente Ferrer, un hombre bueno que un día llegará a santo -y si no, qué más da-, dijo un día: “En el mundo hay más gente buena que mala, pero los malos son más listos”. Y añado yo, además son totalmente necesarios para que otros puedan aprender de sus actos. Tan maestro es el que nos dice lo que debemos hacer como aquellos cuyo ejemplo nos invita a no seguirlo. Hacer bien las cosas, ser buena persona, intentar ser respetuoso con tu medio ambiente y procurar el equilibrio en todo aquello que haces no es algo que interese mucho a la gente y menos a los medios de comunicación. Pero, en cambio, si robas, extorsionas, mientes, matas, defraudas, injurias… entonces la cosa cambia y generas dos efectos: desarmonizar tu entorno familiar o de amistad y que su repercusión social sea mucho mayor.
Al lado de esos individuos, que cumplen una misión muy clara cual es la de extender rencores y sombras, muchas veces sin ellos saberlo dada su limitada inteligencia, hay toda una legión silenciosa de personas que buscan todo lo contrario: ser felices.
Y además saben cómo conseguirlo: amando. No olvidemos que el amor es la fuerza que nos une a todos y que mueve el mundo y poco tiene que ver ese sentimiento universal con ideas religiosas o espirituales.
Es tan sencillo que si todos supieran que cuanto más das, más recibes, los problemas económicos, afectivos y de justicia social se terminarían de la noche a la mañana. Y, evidentemente, cuanto más odio y confusión reparta un ser humano más recibirá y más infeliz será. Esas personas podrán echar la culpa, que lo hacen, a la sociedad, al gobierno, a las leyes, al mundo, al vecino o a su pareja, pero nunca sabrán (ni siquiera intuirán) que son ellos mismos los que hacen esas cosas por su propia “ignorancia” (y no me refiero con ello a carecer de cultura general). Esa oscuridad interior que muchos llaman ignorancia, es la raíz del sufrimiento, algo que está provocado por la falta de claridad mental y por la falta de amor…
Si todo es tan sencillo (y los maestros de todas las culturas y todas las épocas dicen que lo es) pongámoslo en práctica: hagamos lo que mejor sabemos hacer: el bien. Como en aquella película de Cadena de favores. Tal cual. El mismo Vicente Ferrer repetía con frecuencia: "Tengo muy claro que ninguna acción buena se pierde en el mundo. En algún lugar quedará para siempre".
Pues vamos a comprobar por nosotros mismos si lo que dice Rupert Sheldrake es cierto y vamos a saber si tras el centésimo mono que aprende una determinada habilidad o un progreso tecnológico el resto de la comunidad lo adquiere de manera automática.
Si todos los seres humanos del planeta estamos separados tan sólo por otras seis personas (eso dicen), la cosa es más fácil. Seis grados de separación no son nada. Esa conexión posibilita que nuestros efectos no sólo se permuten y se multipliquen sino que crezcan exponencialmente. Los físicos y los místicos nos dicen que “la oscuridad no existe, en realidad es la ausencia de luz”. Si cada uno enciende una cerilla aporta dos cosas: luz y calor.
No se si habrá que encender 144.000 cerillas o cinco millones para que el mundo sea como nosotros queremos que sea: más luminoso. Da igual. Ahí va mi cerilla ¿queréis uniros a mi para que todos formemos esa masa crítica?